martes, 19 de noviembre de 2013

Las estaciones nos definen

Había una vez un joven llamado Norbert que al lado de su inseparable amigo Max, se esforzaba por disfrutar su época. Entre otras cosas, nadaban juntos y miraban paisajes que luego capturaban en fotos. Max era un muchacho muy ecuánime, o por decirlo de un modo más simple, tranquilo en extremo. No le gustaba discutir, no hablaba demasiado; era prudente y paciente. En contraparte, Norbert solía debatir todo el tiempo con quien tuviera enfrente. Además, le encantaba hablar porque con ello acaparaba la atención de los demás. Y en el fondo, esa era su principal necesidad, que los demás se fijaran en él.

Norbert y Max estaban juntos por una razón que ninguno de los dos sabía. Se habían conocido en el instituto y sus intereses eran bastante diferentes. Mientras el primero estaba entusiasmado con cambiar al país por medio de la política, pretensión ilusa, el segundo estaba fascinado con el arte de programar en una computadora. Desde entonces sus rumbos estuvieron claramente diferenciados, pero su amistad crecía con el transcurrir del tiempo.

En la universidad, el más pequeño rebasó al mayor. Sí, Norbert había nacido en el otoño del 89 y Max en la primavera del 91. De algún modo las estaciones del año definían el tipo de carácter de cada uno. Mientras Norbert parecía todo el tiempo nostálgico por algo, Max siempre llevaba dibujada esa sonrisa serena, nada forzada, con la que volteaba a saludar a todas las personas. No es que uno fuera malo y el otro bueno, comparación ociosa para quien escribe, aunque es dado a las personas hacer comparaciones ociosas cuyos resultados suelen ser, por lo menos, inútiles. A todo esto, Max estaba a punto de terminar sus estudios en ingeniería para proseguir su camino por el mundo. Norbert, no.

Hasta aquí no he dicho que ambos se tenían un cariño superior al que el mundo otorga comúnmente a una amistad. Me refiero a que se amaban realmente, más allá de las circunstancias que los habían llevado a conocerse y a vivir juntos. Sin embargo, el amor no significaba lo mismo para ambos, o mejor dicho, no se representaba en las mismas cosas. Y así fue como el gran cariño de uno por otro, algo tan bello y elevado, se convirtió en un constante desencuentro promovido por Norbert, quien, en buena parte, no soportaba la idea de separarse de Max.

Lo terrible para Norbert no era tanto verse lejos físicamente de su mejor amigo en todo el mundo, sino dudar de él. Sí, entre otras cosas, de cuánto lo quería. Y esto se había vuelto tan importante en exceso, que lo dañaba después de que discutían por cualquier cosa. ¿Era posible que siguieran juntos? O mejor dicho, ¿cómo era posible que siguieran juntos?

En definitiva, la amistad no trata de dos personas que viven juntas, sino de dos personas juntas en cualquier situación. Es decir, un par de personas que se tienen sin importar que una viva en África y otra en China; que pueden sentir la compañía del otro aun si llevan años sin verse. Eso es lo que no podía entender Norbert, y con ello demostraba, para su pesar, que no tenía fe en un proyecto superior al de ser amigos: ser hermanos.

Los hermanos son miembros de una misma familia. A veces no, pero en general sí. No importa qué suceda, sabemos que los tenemos, que el cariño está dado, no condicionado a cumplir con algún requisito. Los amigos, en teoría, deberían ser eso, pero lo cierto es que nuestra época desprestigia el término amigo. De corriente oímos que la gente se llama de ese modo para aparentar cercanía con quienes en verdad no les importan. De sobra sabemos que nuestro entorno es egoísta.

En este momento, Norbert quiere dejar de suponer cosas. Ya no quiere vivir reclamando algo que tiene, y en su afán por ignorar, no disfruta. Le quedan semanas para corregir el rumbo. Para entender que la amistad es un proyecto de vida cuando es sincera, pura y gratuita. Está cierto, eso sí, de que Max lo conoce tan bien, que no toma en cuenta las cosas malas que han sucedido en el pasado. Solo recuerda, solo valora, la realidad de tenerse, de poder haber vivido juntos, de sentirse acompañado en cualquier lugar del mundo, porque alguien piensa y se preocupa por él.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Acompañado

Nuevamente el gris de fin de año llegó a la ciudad. México ya no es lo que era hace cinco años cuando vine a vivir por primera vez aquí. Al menos así lo he comprobado los últimos días yendo de un lado a otro, como oaxaqueño errante que siempre he sido, ahora por motivos laborales más que por el mero gusto de andar de pata de perro.

Las circunstancias han cambiado. Yo he cambiado. Y creo que ya no soy yo y mi circunstancia, como apuntaba el filósofo español, sino que soy yo atrapado en mí. Es difícil de explicar, pero de algún modo es como si una parte de mí estuviera peleada con otra parte que creí enterrada con los años en algún pasado que si alguien halla será escondido en una habitación de dos por dos muy lejos de mi domicilio actual.

Ahora me tienes sosteniendo una cámara de fotos, controlando el diafragma, llevándola de un lado a otro para tener la mejor imagen de desconocidos cuyos rostros deben aparecer en la nota del día. Y es que me dedico a escribir notas. Eso me tiene recorriendo la ciudad, conociendo las calles y avenidas, a veces incluso a costa de mi propia integridad física.

Supongo que todos llegamos a una edad en la que sentimos perder el control de nuestra propia vida. Algo así me pasa últimamente. No me encuentro en medio del caos. Me redefino, o eso intento, con base en lo más trascendente que he conocido a mis 24 años: la verdadera amistad. Al final todo se trata de eso. Si hay guerra entre naciones es porque dejaron de ser amigas; si las personas se enamoran terminan siendo amigas; si no hay amigos la vida no tiene sentido.

En la semana saludé a dos pintores de mi estado. El primero del Istmo y el segundo de los Valles. A ambos los acompañé a las inauguraciones de sus exposiciones. Estaban felices de mostrar sus creaciones. Y pensé que me convendría pintar. Posiblemente me relaje un poco después de tanto ajetreo. Busco la paz. No solo la busco, la necesito.

Y otra vez, ahí estás. Tu mirada serena... pura y sincera. Ahí estás, imagino que te vas y el corazón me duele, pero trato de confiar. Has dicho que abandone mis temores y te creo. En realidad, mi problema no es tanto de melancolía como de fe. Pienso que he sido incrédulo pero no más, no importa cuán gris se vea el firmamento, porque a veces, lo hemos leído, deja de ser importante lo que vemos con los ojos. Solo hay que cerrarlos para vernos ahí, tan inseparables como siempre.

Si me preguntan qué pienso de noviembre, diré que el de este año no me gusta. Pero vendrán tiempos mejores, incluso en invierno. Contigo, oh hermano, llegarán esos tiempos.