jueves, 22 de octubre de 2015

2016: el queso antes que la ratonera

En Oaxaca hay muchas cosas que parecen no tener solución, una de ellas es la forma de hacer política cada seis años. Se considera al cambio de sexenio como la única época para debatir los proyectos de desarrollo del estado y aun para sacar a relucir todos los defectos de los adversarios. La situación es reflejo de una gran pobreza intelectual. La política no debería traducirse en la confrontación sin sustancia que pondera lo superficial: quién será candidato, quiénes apoyarán sus ambiciones, tiene o no el talante de líder; hasta caer en el absurdo de si el candidato es guapo o no lo es. Estas cuestiones de formato basadas en el marketing no hacen la diferencia entre un pasado autoritario que preferimos olvidar y un presente en el que creemos vivir la transición democrática. Que las campañas políticas sean el centro de atención pública deja mucho que desear, pues no es a través de ellas cómo se definen los intereses colectivos y se logran equilibrios sociales. En ellas se disputa el poder entre las élites acostumbradas a lo chabacano.

En tiempos electorales hay que esperar lo peor de todos los contendientes. Las fracturas al interior de los grupos son comunes y es normal que la traición se guarde para el arranque del proceso electoral. En Oaxaca los últimos días han dado cuenta de ello. Una nota en un periódico de la prensa nacional atacando al gobernador del estado; una polémica inacabada en torno al centro de convenciones de la capital; pero también un intenso activismo de los funcionarios federales y de los legisladores que quieren convertirse en gobernador; el desafío de la CNTE que no quiere perder sus prebendas. Un escenario convulso por donde se le vea mientras el círculo rojo conjetura los futuribles con intuiciones del tamaño de un garbanzo. En la marcha hacia 2016 no hay una reflexión profunda de para qué se quiere usar el poder sino una guerra contenida en la que pronto habrán de aventarse lodo todos los involucrados. El debate público tristemente se somete a lo circunstancial y no al proyecto de estado que afectará a todos los oaxaqueños.

Esa inmediatez con la que se piensa la cosa pública no es nueva, pero adquiere otro cariz una vez que México como nación y Oaxaca como entidad federativa han vivido procesos de transición democrática por muchos años, por lo que se esperaría que la fuerza de los votos se hubiera traducido ya en una cultura política distinta. Es decir, que lo electoral hubiera cedido paso a la construcción de una ciudadanía verdaderamente activa, que pondera su participación —más que en los procesos electorales— en la definición continua de la agenda pública y en la búsqueda de las soluciones basadas en el conocimiento y respaldadas en el consenso de mayorías cada vez más amplias. Ese panorama, por deseable que sea, está lejos de ser la visión presente para Oaxaca. Sus políticos siguen pensando en horizontes de tiempo realmente cortos; nada más lo necesario para conseguir un cargo público mejor remunerado. En el camino deja de importar si se logran proyectos de trascendencia social, y se vuelve preponderante ganar adeptos a los intereses personales o de grupo con los que unos cuantos aseguran el control de los recursos por más tiempo.

La campaña que ya empezó será la repetición de las viejas formas que modelaron por décadas al sistema político mexicano. Costó mucho trabajo abrir el sistema electoral y de partidos a la pluralidad política, e incluso hoy se siguen recordando las máximas de Reyes Heroles cuando fue el secretario de Gobernación reformador, como aquella que reza: “lo que resiste apoya”. También se recuerda la conformación del Frente Democrático Nacional en 1988 cuando la oposición llegó más fuerte que nunca a una elección presidencial de la que nunca se despejó la sombra del fraude electoral. Seguiremos viendo las imágenes de la celebración de Fox en 2000, con el panismo más guanajuatizado que nunca; gente llorando y gritando mientras el presidente Zedillo confirmaba por televisión que por primera vez un partido distinto al PRI llegaría a Los Pinos. Todos esos símbolos seguirán siendo importantes para quienes se interesan un poco en el pasado reciente de su país, pero, no obstante, nos recordarán que los símbolos no bastan para consolidar el rumbo de un pueblo.


De ahí que la elección de 2016 para Oaxaca represente un gran reto y al mismo tiempo un serio problema político, pues se pondrá a prueba la solidez del proceso democrático después de la alternancia de hace seis años, pero además, se confirmará que por sí solo ese proceso no garantiza el rendimiento institucional de los próximos años. Si de por medio no hay un examen crítico del pasado reciente y una planeación prospectiva que pondere los próximos treinta o cincuenta años, nuestros políticos oaxaqueños pueden seguir disputándose el queso aunque, como reza el clásico, después se arrepientan y solo busquen desesperadamente salir de la ratonera. 

Una oratoria única y exclusiva

La academia de oratoria “Hablando el Corazón” celebró su IV aniversario con un concierto de gala al lado de la Orquesta y Coro Esperanza Azteca en el histórico Palacio de Gobierno de Oaxaca. Su patio central se vistió de gala para un evento sin carácter político; ahí reunida, la sociedad civil revitalizó el inmueble que es cabeza administrativa del gobierno estatal. Durante cuatro años, “Hablando el Corazón” se ha convertido en referente de la práctica de la oratoria a nivel nacional, pero no es una escuela convencional que solo prepare cuadros para participar en los certámenes convocados por escuelas y en eventos cívicos. El mérito tiene que ver con la visión de su fundador, David García Pazos, quien estudió derecho en la Universidad Anáhuac, pero ha dedicado todo su tiempo al sueño que tuvo desde niño: ver en la oratoria un instrumento de transformación social.
Por percepción, muchas personas dirán que la oratoria es un “rollo” que sirve para hablar mucho y no decir nada, pero percepción no es igual a realidad. En los hechos, hablar con elocuencia es solo el principio de un arte aún más complejo: la argumentación. De acuerdo con Hannah Arendt, “el sentido de la libertad en la Grecia antigua estaba unido a la polis —ciudad Estado— que surgió para asegurar la permanencia de la grandeza de los hechos y palabras humanos”. Dentro de ella se podía ser libre y esta libertad estaba basada en hablar en presencia de los otros y con base en un trato entre iguales en la publicidad del ágora.
En julio pasado impartí en “Hablando el Corazón” un curso intensivo de verano que titulé “Construcción de opinión pública”. Fue refrescante compartir el tema con niños y jóvenes con anhelos vastos. Durante mi participación comprobé qué hace diferente al proyecto; por qué de repente muchos niños se interesan en la oratoria como cuando yo era adolescente se interesaban en el fútbol. Y es que han visto en la oratoria la posibilidad de alcanzar un sueño, pero además, en el camino que lleva a él, han aprendido a conducirse con una determinación ética. Como parte del curso hice una dinámica de análisis de textos en la que leímos un par de cuentos de Etgar Keret, el escritor israelí que ha ganado fama mundial por su novedad narrativa.
Uno de esos cuentos se llama “Un pensamiento en forma de cuento”. Es la historia de un joven que vive en la Luna en medio de una sociedad basada en el orden de las cosas ligado al de las palabras. Bajo ese orden las ideas se materializan en forma de diferentes objetos, por ejemplo, el amor paterno en un cenicero. Uno puede saber qué están sintiendo los demás si observa los objetos que hay a su alrededor. Lo que hace al joven especial es que cree que todas las personas tenemos al menos un pensamiento único y exclusivo, y su sueño es ir en pos de ese pensamiento para lo cual construye una nave con objetos que el resto de sus semejantes usan para fines menos atrevidos. Al notar que su empresa es una locura, sus vecinos deciden desmontarle la nave y encerrarlo en un calabozo de un metro por un metro. El cuento termina cuando el joven en absoluta soledad tiene un último pensamiento con la forma de una soga de la que decide colgarse. Al paso del tiempo, a los habitantes de la Luna les entusiasma la idea de tener su propia soga y hacen lo propio. Por eso cuando los primeros astronautas llegaron al satélite solo encontraron hoyos, las tumbas de esa antigua sociedad, pensamientos sobre nada.
Fue sorprendente escuchar las diferentes interpretaciones que las y los alumnos ofrecieron sobre el cuento. Cada interpretación única y exclusiva me hizo pensar que lo que le falta a muchas escuelas del sistema educativo en Oaxaca es justamente lo que le sobra a la escuela que conocí: imaginación. Es difícil saber hasta qué punto la vocación de una persona se encuentra en actividades complementarias a la formación obligatoria, de lo que estoy seguro es que la convivencia sana, el crecimiento en valores y la práctica de un arte son aliados en la definición de la vocación que nos acompañará el resto de nuestra vida. Y en este México nos faltan vocaciones verdaderas.
Arendt señala que “uno de los elementos más notables y estimulantes del pensamiento griego era precisamente que desde Homero no existía una tal escisión fundamental entre hablar y actuar, y que el autor de grandes gestas también debía ser orador de grandes palabras —no solamente porque las grandes palabras fueran las que debían explicar las grandes gestas, que si no caerían mudas en el olvido, sino porque el habla misma se concebía de antemano como una especie de acción”. A la clase política del país le falta oratoria, y también a la sociedad civil que en su despertar está llamada a enfrentar la adversidad con palabras no solo precisas sino también bellas.
Ahí tenemos un buen ejemplo con la academia de David.

La coalición de izquierda que viene

Los vientos sucesorios en Oaxaca están desatados. En 2016 se renovará el Congreso local, las presidencias municipales bajo el sistema de partidos políticos y se elegirá Gobernador del Estado para un periodo de seis años. Aunque se buscó que el próximo sexenio se acortara para empatar elecciones locales y federales, la iniciativa no pasó en la LXII Legislatura, caracterizada por su chabacanería, llevada al límite de aventar gas lacrimógeno en el salón de sesiones para imponer decisiones que no se toman en los órganos deliberativos formales del estado. En Oaxaca la política no se consensa institucionalmente sino subrepticiamente. La negociación cerrada impera por encima de Lo Público. ¿Tenía sentido empatar elecciones en 2018? Creo que sí, es racional ajustar los calendarios y generar economías de tiempo y dinero, con el positivo de que en elecciones presidenciales la participación ciudadana es mayor. Sin embargo, esa lógica no operó en la mayoría de los 42 diputados locales. También está el detalle, no menor, de reducir a un mínimo de tres años el tiempo de residencia efectiva en Oaxaca para quien quiera ser gobernador. Para nadie es un secreto que esta modificación dentro de la reforma político electoral fue dedicada al principal aspirante del PRI a la gubernatura.

Ante las modificaciones a la cancha de juego, las alineaciones en los equipos están cambiando. Tiene que ver con que ya inició funciones la LXIII Legislatura en el Congreso de la Unión. La sucesión en Oaxaca está en correlación con el liderazgo de algunos diputados federales que pueden saltar en pocos meses de la palestra de San Lázaro a los recorridos por las regiones del estado y con ello a la consolidación de una candidatura competitiva. No hay que olvidar que por mayoría relativa entraron cuatro diputados amarillos; dos de ellos potenciales candidatos a la gubernatura. El PRD quiere conformar un frente amplio de partidos y sumar a las organizaciones de la sociedad civil. Por ello Juan Mendoza Reyes, presidente estatal del PAN, se ha sumado ya a la iniciativa de ir en coalición otra vez, consciente de que por sí solo su partido no levanta ni un suspiro en las ocho regiones y tampoco en la capital. Pero no será suficiente para que esta antigua amistad electoral —que clama por consolidar la transición democrática iniciada con Gabino Cué— funcione. Al panorama se suma el factor Morena, con López Obrador recorriendo pueblos en abierta campaña para posicionar a su partido y habiendo dicho ya que el movimiento irá con un “intachable defensor de la soberanía nacional”, que como servidor público más bien brilló por su ausencia, Salomón Jara.

El Sol Azteca tiene en contra haber dejado de ser oposición en Oaxaca; ya no cuenta con la legitimidad fácil que discute el statu quo. Ahora debe justificar por qué continuar el proyecto político llevado los últimos años a la administración pública estatal y eso no es nada fácil. Por ello no sorprende que hace unos días el senador Benjamín Robles haya roto públicamente con la “buena” relación que tuvo durante años con el gobernador. Consciente de que a nivel estatal no cuenta con el respaldo de su propio partido y peleado con López Obrador, pareciera que la gota que derramó el vaso fue la elección de Francisco Martínez Neri como coordinador de la fracción perredista en la Cámara de Diputados. Casi al mismo tiempo, Robles denunció todo lo que para él está mal dentro del gobierno estatal. ¿Envidia? En política todo es personal. Y la desesperación, si no se disimula, es tan perjudicial como el berrinche. El affaire también muestra lo mejor que tiene el PRD en este momento: su coordinador en San Lázaro, y al diputado José Antonio Estefan Garfias.

Si me preguntan, dependerá del acuerdo entre ellos dos el éxito de la coalición de hace seis años. Martínez Neri, además de su nueva posición de poder, tiene a su favor una historia basada en la cultura del esfuerzo. Su paso como académico y rector de la universidad estatal, su experiencia legislativa en Oaxaca y haber sido secretario de un sector siempre noble: la cultura. En tanto, Estefan Garfias es un viejo lobo de mar, político astuto y con gran carisma, pero sobre todo conocedor de la administración pública, que es, finalmente, el objetivo de la campaña que se avecina. Lo escuché hace unos meses en Santa María Xadani, en uno de sus últimos mítines en busca de ganar el Distrito V de Tehuantepec, donde los cacicazgos tradicionales le jugaron en contra. Ante la gente reunida en la plaza del pueblo, bajo un sol de 40 grados, Estefan habló como si fuera candidato a gobernador, con la frescura de quien ya no sufre la derrota. Lo hizo con buena oratoria y al final atendió el trabajo más difícil e importante de quien se asume político: escuchar a la gente.

La coalición de izquierda que viene comparte oficinas en el Edificio “B” de San Lázaro.


bruneitorres@hotmail.com               @bruneitorres

Pérdidas e inversiones de la tragedia

Una mujer sube al camión. Está angustiada, la voz se le quiebra. Señala por la ventana su casa y comenta que el sábado pasado le robaron a su hija en la puerta. No ofrece detalles, muestra una imagen del reporte que levantó ante las autoridades, ahí está la foto de la niña de doce años. Mientras la sostiene en sus manos, pide que quienes puedan le regalen una moneda pues su esposo entró en shock por la noticia y ahora se encuentra grave en un hospital. Necesitan un tanque de oxígeno que no puede costear, el que trabaja es él. La mujer recorre los asientos con el rostro desencajado y ese sentimiento contenido en la garganta que no permite el llanto ante situaciones apremiantes. El duelo dura poco cuando El Motivo de una vida se ha esfumado.  

Horas antes, el chofer de un taxi me recoge en la estación Barranca del Muerto. Estaba jugando con la señora que asigna a los pasajeros, acariciándole los brazos mientras ella concedía y se reía, hasta que me subí y puso a andar la cuota del viaje. ¿Ya a descansar? Soltó sin más, como si a las cuatro de la tarde en esta ciudad se pudiera descansar de algo. No, don, tengo clase en la tarde. ¿Qué estudia usted, mi joven? Letras hispánicas, exclamé con el orgullo de quien no conoce bien los alcances de su profesión pero encuentra en esa línea el eco de una conquista traducida, justo ahora, en un par de clases que debo del primer semestre. El taxista ignora mi respuesta o probablemente la considera a través de un gesto de lástima con la mirada extraviada y la boca entreabierta dentro de una robusta cara de por medio, que observo en el espejo retrovisor. Pues siga sus sueños, me lanza despertándome de inmediato una sensación de intriga. ¿Lo dirá en serio? ¿O será una provocación para que le recuerde quién va al volante y quién es el cliente? Antes de que me ría de nervios o me enoje inútilmente, el taxista me cuenta la historia de su hijo.

A grandes rasgos el muchacho salió listo para la escuela. Cabe señalar que siempre lo llama wey, tal vez sea su forma de expresarle cariño. Así, el wey estudió comercio internacional e hizo una maestría, todo en el Politécnico, pero estuvo desempleado siete meses después de su última graduación. En ningún lugar lo querían, por lo que el papá lo invitó a cargar tubos a su lado en una empresa en la que se entra a trabajar a las tres de la mañana. No entiendo si ahí trabajó o sigue trabajando, pero en todo caso tiene su mérito el segundo supuesto, bajo el cual la volanteada sería un riesgo adicional al trabajo rudo de estibador. El papá estaba orgulloso de que su hijo fuera a ser su chalán cuando le avisó que siempre sí lo habían llamado del aeropuerto internacional de la ciudad de México donde, por la razonable cantidad de seiscientos mil pesos, podría ser agente aduanal de esos que te abren y revisan tu maleta cuando te persigue el infortunio después de un viaje al extranjero. En primer lugar me sorprendió, pero enseguida recordé que había vuelto a México hace ya una semana, por lo que debería parecerme trivial la historia en la que el taxista remata los pocos bienes de su familia. Al final, el del volante me contó que su vástago le pagó en la primera oportunidad la cantidad que sirvió de soborno a “alguien” de los que abundan en este país, había vendido su casa para comprar el ingreso a un puesto que se considera, solo en principio, honorable. Ahora el wey tiene dos plazas, puntualizó con orgullo ranchero el don.

Cuando me dejó afuera de mi domicilio me insistió con un aire de simpatía que siguiera mis sueños acompañado de un vacuo pero amable: Usted no se me desanime, mi joven. Entro a mi casa, escucho a los perros ladrar en el vecindario, me quedo sentado en medio del silencio. En breve escucharé a la señora que vive a la vuelta de mi casa. Conoceré la terrible noticia del fin de semana, una de tantas notas que no salen en la televisión. Miraré a una mujer perturbada pero entera, con ganas de que esto se termine; llena de rabia pero más de tristeza, conteniendo el llanto y pidiendo dinero a desconocidos, como cientos de personas lo hacen en la calle. Como el vagabundo afuera del banco al que acudí en la mañana, cuando la señora a mis espaldas sacó un billete de veinte pesos de su bolso y se lo fue a entregar en la mano a pesar del hedor que podía alejar a cualquiera, también le dijo: Tenga, señor, para que se compre algo. Por un momento destellante le devolvió su dignidad a un ser humano convertido en el objeto de todos los males en el pasillo de un centro comercial. El hombre miró el billete como si se tratara de un juguete, lo guardó entre sus harapos, después volteó a verla mientras se alejaba. Sonrío bañado por la mugre. La imagen, más que dura, era macabra. Detrás de mí escuché a la mujer entrada en sus cincuentas decir: Es lo que como sociedad le estamos haciendo a estas personas. Cada vez somos más indiferentes.

No sé a cuántos les importe mi vida. No debería ocuparme el asunto. No significo nada para nadie en esta ciudad, tal vez. Sin embargo, pienso que hay personas vapuleadas por la vida y que se mantienen de pie. Algunas llevan una pena que no se quitará nunca, otras se quitan la pena de tener que vivir conscientemente. Hay otra persona conduciendo por la ciudad, atravesando destinos inciertos. Dudo que a cualquiera le cuente, por la misma cantidad que marca el taxímetro, la historia de éxito familiar basada en recuperar una inversión fuerte revisando maletas de otros, o tal vez sí, tampoco es que importe mucho. De algo estoy seguro, si hace una semana me hubieran preguntado a qué venía, me hubiera vuelto mudo antes de bajar del avión.

viernes, 28 de agosto de 2015

Tres años de "Mover a México"

Con la nueva legislatura federal que toma posesión el próximo primero de septiembre se renovará la política mexicana. A casi la mitad del sexenio de Enrique Peña Nieto, el saldo deja mucho que desear: crecimiento económico mediocre, la histórica depreciación del peso frente al dólar, crisis de seguridad incluida la fuga del Chapo Guzmán, alta percepción de corrupción gubernamental que alcanza al presidente y a su secretario de Hacienda, pero sobre todo hay un desencanto generalizado por lo que se anunció como la solución de fondo para el país y hoy parece diluirse en la retórica de los eventos oficiales: las reformas estructurales.

De por medio está la justificación de que estas reformas, siempre nombradas de “gran calado”, no mostrarían resultados inmediatos sino que su éxito sería evidente con el paso del tiempo. Es difícil que el público entienda los plazos que establece el gobierno tomando en cuenta la lentitud para su implementación en la esfera burocrática. Sin embargo, lo que preocupa es la indiferencia del propio gobierno hacia las demandas sociales, so pretexto de que cualquier crítica corresponde a quienes han visto afectados sus intereses y no a las mayorías que serán beneficiadas por ellas. El ejemplo más claro es la CNTE respecto a la reforma educativa, su oposición está motivada por la pérdida de privilegios y no porque esta reforma pudiera haberse hecho consultando a sectores más amplios. Por supuesto que la Coordinadora es el actor más afectado con los procesos de evaluación y promoción docente basados en el mérito y no en las relaciones clientelares, y era deseable que fuera así con base en el Bien Común. El asunto es que no hay una CNTE para cada reforma: la energética, la de telecomunicaciones, la fiscal, la financiera. Quizá por ello los portavoces peñanietistas han insistido tanto en que la más importante reforma fue la educativa pues es difícil que alguien se oponga al derecho de los niños y jóvenes a contar con una educación de calidad.

El informe presidencial insistirá que la aprobación de las reformas fue un paso histórico entre el México del letargo político y el de la construcción de consensos, con la particularidad de que ésta pasó por la conformación de un instrumento carente de representación popular: el Pacto por México. Bajo la lógica del gobierno que llega a la mitad del camino, lo urgente era “mover a México” mediante un gran rediseño institucional que permitiera abrir ventanas de oportunidad pospuestas durante largo tiempo. Salinas de Gortari se ganó el título de reformador por su política económica interesada en privatizar aquello que públicamente ya no era eficiente e integrar al país en la región de América del Norte, pero aquel gran impulso terminó con una devaluación terrible en 94, acompañada de una crisis política desatada por el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Salinas prometió llevar a sus “compatriotas” al México de la modernidad y hoy, dos décadas después, la promesa, con diferente eslogan, permanece en el mundo de las ideas.

Detrás del evento presidencial al que acuden solo invitados especiales a escuchar una lista de logros y aplaudir cada estrofa del discurso, persiste un México de desigualdades cada vez más acentuadas, en el que la pobreza, según el Coneval, es la misma de 1992, cuando Salinas era presidente y había anunciado el gran programa social evidentemente populista de su administración: “Solidaridad”. A este programa le sucedieron “Progresa” con Ernesto Zedillo y “Oportunidades” con Vicente Fox y Felipe Calderón. Cada uno ha sido el marco para la administración de las acciones públicas que combaten la pobreza extrema y subrepticiamente un arma electoral de cada gobierno en turno, que valiéndose de la ignorancia de amplios sectores beneficiarios de algún apoyo condicionan su entrega a cambio de votos contantes y sonantes. El problema de la pobreza no se ha resuelto porque es imposible de resolverse si antes que entregar despensas y apoyos alimenticios no se generan capital humano y empleos bien remunerados en el marco de un Estado de derecho.

Cuando un país no garantiza el cumplimiento de la ley tampoco consigue ser competitivo. El Estado debe garantizar una cancha pareja para los jugadores y asumir que también el árbitro puede equivocarse y ser sancionado. La “casa blanca” del presidente, el affaire que le restó tanta credibilidad, no fue saldado con el despido de la periodista Carmen Aristegui de MVS. La respuesta oficial se encaminó a mostrar cierta preocupación en la figura de un nuevo secretario de la Función Pública que, como si se tratara de un fiscal especial en democracias avanzadas, investigaría al hombre que le dio el trabajo. No entiendo si alguien dentro del primer círculo del presidente de verdad creyó que la sociedad mexicana iba a creer solo con escucharlo que Peña Nieto no incurrió en un conflicto de interés con su contratista favorito. Pero tal parece que las reformas estructurales lo justifican todo: al presidente, a su equipo, la pobreza, la falta de crecimiento y lo demás. No importa que la gente de a pie no note los cambios, el informe es optimista, falta mucho por hacer, pero es esperanzador. Mueve a México. 

Houstonians

Uno de ellos sostenía la máxima mundana: ojos que no ven corazón que no siente. La repetía al conversar sobre la única relación que para él significaba algo más cercano al afecto que al trabajo. No la veo desde hace meses, su mamá me busca cuando necesita algo, pero no me deja ver a la niña.


Alguna vez cuando era niño quise viajar a los Estados Unidos. Supongo que no pensaba que fuera mejor que otros lugares para conocer, pero sabía que mi familia vivía en Houston. Cuando digo “mi familia” me refiero más bien a la familia de mi mamá, con quien crecí y a quien veía triste de no tener cerca a los suyos. Hasta que fui adolescente conocí un poco más ese lado de mi árbol genealógico. Frecuenté a un tío abogado hermano de mi madre, aficionado al rock y que me invitó algunas veces a comer menudo a una típica fonda mexicana del norte de la ciudad. Mi abuela, que también fue un padre para ellos y un hijo más de profesión contador público, se fue a vivir a Houston cuando no le quedaba otra cosa qué hacer en la ciudad de México. Con mi mamá casada, el hijo mayor que ya había arribado a esa ciudad texana y el abogado en sus asuntos, podía ir a buscar mejores motivos en otro país. Trabajó muchos años cuidando a la hija de un matrimonio de empleados de la NASA. Siempre me fascinó esa historia acerca de que vivía con astronautas como si todos los empleados de la NASA lo fueran. También llegué a ver sus fotos tomadas en la parte trasera de un cohete espacial, las dimensiones del vehículo eran fabulosas. Para mí, un niño crecido en una provincia pobre del sur de México, todo aquello era la comprobación de por qué los mexicanos querían con tanto denuedo una visa para viajar hacia el norte.  

Cuando a mi abuela, por segunda vez en la vida, volvió a quedarle nada en un lugar —sus patrones la corrieron de un día para otro por el hecho natural de que su hija había crecido lo suficiente para cuidarse sola— mi mamá viajó a Houston para devolverla a México. No imagino el sentimiento de una mujer que había pasado más de una década fuera de su tierra, trabajando como lo hacía, encerrada en la casa de unos gringos extraños durante una semana, saliendo a pasear con su hermana los fines de semana como única distracción y extrañando a su hija frente al mar sucio del Golfo de México. Tampoco imagino lo que significó convertir sus ahorros en pesos, el saldo de toda una vida, y administrar el último trecho de su futuro con un fondo para el retiro comprometido e insuficiente de antemano. Cuando volvieron juntas, madre e hija cansadas de un vuelo que en realidad era corto, ahí estaba yo en la terminal internacional de la ciudad de México. No sabía que en el fondo el cansancio no era producto del vuelo sino de una enfermedad acabada de llegar. Durante casi una década viví de cerca el peor lado de esa enfermedad, pero también conocí a una persona cargada de sabiduría popular, que nos sorprendía con sus dichos siempre, como si los pronunciara por primera vez cuando de hecho los repetía a menudo. Era porque sabía el momento preciso para decirlos pues contaba con la prudencia de la gente de antes, que callaba antes de no saber lo que decía. Murió en 2010 cuando para mí no había futuro ni en la escuela ni en ningún trabajo. Su deceso, como todo misterio trágico, fue un parteaguas para la vida de un desorientado. Dos meses después inicié una nueva vida, si puede considerarse así a encontrar un empleo que nadie más quería pero había que cubrir. Me permitiría la estabilidad relativa con la que vive un estudiante de universidad en un país tercermundista.

Cuando era niño también soñaba con hacer amigos. No me refiero a tenerlos sino a “hacerlos”. Crecí con poca familia, rodeado de primos lo suficientemente mayores como para considerarse tíos y sin hermanos durante los primeros años. Por eso pensar en ir a Estados Unidos era más que el trámite de subirse en un avión y trasladarse a otro lugar, significaba la oportunidad inmediata de querer a alguien. Así lo veía yo aunque, por otra parte, ahora suene demasiado melodramático. El plan era abordar con mi mamá ese vuelo que la llevó a Houston cuando yo tenía 11 años. No sucedió. Hasta 2015 conocí a la familia que no visité en la única oportunidad que hubo de hacerlo, antes que el 9/11 modificara la seguridad en la inmigración y la transportación hacia el imperio. Cuando hace unos días visité como turista el memorial ubicado donde antes estuvieron las Torres Gemelas, tomé una  foto a uno de los nombres inscritos en el borde de una de las dos enormes caídas de agua. En Internet conocí la biografía de la sobrecargo de origen asiático que alertó del secuestro de uno de los dos fatídicos aviones. Esto lo cuento al margen justo antes de subirme a otro avión para regresar a mi país. Quince años después del plan original, vine a conocer a mi familia de Houston. Probablemente esto compruebe que planear no cuesta nada y tampoco garantiza nada.

Hace muchos años un primo hermano de mi mamá, cuyo padre nació en la Costa de Oaxaca, probó suerte en estos rumbos, ahí está el origen de la historia. Su tía le ofreció en una corta frase probar el sueño americano: ¿Te quieres ir para Houston? Le dijo en el funeral de su padre, quien más que la figura de autoridad familiar fue un ejemplo de lo que no debía hacerse cuando de por medio hay que sacar adelante a los niños. Hablé con él en esta visita. Al terminar cada intervención de la plática ligera añadió un “man” provisto de una amabilidad difícil de ser discutida. La simpleza también puede ser honesta y afectuosa. Fernando me mostró en un par de horas el espejo en el cual, a cierta edad, las personas se reflejan, creyendo ser ellas mismas aunque haya transcurrido ya tantos años que sea tan difícil y extraño reconocerse. Todo el tiempo afable, me contó la historia de cuando una caravana de tíos y primos visitó Zipolite. Sobrevivieron a manejar desde Texas hasta Oaxaca, sobrellevando la frontera, el centro del país y la costa de Guerrero. Ahí, en una de las pocas playas oficialmente nudistas, encontraron el atardecer más hermoso que hayan visto. La familia había avanzado bajo la lógica de lo espontaneo, que permite toda clase de eventos inesperados y arriesga sin saber que va a ganar. Sillas plegables, hieleras, comida recién hecha con las cocineras de la playa, aquello era el fin de semana soñado por todos. Los hijos adolescentes, las figuras de autoridad maduras, todos habían logrado un objetivo que nadie se fijó: Unidad.

Toda familia tiene sus propios problemas, a veces insolubles. Solventarlos significa sobrellevar lo desagradable y admitir que siempre puede haber momentos que, a fuerza de gastar tiempo en otras cosas, se convierten en extraordinarios. Veamos, el fin de semana viví dos partidos de los juegos más populares en los Estados Unidos, el americano y el béisbol. En cada uno disfruté cada momento porque cada momento, valga la redundancia, era completamente nuevo. Nunca antes en mi vida había estado en un estadio con ese propósito y no deseé estarlo en esta ocasión. Dos de mis tíos decidieron que era buen momento para llevarme a conocer la pasión de las multitudes gringas. De cada juego no conocía muchas reglas que me explicaron mientras miraba en las pantallas gigantes del estadio sonreír a tantos niños y adultos. Familias que se juntan con el mismo propósito, conviven estando en el estadio, pero también afuera de él, antes del juego y después de él. Algo que me sorprendió fue ver a varias familias asando carne en el estacionamiento del estadio con un calor asfixiante y un viento que al soplar parecía el motor de un sauna. Sufrir a veces es disfrutar, disfrutar a veces es vivir, vivir a veces es soñar, soñar a veces es jugar.

Había escuchado ya los pormenores de algunos desencuentros familiares, cosa que por otra parte no fui a buscar, cuando llegó el último día de mi visita. Quienes estuvimos compartiendo el grill la pasamos bien, incluso, contra las expectativas de mi condición física me arriesgué a jugar basquetbol con Pablo y Junior, tío y primo, el primero casi de mi edad, el segundo adolescente. A medida que pasan los años ofrecemos menos de lo que tenemos, así pasa también en el deporte. Ante mi sorpresa de ver cómo aguantaban el insoportable calor de la tarde riéndose de mí nadando en mi ropa, fue ilustrativo que mi tío afirmara que eso había sido su infancia y juventud: estar en el parque jugando con los amigos… la otra familia. Las familias, en mi opinión, no son solo las relaciones de sangre entre diferentes personas, son mucho más que eso. Pienso que familia es sinónimo de unidad. Y de este modo, toda unión entre dos o más personas puede ser una familia. Quizá mi familia de Estados Unidos no sea la más unida, pero es, en definitiva, lo que ahora tengo.

Jugar a veces es vivir, y yo viví mucho estos días en Houston. 

sábado, 15 de agosto de 2015

Arquetipos del exilio universal

En el corazón de New Haven, que alberga la prestigiosa Universidad de Yale, hay un restaurante llamado “Oaxaca Kitchen”. La simpleza también importa a la hora de nombrar los negocios que habrán de darnos de comer, lo digo por el dueño, un indio que vacacionó una vez en Oaxaca y se enamoró de su cocina, en principio, para después ceder en todo lo demás. Aunque probablemente sea más un restaurante de cocina mexicana por el menú de la carta, los competitivos estudiantes del college también pueden darse el lujo de comer mole negro. En la cocina hay manos expertas, un oaxaqueño trabaja aquí.

Connecticut tiene oaxaqueños viviendo en New Haven, pero también en Stamford, Bridgeport y Naugatuck. Galdino Velasco sembró, con su llegada en los cincuenta, una semilla que ha germinado con el paso del tiempo. Nuestro paisano con su nombre inscrito en una calle del centro de Stamford es el estandarte de una generación de oaxaqueños que vino a probar suerte en los alrededores de la ciudad destruida más de cien veces por la ciencia ficción tan gringa que parece deporte nacional. En Nueva York hay de todo, recorrer sus calles es como inyectarse en el cuerpo de un gigante convulsionado. Justamente por eso, ahora que volví, decidí caminar hacia el sur en busca de lugares más apacibles como si eso fuera posible aquí. Tomé Broadway hacia China Town y en el camino me crucé con una hermosa librería: “Strand”, donde me puse a hurgar en las baratas. Encontré un libro —o mejor dicho me encontró a mí— sobre los mixtecos de Juxtlahuaca.

Al día siguiente tuve una cita con Álvaro Enrigue, escritor de mi predilección a quien solo había visto una vez en mi vida cuando presentó Muerte súbita, su más reciente novela, en la ciudad de México. Lo esperé en la Hungarian Pastry Shop, cafetería cercana a la Universidad de Columbia, donde es profesor. Como llegué temprano pedí un pay de limón, el mejor que he probado en mi vida, y releí unos capítulos de Hipotermia, el experimento literario que me desafió cuando escribí mi primer trabajo final en la carrera de Letras Hispánicas. Álvaro es una de esas personas que no necesitas haber conocido de toda la vida para sentirlo como un primo en quien puedes confiar tus penas mientras se burla de ti amablemente y te sientes mejor. Conversador inteligentísimo. Hablamos de la situación de México vista desde el autoexilio, de las restricciones que implica vivir en Manhattan, pero también sobre la delicia de saborear librerías y bibliotecas, conocer balcones para mirar el caos con resignación pero apaciblemente, y superar las crisis de la edad que nos vuelven infelizmente maduros. No había un motivo para reunirnos salvo, tal vez, regalarle el libro sobre mis paisanos mixtecos. —¿De veras encontraste esto en Strand? —Ahí estaba entre tanto libro. Sonrió antes de guardarlo en su bandolera de escritor como quien cierra la bolsa del súper.

Miguel Ángel Mendoza es un resucitado. Nació en Zaachila pero su alma viajera conoce de todo. El sábado pasado lo acompañé en una reunión sui generis celebrada en New Rochelle. Por un lado el ballet mexicano de Nueva York y el de Poughkeepsie ofrecieron por segundo año consecutivo su Guelaguetza; por otro, los paisanos realizaron una protesta por los estudiantes de Ayotzinapa, a casi un año del crimen que sacudió sin quebrar al sistema político mexicano. Ahí estaba Miguel, cargando sus retratos de los 43, que pronto serán exhibidos en una galería de Soho, exclusivo barrio con vocación artística de Manhattan. El artista plástico como articulador de una manifestación pacífica. El arte como catalizador de las emociones que se contienen cuando no se olvidan, cuando algunos mexicanos preservan restos de la memoria histórica de nuestras tragedias. Miguel ha sobrevivido a trabajar 16 horas al día para levantar del lodo casas que no disfrutaba, ahora tiene más tiempo para su vocación, pero mantiene el trabajo utilitario para la subsistencia material. Sus hijos pequeños, Cosijopí y Cozobi, no dejan de jugar, como si una de sus coloridas pinturas hubiera cobrado vida.


Hace dos años conocí a Galdino Velasco a través de una entrevista que le realicé por email para la revista “Oaxaca en México”. Supe que era una de esas historias que debían ser contadas por la bizarría que transmiten. El año pasado conocí los Estados Unidos visitando a Velasco en su segunda casa, platicando con él, escuchándolo, reconociendo en su mirada el resumen de las dificultades que enfrentamos —solo por el hecho de vivir— los mexicanos. Ahora pienso que hay personas que se vuelven necesarias para enfrentar el futuro, mentes que llevamos a cuestas; cada palabra pronunciada un recordatorio de que no estás solo y además puedes ser feliz. Es el diálogo inconcluso que me provocan estos mexicanos en el exterior, sus vidas revolucionando vidas. La suma de recuerdos frescos que antecede al tren de la medianoche en la Grand Central Terminal, cuando fuera de aquí todo parece prohibitivo.

jueves, 23 de julio de 2015

La redención del sexenio

Cualquiera puede hacer un recuento de la nota principal de la agenda mediática respecto a Oaxaca durante los últimos años y confirmará que los maestros son los protagonistas. Después, puede encontrarse con diferentes columnas atacando al gobernador del estado, tildándolo de muchas maneras, pero siempre en la misma línea: incapaz de aplicar el Estado de derecho y cómplice de la CNTE. Esta narrativa dio un giro de 180 grados ayer, cuando en un anuncio inesperado Gabino Cué junto a Emilio Chuayffet, secretario de Educación Pública, y Eduardo Sánchez, vocero de la Presidencia de la República, con la presencia testimonial de Rosario Robles, confirmaron la desaparición del IEEPO, el bastión que desde 1992 controlaba la Sección 22 y desde donde operaba de facto la política educativa en la entidad.

Con este anuncio no solo se reestructurará administrativamente la institución que más recursos del presupuesto absorbe en Oaxaca, sino que cambiará la correlación de fuerzas en el estado. El respaldo del presidente de la república —quien solo lo ha visitado una vez con ese carácter y aun así estuvo encerrado en el astillero de la Marina en Salina Cruz— ahora será más decidido y notorio. Peña Nieto y el Gobierno de la República no solo respaldarán la transformación del sistema educativo oaxaqueño para que la Reforma Educativa se ejecute, sino que el tema que representaba una fricción con el gobierno estatal: su presunto apoyo incondicional a la CNTE, ya no estará sobre la mesa, y con ello mejorarán los canales institucionales de diálogo y establecimiento de prioridades de cara al final del sexenio de Gabino Cué.

En otras palabras, desaparecer el IEEPO es una estrategia en varios frentes porque no solo se atiende la principal problemática de Oaxaca, sino que también se fortalece el Estado de derecho con base en el pacto federal. La gobernabilidad, el principal reto de la administración estatal, enfrentará las resistencias previsibles de movilización del magisterio, pero a medida que pasen los días éstas perderán legitimidad y si de por sí está desgastada la “lucha democrática” de la veintidós, ahora ya no tendrá futuro. Responder con la contundencia de ayer era necesario no solo por el chantaje llevado al extremo de Rubén Núñez y compañía, sino por la arrogancia que le precedía y que lo obnubiló al declarar a la prensa luego de la demanda de Mexicanos Primero, que a él no le pagaban por dar clases sino por hacer política.

Una vez que los maestros dejen los cargos directivos que ostentan, es de esperarse que se cumpla con una de las condiciones de la evaluación educativa: quien falte injustificadamente será despedido. En este sentido, ya no habrá asambleas, marchas o plantones que paren clases continuamente, sino que se controlará la actividad docente. Desde que Bonnin escribió hace dos siglos su clásico libro Principios de administración pública en Francia, el control se concibió como un rasgo y propósito esencial del gobierno; de ahí que viera en la administración pública un contrapeso a la tiranía debido a que solo existe donde cuaja la nación y se decreta la igualdad jurídica de todos los hombres, pues, señalaba, “lo público es propio nada más del universo social cuya naturaleza es la existencia dual del ser humano como individuo y como miembro de la comunidad”. Ante la tiranía ya no del rey, sino de un grupo de interés que impone a toda costa una voluntad caprichosa, el Estado debía actuar con firmeza. Y eso fue lo que vimos ayer.


Hay quien dice que el momento que define a los hombres de Estado es cuando se toman las decisiones impopulares. Cuando la alternativa correcta no es la mejor opción para el público, que tradicionalmente aplaude o abuchea respondiendo al ánimo y no a la razón. Sin embargo, irónicamente, esta vez, la decisión tomada será aceptable para una mayoría mucho mayor que los involucrados, porque la sociedad ya estaba harta de que no se hiciera nada contra los intereses creados de la CNTE. El golpe de timón elevará los bonos del gobierno estatal de cara al cierre del sexenio y pondrá en la balanza, más que nunca, las propuestas de quienes aspiren a la primera magistratura del estado. Por otra parte, redimir es un verbo interesante, sobre todo en la acepción que indica que es volver a comprar una cosa que se había vendido o empeñado. Gabino Cué redimió la educación de las niñas y niños oaxaqueños y con ello se redimió a sí mismo. Hizo lo que tres gobernadores emanados del PRI no quisieron hacer y además lo hizo en el momento indicado. Ahora ya no solo es el primer gobernante de transición de Oaxaca. Históricamente, ya se ganó otro papel: el de reformador. 

Díaz, donde los contrarios se confunden

Se cumplió un siglo del deceso de Porfirio Díaz Mori, el personaje más discutido de nuestra historia nacional. Don Porfirio representa la ambivalencia de un hombre de su tiempo que no va con la historia de bronce en la que los héroes aparecen casi perfectos, con un halo de bondad que los sacraliza e impide que se les halle defectos. Desde niño me enseñaron que se había convertido en un cruel dictador después de haber defendido valientemente a la patria de la intervención francesa. Nadie le discute su genio militar, sino la incongruencia de haberse opuesto a la reelección del presidente Juárez con el Plan de la Noria, primero, y después a la de Sebastián Lerdo de Tejada con el Plan de Tuxtepec, para luego perpetuarse en el poder.

El pasado jueves me invitaron a participar en un evento para honrar su memoria en el University Club ubicado sobre Paseo de la Reforma y del que fue miembro el general. Me pidieron compartir una ponencia sobre un aspecto de su vida y a sabiendas de que me encontraría rodeado de gente adicta a la historia, preferí un enfoque distinto para el análisis. Así, hablé de Díaz, el estadista, con todo lo que implica que a un dictador se le considere de ese modo y en medio de la polémica de los últimos días acerca de que se le está eximiendo de lo malo en razón del centenario de su muerte.

Lo que no puede negarse es que fue hasta la época de don Porfirio cuando en México se conformó un verdadero Estado-nación. Consolidarlo requirió centralizar el mando para acabar con cacicazgos regionales que imponían sus propios arreglos. El costo ya lo sabemos: una dictadura de tres décadas en la que cundieron abusos contra obreros y campesinos, además de restricciones a libertades civiles como la de prensa. En otras palabras, vivir en el Porfiriato era estar consciente de que no se podía actuar en contra de lo establecido porque mantener la paz pública era más importante. El orden conllevaría progreso y para alcanzarlo había que sacrificarse, aunque esto representara retratos tan crueles como los que narra John Kenneth Turner cuando se refiere a las condiciones de esclavitud en Valle Nacional.

No creo que fuera el país que deseara Díaz, pero tampoco lo justifico. Lo que me interesa de él es su capacidad para gobernar con visión de Estado, lo que implicó identificar prioridades y planear estrategias para llevar a cabo objetivos en el largo plazo, los ferrocarriles son un claro ejemplo. Difícilmente hoy los gobernantes aspiran a ser hombres y mujeres de Estado. La mayoría actúa en función del horizonte de tiempo por el que han sido electos. Pocos piensan en proyectos que trasciendan su mandato y sienten las bases del desarrollo del país más allá del cálculo político de ganar las próximas elecciones. El valor de la democracia no era un punto que interesara al general, pero probablemente tenía razón en su cautela. Tenía la experiencia de la confrontación social que dejaba a su paso la transición de régimen. Díaz aprendió de la política en clave de prudencia desde joven, cuando fue jefe de Tehuantepec.

Leyendo parte del archivo epistolar de su primer periodo al frente del país, me encontré con la respuesta que le envió a Núñez Ortega, quien le había comunicado que había sido invitado a comer con los reyes de Bélgica en Bruselas. Fechada el 20 de marzo de 1880, Díaz reconoce los servicios de su representante en Europa y señala que “las frecuentes relaciones sociales con los ministros diplomáticos, son también en un concepto, un medio de aplazar y evitar dificultades, porque ellas muchas veces suavizan y modifican favorablemente sus pretensiones”. Más adelante le reconoce: “Ha hecho usted muy bien en presentarse en las recepciones que ha habido, con su carácter de representante de México, siendo, como es, una necesidad, que nuestro país no se olvide ni se rebaje a la línea de las demás repúblicas hispanoamericanas”. Después se complace de que el Príncipe de Rumania quiera establecer relaciones con México, así como de la próxima llegada de los representantes de Holanda y Suecia al país. Díaz ponderaba la diplomacia por ser un arte que permite ganar sin gastar balas. Y él sabía lo duro que es usar las armas.  


Hace unos años escuché a Vargas Llosa, después de ganar el Nobel de Literatura, hablar de la historia de su vida llena de contradicciones como la de tantos intelectuales. Una frase me interesó: “El hombre es ahí donde los contrarios se confunden”. Es decir, no hay ángeles ni demonios en los personajes históricos, sino personas de carne y hueso con virtudes y defectos, que tienen aciertos y errores. No nos toca estudiar cómo se confundieron las fuerzas contrarias en la voluntad del “Soldado de la Patria”. Nos toca en todo caso reconocer su esfuerzo de concretar un Estado donde no lo había. No celebramos el costo social que eso implicó, pero tampoco podemos atribuírselo solo a Díaz. Al contrario, deberíamos pensar cuánto peor hubiera sido no tenerlo ahí, modernizando a México.  

domingo, 5 de julio de 2015

La sucesión adelantada

Para nadie es un secreto que la sucesión de los gobiernos federal y estatales en México no inicia con los tiempos marcados por la ley electoral. La sucesión empieza un día después de la elección anterior. Por ello no debería llamar a asombro los destapes a nivel nacional y en Oaxaca, donde después de la elección intermedia del siete de junio la correlación de fuerzas cambió. El PRI ganó en siete de los 11 distritos federales en disputa. Con todo y las protestas que devinieron delitos del magisterio alineado en la CNTE, las elecciones en Oaxaca se llevaron a cabo. La nota es elocuente tomando en cuenta el entorno de crispación social previo al primer domingo de este mes. La presión ejercida por la coordinadora recordó a muchos los tiempos aciagos de 2006 cuando se tambaleó la autoridad constitucional de Ulises Ruiz.

La nueva composición del Congreso pone de relieve dos cosas: por un lado, que el partido en el gobierno de la república junto al mercadotécnico Partido Verde y Nueva Alianza, lograron una mayoría simple que les permitirá un buen margen de maniobra a la hora de obedecer los dictados de Los Pinos; por otro lado, la fragmentación de la oposición, dividida y derrotada, con una falta de rumbo que contrasta con la decepción generalizada de la ciudadanía hacia la clase política. El abstencionismo en Oaxaca prueba esta hipótesis, mientras que a nivel nacional fue de 53%, en el estado alcanzó más del 58%; de un total de 2 millones 30 274 votantes solo votaron 849 046.

El PRI perdió la capital del estado, la joya de la corona de estas elecciones, por un estrecho margen. Francisco Martínez Neri, quien fue un buen rector de la UABJO se impuso a Beatriz Rodríguez, secretaria de Turismo en el sexenio de Ulises Ruiz. Es la segunda vez que pierde una elección, después de haber buscado la presidencia municipal sin éxito en 2010. La efervescencia por este distrito es un botón de muestra de la elección en Oaxaca: un alud de acusaciones por compra de votos; violencia infundada de una minoría radical que amedrentó a la ciudadanía; pero sobre todo un vacío en el debate de las ideas sobre el papel que debe cumplir el representante popular oaxaqueño en la nueva legislatura. Son pocos los candidatos que aspiran al cargo por la trascendencia de legislar antes que por el reconocimiento público de ir a San Lázaro de paseo.

A nivel nacional, las elecciones dieron pie a dos destapes que incomodaron la gira que el presidente realizó por Italia en días pasados. Margarita Zavala cambió su aspiración de dirigir al PAN por la de ser candidata presidencial en 2018 con todo el apoyo de su esposo, el ex presidente Calderón, extraviado en sus ambiciones de retornar al protagonismo político como si nadie recordara el estrabismo de su gobierno respecto al problema del incremento de la violencia relacionada con el crimen organizado y el narcotráfico. Por otra parte, Miguel Ángel Mancera declaró que si la gente se lo pide, una salida cómoda, aceptará ir por la grande y mantuvo firme su posición de competir como un ciudadano más, aunque en la Ciudad de México esté más ocupado en la grilla que en la buena administración. Estos destapes ponen de manifiesto el cambio de la cultura política mexicana que precisamente ya no estima “tapar” al bueno como augurio de éxito, sino que demanda publicitar muy anticipadamente aspiraciones débiles como apuesta de sobrevivencia política.

En Oaxaca la sucesión también arrancó. En el PRI la elegibilidad de un candidato pasa necesariamente por la disputa del control interno que desde hace tiempo mantienen los últimos ex gobernadores. La conciliación parece difícil pero los resultados electorales siempre han sido un fiel de la balanza aceptado. Las lealtades en la nueva bancada priista oaxaqueña pesarán mucho en la definición de un candidato, pero no tanto como la simpatía del primer círculo del presidente de la república, quien tiene a dos “tapados” dentro de su gabinete ampliado, quienes dejan verse complacidos cada fin de semana en la entidad.


Lo que se mira muy difícil en los demás partidos es la capacidad para articular una coalición efectiva que compita nuevamente con miras en un proyecto superior a las ideologías fragmentadas. En la era de la posmodernidad las ideologías son bonitos símbolos para colgarse en la solapa. Los oaxaqueños esperan de los partidos políticos soluciones a sus problemas antes que elucubraciones sobre el sentido de organizarse y defender posiciones a ultranza. Después de esta elección el PRD disminuyó su atracción de votantes mientras que MORENA creció de forma importante. El PAN prácticamente desapareció del estado. La pregunta es, ¿cómo movilizar a la sociedad en una alianza disímbola sin el gran liderazgo carismático de Gabino Cué en 2010? No hay en este momento un candidato viable para tal alianza, pero eso no impide que varios alcen la mano. A fin de cuentas, el juego del destapado ya comenzó.

Antidemocracia magisterial

Si nada cambia dentro de las próximas horas, el domingo siete de junio no habrá elecciones en el estado de Oaxaca. La sección 22 de la CNTE tomó las 11 juntas distritales del Instituto Nacional Electoral, que desalojaron elementos del Ejército mexicano resguardando la papelería electoral. Además, cerró el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” y continuó el bloqueo a la planta de Pemex en El Tule, agotando el combustible de las estaciones de servicio de los Valles Centrales. Ya ni hablar del paro que deja sin clases a más de un millón 300 mil estudiantes, niños y jóvenes condenados a la educación pública de menor calidad del país.

La sección 22 no actúa como organización sindical sino como grupo de presión, y en democracia aun este tipo de grupos debe sujetarse a los arreglos institucionales para negociar. Ahí se encuentra el límite. Sin embargo, los maestros de Oaxaca ya lo rebasaron. Sus principales demandas están fuera del marco de la ley, pero también de lo aceptable para la sociedad civil. Cancelar la reforma educativa se mantiene como la principal demanda, de la que deriva la segunda: impedir la privatización de la educación pública, que paradójicamente solo ellos han logrado privatizar. Y por supuesto, impedir las elecciones porque todos los partidos políticos representan lo mismo.

De las demandas hay una que llama la atención por su fatal incongruencia. Exigen la liberación de cuatro secuestradores miembros de su gremial: Mario Olivera Osorio, Lauro Atilano Grijalva, Damián Gallardo Martínez y Sara Altamirano Ramos. Junto con otras ocho personas, estos pseudo-profesores plagiaron el 14 de enero de 2013 a dos menores de edad sobrinos del presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani, en el Ejido Guadalupe Victoria, al norte de la ciudad de Oaxaca. Los niños estuvieron secuestrados 140 días en una cisterna de una casa ubicada en el municipio de Cuilapam de Guerrero.

Es evidente que la sección 22 de la CNTE fija sus objetivos transgrediendo el Estado de Derecho. La máxima de las sociedades democráticas que se sujetan a él es que nadie puede estar por encima del imperio de la ley aun cuando ejerza puestos de autoridad. Las exigencias de los maestros de Oaxaca no solo están fuera del marco normativo sino que lo desafían y con ello confrontan, ya no al gobierno federal o al estatal, sino a la sociedad oaxaqueña. Asumirse como los portadores de un nuevo orden e iniciar una revolución chabacana al pretender impedir las elecciones del próximo domingo es el más grave error de cálculo en el que pudo incurrir la dirigencia que encabeza Rubén Núñez, un señor que basta escuchar un par de minutos para entender que si pasó por alguna escuela no fue para abrir un libro.

Es preciso señalar que no estamos frente a una organización monolítica. La sección 22 es un hervidero de grupos en busca de poder interno para repartir beneficios. No obstante, aun cuando haya pluralidad de opiniones y un buen número de maestros no esté de acuerdo con los métodos de lucha magisterial, finalmente se impone la voluntad de una minoría que, establecida en el control de todos los afiliados, los obliga a participar activamente para conseguir cualquier tipo de ascenso. La minuta del 92 en la que el entonces gobernador Heladio Ramírez le cedió amplias facultades del Estado sobre la educación, solo fue la formalización de una cultura del chantaje que puede valerse de cualquier bandera para exigir más prebendas.

Hay una contradicción de fondo en el movimiento magisterial que se declara democrático. Se ha vuelto la organización más antidemocrática que exista en el México de hoy. En sus asambleas generales hay una sombra de abstencionismo que evidencia su falta de legitimidad y el voto por parar clases e iniciar plantones está suficientemente dividido como para pensar que es un símil empobrecido de nuestras elecciones. Y sin embargo, aseguran que las cancelarán porque son una farsa. ¿Una farsa equivalente a la de que su movimiento es democrático? ¿Tan farsa como que son buenos maestros interesados en el bien común?


Un amigo que trabaja en el IEEPCO-OPLE me relató cómo fue el desalojo que sufrieron el pasado lunes primero de junio, cuando un grupo de encapuchados vinculado a la veintidós saqueó las instalaciones llevándose computadoras, impresoras, módems, y prendiéndole fuego a las instalaciones. “Llegaron los encapuchados muy agresivos. Destruyeron todo. Cabe mencionar que no tenemos nada que ver con el proceso federal pero literalmente nos dejaron en la calle”. Esa es la racionalidad de la protesta social que alaban y que nada tiene que ver con un fin democrático incluso si pasáramos por alto los medios. El cambio institucional, arreglos distintos entre actores políticos, es un continuo incremental en sociedades con alto valor social. Esto se logra principalmente con buena educación, pero en Oaxaca a la sección 22 le ocupa más el incendio de las instituciones. 

miércoles, 27 de mayo de 2015

Un corazón

Un corazón
en lo profundo del pecho,
órgano resonante
que quietud no impide, el incesante golpeteo
de sus estampidas de sangre enfurecida.


En su ociosidad espera
que la gente reconozca su valor olvidado,
entre bichos invadiendo la casa y
golpes, en el aparador de lo cotidiano
se pudre cual naranja extraviada.

En lo profundo de una alacena
de la casa que se ha quedado vacía,
donde solo moran quienes antes
al amar sentían que un corazón
latía.

Y ahora se arrojan
sin arrepentimientos
a la noche donde duermen,
el sueño de cuantos con dolor
esperan, que las venas chorreen
la esperanza,
de latir en silencio.

domingo, 24 de mayo de 2015

En contrasentido, crónica de un viaje a Iztapalapa

El tipo es regordete, tanto que su asiento de conductor no deja lugar para las piernas de alguien que se siente detrás de él. Probablemente es un arma defensiva, justamente para que nadie lo haga. Antes tuve que mentirle al conductor del camión de la ruta establecida. Una ruta sustituta para un metro que no funciona. Le dije que era su responsabilidad si me desmayaba por no dejarme bajar. Mentí. El tráfico lo valía.

Una vez en la avenida tomé el primer taxi que pasó. Me dirijo a la Batalla de Celaya, una calle extraviada en la perdida ciudad de Iztapalapa. Ah, ya sé dónde es, dice el gordo, está por la clínica, luego repone, no, está por el bachilleres, después me pide que le investigue dónde es exactamente. Ahorita llegamos rápido por el eje seis porque Ermita está cerrado quién sabe por qué, me promete. Pero antes tenemos que pasar a la gasolinera, ya ando corto. Cuando la dejamos fue como dejar los pits en una competencia de fórmula uno. El chofer avanza rápido, empiezo a sentir empatía con él, se está interesando por mi prisa, pienso para mis adentros.

Maniobra como ambulancia, va de izquierda a derecha, se mete en diagonal, al paso le menta la madre a todos,toma atajos, en uno encontramos de frente un choque entre otro taxi y una camioneta bonita. Damos vuelta obligada, ahí se queda callado, como si ante la desgracia de un colega se autoimpusiera el silencio.

Le digo que el domicilio está donde antes, mucho antes, hubo un cine. Insiste que necesita la dirección exacta, después hace memoria y acepta que cuando era muy chamaco fue, pero ya no se acordaba. El hombre robusto parece de Iztapalapa, tiene ese acento característico,agreste, que dispara en cada oración pero no mata, que suena a amenaza atenuada. Así llegamos al metro Escuadrón 201, me comenta amablemente que ahí hace base, cuando se le ofrezca joven, aquí estamos desde que amanece hasta las dos de la mañana, siempre seguro. Voltea a ver a alguien que asigna los coches,le hace una seña con la mano, el dedo de en medio levantado sobre los otros. Se ríe sardónicamente.

Las maniobras se agotan cuando estamos cerca de Rojo Gómez, intuye cosas, una manifestación, nunca está tan hasta la madre, explica, explora rutas mentales, ve pocas posibilidades. Apaga el auto, nos quedamos sin movernos como diez minutos, a cada rato menta madres, atrevidamente le digo: lo que más me molesta de las marchas es que no toman en cuenta a quienes tenemos que trabajar y nos friegan el día, antes de la semana santa, en viernes a las diez de la mañana. Parece que no les importa, le digo indignadamente. No les importa nada, joven, me responde tajantemente.

Salimos del atorón, el taxímetro avanza rápidamente, ya van ochenta pesos. Toma rumbo hacia el norte, se mete por callejones, el coche tiembla de lado a lado, es un Tsuru como millones que circulan como taxis en el DF. No tiene estéreo, parece que se lo arrancaron a la mala, está sucio, le faltan partes. El llavero del taxista tiene la forma dela cabeza de un toro, concuerda con el carácter de su dueño.

Ha pasado media hora desde que lo abordé. Ya me llamaron, me esperan aunque mi presencia, según yo, es intrascendente. Por fin salimos al Periférico, es como haber encontrado el camino a Jerusalén en tiempos de las cruzadas. Pasamos el cuartel general de la policía federal, el paisaje es más triste que de costumbre, en el pensamiento llevo tanto que olvidar, tanto de que acordarme, tanto que acabar, y necesariamente empezar de nuevo. Para eso sirve el camino, arroja viento sobre mi cara, el gordo sigue vociferando. Toma un retorno, me dice que es del otro lado de la avenida, estamos por llegar.

Sigue una fila de coches que cruza un terreno baldío con rastros de basura, el horizonte, además de gris,está decorado con varias torres de alta tensión, la tecnología sobre un páramo sucio. Se mete en contrasentido, todo el rato ha sido así, en su oficio el volante es un póker, él lo juega con cartas bajo la manga. Toma el último atajo, llegamos al bachilleres, tenemos que preguntar por mi destino. Antes me dijo que debe regresar por una persona a las diez y media, si no se va a ir, dentro de mí pienso que es lo natural, no sé por qué lo dice como consecuencia insólita. Ahora entiendo mejor su diligencia.

Le pregunta a un viene viene, un franelero, una de las personas que “cuidan” los coches, este le pide que se orille, le pregunta desesperado por mi domicilio, ya güey, que me urge, no ves que llevo prisa, hijo. Y el viene viene, a pues yo también tengo prisa, camina hacia delante y lo deja hablando solo. Hijo de tu puta madre, ¡payaso! Suelta mi taxista.

Metros más adelante está el domicilio, lo que fue el cine Guerrero adonde fue cuando era chamaco, antes de que engordara y se sentara para siempre en su auto de fórmula uno, antes de que mandara a la chingada a más gente de la que puedo recordar. Es cosa de agarrar pista y ya, había dicho cuando lo tomé. Ahora tiene cara de arrepentimiento, me queda a deber quince pesos. Al experto le falló algo básico: no trae cambio. Aunque tal vez no le falló; sus habilidades valen más que el banderazo, que la tarifa y sus efectos por minuto y metros, tiempo y distancia, y lo sabe. Me recogió cuando fingía agonizar en una avenida desconocida, ahora me devuelve a la calle como se devuelven los aparatos defectuosos que compraste de oferta en un bazar. ¿Sufrí un asalto? No supe su nombre, tampoco vi su rostro. Era un taxista dedicado, nada más.

En las noticias se dirá que manifestantes anónimos bloquearon las principales arterias para salir de Iztapalapa. Causaron un desmadre. El típico viernes en la ciudad de México,donde todo lo demás se vuelve irrelevante. Despejo mi mente un poco, llegué puntual, ahora entiendo a esos taxistas sinceros que dicen: para allá no voy, y te dejan hablando solo. 

Sobrevivir a la deriva

El drama migratorio tiene rostros más crudos que otros. En el sudeste asiático se vive una situación alarmante: miles de personas que huyen de condiciones de miseria y discriminación navegan a la deriva mientras los Estados de Tailandia, Indonesia y Malasia les niegan el acceso a su territorio. La mayoría son migrantes originarios de Bangladés que pertenecen a la etnia rohingya de religión musulmana y huyen de Myanmar, país asolado por la violencia política, donde no son sujeto de derechos y, en cambio, son perseguidos cruelmente. Para estar dispuesto a cruzar el mar de Andamán en condiciones de hacinamiento el motivo debe ser mucho mayor al suplicio. Mientras los gobiernos de esos países acuerdan cómo resolver la crisis humanitaria sin ningún compromiso de por medio, los rohingya mueren de hambre y sed en alta mar. La situación es ilustrativa de la desesperación de los pueblos por sobrevivir.

Fue Felipe Calderón el primer presidente mexicano en reconocer que tenía parientes migrantes en los Estados Unidos. Su declaración causó cierto revuelo político por tratarse, en ese momento, de un jefe de Estado que reconocía la problemática como propia, pero no bastó para concretar un logro real respecto a la migración de los mexicanos hacia el norte. Ningún presidente mexicano, en el horizonte de sus seis años de mandato, ha conseguido presionar lo suficiente al gobierno norteamericano para regular la situación de los mexicanos que, como dijo Vicente Fox con su desfachatez ranchera, hacen trabajos que ni los negros quieren hacer, lo que le valió la censura de la esfera diplomática que nunca comprendió sus limitaciones intelectuales.

No hay que ser erudito para advertir que el fenómeno migratorio tiene su origen en las condiciones socioeconómicas prevalecientes en el país de salida y no en el de llegada. En México la gente no se va porque quiera irse, se va porque no le queda de otra. En la medida que no se generen empleos bien remunerados los mexicanos seguirán emprendiendo su propio viacrucis hacia la frontera norte. Dichos empleos dependen, en buena medida, de la inversión privada que supuestamente con las reformas emprendidas por la administración peñanietista debería estar aumentando aceleradamente aunque por ahora parezca estar cayendo a cuentagotas. Es evidente que para que haya inversión deben existir garantías institucionales, en otras palabras, debe brindarse seguridad al capital, y eso solo se logra con gobernabilidad democrática.

Joan Prats la define como “la capacidad de un sistema social democrático para autogobernarse enfrentando positivamente los retos y oportunidades que tenga planteados”. Se trata de una estrategia de construcción de capacidades. En su opinión, esto depende de la interrelación entre el sistema institucional vigente (governance), las capacidades de los actores políticos, económicos y sociales, y la cantidad y calidad de liderazgo transformacional, que impulse el cambio institucional. Si se quiere que los países antes llamados del Tercer Mundo y ahora adornados con el eufemismo “en vías de desarrollo” avancen a un mayor crecimiento económico que signifique bienestar para su población, primero deben existir condiciones de gobernabilidad democrática.

Una cuestión que surge inmediatamente es si ese tipo de gobernabilidad puede coexistir con la corrupción tolerada en todos los niveles y una clase política que trata de encubrirla. No lo creo. México es un caso inaudito de corrupción, donde bien podría construirse un museo dedicado al tema, como propuso recientemente Héctor Zagal. Cada semana tenemos un escándalo nuevo, del “error” de ocho minutos en helicóptero del defenestrado Korenfeld al viaje todo pagado que la constructora OHL regaló al secretario de comunicaciones del Estado de México; de la narcopolítica en Michoacán al papá incómodo del gobernador de Nuevo León, ordeñando el presupuesto para comprar ranchos en Texas. Lo cierto es que los mexicanos convivimos con la corrupción todos los días, y tolerarla es un desacierto no solo del gobierno sino de toda la sociedad en la búsqueda de ser un país de oportunidades.

La falta de oportunidades principalmente laborales, pero también educativas y de desarrollo tecnológico mantiene constante la migración hacia el exterior. El grueso de los migrantes se va porque aquí el campo no produce y el sector manufacturero paga muy poco para el costo de vida siempre en aumento. Pero hay una causa más cruda, también los mexicanos emigran cada vez más por razones cercanas al drama de los rohingya. La ciudadanía deja de valer en territorios dominados por grupos delictivos que imponen su propia ley y someten a su voluntad la vida social; una dictadura del terror. En tal escenario emigrar no es una opción sino la única salida. No hay que cruzar un mar para encontrar asilo pero se corre el mismo riesgo: morir en el intento. Lo crudo de la situación es que no irse también implica quedar a la deriva. 

Fraternidad electoral

Hace unos días el mural “Fraternidad” que pintó en 1968 el oaxaqueño Rufino Tamayo regresó a su lugar de honor en el vestíbulo principal del edificio de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. Fue un regalo del artista y del gobierno de México a la ONU en ese cambio de época que significó la década de los setenta. Durante el evento la jefa de gabinete del secretario general Ban Ki-moon, Susana Malcorra, señaló que las llamas de la hoguera del mural representan la idea que del amor, la verdad y la justicia tenía el propio Tamayo. En este contexto, las figuras tomadas de la mano a su alrededor, todas pintadas de negro, simbolizan una sola raza: la humana. Así, las diferencias no serían un obstáculo para buscar los ideales de una vida en sociedad. La hoguera seguiría ardiendo mientras exista la fraternidad que los admira.

No todo es arte en la vida. Las campañas políticas dividen nuestra fraternidad política en dos motivos: convicción vs beneficio. Mientras observo a grupos de simpatizantes que invitan a votar a los vecinos de mi colonia compruebo que nada hay de deliberativo en el brigadeo más que sonrisas falsas, información escueta y pancartas de candidatos maquillados aprovechando el tráfico de mediodía en los cruceros de mayor afluencia de la ciudad.

La exigencia de que los candidatos debatan es reciente. Tan reciente como que el primer debate presidencial por televisión en México fue en 1994 cuando Diego Fernández de Cevallos lo ganó contundentemente para después desinflarse en la recta final de su campaña como si lo hubiera acordado con el PRI y su candidato Ernesto Zedillo. Esa versión sembró una duda que nunca se despejó del todo. En elecciones intermedias como la que se avecina para elegir diputados federales no hay una tradición de debate entre los candidatos. La política mexicana no funciona con base en el contraste de ideas razonables, su signo es la promesa fácil y lo que algunos llaman “arraigo” de base social. De modo que si uno revisa su plataforma de campaña encontrará que la mayoría de los candidatos usa conceptos que probablemente ni siquiera entienda. Una repetición común es la de políticas públicas.

Luis Aguilar, uno de los mayores estudiosos del enfoque de políticas públicas, las define como “decisiones de gobierno que incorporan la opinión, la participación, la corresponsabilidad y el dinero de los privados,en su calidad de ciudadanos electores y contribuyentes”. Esta definición es coherente con la de un Estado abierto a la participación ciudadana plural, capaz de remontar la estructura corporativista del gobierno interesado en formar clientelas pasivas; mayorías del voto duro. Contra la argumentación y desarrollo de conceptos como “políticas públicas”, que se vuelve lugar común en el discurso político, se impone la dictadura del mitin: encender el megáfono de las propuestas huecas, ideas ambiguas y vagas generalmente, mientras suena una pegajosa canción de fondo y se reparten refrigerios para el público acarreado.

Es notorio que muchos de los brigadistas de cualquier candidato a diputado participan en la campaña a cambio de un beneficio. A veces es inmediato: doscientos pesos por cuatro horas bajo el sol; otras veces es la expectativa de la recompensa después de la elección: estar dentro del presupuesto o recibir apoyos de programas sociales en tiempo récord. Detrás del beneficio la convicción mengua como una cualidad decorativa de la acción electoral. No importa ser priista, panista, perredista, o de Morena, por lo que ideológicamente representan los partidos políticos. Que todos son iguales y no hay político bueno es un estado de consciencia que subraya la importancia de lo que se puede obtener a cambio del voto y su promoción en favor de un candidato por encima del voto como un instrumento democrático. En los hechos no es más que una boleta en el conteo para acceder al poder.

Lo triste de nuestra política es que a pesar de los esfuerzos por democratizar la vida pública las campañas siguen centrándose en los votos como fin, no en las personas. De por medio, la compleja estructura social que bajo el principio de igualdad debe ser representada por los futuros diputados pasa a segundo término. No hay una vocación de diálogo por parte de nuestros políticos. No están dispuestos a rendir cuentas bajo la lupa de una opinión pública vigilante del mínimo error. Tamayo, como artista universal, creía en el valor de los ideales, pero también comprendía que nuestra naturaleza de ser diferentes es insalvable. Así, otra interpretación a partir de “Fraternidad” es la de una reunión de voluntades que resiste el fuego de una hoguera que arde más en tiempos de campañas, cuando todo ideal es digno de decorar un discurso, aunque quienes lo pronuncian no sepan el significado del amor, la verdad y la justicia.