jueves, 10 de noviembre de 2011

Confianza y contingencias

Los seres humanos nos cubrimos de imágenes, nunca mostramos lo que sentimos realmente. Lo que vemos es la máscara, no vemos el interior. Bien, estos dos enunciados fueron un hallazgo en mis tenebrosos apuntes de mi curso de Estructura Social, se refieren a la clase sobre la teoría de Erving Goffman. Quiero reflexionar hoy sobre el aspecto de la sinceridad como requisito indispensable de la confianza. Es decir, la confianza se construye a partir de la verdad, de dejar a un lado el fingimiento, que la tesis de Goffman sostiene como motivo de que la interacción social sea una gran obra de teatro. En tal sentido, se espera que una persona actúe de determinado modo porque se le ha hablado con la verdad, sin más. Cuando se tiene la convicción de que se ha sido auténtico, se tiene una mayor seguridad en la respuesta del otro. Implicamos que éste nos entiende y brindará su apoyo, luego de haberle concedido esa "confianza". Aunque pareciera que sucede de modo contrario: primero comprobamos que la confianza existe y, entonces, somos sinceros. Yo planteo en la primera relación causal el gran reto de una amistad verdadera.

Puede ser difícil de entender porque cada relación entre personas es distinta. Ahora comparto un ejemplo: un individuo a asesina a alguien, él esconde el hecho, pero su remordimiento lo atormenta, entonces decide acercarse a un individuo b, que no es un perfecto desconocido, pero tampoco alguien de su familia, y decide contarle su delito. Sus motivos tuvo para hacerlo, tal vez b parecía una persona comprensiva: dispuesta a escuchar, quizá le había compartido algún secreto también, no lo sabemos. Pero del acto de sincerarse con él, a depositó una gran cantidad de confianza (si es que ésta se puede medir por kilo), en b. Esa confianza, la de saber que su secreto se encuentra a buen resguardo, implica un compromiso. Desde ahora, b va a guardar el secreto de a. Algún frívolo dirá que "va a cargar con esa culpa" de saberse cómplice, de no denunciar a quien confió en él, si bien hay situaciones en las que no se cometió un delito según la ley, pero el hecho es vergonzoso o culpable según las normas morales de su contexto. Bien, el papel de b no es, por así decirlo, fácil, porque se convierte al mismo tiempo en confidente y consejero. Miente quien se asume como alguien que sólo escucha y no recomienda.

El ejemplo anterior parecerá demasiado reducido, como si no hubiera una variedad de situaciones variables. Bueno, es un esquema inicial. ¿Por qué vale? sólo porque a mí me hace lógica después de alguna observación empírica. Lo que he comentado con varios colegas (diré colegas para no implicar el tema de la amistad con ellos), es precisamente la dificultad, ya no de hallar, como de sostener una amistad que se considera verdadera. Hace tiempo discutí el concepto de verdad en una relación de amistad, que no era algo así como que la verdad se comprobara en la convivencia cotidiana con alguien a quien por convención llamamos amigo. Bien podríamos denominarlo de otro modo, de acuerdo con nuestros sentimientos, los que, casi siempre, vienen a desbaratar un buen esquema inicial. Y es que el gran compromiso de ser amigo es encontrar el justo medio entre la parte sentimental y la parte razonable. Ser objetivo sin dejar de ser afectivo.

Sinceridad que finca confianza y confianza que finca compromiso. Cadena ideal en medio de la contingencia de este mundo. En la maraña de insuficiencias que se anteponen a la posibilidad de hacer algo extraordinario por el otro. La que oigo ahora aduce la falta de tiempo para poder platicar. Yo reviro que no es falta de tiempo, sino falta de voluntad. La contraréplica es tajante "molesta que yo lo reproche". Es como si no decir lo que se piensa resultara conveniente. En realidad, es bien difícil tener empatía. No lo digo por los que me rodean, hablo por mí. Quisiera ponerme en los zapatos de él o de ella. Entender desde su circunstancia lo que los afecta y empuja, lo que disfrutan y aborrecen, pero sobre todo el porqué son así. He fracasado en mi intento por hallar quién me comprenda. Sé que no puedo pasar la vida como el incomprendido, pero apenas parece que la ecuación del inicio de este párrafo no resuelve el problema me invade un gran escepticismo. No soy el primero al que le pasa esto, sin embargo, deseo ser uno de los últimos.

Alejarse... como cuando sueltas un globo al aire y no sabes a dónde se dirigirá. Parece ser la opción de los fastidiados de las relaciones humanas. La amargura que producen los fracasos lleva a mucha gente a irse del lugar donde lo vivió. Piensan que cambiando de residencia las cosas pueden mejorar. Ahora entiendo por qué el sueño de muchos es ser trotamundos. Como quiera, recuerdo que una persona con autoridad (luego discutiré que es tenerla para mí), dijo hace tiempo que uno no puede vivir huyendo de sus problemas. Que se les debe plantar cara, hacerles frente y asumir los daños colaterales. Enfrentarlos significa ser responsable, ¿y acaso hay virtud mayor que serlo? Por ello, estoy dispuesto a sobrellevar las pérdidas, aunque nunca es fácil. Me cuesta aceptar la realidad como una confabulación de máscaras, me resisto a creer en que todos son iguales; en la desconfianza generalizada. La que conlleva un montón de negativos: traición, rencor, odio, burla, rechazo, soberbia... Sin embargo, admito que la teoría sociológica de Goffman cobra validez en estos términos: No es recomendable tener un alto grado de familiaridad con las personas que nos rodean porque se puede provocar alguna falta de respeto en algún momento de la interacción.

Yo no he pretendido la familiaridad con todos los que me rodean. Sólo he buscado tenerla con algunos. Lo que ya no sé es si sólo fue una concesión mía o parte de un proceso recíproco. Esto no tiene por qué perjudicar mi firme convicción en lo que el Maestro enseñó: "nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos". Pero deberé soportar que la mayoría opine otra cosa.