lunes, 24 de octubre de 2011

Hermandad


Tenían muchos sueños por realizar. Aquella fecha era apenas el comienzo de una larga amistad. Lo esperaba sentado a un lado del asta bandera del zócalo de la capital. Habían quedado de visitar la exposición con motivo del bicentenario de la independencia nacional. Era la primera vez que se veían allende las paredes del salón de clases universitario y el amplio jardín donde ganaban el tiempo en compañía de jóvenes con intereses distintos y, sin embargo, semejantes en su necesidad de ser felices. Así se conocieron, en el marco de una clase con un profesor medio sordo y medio ciego, que compartía toda clase de anécdotas sobre su larga vida, durante la cual se formó como economista en la Unión Soviética, aunque ahora presumía más su profesión de gastrónomo. Tenía el mote de "Miyagui", más por el parecido físico que por las técnicas de combate, ya que enseñaba más dichos y refranes populares que su módulo de Conocimiento y sociedad, sin menoscabo de la sabiduría transmitida, la cual siempre acompañó de un énfasis en la conciencia social que debíamos asimilar como inherente a nuestro papel de universitarios.

Durante unos días con viento raro, de esos que aparecen por cualquier época del año inexplicablemente, el menor comprendió que no podía seguir viviendo así. Recordó el consejo de tiempo atrás acerca de que todos debemos contar con una persona, quien sea, en la vida, para contarle todas las cosas que nos afectan; los problemas por los que pasamos y las posibles soluciones que tenemos a nuestro alcance. Así fue como se presentó en su totalidad, no en las múltiples facetas que tenía más que ensayadas, sino auténtico en sus debilidades, transparente. Nunca imaginó su reacción, simplemente porque no la hubo. Comprobó que aún hoy la sinceridad puede sobrevivir, en medio de los estereotipos y prejuicios que inundan la cotidianidad. La verdadera libertad se consigue cuando se tiene a alguien que puede escuchar con paciencia y hablar con amor al corazón desconsolado. Entendió que no se trata de un ideal político, como de una actitud hacia el otro. Saber que podemos mostrarnos tal y como somos con alguien que entiende nuestra circunstancia es invaluable, la mayor prueba de confianza que existe. Decir todo lo que se tiene que decir es el primer paso para vivir una vida bajo la luz... aquel sábado se alumbró por primera vez en años.

Las risas espontaneas alentaban su corazón. Había perdido la esperanza de hallar lo que no se busca, lo que simplemente se da. No obstante, él le había demostrado que siempre se puede confiar y nunca se debe temer a estar solo. El futuro parecía incierto según los cálculos humanos, que tampoco pueden predecir catástrofes como la del tsunami de Japón y, sin embargo, ahora comprendía que todo pasa por algo y si queremos nos ayuda para bien. Juntos han entendido su fragilidad, su situación ante el mundo, lo pasajero del tiempo y lo inútil de las pretensiones si se encaminan a satisfacer el egoísmo. Ahora se tienen el uno al otro, no dejan de pensar en lo inesperado de su cruce de caminos en la vida, pero estoy seguro que quieren verse más allá de ésta. Saben que no se puede terminar aquí, en medio de los males que nos roban el tiempo. Les ha servido leer la verdad, conocer al artífice de su encuentro, porque, en efecto, ellos no previeron su amistad. Lo que sí han forjado va más allá: es hermandad. En realidad no importa que suceda después, que traiga consigo el día de mañana, porque ambos saben que siempre se tendrán. Uno de ellos lo supo cuando la señora que atiende el local donde come casi todos los días le preguntó si era su hermanito, -no, él es el mayor... yo soy el pequeño, se dijo.

martes, 11 de octubre de 2011

Amor

Pensé en el día que me despida de este mundo, pero enseguida me cuestioné si habré de despedirme, ¿por qué?. Del mundo no, de varias personas que he conocido aquí sí. En la vida, solemos mirar siempre al futuro y desdeñamos vivir el presente, como dice el dicho "el aquí y ahora". No digo que esté mal trazar un proyecto de vida, pero ¿qué valor tiene empecinarse en el porvenir cuando no sabemos que nos traerá el día de mañana? Algunos nos agobiamos pensando en las muchas cosas que debemos hacer para obtener beneficios. Creemos que el esfuerzo no es el fin sino el medio, anteponemos el premio a los méritos, la cima a la escalada. Así que, en esta entrada, quiero exhortarlos a guardar la calma, a deshacerse de todas sus preocupaciones y dejar que el control de las cosas lo tome el factor D.

Hace varias semanas pensaba en todo y difícilmente hacía algo, algo bien digo. Porque buscamos hacer cosas buenas en nuestra propia opinión, hacemos como que hacemos, pero ocasionalmente nos cuestionamos sobre el sentido de las decisiones que tomamos y de las acciones que llevamos a cabo. A mí me servían los regresos a casa, en ese espacio perdido en el tiempo que he denominado la tarde-noche. Empieza por ahí de las siete de la tarde, todos los días. Pues bien, caminando en dirección al metro, cruzando el puente desde donde se pueden ver mil coches en letargo, levantando la vista al edificio más alto del país, me ahogaba en mis cavilaciones. Luego platicaba con un compañero de trabajo sobre decepciones naturales de vivir (de vivir así), de los fracasos que terminan por ser la manera más agradable de ver transcurrir los años. Algún chispazo debían tener aquellas charlas, los chistes del viejo acerca de cualquier cosa. Al cabo, era fácil reír después del fastidio de la lenta marcha de los trenes.

He entendido el verdadero sentido que tienen mis pasos cada mañana que me levanto y miro el horizonte gris, de la Ciudad de México por supuesto. Cuando subo al autobús y me apretujo entre decenas de personas que tienen obligaciones cotidianas y parecen haberse acostumbrado a vivir así. La mayoría se ven apagados, sin un brillo en la mirada o una sonrisa que alegre su rostro; la mayoría ha dejado de entender el porqué de su existencia o simplemente nunca se enteró cuál es. Al mediodía me detengo a comer en una fonda adyacente a una terminal de trenes y otra de camiones que vienen del interior del país. Acompaño los alimentos con las pláticas de la gente que ahí se reúne. Algunos tan solitarios que ni siquiera platican conmigo, o es que yo tampoco he tenido la iniciativa de preguntarles cómo están. Aprovecho el estado de relajamiento que da haber comido bien para dormir un rato de camino a la oficina y entonces, ¡crack!. Por los vagones deambulan los miserables, afuera de los andenes los pobres.

Desde hace tiempo los reconozco, confrontan mi bienestar, me hacen ver mi situación... que mis problemas son nada. Desde niño, recuerdo haberme conmovido y ya; cooperar con un peso que nunca afecta mi economía y ya; incluso haber deseado hacer algo por ellos y ya. Pero últimamente no puedo librarme de la voz en mi mente: "actúa". Pongo de ejemplo a los que observo en mi tránsito diario, pero creo que el llamado es por todos los necesitados, ¿y quiénes son éstos? Acostumbrados a la posesión material, hemos dado el título a los que no tienen dónde vivir y pasan frío en las calles o a los que no tienen qué llevarse a la boca y sufren hambre. Ahora sé que no son los únicos, todos necesitamos amor en primer lugar. El amor es indispensable para existir, sin él podemos morir cuando quiera. Por eso hay personas que deciden suicidarse cuando han perdido a quien "satisfacía" su amor, aunque él o ella no hayan muerto físicamente.

Una frase no deja de maravillarme en sus tres palabras: "Dios es amor". Por doquier la leemos y forma parte de una conciencia de saber que contamos con alguien más "sí, está bien, existe". Lamentable es que no terminemos de comprender su significado, que no podamos actuar con base en su trascendencia. Los últimos días he buscado a Dios. No lo digo pretendiendo causar alguna reacción en quienes me leen, sólo comparto mi dicha. Acostumbrado a tratarlo "de oídas", he podido conocerlo en poco tiempo. Me ha asombrado la entrega de Jesús, la misión que decidió realizar por ti y por mí, en pos de entregar salvación a los perdidos. Lo envió para anunciar las buenas nuevas a los pobres, proclamar libertad a los cautivos... ¡dar vista a los ciegos y poner en libertad a los oprimidos! Cuán grande fue su propósito que los mismos que debían alegrarse por su compañía, lo odiaron y le dieron muerte. Un justo por generaciones de injustos, un hombre bueno por millones de malvados.

El amor puede sanar cualquier herida. Es tan poderoso que logra lo que ningún medicamento puede hacer: curar el alma. Restaura lo que se corrompió y otorga el impulso para hacer obras grandiosas. Esto cuando se entiende el propósito de vivir este mundo tal como lo conocemos y estamos dispuestos a negarlo al morir a los deseos que implica una realidad corrupta. No es fácil, obviamente, pero ahí está Él, con los brazos abiertos, esperándote a que le entregues tu vida. Mirándote de frente, no para condenarte, sino para comprenderte y perdonarte. A menudo escucho personas que coinciden en creer en Dios a su manera, claro, porque también creen en el amor a su manera. No terminan de conocer el sentimiento más sublime de los que tiene el ser humano. Tal vez esto explique por qué la gente ha perdido el brillo en la mirada, tratando de amar reprochando no recibir a cambio lo que le falta. Yo era de éstos, buscaba y no encontraba. Siempre con la expectativa de dar lo mejor de mí, terminaba por arruinarme los días con resentimientos absurdos. Aborreciendo la injusticia, me hice injusto.

No sé cuánto tiempo permanezca en este mundo, pero tengo la plena convicción de que quiero usarlo para servirle. Mostrar el rostro de Jesús a los necesitados. A los que han sufrido acaso sin motivo aparente. A los que nacieron ciegos para que la gloria de Dios se hiciera evidente en su vida. A los que peregrinan sin esperanza, muertos en vida, creyendo que la vida es el goce de los placeres terrenales y nada más, que el cielo y el infierno son etapas circunstanciales de la vida. Hoy quiero transmitirte esperanza, decirte que su amor es inconmensurable y sólo tienes que buscarlo. Tan infinito que no podría explicar este momento si no fuera por él. Mi vida habría quedado atrás hace tiempo.

Un momento... ha quedado atrás.