sábado, 22 de diciembre de 2012

Soliloquio de camión

Viajando hacia Oaxaca ando. Vengo como quien viene  de ningún lugar, porque mi lugar en el mundo está encadenado a dos obligaciones que se han vuelto monótonas en mayor medida, y un lugar que de algún modo esclaviza, no es un lugar digno de recordarse. Por ello, en un ejercicio de libertad, salir de esa ciudad es volver a donde uno se encuentra consigo mismo, y eso ya es mucho decir.

No vengo caminando, tampoco volando. Vengo en una conjunción de ambas, trepado en un camión que deja mucho que desear por lo incómodo y por lo inodoro. Contemplo el verde cafesino paisaje de los alrededores que anuncia que me encuentro en una región que siempre me ha acompañado: la mixteca. Muchos de sus habitantes, posiblemente por su mayor proximidad con la ciudad de México, se han ido para allá. Dos de ellos fueron mis abuelos, uno fallecido en 2010, la otra con más de 90 años de vida a la fecha. Por eso yo soy oaxaqueño, porque mis raíces no están echadas ayer. La familia de mi padre, sabrá Dios cuánto tiempo ha vivido en estas tierras que, sin embargo, parecen muy lejanas para mí.

Yo crecí en la ciudad de Oaxaca y hacia allá me dirijo. Por decisión estratégica o porque no les quedaba de otra, mis papás llegaron a vivir a Oaxaca. Lo hicieron cuando yo tenía tres años y apenas conocía el mundo. De mi niñez más lejana no recuerdo mucho y me siento afortunado de no hacerlo. Pero lo importante es que ahí me quedé mucho tiempo, otra vez, por decisión de mis padres o porque no me quedaba de otra. Estudié desde preescolar hasta preparatoria en escuelas de la ciudad. Pero sabía que tarde o temprano tendría que volver a donde nací: la ciudad de México.

Hoy regreso como viajero infrecuente, tiene cinco meses que no estoy en Oaxaca. Lo hago gustoso pero además lo hago sin nada que perder.  Antes me dirigía pensando en agravios, en nostalgias, en pasados, y hoy lo hago como quien invierte en un proyecto totalmente nuevo. Algo, por así decirlo, como una apuesta. Ciertamente, no he dejado de lado mi interés en  mi estado.  Si no, no habría trabajado hasta ahora dos años y medio en su gobierno desde la capital. Ahí también he aprendido muchas cosas. He madurado aspectos de mi carácter que pensé, o no pensé, que cederían algún día. Por eso vuelvo con convicciones, las que tanta falta me hicieron en lo que yo defino como una adolescencia prolongada.

Regreso a Oaxaca como estudiante y como trabajador. Vuelvo convencido de que las adversidades se han apoderado de la mentalidad de la mayoría de la gente, no sólo aquí, sino en el mundo entero. Y por ello, vuelvo para mostrar un rostro diferente. Aquí, me detengo para señalar que no estoy dispuesto a cambiar el mío a cambio de nada. Lo auténtico llegó para quedarse. La falsedad está en el entorno, pero éste ya no afecta como lo hacía. Al contrario, me da ánimos, cobro bríos, para encarar sin titubeos cualquier dificultad. Por eso vine a Oaxaca, porque estoy seguro de que no soy el mismo. Ahora asumo todos mis errores y no le temo al triunfo. 

No hay comentarios: