domingo, 14 de septiembre de 2014

La cima de la amistad

Bosques de pinos altos salen al paso de dos coches. Serpenteamos la carretera y después el camino de terracería para llegar al paradero. De ahí hay que caminar una empinada subida que se asemeja a una comarca escocesa con neblina. En el sendero hay matorrales secos, plantas que parecen salidas de otro planeta y a nuestras espaldas se alcanza a ver, debajo de la neblina, un claro de ciudad. El sol iluminará más tarde nuestro camino.

Cuando llegamos a la cima una perra gran danés besaba las mejillas de su amo. Otras personas dispersas miraban el paisaje surrealista. No había creído en el poder de la ciencia ficción o por lo menos no había comprendido sus alcances hasta situarme en ese punto donde todo parece irreal por demasiado hermoso. El valle delante de nuestros ojos tenía ese verde con el que pintan el hábitat de los dinosaurios y un monte orgulloso partía la panorámica con dos lagunas que no tienen fondo antes de llegar al mar.

La legión expedicionaria se conformó por seis mexicanos y cuatro costarricenses. Nos conocimos en el congreso internacional de ciencia política aunque no exactamente en el congreso. Hay casualidades que nos salvan de vivir con lógica. Yo creo que vivir con lógica es una de las cosas más aburridas de la existencia humana. En cambio, cuando la lógica se rompe y el caos altera el orden de todo lo que debe ser previsible, el mundo gira y a veces estalla para bien. Una noche, Julio subió a nuestro taxi y nos acompañó por un recorrido raro en el que encontramos a un cómico sujeto presuntuoso cuya carta de presentación fue: Soy diputado, todos me maman. Les invito un pomo y ya, eh. El mantra se repitió como conjuro hasta que Julio, yo y mis amigos ya éramos inseparables.

Descender al cráter del Nevado de Toluca es una de las mejores experiencias que he vivido. La ironía es que al bajar a la primera laguna llamada de la Luna, David, rebautizado como el Charro, nos anunciara con su peculiar acento tico: ¡Bienvenidos a Toluca! Efectivamente, los mexicanos, a excepción de los choferes, no conocíamos el que es uno de los secretos mejor guardados de México. Las plantas extraterrestres del camino anunciaban con sus puntiagudas hojas el panorama de aguas cristalinas y eternamente frías. La buena noticia es que pudimos entrar, si entrar significa remojar los pies en el agua e imaginar que flotábamos en ese espejo marciano; que sin darnos cuenta estábamos siendo subsumidos por un universo paralelo y seductor.

El Charro, ataviado con el sombrero nacional que parece cactus, hizo gala de su carisma y lanzó el grito de guerra: ¡Viva México, cabrones!, encima de la piedra que servía para alcanzar el cielo de un solo paso. Después, todos caminamos a la otra laguna llamada del Sol. La vereda me recordó las aventuras de mi adolescencia, cuando recorría junto con mi hermano Jorge los bosques de San Pablo y San Agustín, Etla, en Oaxaca. El pastizal verde olivo, los imponentes cerros a diestra y siniestra y de frente un panorama épico. Lo mismo pensé en un planeta alienígena que en la prehistoria mientras nos acercamos a la orilla de la segunda laguna, poética en su inmensidad, donde cuentan haber visto descender ovnis de madrugada, aunque confío más en la segunda leyenda acerca de los miembros de una familia que viene a cuidar sus tierras en camionetas y caballos que llaman a la muerte,como una tribu de hunos queriendo invadir la China imperial de hace siglos.

En este punto, retornar equivale a revivir. Lo sé porque el aire que respiraba no podía ser más puro y el paisaje ahogaba los ojos en su transparencia. La luz del sol remataba la tarde desvaneciendo cualquier falsedad. Entrar al cráter de un volcán es como bajar a un inframundo paradisíaco cuando, por supuesto, en vez de lava y explosiones incandescentes, hay dos lagunas perdidas en la inmensidad de un valle extraterrestre. El eco de cualquiera de nuestras voces era más potente que la suma de ruidos de la ciudad de México. De vuelta todo se miraba liviano y placentero.

Hay eventos que suceden inesperadamente y uno pensaría que si se planearan su resultado no sería igual de bueno. Es lo que algunos llamamos el valor de la espontaneidad. Hace tres días ninguno de nosotros conocía sus nombres y hoy podemos llamarnos amigos o con mayor seguridad: maes con todo y el di’. Eso lo comprueba la galería de imágenes donde cada uno abraza las banderas de Costa Rica y México en la cima del volcán de agua, pero creo que no necesita comprobarse, al menos no entre nosotros, después de mirarnos con una sonrisa sincera, de apoyarnos en las subidas y bajadas unos a otros, como una tribu de brazos; de compartir juntos los tacos de canasta que un señor nos regaló en las faldas del volcán porque a él no le importa el dinero sino, seguramente, la amistad incondicional.

Ninguna ponencia puede superar las lecciones que otorga la vida sin que se las pidamos. La de hoy fue espectacular porque no cualquier día se descubre la preciosidad del cráter de un volcán, por naturaleza temible, y que ante los temores razonables se revela amable en la medida que majestuoso. La mente se relaja. En la cima tuve por un momento el deseo de estar solo y contemplar la grandeza por mi cuenta, pero dentro de mí sentí el deseo de estar con ellas y ellos. Recordé entonces la mayor necesidad de los seres humanos por encima del aire, el agua y la comida: Estar acompañado.

En la vida hay personas fundamentales cuyo tesoro se halla lentamente y a veces encontrarlas no es cosa de la voluntad propia sino del travieso destino. Hoy un grupo de ticos y mexicanos vencimos todos los prejuicios que teníamos sobre nosotros mismos. La legión expedicionaria latinoamericana le demostró por un momento a todos los políticos y diplomáticos, a los ejércitos y cortes de justicia internacional, que dentro del alma de los jóvenes con sueños hay una sola América que está unida y que sus habitantes, nosotros, deberíamos llamarnos hermanos siempre.

Y como testigo tenemos nada más y nada menos que a un señor y legendario volcán.



1 comentario:

Unknown dijo...

Que hermoso!!! Lo releo y me hace suspirar... que bonito escribes Bruno :)
Fueron unos días muy agradables con ustedes