lunes, 31 de diciembre de 2012

Al margen, el desapego


Había sido un día de locos. Amaneció temprano para él, como turista en su propia ciudad. Contaba con el asilo de personas valiosas. El tipo de personas que te brinda su ayuda desinteresadamente. En realidad, el mundo no estaba lleno de ese tipo de personas. Por ello, había resultado gratificante encontrarlas incluso más allá de esa ciudad tan suya a la distancia. Y es que había ido a una comunidad enclavada en la sierra sur del estado; un pueblo en la ladera de una montaña por la que pasaba la carretera que serpenteaba desde la capital del estado hasta el pueblo donde adoran una imagen —a decir de los creyentes, muy milagrosa— que sin embargo causaba la muerte de muchos de ellos al intentar llegar multitudinariamente a ese santuario.

Precisamente unos días antes de cuando se encontraba con las buenas personas, estuvo sentado a la orilla del río del pueblo donde pasó la mayor parte de estas vacaciones tan especiales. Estaba acompañado por un tipo único de personas que llenan la vida de todo cuanto mortal existe en el mundo. Y con ellos disfrutaba de esos momentos también tan únicos que de tan lento que transcurren se olvidan tan rápido al volver a la rutina feroz. Ahí vio a decenas de peregrinos que caminaban a la orilla del río, dirigiéndose con seguridad al santuario aquel, porque de otro modo no hubieran llevado a cuestas las imágenes del objeto de veneración.

Jamás había sufrido la nostalgia que sintió apenas unas horas después de haber dejado Sola. La verdad es que la expectativa enorme de encontrar un lugar desolado, se tornó sorpresa inaudita, gozo prolongado y tristeza pasajera. De por sí era un ser nostálgico, es algo que todo el mundo sabía, porque además se había empeñado en mostrarlo a los demás, como quien promociona un producto poco exitoso, sin comparar demasiado por supuesto. Así que aquella tarde, mientras volvía a la ciudad de sus ayeres, se encontró perpetuamente solo. Sin más que hacer que buscar ayuda del tipo de gente que te la brinda —lejos de entrar al dilema de si desinteresadamente o no—. Porque llega el momento en que la ayuda, más que llegar, se busca incesantemente, como por sistema. No es que sea deseable, que por la vida se deba andar produciendo lástima entre los demás; simplemente ocurre.

El día de mañana habrá olvidado muchas de las vivencias lamentadas. Como por ejemplo, que alguien bastante pobre le haya regalado cien pesos sin merecerlos ni necesitarlos. Como que alguien más le haya dado medicinas necesitándolas pero sin merecerlas, o como que alguien le haya hecho la vida feliz mucho tiempo, pese a que él siempre lo tachaba de ser muchas cosas que francamente no era, pero aparentaba muy bien, debido a su propensión, muy humana, de ser sincero en sus defectos. En todo esto, en el camino desgastado de encontrar defectos en el resto de las personas y no indagar lo suficiente, o mejor dicho, no observar lo suficiente en su interior, permanecía una chispa de nobleza. Porque en realidad quería ser una buena persona, pero sabía que eso no bastaba. La verdad era que de buenos deseos estaban llenos los panteones, como reza el refrán, pero también que incluso algunos ni siquiera llegaban a eso.

Últimamente sentía la necesidad de olvidarse de todo aquello. Dejar de clasificar entre buenos y malos; dejar la obsesión de distinguir entre la gente. Francamente no había llegado a nada bueno con tanta dependencia; elaborando tantas veces el buzón de quejas que, pese a ser oídas, no dejaban de ser quejas muy egoístas. Así que esa noche, aún en la casa de las buenas personas, recordó la frase sabia de quien había dado paso a sus días: “hay que fomentar el desapego”. Y no encontraba nada más sensato para proseguir con su vida, monótona o como fuera, pero su vida al fin de cuentas. 

sábado, 22 de diciembre de 2012

Soliloquio de camión

Viajando hacia Oaxaca ando. Vengo como quien viene  de ningún lugar, porque mi lugar en el mundo está encadenado a dos obligaciones que se han vuelto monótonas en mayor medida, y un lugar que de algún modo esclaviza, no es un lugar digno de recordarse. Por ello, en un ejercicio de libertad, salir de esa ciudad es volver a donde uno se encuentra consigo mismo, y eso ya es mucho decir.

No vengo caminando, tampoco volando. Vengo en una conjunción de ambas, trepado en un camión que deja mucho que desear por lo incómodo y por lo inodoro. Contemplo el verde cafesino paisaje de los alrededores que anuncia que me encuentro en una región que siempre me ha acompañado: la mixteca. Muchos de sus habitantes, posiblemente por su mayor proximidad con la ciudad de México, se han ido para allá. Dos de ellos fueron mis abuelos, uno fallecido en 2010, la otra con más de 90 años de vida a la fecha. Por eso yo soy oaxaqueño, porque mis raíces no están echadas ayer. La familia de mi padre, sabrá Dios cuánto tiempo ha vivido en estas tierras que, sin embargo, parecen muy lejanas para mí.

Yo crecí en la ciudad de Oaxaca y hacia allá me dirijo. Por decisión estratégica o porque no les quedaba de otra, mis papás llegaron a vivir a Oaxaca. Lo hicieron cuando yo tenía tres años y apenas conocía el mundo. De mi niñez más lejana no recuerdo mucho y me siento afortunado de no hacerlo. Pero lo importante es que ahí me quedé mucho tiempo, otra vez, por decisión de mis padres o porque no me quedaba de otra. Estudié desde preescolar hasta preparatoria en escuelas de la ciudad. Pero sabía que tarde o temprano tendría que volver a donde nací: la ciudad de México.

Hoy regreso como viajero infrecuente, tiene cinco meses que no estoy en Oaxaca. Lo hago gustoso pero además lo hago sin nada que perder.  Antes me dirigía pensando en agravios, en nostalgias, en pasados, y hoy lo hago como quien invierte en un proyecto totalmente nuevo. Algo, por así decirlo, como una apuesta. Ciertamente, no he dejado de lado mi interés en  mi estado.  Si no, no habría trabajado hasta ahora dos años y medio en su gobierno desde la capital. Ahí también he aprendido muchas cosas. He madurado aspectos de mi carácter que pensé, o no pensé, que cederían algún día. Por eso vuelvo con convicciones, las que tanta falta me hicieron en lo que yo defino como una adolescencia prolongada.

Regreso a Oaxaca como estudiante y como trabajador. Vuelvo convencido de que las adversidades se han apoderado de la mentalidad de la mayoría de la gente, no sólo aquí, sino en el mundo entero. Y por ello, vuelvo para mostrar un rostro diferente. Aquí, me detengo para señalar que no estoy dispuesto a cambiar el mío a cambio de nada. Lo auténtico llegó para quedarse. La falsedad está en el entorno, pero éste ya no afecta como lo hacía. Al contrario, me da ánimos, cobro bríos, para encarar sin titubeos cualquier dificultad. Por eso vine a Oaxaca, porque estoy seguro de que no soy el mismo. Ahora asumo todos mis errores y no le temo al triunfo. 

viernes, 14 de diciembre de 2012

Pericia para subsistir

El ambiente que lo envolvía era el de una neblina no tan densa como para no ver, pero no tan ligera como para no tener que usar los faros. Y es que la navidad siempre venía acompañada de ese clima tan frío y llano. No estaba seguro de que fuera la navidad solamente, sino todo lo que de ella se decía antes y después de las fechas importantes. Porque todo giraba en torno a esas fechas, sin ellas no tendría sentido tomar vacaciones, comprar regalos y comer muchas cosas que no se comen en todo el año. Así que antes de navidad su panorama era algo gris. Lo que lo llevó a pensar que no sólo era por la navidad, en realidad era gris desde hacía ya bastante tiempo.

Rondaba por la avenida Álvaro Obregón, entre coches que rozaban sus piernas y sobre un asfalto remendado. Después de dos años era más pericioso, pero ello no significaba que tuviera más de una vida, toda vez que ésta casi se le va del cuerpo en su último viaje fuera de su 'hogar'. Reflexionaba entonces sobre sus posibilidades a futuro, al tiempo que hacía su balance final de año. 2012 había sido muchas cosas menos lo que se dice: un año axial, puesto que ése ya había sido 2011. Ahora reconocía los miles de momentos del presente como algo necesario pero ya. Nada nuevo en el curso de los hechos de los últimos meses. Ah... excepción era la amistad. Luego de años de reflexionar en torno a ella, discutir con mucha gente y huir de los momentos decepcionantes, se curó de espanto.

Entregaba revistas a domicilio como parte de sus obligaciones laborales. Pensaba, llegado a este punto, que de todos los oficios el de cartero le sentaba bien. Y es que pese al maltrato que recibía de no pocos, lo cierto es que le gustaba mucho eso de conocer calles en la ciudad de México. Era como si cada colonia tuviera sus escondrijos, lugares nunca antes vistos con todo y que pasaba por ellos desde hace tiempo. Además de que le gustaban los baños de sol, desde que su mamá en algún momento de su difícil adolescencia, le contó que de niño se los daba, porque pensaba que de ese modo crecería sano y fuerte. Claro que creció, pero aunque su condición no decía otra cosa, su mente siempre lo hacía sentir medio enfermo y débil.

Recibió tarde la invitación. Quizá después de todos los convidados al festejo. Era de esperarse luego de lo que se llama 'distanciamiento' con el amigo que conoció al entrar a la universidad. La verdad es que hace tiempo que las cosas no iban bien entre ellos. Después de decir varias o muchas veces que se querían y eran como hermanos, terminaron por tratarse con reserva. No mucha, pero en esto no es necesario el grado, el asunto es que se presente y... ¡bah! Ya sabemos que pasa cuando las personas empiezan a desconfiar. Nunca termina en algo bueno. Así que en ese paseo por la Roma y la Condesa, analizaba sus demás relaciones personales, para pensar si sucedía con alguien más lo de la reticencia. Encontró que no, pero con los demás la reticencia era algo ya supuesto. Es decir, no  pensaba en la posibilidad porque desde el principio la había asumido.

Apenas había pasado un día de que pasó la mañana en la universidad con lo que denominaba excelente compañía. Su padre había venido a la capital de visita y aprovechó para invitarlo a conocer su alma máter. Hizo extensiva la invitación a Edwards, su amigo de toda la vida. Ahora, conviene precisar a qué se refería con lo de "toda la vida". En efecto, no habían pasado más de seis años que se conocieron, pero el sentimiento que los unía era el de toda una vida. Antes había pensado en los factores que dieron pie a su amistad, pero seguía sin concluir cuáles fueron. De lo que estaba seguro es que difícilmente encontraría a otro amigo así. La sociedad de su tiempo no era la de antes, si es que la de antes es como algunos la describen. Se refería a que la gente actual era frívola, por decir lo menos. Muy indiferente por decirlo serio. Y no seguimos con decirlo de otra manera.

Antes de lamentarse otra vez en alguna circunstancia de la vida. Antes de pensar fatalmente en el porvenir, como si la neblina de ese camino que recorría justo ahora lo cubriera hasta no ver nada más, como aquella vez perdido en el bosque tragado por la ciudad, sin dinero y lleno de miedo, estaba la noción de que la amistad verdadera sí existe. Y no es tan perfecta como algunos idealistas piensan. Al contrario, suele ser complicada, con sus altibajos, como todo en esta existencia. Pero vale la pena tener un amigo así, alguien 'no como de' sino de-la-familia. Por ello, esa noche, luego de recibir la cancelación más reciente a un compromiso del tipo 'amistad', se acordó que no era la primera vez y por lo menos la navidad se veía muy cerca... de su hogar.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Libros, libros y más sueños

Los rayos de sol iluminaban la ventana amplia del autobús al que se había subido cinco horas antes. Se despabiló pronto para admirar el hermoso amanecer del Bajío, región ignota de paso a la Perla de Occidente. Sus pensamientos revoloteaban y no se encontraba en el comienzo de su trayecto, el primero que voluntariamente realizaba solo. Lo mismo entonces que cuando llegó a Guadalajara a media mañana. Como Dios le dio a entender trepó a un camión que lo llevaría al centro de la ciudad. Y eso de aceptar consejos de cualquier peatón no es precisamente lo más adecuado, aunque cuando se tiene como única referencia la búsqueda en Google maps, es la opción.

Una hora y muchas cuadras después llegó al hotel donde reservó (otra vez guiado por consejos de la red) una habitación económica. Su sorpresa fue encontrar algo que en otro contexto llamaban "cinco letras", y en vez de sucumbir a la clásica escena de darse un manotazo en la frente, decidió aceptar su cruel destino. Afortunadamente, para él desde luego, la terminal de la recepción no servía y puesto que no tenía donde caerse muerto además del mar de crédito, partió sin rumbo fijo pero con un olor que espantaba a tres metros de distancia. Subió a un camión, éste menos cómodo que el anterior, y supo que se encontraba en Guadalajara (qué tal si todo era un mal sueño) cuando un sujeto con aspecto raro, dicho así nomás, se subió a vender el escapulario de san Benito XIV, en súper oferta que regalaba la oración especial, obviamente del tal Benito. Era tan efectiva su oratoria confesional, que no solo vendió varios, sino que lo terminó convenciendo de que México es católico por gusto, no por necesidad.

No surtió efecto la bendición del XIV ése porque apenas dos cuadras más adelante el camión le voló el espejo a un taxi. Parecía escena de gallegos. Nadie se ponía de acuerdo, además de que no se entendía lo  que hablaban, y los pasajeros... peor que espectadores de un  juego de golf. Finalmente tuvo que bajar, como todos los demás, sin goce de reembolso de pasaje, y tomar el primer camión que dijera algo parecido a cerca, en un lugar desconocido. Llegado a este punto sí se dio el manotazo. Cuando por fin se cansó de pensar sin coherencia, notó que a su alrededor había edificios más viejos que por donde estaba el motel. Maleta al hombro y mochila a la espalda, ya no aguantaba nadar en sus propios jugos; así que optó por el despilfarro. No tenía alternativa. Era eso o perderse en algún lugar de mala muerte, que también los hay, ahí. Cuando vio que sobresalía el "Eco" después del nombre de un hotel con facha de caro, se metió sin dudarlo. Ya dentro no lamentó tanto pagar el doble de lo planeado. "Bañarse es un lujo", pensó.

Tenía tanta hambre que se imaginó sus comidas favoritas servidas en la misma mesa después de haber jugado (lo cierto es que hace tiempo ni corría) fútbol una tarde completa. Comió pozole como por deber moral. Aquí conviene enunciar que en cualquier relato la única verdad está dada por la máxima "barriga llena, corazón contento". Si no, todo el relato toma un rumbo distinto, sesgado por la falsedad de que la comida es algo accesorio. Pues hay lo tienen, perdido pero contento porque ya comió. Subiéndose a otro camión, mirando a cuanta tapatía se le cruza por el camino y de repente, ¡ahí está! ¡La FIL ahí está! Fue a la capital de las tortas ahogadas porque quería empaparse de la cultura del libro. Consecuencia, claro, de que se había convencido que los libros hacen mucho más que dejarse leer. Los libros transforman la vida de los seres humanos, la hacen noble, la dotan de significado, la determinan a cumplir sueños.

La escena magnífica, la gran entrada, la muchedumbre pululando. CHILE, se lee en el primer pabellón, el de bienvenida. La paradoja consiste en que el país invitado se convierte en el anfitrión de la máxima fiesta de letras de hispanoamérica. Y más adelante, las avenidas, las calles, los callejones y las plazas, la gran ciudad de los libros hermoseando lo que sin más es un galerón gigantesco. Luego de haber pensado que era mejor volver por el mismo camino por donde llegó (sobre todo en las primeras dos horas de su estadía) se dijo que había valido la pena. Fue a la sala de prensa, tomó del clásico café que de tan malo sabe sabroso. Anunció en su perfil (cómo no hacerlo) su buen estado físico y mejor mental, para luego presenciar algunos eventos. Hasta aquí, el narrador de este relato lo había acompañado con reservas. Es conocido el mal genio que tiene; dicen que a veces ni él se aguanta. Pero parecía muy contento, viendo libros, oliéndolos, tocándolos. En fin, su capacidad de asombro puesta a prueba cuando creyó haberlo visto todo horas antes, en el amanecer aquel que destellaba en sus pupilas cafés por entre sus párpados cansados.

Solo resta añadir que, ese mismo día, el pesimismo lo hubiera derrotado frente a un televisor o monitor, o un televisor que funciona como monitor. El optimismo lo hubiera llevado a imaginarse todo lo que estaba viviendo, pero solo a imaginárselo. Pero la realidad, mucho mejor que cualquier 'ismo', lo tenía ahí, ejercitando los párpados en las páginas de miles de sueños... que si te propones leer se hacen realidad.