miércoles, 29 de febrero de 2012

Humanismo en el campo de batalla

Dos momentos. Uno en mi UAM, la unidad Xochimilco; el otro en la que acababa de conocer: la unidad Iztapalapa. Asistí al primero de éstos porque leí el nombre del ponente en el cartel. Se trataba de un especialista en temas de seguridad, el doctor Edgardo Buscaglia. En el marco de un seminario sobre violencia y crueldad en México, decidí ir y escuchar el mensaje de la conferencia inaugural. Previo a la hora, estuvieron repartiendo playeras blancas con una mancha de pintura roja a la altura del pecho. Simbolizaba la consigna que nos hemos apropiado los universitarios del país: "No más sangre". Claro que cuando generalizo lo hago consciente de los alcances. No es que todos los estudiantes de universidad estén de acuerdo con la manifestación, la protesta y la indignación, pero considero que los comprometidos con la universalidad formativa en valores universales, obvio, sí comparten el rechazo al problema y a la 'solución' de este gobierno que afortunadamente ya se va. Vivimos tiempos de barbarie.

En la Sala de Consejo Académico se hizo una representación de los muertos de esta guerra por parte de mis compañeros. Tirados en el piso y amontonados algunos, los demás de pie, guardamos un minuto de silencio. Se trataba de mostrar nuestro repudio por el asesinato cruel de miles de mexicanos que, enfrentados entre sí, dejaron de ser personas para el Estado y se cuentan como estadística tangencial; como daños colaterales. El investigador de talla mundial se refiere a la protesta escénica como algo conmovedor que no había visto en medio de la crisis de seguridad que vive México. En una casa de estudios como la UAM se convoca a repensar el papel de la universidad ante el clima de violencia. Él recuerda que ha perdido amigos en conflictos armados alrededor del globo; habla de unos que murieron en Afganistán hace unos años. Y así, con la voz quebrada, se adentra al tema, ya no de diagnóstico, sino de alternativas posibles. Una prospectiva que los jóvenes soñamos y los adultos no contemplan. No luego de las decepciones con que la vida los ha marcado. Las que se han acrecentado en estos años.

Sabemos que el problema del narcotráfico no es aislado. Creció, más bien, debido a las fallas de un sistema político que se degradó, a no ser que siempre fue igual de corrupto, nada más que no nos dábamos cuenta con tanta facilidad. Así que el especialista propone soluciones de fondo para el largo plazo. No obstante, sabemos que lo que se vive en varias zonas del país, cuando no lo vivimos en carne propia, es una situación de alarma permanente. Donde los espacios públicos han dejado de serlo y no se puede caminar tranquilo por las calles o visitar las plazas o salir de noche. El miedo a sufrir daño se ha convertido en terror a vivir. Ante esto, la incompetencia de los gobernantes, que no temen tanto con el aparato que los cuida. Pero que no se acabe el fuero... Como sea, más allá de lo corpóreo, lo que noto en todo este tiempo de psicosis colectiva contenida es el desgano de la mayoría de mexicanos por hacer cualquier cosa que contribuya a vivir bien. No sólo en lo económico, pensando en los bienes materiales que nos otorgan alguna dosis de bienestar, sino sobre todo en lo espiritual, tomando en cuenta los bienes imperecederos, aquello que marca nuestra vida por ser trascendental; lo que da sentido a despertarse cada mañana y no seguir durmiendo. Esta dimensión humana es para mí lo primordial si queremos salir adelante. Con ello, quiero decir ser sinceros y sensibles. No enfriarnos en lo público.

Once treinta de la mañana: descenso en un metro de la delegación Iztapalapa. Camino hacia la UAM-I a escuchar la ponencia del doctor Boaventura de Sousa Santos, Premio México de Ciencia y Tecnología 2010. El profesor portugués es una figura mundial de las ciencias sociales y viene a presentar una ponencia sobre lo que llama una teoría socio-jurídica de la indignación. Suena bien el tema. Conozco el campus brevemente; llego al auditorio. Ahí me encuentro a un compañero de mi carrera en Xochimilco. Sucede que, en el discurso inaugural, anuncian el asesinato de un profesor del área de psicología social a las puertas de la unidad. Asesinato cruel, artero, indignante... Santos le dedica su participación. Nos habla de su epistemología del sur. Abunda en el paradigma novedoso que rompe dicotomías de pensamiento clásico y aborda los problemas de la realidad social desde sus principales protagonistas: los oprimidos, por decir lo menos. De eso nos habla, de la vida que han llevado quienes no conocieron el pasado como algo digno de ser recordado porque nacieron esclavizados por las cadenas del colonialismo. Quienes hoy no conocen mayor horizonte de futuro, simplemente porque no lo tienen a causa del capitalismo feroz. Ese que siempre maximiza las ganancias de un individuo egoísta. Precisamente por eso es individuo. Hoy, la comunidad tiene que reivindicarse como opción, pero de la mano de una nueva forma de entender el mundo a partir del conocimiento transdisciplinario. También, políticamente, de la retaguardia intelectual.

No hay una noche que no llegue a mi casa, dé un gran suspiro y me pregunte si valió la pena vivir un día más. No siempre respondo afirmativamente. No me considero pesimista, pero con mayor fuerza cada vez, me provoca más asco encontrarme inmerso en una sociedad que nació, conceptualmente, para ser egoísta. A diario quisiera vivir ratos que me hagan pensar diferente. Mirar el vaso medio lleno. Sin embargo, me doy cuenta que en esa búsqueda me convierto en lo que aborrezco: un egoísta. Entonces quisiera que mis amigos estuvieran ahí para mí, escuchándome y entendiéndome. No es el caso, muchas veces; pero no hay por qué lamentarse. Debemos empezar por ser amables por los demás, no por nosotros mismos. No vanagloriarnos en lo que consideramos buenas acciones, sino esforzarnos por hacer la diferencia en cada detalle. Sin anteponer excusas, simplemente siendo congruentes con la libertad y la bondad. En la medida que el ideal sea más poderoso que la necesidad, que los valores superen a los objetos y la amistad sea real y no una idea hueca que sirve para sentirse acompañado, no sólo nos sentiremos mejor, sino que, sobre todo, dejaremos una huella imborrable en un mundo que ha sido mutilado de su esencia humana. Los humanistas, hoy, podemos y debemos ser todos.

viernes, 24 de febrero de 2012

Hotel boutique

Sumergido en un sopor involuntario que prolongaba la agonía de la incertidumbre, soñaba con rodearse de un montón de personas con las que convivía a diario por las calles, avenidas, plazas, parques y auditorios donde hacía su vida pública. 

Sobre todo con las mujeres jóvenes que siempre parecían frescas y despreocupadas; más bien entretenidas en pláticas sobre cualquier cosa; ajenas, eso sí, a las crisis existenciales de un sesentero promedio. En fin, ya no podía escapar de la rutina tragicómica de todos los días, sin embargo, podía tomar el lado amable de las cosas. Convivir para aprender, y aprender a convivir. En medio de las cavilaciones de una mente abrumada, que al mismo tiempo se sentía lo bastante vacía para encaminarse a recordar, levantó el teléfono, consciente de las implicaciones económicas, para hablar con alguien que le recordara algo de los momentos gratos que alguna vez había vivido.

La voz irreconocible. La ligera amabilidad en el saludo. Y después el reconocimiento mutuo. El saber que finalmente se es amigo o no se es; como un enemigo privado le había señalado alguna vez. 

Supo que saludaba a alguien que lo conocía bien y al mismo tiempo nunca había congeniado realmente con él. Su carácter era una especie de repelente para alguien con una soberbia muy bien guardada, que luego de algunos años se había tragado a fuerza de golpes. Así desahogó pormenores acerca de la escuela y el trabajo, jamás intimando más allá, puesto que parecía ver reducido al trato superficial ese recuerdo tangible. 

Derivado de un asunto de esa índole: superficial, se acordó de que compartieron un momento bonito. Algo digno de recordarse más allá de un año después (a punto de cumplirse). A él lo habían premiado por sobresalir en alguna disciplina onírica, y junto con ella acudió a la cita del festejo. Sucedía en una de las calles más recónditas de su ciudad favorita, la que siempre confundía con la Europa más rancia que solo conocía por imágenes. Era un hotel boutique de nombre burgués. Comían platillos típicos en una atmósfera de soberbia notoria y vergüenzas restringidas. Así volvió a saborear en el paladar el sabor a una copa exquisita de agua de no sé qué. Era caminante designado ese día.

Luego de algún reclamo por ocupar un lugar más cuando la invitación era personal e intransferible, esbozó la razón de matrimonio como justificante. La señaló como su prometida y ello limó toda aspereza que podía causar la presencia de un asiento más en las condiciones de un lugar de alta alcurnia, si es que este término es entendido por alguien en aquel remoto lugar. 

La convivencia se perdió entre su aferrado interés por encontrar algún interés en los interesados ojos de su compañía. ¡Vaya absurdo! Pero es que comenzaba a sentirse solo por esa época. De por sí no tenía un programa de salidas como la mayoría de los de su edad. Su vida le resultaba tan monótona ahora como para no sentirse mal cuando ella se desapareció enfrente de él con quien sí era su compromiso. 

Abandonado en el centro de la ciudad, no tuvo más opción que caminar sin rumbo hasta que, por algún destino, llegó a recoger sus cosas al hotel donde se quedó en su propio pueblo. Así de extranjero empezaba a ser y ya era. Desplazado de la que había sido su tierra y sin encontrarse en ninguna parte. Después de todo no lo afectaba la polémica sobre su nacionalidad local como sí lo hacía la impotencia de conocer y estar con alguien que llenará sus anhelos en aquel momento.

De poco servía lamentarse ahora. Las cosas en su vida estaban escritas en función del siempre imposible cambio del pasado. Pero la prospectiva seguía sin estar clara. Por ello, decidió escuchar música y dejarse llevar por una historia que hablaba de amor y desamor, mientras la cantaba un sujeto histérico, al que muchos acusaban de soberbio, que vendía cara su presencia inmutable de sonrisa perfectamente impostada. 

El ejemplo de un hombre muy probablemente vacío en cuanto a sentimientos y afectos, que aparentaba muy bien ser el arquetipo de éxito en varios aspectos de la vida en sociedad actualmente. Se divertía con la psicosis colectiva de un concierto donde convergían, con mayor seguridad, toda clase de pensamientos. Como si la gente se olvidara de todos sus problemas, frustraciones, infortunios y un largo etcétera por al menos noventa minutos que valieron lo que cuesta mucho dinero. Hace tiempo que no disfrutaba un concierto con las características que observaba, más bien se había acostumbrado a la solemnidad de la música dedicada a una sola tradición y que cumplía fines de antemano conocidos. 

¿Qué seguiría después de esa cita? Quién sabe. En realidad, preveía volver a su cuarto, cada vez más tirado, según comentaristas. Quizá se perdería nuevamente en los trascendidos del internet, que cobraba cada vez mayor importancia para su desolada vida. Lamentable era tener amigos e incluso mejores amigos de fotografía, pose, apariencia y enredo tecnológico. 

Fuera de eso, era fácil mantener una relación del tipo: cinco horas a la semana por medio de una pantalla, cinco minutos a la semana en un encuentro personal. Que lo hastiaba la situación, sí. Que no se consideraba capaz de revertir el statu quo, también. Ya no después del fracaso de una noble empresa, que, con sus matices, había representado mucho para él. 

Sabía que tendría que amanecer en algún momento. Sus ojos brillarían en el despertar de un nuevo día. Pero no creía que fuese pronto. No ahora que volteaba para donde fuera con tal de encontrar a alguien dispuesto a mirar las cosas más o menos con el mismo matiz, y sólo se daba de topes con cualquier pared. En serio se había tragado por completo la idea de que le hacía falta una novia, o en su defecto una amiga lo bastante cercana para compartir con ella escenas inolvidables. 

Desistía de enfrentar la frialdad del mundo pero no tenía a dónde escapar. Quizá le quedaba el hotel caro, ese del que guardaba un buen recuerdo. La cuestión no era qué, dónde, cómo, por qué, para qué, simplemente con quién. Y eso nadie lo sabía.

domingo, 12 de febrero de 2012

Lo que el viento no se llevó

Abrazados a mitad del camino, en medio de avenidas concurridas que lucían mucho menos pobladas en la madrugada, entendían su circunstancia. Poco a poco la noche les había revelado varios secretos que no previeron cuando se dirigían a la fiesta de despedida (insisto, si cualquier despedida puede ser considerada como tal), de una amiga entrañable en la medida que reciente. Peculiar en su forma de actuar, con buenos modales a prueba de balas. 

Los más recientes días habían estado, más que nublados, profundamente grises. Ya no recordaba el azul intenso de hace poco, cuando vacacionó en su provincia. Ahora se encontraba bajo el mismo cielo que ella, pero padeciendo los pardos colores de las mañanas, tardes y noches, que si no lo deprimían, contribuían a que cualquier motivo fuera propicio para llorar. Sabemos que su carácter en apariencia fuerte sucumbe ante los más variados temas, sin menoscabo del realismo con que se emparenta con la circunstancia ajena. La que hoy es propósito, meta y misión.

La sombra reflejada en la pared del departamento se diluía entre tanto ruido y ajetreo de personas yendo y viniendo en unos cuantos metros cuadrados, que lo mismo servían de pista de baile, conversatorio, comedor, sala de estar y hasta fila de espera. No obstante el poco espacio, el bombardeo de recuerdos de tiempo atrás al notar la presencia de algunos entes demasiado racionales a su parecer, lo llevó por caminos inhóspitos en una noche que pintaba para ser todo menos eso.

Y es que el enamoramiento lo atrapaba en melancolías que también se disiparon en cuanto observó la presencia del príncipe azul de su doncella itinerante. Antes de dejarse llevar por la desesperación de saberse inmerso en varias horas de celos rebeldes y obsesiones vanas, decidió disfrutar la ocasión. Pocas veces ya, salía a reuniones de esa índole. Y no es que se hubiese jubilado de las celebraciones casuales que reúnen personalidades disímbolas, lo que siempre ha disfrutado. Simplemente el tiempo ha transcurrido muy rápido de unos meses para acá. La incertidumbre al acecho ha minado su escasa sociabilidad.

Los días pasaban con la tranquilidad aparente de un año que apenas comienza y, sin embargo, parece haber terminado un día antes. Es como si el ayer fuera el medio día de hoy que ya es mañana. Así de complejo el panorama del tiempo y del clima, que son cosas bien diferentes, caminó desde varias cuadras atrás de la parada habitual del camión en el que se transportaba a la escuela. Durante una hora estuvo papando moscas en la avenida que rodea la ciudad de un extremo al otro, porque la lluvia no cesaba. Algo raro sucede en esta ciudad donde reside, puesto que no es normal que el natural hecho de llover lo descomponga todo. No ya nomás el tráfico vehicular, sino el ánimo en general. Éste es inversamente proporcional a los “viernes de quincena” que exacerban la autoestima de los asalariados todos. Incluyendo al personaje de esta narración algo inverosímil. 

Antes de ingresar a las instalaciones universitarias comió un taco de cualquier cosa en un puesto ambulante. Al grito de “barriga llena: corazón contento” se dirigió al aula, donde solamente palpó el silencio y la soledad; amigos éstos inseparables. Encontró, luego, en la cafetería, a sus compañeros de clase, que le dijeron que su profesor no había llegado. De repente, tres horas innecesarias de traslado bajo un cielo triste.

Acostumbrado como estaba a no dejarse llevar por las apariencias y mucho menos sorprenderse por algo inaudito, veía la alegría a flor de piel en la niña cuya inocencia se miraba a una milla. Alegría en el sentido más amplio. Puesto que era una especie de felicidad inducida por la bebida, quizá el estimulante más común en estos tiempos, además de las drogas que ahora usan para argumentar sin éxito la guerra en aquel país desgraciado. La chica mayor había pasado de la risa al llanto para volver a sonreír forzadamente a la hora de despedirse. Profesionista de las normas de trato social que hacen a uno quedar bien ante las personas más finas de lo que hemos llamado sociedad. Sea alta, mediana o baja; niveles o razas que vaya usted a saber quién impuso y cuándo lo hizo porque dicen que con eso ya se nace. 

No es como que uno decida zafarse de la cadena de delegación de actitudes que incluyen reconocimiento y desprecios. Precisamente, una avezada reflexión sobre este contexto lo condujo a llorar repetidas veces. Tan incomprensible le parecía el sistema de los hombres para vivir juntos porque la “comunidad” era un asunto, por así decirlo, elevado y por ende no compatible con la aglomeración que lo fastidiaba. En cuanto a concepto la admiraba, pero no es que se sintiera parte de alguna. Sólo de oídas sabía que existía.

Por afición y también por imitación, honestamente, tomaba fotos según la inspiración que, como cuando escribía, parecía llegarle sin previo aviso. Algunas eran objeto de críticas mordaces y otras tantas sobrevivían al ojo exigente para convertirse en bellas estampas de la realidad. No obstante, concebía el ejercicio de retratar cosas y personas como un asunto bastante personal. Una distracción que involuntariamente arrojaba convicciones, propuestas, visiones, de la totalidad. Tenía, pues, un rasgo más en común con el compañero de viaje que muchas veces caminaba junto a él hablando de cualquier asunto o guardando silencio para dejar que éste hablara por sí solo. Estos días daban a su vida un toque definitivo, al pensar que la existencia puede terminar de un momento a otro (obviedad que sin embargo cobraba realismo), y uno nunca sabe cuándo será el último saludo que dé o el último abrazo que sienta. 

Así, no resultaba extraño que mostrara su afecto sin miramientos, a contracorriente de los prejuicios de un mundo egoísta que, con mayor fuerza, reducía las expresiones de corazón a la monotonía de: ¿cómo estás?, bien. Harto de tanta simpleza se proponía demostrar a los demás lo importante que eran. Cualquiera fuera el escenario que viniera, se complacía a sabiendas de que habría dicho todo lo que sentía su corazón.

En suma, su vida discurría por llanuras solitarias, a la espera de encontrar un valle florido. Sabía que las posibilidades de hallarlo eran escasas, pero de por medio estaba la firme convicción de no vivir conforme a este tiempo destructivo, sino pretender la eternidad como prospectiva. Tal vez ese valle no estaba lejos; quizá ocurría que se había detenido innecesariamente, explorando los yermos paisajes actuales. Pero como sea, cabía un propósito en el páramo que habitaba. Lo supo cuando desahogó las penas en ese abrazo sincero, en el gesto hermoso de la bondad reflejado en una amistad épica, de esas que se perdieron entre la publicidad y ficción de un mundo desbocado. Al amanecer de un nuevo día, había recordado las líneas que el poeta nos legó:

‎"Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El caballero desistente


Había despertado tarde, quizá al medio día. Avanzó al baño y por una rendija miró el horizonte gris del sur de la ciudad. Ni un rayo de sol. Así había estado desde el fin de semana. El cielo cerrado, el ambiente gélido, el olor a calles sucias. Faltó a todas las clases en la universidad. La mente no le daba para pensar, anoche rompió en llanto luego de encontrarse con él. Tiempo ha que se lo topa por la colonia. Aunque no lo comprobó, notó también que lo perseguía sigilosamente, al acecho, ocultándose hábilmente. Don Egoísmo era una molestia constante. Y no le importaban los pretextos que tuviera, lo odiaba y ya. Sin embargo, difícil era deshacerse de él, en tanto que no lo buscaba, solito hacía su aparición.

En la carrera le enseñaban que el mundo moderno no se entiende sin la individualización que, hace siglos, inició el mercado. Cierto es que el Estado también tiene y tuvo su parte de culpa, pero don Dinero sigue siendo más poderoso; si el poder seduce, la riqueza más. Lo que a su alrededor observaba eran personas ensimismadas, complacidas con la inmediatez, viviendo el absurdo de aparentar tener, poder e incluso saber. Triste realidad. ¿Cómo hacerle frente a una avalancha de materialismo? La pregunta en el aire tenía a su vez respuestas al aire. Según él, tenía dos caminos: uno, mantenerse firme, en rebeldía, al ideal de entregarse por la gente, buscando incansablemente la amistad verdadera; el otro, darse por vencido, vivir conforme a los cánones de la actual existencia, encaminando sus esfuerzos a ver logrados sus fines personales, dejando de lado el bienestar ajeno, o aparentando interesarse por él. Interesarse no más.

Lejos, más allá de donde pudiera imaginar, había un sujeto igual a él en dilemas y vivencias. Se cuestionaba sobre el sentido de amanecer todos los días con la misma cara de fastidio, como si seguir durmiendo fuera la solución y quedarse para siempre dormido el paraíso. No tenía problemas de sueño, tenía problemas de despierto. Nada fácil subsistir en medio del caos de una ciudad hundida en la miseria. Entre las calles perdidas que convergen en ningún lugar. Así, en medio del estupor de sus días, anhelaba vivir otra vida, en un lugar lejano pero distinto al que lo rodeaba. Soñaba con un campo verde bañado de flores, donde el azul del cielo no estuviera manchado por el rojo de la sangre tiñendo la tierra. Ambos eran idealistas, qué se le va hacer. Los unía, a pesar de la distancia, esa pasión por creer convencidamente que las cosas no se pueden quedar así. Que lo predeterminado empieza después de la muerte, y que sus vidas aún no fallecían ante las desgracias de a diario.

La adversidad conspiraba en su contra. En acuerdo con el destino que ahora le sujetaba el abrigo para hacerlo caer. Manejaba su bicicleta a toda prisa, huía de la fatiga, le decía adiós al aburrimiento, se alejaba del sopor. ¿Hacia dónde? Qué ruta seguir cuando se ha perdido el mapa. La razón del viaje no. Por supuesto que el argumento estaba vigente, pero las vías de realización no estaban claras. Había dejado de creer en las palabras, cuando siempre se aferró a su don. Transcurría como un discurso que se diluye en la indiferencia del público. Cabizbajo y al mismo tiempo recto, con el semblante cansado, pero con la mirada fija, se mantenía en pie desde temprano. Los horarios eran su obligación y ahí estaba él, checando las horas, cumpliendo con el saludo formal, diciendo "buenos días", "buenas tardes", "malas noches" en su mente. Poco quedaba de su afán dirigente, el liderazgo era categoría obsoleta. Antes de transitar al país de los sueños y pesadillas (claroscuros de una conciencia), sonreía. Sentía la música hasta lo más hondo de su ser, una canción que refería al "fondo de su corazón", al "delirio del alma", y se la imaginaba...

Un murciélago se aproximaba a la ventana de Mariana, se posaba en la parte superior, volteaba al interior del cuarto. Ella acurrucada, no tenía ni la más remota idea de la pasión hacia su todo. Su vida siempre fue tan simple. Alejada de esos conflictos existenciales, sumida en las preocupaciones del día de mañana. También enamorada, profundamente enamorada de alguien que le correspondía y hacía feliz. Eso era la vida quizás, ese el punto de equilibrio del egoísmo más cruel. ¿Valía la pena seguir luchando? Tal vez. Nunca de niño leyó las aventuras del Llanero solitario, pero por alguna razón se sentía íntimamente ligado a su contexto. El mismo que había terminado de entender con Agilulfo, otro héroe peculiar. Un paladín que inspiraba porque existiendo no era... Pero finalmente fue, la novela de Calvino lo hizo e inmortalizó. Y toda su historia, la plagada de batallas y sinsentidos, la que se disolvió en el aire, había dado al día de hoy un motivo, un tremendo motivo para seguir leyendo y escribiendo. Como forma de amar a la distancia y de amarse en la cercanía de sus sentimientos. Sus irrebatibles sentimientos...