jueves, 22 de octubre de 2015

Una oratoria única y exclusiva

La academia de oratoria “Hablando el Corazón” celebró su IV aniversario con un concierto de gala al lado de la Orquesta y Coro Esperanza Azteca en el histórico Palacio de Gobierno de Oaxaca. Su patio central se vistió de gala para un evento sin carácter político; ahí reunida, la sociedad civil revitalizó el inmueble que es cabeza administrativa del gobierno estatal. Durante cuatro años, “Hablando el Corazón” se ha convertido en referente de la práctica de la oratoria a nivel nacional, pero no es una escuela convencional que solo prepare cuadros para participar en los certámenes convocados por escuelas y en eventos cívicos. El mérito tiene que ver con la visión de su fundador, David García Pazos, quien estudió derecho en la Universidad Anáhuac, pero ha dedicado todo su tiempo al sueño que tuvo desde niño: ver en la oratoria un instrumento de transformación social.
Por percepción, muchas personas dirán que la oratoria es un “rollo” que sirve para hablar mucho y no decir nada, pero percepción no es igual a realidad. En los hechos, hablar con elocuencia es solo el principio de un arte aún más complejo: la argumentación. De acuerdo con Hannah Arendt, “el sentido de la libertad en la Grecia antigua estaba unido a la polis —ciudad Estado— que surgió para asegurar la permanencia de la grandeza de los hechos y palabras humanos”. Dentro de ella se podía ser libre y esta libertad estaba basada en hablar en presencia de los otros y con base en un trato entre iguales en la publicidad del ágora.
En julio pasado impartí en “Hablando el Corazón” un curso intensivo de verano que titulé “Construcción de opinión pública”. Fue refrescante compartir el tema con niños y jóvenes con anhelos vastos. Durante mi participación comprobé qué hace diferente al proyecto; por qué de repente muchos niños se interesan en la oratoria como cuando yo era adolescente se interesaban en el fútbol. Y es que han visto en la oratoria la posibilidad de alcanzar un sueño, pero además, en el camino que lleva a él, han aprendido a conducirse con una determinación ética. Como parte del curso hice una dinámica de análisis de textos en la que leímos un par de cuentos de Etgar Keret, el escritor israelí que ha ganado fama mundial por su novedad narrativa.
Uno de esos cuentos se llama “Un pensamiento en forma de cuento”. Es la historia de un joven que vive en la Luna en medio de una sociedad basada en el orden de las cosas ligado al de las palabras. Bajo ese orden las ideas se materializan en forma de diferentes objetos, por ejemplo, el amor paterno en un cenicero. Uno puede saber qué están sintiendo los demás si observa los objetos que hay a su alrededor. Lo que hace al joven especial es que cree que todas las personas tenemos al menos un pensamiento único y exclusivo, y su sueño es ir en pos de ese pensamiento para lo cual construye una nave con objetos que el resto de sus semejantes usan para fines menos atrevidos. Al notar que su empresa es una locura, sus vecinos deciden desmontarle la nave y encerrarlo en un calabozo de un metro por un metro. El cuento termina cuando el joven en absoluta soledad tiene un último pensamiento con la forma de una soga de la que decide colgarse. Al paso del tiempo, a los habitantes de la Luna les entusiasma la idea de tener su propia soga y hacen lo propio. Por eso cuando los primeros astronautas llegaron al satélite solo encontraron hoyos, las tumbas de esa antigua sociedad, pensamientos sobre nada.
Fue sorprendente escuchar las diferentes interpretaciones que las y los alumnos ofrecieron sobre el cuento. Cada interpretación única y exclusiva me hizo pensar que lo que le falta a muchas escuelas del sistema educativo en Oaxaca es justamente lo que le sobra a la escuela que conocí: imaginación. Es difícil saber hasta qué punto la vocación de una persona se encuentra en actividades complementarias a la formación obligatoria, de lo que estoy seguro es que la convivencia sana, el crecimiento en valores y la práctica de un arte son aliados en la definición de la vocación que nos acompañará el resto de nuestra vida. Y en este México nos faltan vocaciones verdaderas.
Arendt señala que “uno de los elementos más notables y estimulantes del pensamiento griego era precisamente que desde Homero no existía una tal escisión fundamental entre hablar y actuar, y que el autor de grandes gestas también debía ser orador de grandes palabras —no solamente porque las grandes palabras fueran las que debían explicar las grandes gestas, que si no caerían mudas en el olvido, sino porque el habla misma se concebía de antemano como una especie de acción”. A la clase política del país le falta oratoria, y también a la sociedad civil que en su despertar está llamada a enfrentar la adversidad con palabras no solo precisas sino también bellas.
Ahí tenemos un buen ejemplo con la academia de David.

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