sábado, 11 de enero de 2014

¿Vivir on line?

Normalmente, salgo del trabajo y viajo por metro al sur de la ciudad de México. Mi trayecto va de Chapultepec a Barranca del Muerto. Hace unos meses, en la primera estación, un hombre al lado mío usaba su celular con las manos. 

Cuando llegó el tren, se acercó a la puerta con la misma abstracción que mostraba desde que lo vi, unos cinco minutos antes. Justo cuando iba a entrar, antes de mí, se le cayó por el pequeño espacio que hay entre el piso de la estación y el tren. Pude notar que era un aparato caro, probablemente un Xperia o un Lumia de los más sofisticados. 

Lo que siguió debe juzgarse con seriedad. El hombre avanzó, no hizo el menor intento por recuperar lo perdido, las personas a su alrededor lo consolaron y el hombre triste, como de cuarenta años, se puso a llorar. 

La dependencia que las personas tenemos por los aparatos electrónicos de nuestro tiempo es asombrosa. Sobre todo de celulares, computadoras y ahora tabletas. La tecnología, con todos sus beneficios, está cambiando la forma como convivimos y lleva a preguntarnos qué será de nosotros dentro de 10 o 20 años cuando el acceso a los dispositivos móviles prácticamente no restrinja a nadie en este país. 

De fondo, lo que observo es una forma de evadirse del mundo real, como si el que vivimos on line fuera más bonito, agradable, interesante o provechoso. Hemos dejado de prestar atención al primero y no solo eso, también valoramos los objetos que en principio tenían por propósito solo comunicarnos a distancia (en el caso del teléfono celular) y se han vuelto indispensables para vivir, obviamente fuera del mundo real. 

Avanzamos dentro de la sociedad de consumo deseando tener el mejor celular o la mejor tablet o la mejor computadora sin medir la utilidad real que tengan. Y cada vez dependemos más de tener a la mano un espacio que nos permita recibir algo a cambio de casi nada. Un like, un retweet, puntos en cualquier juego. La retribución inmediata por un logro mínimo se ha convertido para algunos en una adicción. Un placebo tal vez que los haga sentirse satisfechos con la vida que no viven. La virtualización del mundo real, que atrapa a la mayoría y los aleja de las personas que muchas veces no voltean a ver aunque estén justo enfrente. 

Ante esto, es obvio que debemos volver a la realidad. Despegarnos más de la pantalla o por lo menos ocupar provechosamente el tiempo que pasamos frente a ella. Sin embargo y por ejemplo, nada se compara con abrir un buen libro, sentir el suave tacto de sus hojas, olerlo, ya sea nuevo o viejo, meditar en él con lápiz en mano. Nada se compara con tomar una taza de café con tu mejor amigo y recordar las anécdotas que los hicieron reír; soñar con los proyectos que vienen, disfrutar de una película que brinde mucho más que efectos especiales, que deje un mensaje digno de ser analizado. 

Son buenos deseos, sí. Y recientemente los compartía con una compañera del trabajo que me acompañó en el metro. Le conté la historia inicial. Se bajó del vagón y probablemente lo primero que hizo fue mirar la pantalla de su iPhone. Como sea, antes de llegar a mi destino, una chica en el asiento de enfrente volteó a verme y con determinación me dijo que compartía mi visión de las cosas. No solo eso, me recomendó ver Wall-e

Me señaló que como el robot abandonado, nosotros deberíamos cuidar al menos de una pequeña planta que nos recuerde el valor de la vida por encima de todas sus pantallas.

martes, 7 de enero de 2014

Sobreviviente de avenida

2013 fue un año de transición. No me refiero a un acontecimiento político sino a un devenir personal. Para mí el año que pasó me convenció de una vez por todas que olvido demasiado pronto los acontecimientos del año mismo. Suena extraño, pero no lo es tanto. Me refiero a que cada que recuerdo los sucesos más importantes para mí, me pierdo en las semanas, meses y años, de tal manera que termino por olvidar si ocurrieron hace un año o la semana pasada. Esto en general. Hay desde luego momentos que recuerdo claramente. Uno de ellos sucedió en septiembre de 2013. 

Cuando uno se pregunta por las cosas trascendentes de la vida debe mirar primero a la gente que quiere, después a las cosas que quiere, y por último a las que tiene. En un mundo cubierto por el velo de la inmediatez, en el que con preocupante dependencia vivimos atados a un teléfono celular o una computadora, deberíamos aquilatar el peso de la presencia física de quienes nos rodean. Sobre todo cuando se sufre un accidente que, por así decirlo, te pone a reflexionar sobre lo que realmente importa. 

Mi rutina diaria tenía momentos para correr, nadar y andar en bicicleta. Hacía lo último cuando por torpeza choqué con un taxi. El accidente ocurrió en Paseo de la Reforma, enfrente del Four Seasons y de la Torre Mayor. Faltaba más, si hasta para accidentarse hay que tener estilo. Y ahí estoy yo, sentado en la banqueta, junto a mi bici, que no es mía, es del gobierno, y ahí está un señor preocupado porque conducía en un carril indebido y también, no podían faltar, ahí están los policías de esta ciudad que de vez en cuando cumplen con algún deber. Estaba adolorido pero lo suficientemente consciente como para pensar en irme a mi casa. Pero no, el dolor aumentaba a medida que despejaba las ideas fatalistas de mi mente e intentaba pararme. 

Lo que siguió es digno de recordarse solo como una anécdota de sobrevivencia. Una ambulancia llegó, dos paramédicas bajaron y me atendieron, me llevaron a un hospital, ese sí, de mala muerte, por el norte de la ciudad de México, donde, al ingresarme, no podía faltar la picaresca del seguro social, se les cayó el sistema. Mientras llovían mentadas de madre por parte de pacientes instalados en campamento en la sala de urgencias del Magdalena de las Salinas, acostado en una camilla por la que vaya usté a saber cuántos cuerpos han pasado, medité en el valor de estar en este mundo más allá de las preocupaciones por ser alguien. Existir... el privilegio de existir. 

Al hospital llegaron amigos y familiares, en ese orden. Aunque lejos de mi hogar, desde hace tiempo tengo una familia aquí, y mi concepción de familia ha cambiado mucho, ahora creo que puede ser incluso una sola persona. Mi familia o mi persona en la ciudad de México hizo frente a la tramitología para que yo recibiera atención médica, mientras a mí me revisaban descartando costillas rotas y concluyendo que mi problema era menor. Unas horas de observación y usted será dado de alta, joven. No podemos darle más que un día de incapacidad, ya ve usted, joven, como es esto. 

Volver a la vida es una sensación que inicia desde el momento en que ves un auto acercarse a toda velocidad a ti y piensas: ya valí. Pero solo varios días después comprendí el significado de volver a la vida que pasa obligadamente por replantear los objetivos a futuro. Mucho tiempo medité en mi futuro desde que era niño. Hoy, con 24 años a cuestas y un porvenir más bien pendiente, no me obsesiona pensar qué será de mí mañana o dentro de 10 años. Lo que sí me preocupa es que soy justo ahora que escribo estas líneas. En qué me he convertido con el paso del tiempo que se detuvo durante unos segundos cuando el año pasado mis ruedas y las de un desconocido se encontraron desafortunadamente y a hora pico. 

Creo que sobrevivir a un año como 2013, con esos cabalísticos últimos dos dígitos, que nunca he entendido por qué lo son, tiene su mérito, tanto más cuanto los daños fueron casi inexistentes. La probabilidad de morir en una ciudad como ésta debe ir en aumento o es que ya crecí y antes no me daba cuenta en qué DF vivía. En cualquier caso, he transitado de mentalizar el futuro a existir con la absoluta seguridad de que puede esfumarse cuando menos me lo espere. Y por ello doy gracias a Dios, a la vida, al destino que, en el peor de los momentos, me recordó la importancia de sonreír gratuitamente a los demás. Especialmente a mi familia. 

2014, creo y apuesto, será un mejor año.