miércoles, 24 de septiembre de 2014

Riña de confianzas


Confianza es lo que aparece entre tú y yo cuando dejamos el centro del ocio y nos dirigimos a la parada de autobús. El autobús recorre media ciudad, la circula por la periferia. Muy de mañana, cuando la luz del sol ilumina el horizonte y se aprecian los volcanes de Puebla, y muy noche, cuando el día deja de ser día. La gente corre a refugiarse a sus casas, se sienta a mirar la tevé y cena pan con café. Las pilas se recargan con cafeína. El sueño resulta accesorio.

En los recónditos confines de tu sonrisa sospecho que la vida nunca pierde esa chispa que te permite gritar de felicidad. A veces el grito se torna desesperado, ya no como una risa transparente y fina, sino como una mueca que expresa tanto y nada a la vez.

El ruido de la lluvia alarga el verano cuando ya hizo el daño que debía. Ahora, las hojas al suelo en medio de los parques verdes dicen otra cosa. Al pisarlas subrayo la lejanía de tus emociones, pensando que murieron al intentar renovarse con el cambio de estación. Los andadores de la ciudad me conducen de avenida en avenida, creyendo en mi interior que en alguna esquina encontraré eso que te hizo especial cuando mis pestañas eran ciegas y los ojos se creían el cuento de la belleza interior.

Recuerdo aún cuando salía a correr hasta llegar a un mirador muy bonito en el cerro de San Agustín. Me sentaba en una banca de piedra a mirar el horizonte de una tarde decaída. Las casas desperdigadas, un campo en el que nadie iba a jugar, árboles en multitud de consejo, todos estaban enfrente de mí. Y nada era más importante que estar ahí. Los problemas de ahora no existían, ni siquiera tenía claro qué era un problema ni quiénes sus protagonistas. El tiempo avanzaba y la cicatriz a la orilla del labio se empequeñecía sin resabios.

En la orilla del camino había espigas queriendo ser doradas. Su voluntad las enorgullecía a las seis de la tarde cuando la puesta de sol ahogaba sus tallos. Entonces creía verte en donde empezaba la curva, en la panorámica de ese campo de golf que parece un valle encantado. Me acercaba poco a poco a una imagen difusa que, sin embargo, proyecté durante muchos meses pensando que el futuro encima de mis ojeras de búho sería el cuento de hadas que nos venden como vocación infinita.

La tormenta pone de manifiesto que hay, por un lado, un esquema de valores que define la personalidad y, por otro, una serie de objetivos que nos encanta creer que alcanzamos con esfuerzo consagrado. Me asomo afuera y la vida corre en fuga. Apartados del camino, nos permitimos tomar veredas que, nos dijeron, convenían para no hacernos daño. A paso veloz comprobamos que el mal mayor no es uno solo, que siempre hay alternativas para reñir con lo que amamos. Que la riña interminable nos llena de melancolía a veces, pero otras más nos acerca al arte de vivir quitado de la pena.

Confianza se evapora entre tú y yo. El autobús se detiene y debo volver a pensar con cordura, cuando paso demasiado tiempo entre los abusos del espacio y la ruina del tiempo tiendo a enloquecer y recuerdo tu nombre.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Esquinas de ciudad


Dos parejas de novios abrazados en el camión están sentadas en asientos subsecuentes. Los hombres hacen esquina con la barbilla y el cuello para que las mujeres puedan recargarse mejor. Ellas parecen dormitar; ellos se esfuerzan para que el sueño no los venza. El camión desaparece en la bruma de una vereda que promete llegar hasta un cerro donde vive un judío.

En el puesto de pozole hay gente cuando son las nueve de la noche. Rábanos, lechuga y orégano para acompañar el plato. El caldo es espectacular. Lo primero que se acaba cuando se tiene mucha hambre. La sed siempre será nuestro talón de Aquiles. Afuera del mercado un señor vende gelatinas de rompope con rompope. Si no estuvieran buenas no las vendiera, presume con humildad. Por los parques circula la gente caminando, conversando, riendo, mientras niños corren y se detienen intempestivamente, como un juguete descompuesto. La cuerda siempre vuelve a girar, la pila nunca se acaba.

El sol atraviesa el cielo raso, azul de punta a punta. Pocas veces se mira tan decidido a mostrar su verdadero color. Las nubes son compañeras de viaje, nada más. El campus parece un parque de atracciones finas, sin juegos mecánicos que inviten al vértigo. Hay mesas de ping pong dispuestas alrededor de la torre de rectoría. Los pedazos de pasto, ese archipiélago del ocio, invitan a sentarse y no moverse en lo que quede de tarde. Afuera de la biblioteca veo un rostro conocido. Ella jugaba basquetbol en la preparatoria. Su nombre recuerda a la madre divina del pulque. La familiaridad de su sonrisa sigue siendo la misma. En vez de hablarle, huyo con los libros.

Polanco no dejará de ser el quinto infierno del tráfico, lo cual no sería un problema si no lloviera, pero cuando llueve, inevitablemente, es peor. Sus calles tristes, de agotado materialismo cursi, no perdonan al transeúnte que por obligación tiene que entrar al gran aparador. Más cerca de Chapultepec hay cafés para todas las clases sociales, uno puede sentarse a escuchar jazz en un Starbucks con todo lo que cuesta o tomar un moka en una tiendita de la esquina mientras deja de llover. Sería mejor si efectivamente fuera la tiendita de la esquina, pero en estos tiempos ese lugar de la infancia perdida ya no existe. Hay que optar por una cadena de pocas letras, clásicamente frívola, donde un dependiente hará todo lo posible por no hacerte la plática.

Afuera de Metro Tacubaya hay tres puestos de libros. Nunca he dejado de creer en la conveniencia de hurgar en la basura para encontrar joyas. Ahí está, como nuevo, Los partidos políticos de Maurice Duverger, edición de los setenta, 40 pesos. El clásico en la bolsa reconforta, ni siquiera ha sido subrayado y huele a viejo. A veces que algo huela a viejo es mejor que ese olor plastificado que desvirtúa toda consciencia histórica, por algo Donceles siempre será el paraíso de un escritor en potencia.

Recorrer avenida Insurgentes desde la Unam hasta la glorieta de Insurgentes cuando hace un día tan bonito es casi un crimen. Dentro del chorizo con ruedas la gente dormita o alarga la cara intencionalmente, como para hacer notar su desprecio por ese momento de la vida. Los pocos que hablan no dicen nada interesante; una televisión repite tediosamente los mismos anuncios. En mi mente sueño que voy en bicicleta. El viento refresca mi cuerpo y la intensa luz del día broncea mi frente hasta desvanecerse en mis ojos de ocelote. Como una flecha avanzo decididamente entre la agonía de cada esquina que va quedando atrás, pero no sé hacia dónde me dirijo. 

Solo sé que la avenida nunca termina.

domingo, 14 de septiembre de 2014

La cima de la amistad

Bosques de pinos altos salen al paso de dos coches. Serpenteamos la carretera y después el camino de terracería para llegar al paradero. De ahí hay que caminar una empinada subida que se asemeja a una comarca escocesa con neblina. En el sendero hay matorrales secos, plantas que parecen salidas de otro planeta y a nuestras espaldas se alcanza a ver, debajo de la neblina, un claro de ciudad. El sol iluminará más tarde nuestro camino.

Cuando llegamos a la cima una perra gran danés besaba las mejillas de su amo. Otras personas dispersas miraban el paisaje surrealista. No había creído en el poder de la ciencia ficción o por lo menos no había comprendido sus alcances hasta situarme en ese punto donde todo parece irreal por demasiado hermoso. El valle delante de nuestros ojos tenía ese verde con el que pintan el hábitat de los dinosaurios y un monte orgulloso partía la panorámica con dos lagunas que no tienen fondo antes de llegar al mar.

La legión expedicionaria se conformó por seis mexicanos y cuatro costarricenses. Nos conocimos en el congreso internacional de ciencia política aunque no exactamente en el congreso. Hay casualidades que nos salvan de vivir con lógica. Yo creo que vivir con lógica es una de las cosas más aburridas de la existencia humana. En cambio, cuando la lógica se rompe y el caos altera el orden de todo lo que debe ser previsible, el mundo gira y a veces estalla para bien. Una noche, Julio subió a nuestro taxi y nos acompañó por un recorrido raro en el que encontramos a un cómico sujeto presuntuoso cuya carta de presentación fue: Soy diputado, todos me maman. Les invito un pomo y ya, eh. El mantra se repitió como conjuro hasta que Julio, yo y mis amigos ya éramos inseparables.

Descender al cráter del Nevado de Toluca es una de las mejores experiencias que he vivido. La ironía es que al bajar a la primera laguna llamada de la Luna, David, rebautizado como el Charro, nos anunciara con su peculiar acento tico: ¡Bienvenidos a Toluca! Efectivamente, los mexicanos, a excepción de los choferes, no conocíamos el que es uno de los secretos mejor guardados de México. Las plantas extraterrestres del camino anunciaban con sus puntiagudas hojas el panorama de aguas cristalinas y eternamente frías. La buena noticia es que pudimos entrar, si entrar significa remojar los pies en el agua e imaginar que flotábamos en ese espejo marciano; que sin darnos cuenta estábamos siendo subsumidos por un universo paralelo y seductor.

El Charro, ataviado con el sombrero nacional que parece cactus, hizo gala de su carisma y lanzó el grito de guerra: ¡Viva México, cabrones!, encima de la piedra que servía para alcanzar el cielo de un solo paso. Después, todos caminamos a la otra laguna llamada del Sol. La vereda me recordó las aventuras de mi adolescencia, cuando recorría junto con mi hermano Jorge los bosques de San Pablo y San Agustín, Etla, en Oaxaca. El pastizal verde olivo, los imponentes cerros a diestra y siniestra y de frente un panorama épico. Lo mismo pensé en un planeta alienígena que en la prehistoria mientras nos acercamos a la orilla de la segunda laguna, poética en su inmensidad, donde cuentan haber visto descender ovnis de madrugada, aunque confío más en la segunda leyenda acerca de los miembros de una familia que viene a cuidar sus tierras en camionetas y caballos que llaman a la muerte,como una tribu de hunos queriendo invadir la China imperial de hace siglos.

En este punto, retornar equivale a revivir. Lo sé porque el aire que respiraba no podía ser más puro y el paisaje ahogaba los ojos en su transparencia. La luz del sol remataba la tarde desvaneciendo cualquier falsedad. Entrar al cráter de un volcán es como bajar a un inframundo paradisíaco cuando, por supuesto, en vez de lava y explosiones incandescentes, hay dos lagunas perdidas en la inmensidad de un valle extraterrestre. El eco de cualquiera de nuestras voces era más potente que la suma de ruidos de la ciudad de México. De vuelta todo se miraba liviano y placentero.

Hay eventos que suceden inesperadamente y uno pensaría que si se planearan su resultado no sería igual de bueno. Es lo que algunos llamamos el valor de la espontaneidad. Hace tres días ninguno de nosotros conocía sus nombres y hoy podemos llamarnos amigos o con mayor seguridad: maes con todo y el di’. Eso lo comprueba la galería de imágenes donde cada uno abraza las banderas de Costa Rica y México en la cima del volcán de agua, pero creo que no necesita comprobarse, al menos no entre nosotros, después de mirarnos con una sonrisa sincera, de apoyarnos en las subidas y bajadas unos a otros, como una tribu de brazos; de compartir juntos los tacos de canasta que un señor nos regaló en las faldas del volcán porque a él no le importa el dinero sino, seguramente, la amistad incondicional.

Ninguna ponencia puede superar las lecciones que otorga la vida sin que se las pidamos. La de hoy fue espectacular porque no cualquier día se descubre la preciosidad del cráter de un volcán, por naturaleza temible, y que ante los temores razonables se revela amable en la medida que majestuoso. La mente se relaja. En la cima tuve por un momento el deseo de estar solo y contemplar la grandeza por mi cuenta, pero dentro de mí sentí el deseo de estar con ellas y ellos. Recordé entonces la mayor necesidad de los seres humanos por encima del aire, el agua y la comida: Estar acompañado.

En la vida hay personas fundamentales cuyo tesoro se halla lentamente y a veces encontrarlas no es cosa de la voluntad propia sino del travieso destino. Hoy un grupo de ticos y mexicanos vencimos todos los prejuicios que teníamos sobre nosotros mismos. La legión expedicionaria latinoamericana le demostró por un momento a todos los políticos y diplomáticos, a los ejércitos y cortes de justicia internacional, que dentro del alma de los jóvenes con sueños hay una sola América que está unida y que sus habitantes, nosotros, deberíamos llamarnos hermanos siempre.

Y como testigo tenemos nada más y nada menos que a un señor y legendario volcán.



domingo, 7 de septiembre de 2014

Sueño de estación



Se cierra la puerta
revive el azul en la tarde perdida
No sé si llevarte a cuestas
o perdonar a la vida en tu regazo.

Suicidas que enfrentan
potencias de acero sin luz
En la esquina que intercambia almas
de un lado a otro corre el río de sangre.

No sé si detenerme en la ventana
o proseguir mi camino subterráneo
Donde la vida se juega a todo o nada
y la muerte adolece a la vuelta de la esquina.

En el retrato de bronce
capturé la esperanza atada
A la daga que desciende lentamente
suplicante sobre el pecho.

Quise retar a la vida
hacerme fuerte e ignorar
Que los imanes de las venas
se imponen al asfalto de esta escena.  

Surrealismo circular

Las calles de la ciudad de México de noche son surrealistas, oigo decir a mi consciencia. Se coló en esos paseos que suelo tomar en la tarde-noche, ese intervalo de tiempo que todos hacemos nuestro cuando no tenemos otra cosa más importante que hacer y ya hicimos todo lo que obligatoriamente nos tocaba hacer.

San Ángel, el barrio y el mito, los empedrados como laberintos hasta llegar a una plaza que se llama San Jacinto. Helados caros pero sabrosos. Una fuente donde un grupo de hombres se sienta a jugar baraja sin apostarle nada a la vida. En las bancas los enamorados hablan algo mientras besan y en la acción ni dicen nada. Susurros al viento y risas siniestras en la oscuridad.

Más allá de la avenida Revolución hay otros parques. Cerca de la avenida Miguel Ángel de Quevedo, escondido entre casas de escritores, está un pequeño parque con una iglesia de piedra de otra época, una cruz enorme que recuerda las cruzadas hacia Jerusalén en la Edad Media, el número 1-A donde investigan historia de México. La calle: Federico Gamboa. Otra fuente sin agua como la de San Jacinto se presta como banca porque las bancas ya se fueron a dormir. Continúa el paisaje de la noche surrealista. Así es México. Pinos que huelen a pino en donde alguna vez hubo bosque. Una pared de adobe que recuerda la casa de una anciana olvidada en la Mixteca de Oaxaca. Un letrero conmemorativo por los primeros 100 años de Chimalistac hace quién sabe cuánto.

Retorno. Tacos de suadero en el paradero de “Las Palmas”, como si fuera reserva natural protegida. ¿Habrá algo más mexicano para cenar en la ciudad de México? Contaminado esmog (no es redundante), oasis para el hambre que muestra la intensidad de nuestra alimentación. Salsas verde y roja, como para cruda, oigo decir con seguridad. El taquero suda, ¿cuántos más?, grita serenamente. Otro de tripa, al fin, es viernes y puedo sobrepasarme. Alrededor basura, el suelo negro y el acompasado ruido de los camiones que llegan y se van. Gente murmurando en vecindad, sonidos alternados por el caos.

En la esquina con Rey Cuauhtémoc ya recoge su puesto la señora. ¿Mañana hay esquites? Como siempre, joven. Mis favoritos se venden aquí con chile del que pica y del que no pica. Los brazos trabajadores de la señora de cualquier edad, con más fuerza que juventud, parecen aspas rompiendo el río de maíces. Ya vendré después.

Unas calles arriba, de vuelta en Frontera, me sorprende el barullo de unos jóvenes dentro de una casa. Adentro parece un circo: malabaristas, gimnastas, payasos. Volteo hacia el techo, no lo hay, en su lugar una carpa. El México surrealista siempre tiene sorpresas, como una compañía de circo clandestina que ofrece funciones los viernes en una casa que ni sabía que existía. Enfrente del domicilio, una barda como museo, los cuadros más preciados del impresionismo mundial. "La noche estrellada" de Van Gogh en brocha gorda, del MoMA a la Tizapán. El constante run run de los camiones aventando humo al arte.

¿Qué más se puede esperar? Caracoles en la orilla del mundo, en el borde peligroso de una pared que desaparece en las antenas del cuerpo minúsculo y blando que parece salido de otra dimensión. Pompas fúnebres frente a un gimnasio de 24 horas. Una silla color naranja, típica de secundaria pública, enfrente de... una secundaria pública en penumbras, que alumbra afuera la silla, como si alguien invisible estuviera sentado en ella tomando apuntes con vista al ajetreo incesante de la calle. Un edificio de película de terror con ventanas pintadas de color negro. Toda la ciudad hundida en un sueño profundo y demencial cuando apenas son las 11 de la noche.

Por segunda vez en una semana el paseo nocturno de viernes comprueba por qué Bretón definió a México como el país surrealista por excelencia. En el sur del Distrito Federal, en el barrio de San Ángel y sus alrededores, pueden desaparecer microbuses a la vuelta de la esquina, aparecer hombres lobo salidos de una alcantarilla e incluso caerse los letreros de las calles súbitamente, aunque todo esto aún no me toca verlo.

Hoy solo salí por un helado.


Extrañeza de memoria



Sentimiento que haces daño al corazón engreído
profundidad de la tarde en la que cobra sentido
el milagro de vivir como una negación a la existencia
placentera.

Salí de casa a contemplar el horizonte gris y turbio,
gozoso en la medida que imperfecto,
como abrir una ventana.

Le dije a las nubes en torno
después de los primeros rayos del alba:
la libertad no sucede a la par de sus caprichosas formas
siempre es necesario esforzarse un poco más para imaginar elefantes.

La danza de imágenes: lejanías de tropiezos
fulgor en la mirada,
recuerdos que parecen azoteas vacías sobre las que
llueve.

Una vez quise trascender el mundo mediante tus ojos
mirar más allá de la vanidad de una vida de aparador
que tristemente te petrifica como maniquí.

Cuando por fin me decidí a ser auténtico
sacudí el polvo
de los espacios vacíos como bodegas dispuestas
a guardar muebles.

Carne sin huesos
devenir sin salidas al parque a jugar bajo el sol,
encuentro entre mi diminuto arcoíris y la sensación de mirarte
de nuevo,
sin cristales que separen nuestros cuerpos.

Sueño que no estoy soñando

Primer momento

El joven come en un puesto de memelas de la ciudad de Oaxaca, de fondo se escucha una cumbia. Más tarde, en la ajetreada calle de 20 de noviembre entra al “20”, cuánta literalidad, lugar donde confluyen el mezcal, la risa y los artistas. La rokola del lugar posee un amplio repertorio que se inicia cuando un joven, contra todo prejuicio, pone “Nothing Else Matters” de Metallica. Las cantinas oaxaqueñas dejaron, si lo fueron alguna vez, de ser propiedad de Los Tigres del Norte y Los Temerarios. Después, otro joven, con el mismo entusiasmo, inserta muchas monedas, la máquina fosforescente devuelve solo una canción: 

“Mezcalito”.
“Brinda con el pensamiento
gotita lluvia de calor,
mi culpado vijí
es por mi culpa Señor.
Bebí de tu memoria
aroma tierra agave y sol
yo soy la que le gusta este castigo mejor…

Gota gota gota gotita de mezcal
gota gota gota gotita de mezcal”.

Lila Downs la dedica a Sola de Vega, lugar de visita frecuente para el escucha. Los caminos que lo llevan están marcados por el peligro de la sierra pero también por la alegría sincera de sus habitantes.

Segundo momento

Los dos caminaban hacia sus propias citas, uno se graduaba de ingeniero ese día. Un taxi, el castigo eterno de la ciudad de México cuando hay tráfico, o sea siempre. Equivocó el rumbo el ingeniero y pidió regresar. El otro no hizo más que bajarse y caminar a la estación de Metro, de ahí a la Condesa, conversación a las 10 de la mañana con quien quiere ser, desde ahora, senador. Plática provechosa sobre la vida, la trascendencia, la forma es fondo, las relaciones entre vascos y andaluces. De vuelta el estudiante se detuvo a comprar un libro en el Bella Época, cómo no iba  hacerlo si sus lecturas le dan cariño.

Tercer momento

Caos eterno. Momentos de reflexión. Cascada de imágenes y lección: “Guten tag Ramón”. La película trata sobre un joven que intenta cruzar cinco veces a los Estados Unidos sin éxito, (reminiscencias de “La maravillosa vida breve de Marcos Abraham”, revisar en Letras Libres). Después de su última experiencia de supervivencia se va a Alemania. Ahí no encuentra a su contacto, la tía de un amigo que le ayudaría a conseguir trabajo. Se pierde en calles con nombres extraños y escucha el alemán, ese idioma como ruido, dirá en algún momento. Una retirada lo ayuda. Lo lleva a vivir a su edificio y Ramón por fin halla estabilidad. En el camino hay merengue, tambora, chiles, tacos, tequila y amor. El mexicano y una mujer alta como una elfa. Ramón se enamora de sus ojos azules, le sonríe con la tranquilidad de una puesta de sol.

Soledad y solidaridad, las dos con inmaculada s. Personajes que a su alrededor miran desiertos: de arena y de nieve. El conflicto del retirado con alta calidad de vida que no tiene a nadie y el joven desempleado y sin educación que tiene futuro. La solidaridad de ambos. El recordatorio de que las personas somos más que personas. Podemos entregarnos, darlo todo, vivir y amar, pensionarnos y morir, sin esperar recibir nada a cambio.

Cuarto momento

Puck llevó el rubí de los humanos a los subterráneos. Los gnomos se burlaron de él, los irritó tanta superficialidad. El viejo sabio les contó la historia del verdadero rubí, el que se hizo luego de que la enamorada tiñó con su sangre hirviente de amor los diamantes. Se trata del sentimiento más profundo, que permite juntar los labios de quienes se aman aun cuando sus cuerpos estén encarcelados: en el fondo de la tierra, en la soledad de un jardín de flores.

Nuestra última Cervantes, Elena Poniatowska, en su discurso de aceptación frente a lo que queda de nobleza de la monarquía española, ataviada del traje de tehuana que tejen las mujeres del Istmo de Oaxaca, recordó la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, la monja jerónima que entendió que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento.

“Dante tuvo la mano de Virgilio para bajar al infierno, pero nuestra Sor Juana descendió sola y al igual que Galileo y Giordano Bruno fue castigada por amar la ciencia y reprendida por prelados que le eran harto inferiores”, señaló con índice de fuego.

Quinto momento


Quiero tomarte de la mano, que amemos la ciencia juntos y así escapar de las órdenes de este mundo. Tomar mezcal mientras escuchamos música, comprar libros, disfrutar el cine, perder el tiempo debajo de los sauces, incluso ir adonde se fabrican esos diamantes de sangre. Volar como Pock, con esa sonrisa pícara sobre el cielo de París, para alcanzar nuestros sueños más allá de nuestros impuestos fuegos fatuos.   


Amor al arte

Más allá de las montañas de Cuajimalpa, en el misterioso camino hacia la Marquesa, está su casa. Espacio donde cabe todo y todos son bienvenidos, la casa del artista es hogar en dos sentidos: familiar y taller. La familia que amamos y la república que nos ama, que cada día nos recibe con un abrazo a pesar de nuestro estado de ánimo.

El maestro saluda con la sabiduría de los que han vivido mucho y todavía se acuerdan. Sus anécdotas son aleccionadoras igual que sus consejos implícitos en cada una de sus posturas respecto a la vida que para él es feliz cuando se decide ser en vez de poseer. Si tú decides ser eres libre, pero si decides tener te atas a la terrible necesidad de querer siempre más. Filosofía para ti, para mí, para el que lea.

Filipo es su compañero fiel que hace las veces de guardián noble del espacio de creación del artista. Un artista, recordará siempre nuestro anfitrión, es quien crea y al crear propone, no espera que a los demás les guste lo que hace ni que lo compren. Se propone existir realizando su obra para él mismo. Y la interpretación cobra sentido cuando miras sus pinturas, grabados y esculturas. Cuando te sumerges en los surcos abstractos cuyo centro caracol te absorbe al punto de no saber si escuchas la calma del mar o los sonidos del bosque.

El maestro conoce el mundo. Contempló la Florencia de los años sesenta, viajó por Europa y encontró el amor en Venezuela. El folclor que inunda sus venas fue valorado por europeas y latinas quizá por ese gesto de paz que sin llegar a ser una sonrisa revela su grandeza de alma nómada y sedentaria en distintas facetas.

Abre un baúl de tesoros, carpetas en desorden que guardan bocetos originales, grabados, pequeñas grandes obras de arte, de todo.  Ahí redescubre autoretratos de antes, obras que no fueron plasmadas en otras dimensiones, que esperaron el momento de cobrar vida de nuevo en su formato original. Historias que se cruzan en la mente, como la de una pareja de novios que quiso regalar a los invitados a su boda obras de arte cuyo concepto rebasaba su intención original.

Dos personas que murieron pero no en santa paz, por tanto, no van directamente a la gloria o al infierno sino que flotan en un espacio intermedio. “En el limbo”, y todo lo demás cobra sentido. Una cortina divide un cielo de nubes pasivas del lugar donde nada está definido. La misma cortina dota de intimidad la escena en la que dos seres alados, probablemente ángeles asexuados, están a punto de darse un beso. Con los cabellos al viento, con una corona de pureza en la sien, con los brazos entrecruzados en un infinito que revela su eternidad. 

La cátedra continúa. El amor tiene varias connotaciones: sensual, fraterno, divino, platónico. El amor, cual Francisco de Quevedo, trasciende la muerte. Pero la novedad en el discurso del maestro es que trasciende para bien y para mal. El odio, mal que pese, es consecuencia del amor. Si lo trabajas vuelve al amor o al odio, a un eterno cambio de cancha sentimental. Sin embargo, también se esfuma y cuando eso ocurre solo queda la indiferencia. Mira alrededor de su estudio —muebles hechos bóvedas de emociones, paredes compañeras de eterno viaje— medita y afirma: Ahí sí duele.

Las lecciones que la vida escupe frontalmente no llegan de la noche a la mañana. Son la constante que se aloja en el pensamiento de a diario y nos empuja a decir o hacer lo que no nos atreveríamos de forma espontánea. Entonces, actuar valientemente parte la vida en dos, le otorga significado a las épocas, cierra ciclos, abre el panorama de los sueños hasta que todo vuelve a ser nuevo.

Pienso en las palabras del artista más allá de la gloria y el infierno, habitante de ese punto medio donde la vida se mira con tanta dulzura de fracaso, con tanto éxito humilde, que todas las aflicciones cobran sentido: Querer en la obscuridad es igual a poseer; amar, solo con la luz encendida para que todo el mundo lo vea. Tiene que ver con disfrutar donde estás y dejar de pensar en el resto.

Hago mi maleta, guardo las obras, extraño la soledad del caracol. Me pierdo en la lluvia, cada gota un recuerdo, la tarde grisácea mi ahora. La puerta se abre y camino.

Volveré, maestro, tenemos harta vida que pintar.


Oaxaca, Nieto y mi entonces

Un elefante huyendo en estampida. Un perico soltando una carcajada. La ballena desahogándose en franco llanto. Un ave con copete sádica cuya risa te devora.

Los ojos del elefante muestran desesperación como si fueran a estallar. El perico se solaza en su pasividad como si fuera la más dichosa de las aves. La ballena suelta lágrimas negras como aceite hecho combustible del alma, parece que por fin ha vencido su depresión. El sádico da miedo, quiere comerte. Mientras tanto, un ave parece estrujada y levanta el vuelo pero no estoy seguro que con éxito pues un puño la detiene y estruja.

En el universo pictórico también hay unos ojos tristes que parecen los de Nieto extraviado en algún lugar de Francia, o probablemente los de su amigo Cortázar. De fondo, escucho una banda de viento enfrente de Catedral, los maestros hechos bola en sus casas de campaña. El tiempo que se detiene, respira azul y se sigue de largo por los callejones de la esperanza que empieza en el Cerro del Fortín y termina en ningún lugar de la Verde Antequera.

El contexto de centro histórico que rehúyen ver los 34 ojos de Morales al acecho, las miradas sinceras de mujeres color de barro que expresan tantas cosas y vuelven caos de flores "Los colores de Oaxaca" en el segundo piso del Museo de los Pintores Oaxaqueños.

No sé qué Oaxaca conoció Rodolfo Nieto para darse tiempo de partir a la ciudad más melancólica de todas. Por la que pasaron muertos de hambre tantos geniales escritores latinoamericanos. El París que narra con tanta extrañeza y lejanía Bolaño refiriéndose a su Arturo Belano. En la que probablemente Nieto vio elefantes huyendo del tormento de los hombres o aves queriéndole devorar los ojos en vano, tristes y muertos desde hace mucho.

Para entonces, mi entonces, la esperanza se torna música, despega alrededor de los laureles de la Alameda y sube a un cielo tan azul que contrasta con el gouache sobre papel de "La zoología mental de Nieto". No sé dónde se instale, solo sé que existe.

Mi destino en tus manos, el encuentro entre grises y el profundo azul que me ilumina siempre cuando vengo y me doy tiempo de respirar tu aire, de sentir tu arte, de apropiarme la melancolía en el sentido de Víctor Hugo, como la felicidad de estar triste. Miro los ojos, veo a Nieto, a Bolaño y a Cortázar, veo a París y pienso que siempre tendremos Oaxaca.


La hermosura del caos

La lluvia en la ciudad de México saca lo peor de nosotros. El tráfico en una esquina del Periférico con cualquier avenida es una muestra de las mejores maniobras para sobrevivir al caos. Por aquí, por allá, por todos lados se venera al desorden. Y en medio de ese capricho de todos por querer llegar a donde se supone que viven, estoy contemplando las gotas caer con estrépito en el suelo.

El camino al trabajo ha sido muy largo durante varios años. Empecé cubriendo una ruta que rodeaba la ciudad desde Televisa San Ángel hasta Canal de Chalco, de regreso con escalas en Pino Suárez y Chapultepec, y de vuelta al Sur. Ahora no me pesa hacer hora y media consciente de que no rodearé nada aunque volveré envuelto por el mismo caos.

Ayer empecé clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El primer día fue fascinante. Alcancé solo dos clases de cuatro porque, sí, adivinaste, tuve que trabajar. Pero con esas me bastó. Literatura española del siglo XX y Lingüística. Amabilidad profesional de las maestras, entusiasmo notorio por parte de mis compañeros, las aulas clásicas de esa facultad donde siempre hace falta lugares me encantaron y por supuesto, me obligaron a tomar apuntes desde el piso.

De regreso a casa tomé un taxi. El del volante me hizo la plática. Ya saliendo de clases, mi joven. Sí, respondí, ya era hora (las nueve de la noche apenas). Ah, y usted qué estudia.  Lengua y literaturas hispánicas, exclamé con orgullo. ¿Apoco sí? Yo también escribo, pero soy ignorante eh, escribo solo mis sentimientos. Muy bien, pues deberías tomar un curso para mejorar. No, yo hace más de 25 años que no estudio nada. Yo soy solo, pero he tenido un chingo de viejas. A ellas les escribo. ¿Algo así como poemas? Ándale, ¿quieres escuchar uno? Antes de que respondiera que sí, ya se había arrancado.

El poema tenía algunas metáforas interesantes aunque repetía palabras y por momentos no tenía musicalidad, pero estos detalles ni yo mismo los entiendo todavía, lo que sí capté fue su pasión por transmitirme algo. Después de la última línea, me dijo: Tengo otro, uno más erótico, ese se lo escribí a la vieja con la que ahora ando, una tapicera. Y es que si la viera, joven, a ella sí que le gusta el membrillo, lo hace como de película (mientras, por el retrovisor, gesticulaba acercándose repetidamente una mano a la boca).

El segundo poema hablaba de unas bolas de fuego, del origen de la vida en unos labios que le gustaba morder, de un volcán haciendo erupción e iluminando de rojo el porvenir. En fin. Cuando llegamos a mi domicilio le pedí que fuera la próxima semana a la Facultad, así tal vez le mostraría los salones y podría tomar unas clases. Me dijo que por quién preguntaba, le respondí que por Bruno Torres aunque dudo que alguien me conozca ahí. Con una sonrisa debilitada por el cansancio del volante, supongo, me prometió pasar la próxima semana. No se me va a olvidar tu apellido, aseguró, así se apellida la pinche tapicera.

Entro al Metro, compro un bísquet integral del lugar que perfuma la estación “Barranca del Muerto”, como le digo a la que atiende. Me lo confirma con sonrisa en el rostro. Después abro un libro, es de José Emilio Pacheco, lo saqué ayer, en mi primer día de clases, de la Biblioteca Central. El primer texto es un elogio del jabón. Mi regreso a México se dilucida en sus líneas:

“Del mismo modo, no importan las esencias vegetales, las sustancias químicas ni los perfumes añadidos: la materia prima del jabón impoluto es la grasa de los mataderos. Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados en lo más sucio y en lo más horrible. Así es y será siempre por desgracia”. La edad de las tinieblas, p. 8.