sábado, 16 de junio de 2012

Cambio de época

Y amaneció como si hubiera pasado toda una época. No parecía verano ni tampoco invierno, pero era un hecho que ya no era primavera. El nublado cielo hacía ver una enorme carpa, sin fin, blanca. Debajo de ella nos encontrábamos nosotros, dispersos, lejanos, hasta indiferentes. Sé que no era por falta de voluntad, como por una inercia lamentable. La cual dejaba a su paso relaciones rotas y cercanías más falsas que una moneda de siete pesos. Aquí y ahora no cuestionaba los motivos particulares, como la fuerza ignota que orillaba a las personas a comportase de manera tal que se aproximaban más ser androides que humanos.

Los últimos días fueron de un sabor insípido, lejos de ser amargos. La concatenación de hechos pasados dejaron de ocupar su mente como antes. No absorbían ya todo el tiempo de su día a día, sino que aparecían repentinamente en ratos que sólo Dios sabe por qué existen, que si no existieran, posiblemente la vida sería más llevadera. Así, en prospectiva, vivir sería sinónimo de relajar. Relajar el cuerpo, la mente, el alma; y contagiar ese 'relajar' a los otros. Echar relajo sanamente, entiendo. No como cuando uno aprovecha cualquier oportunidad para reírse de los demás, sobre todo si éstos no están presentes, e incluso de uno mismo, claro, cuando se está de buen talante.

Conoció a una visitante formidable. Ocurrió en su escuela, que lo mismo era casa de estudios que centro de trabajo. Hasta ahí llegó procedente de una región sureña, que tenía en su nombre algo de jocoso y picante. Una mujer aguerrida, fuerte de convicciones, luchadora en sus propuestas, y sobre todo ¡Bella! Qué ojos, qué rictus tan delineado al estilo de una amazona medieval. Con ese porte encima, ¡cómo no va a dirigir un movimiento social! Tal vez el discurso feminista descalificaría mi opinión, pienso, en la medida que me siento atraído hacia ella físicamente y saco conclusiones sobre su carácter ponderando lo primero. No lo sé,  pero algún viejo me dijo que "en política, lo que parece es". Y nadie que conozca a Camila puede negar sus dotes de política.

La conferencia, el mundillo al inicio y término de ella, la pregunta sesgada, la respuesta insabora, etc. Todo digno de un viernes social, de esos que se desean desde el lunes a las siete de la mañana cuando suena la alarma de mi celular. Y entonces, el sábado por la mañana parece otra época, y "si parece es" porque quien la vive es un político nato, aunque en formación académica. La introspectiva comienza, pues, da pie a escribir con prontitud. La queja interior vuelve por los desaciertos cometidos en mi etapa de enamoradizo chamaco. La fantasía de que pude (pudo) ser mejor. La insaciable idea de haber tomado otro camino. Los desagravios ofrecidos en tiempo y forma a la protagonista de mi historia de amor ficticio. Y como telón de fondo: una juventud incierta, reparada muchas veces por el amor incondicional de lo alto, pero latente en sus carencias afectivas de lo bajo (bueno, suena mejor: de este mundo que hoy amaneció lluvioso).



Nota al pie: Me faltó completar con que "lo social" del viernes termina cuando te mandan a repartir revistas por las ajetreadas calles de Polanco. Te das cuenta, entonces, que lo social está detrás de las vitrinas. El viernes, en cambio, está en dos hombres tirados sobre Homero (la calle desde luego), una ambulancia corriendo con su sirena a todo volumen, los curiosos rodeando a los heridos más por morbo que en auxilio, entre otras anécdotas que terminan cuando quien escribe  esto se encontró a una ardilla afecta a la cámara, que posó sin reparo para la mía en un árbol cercano al Museo de Antropología.

domingo, 3 de junio de 2012

Cuando la primavera renace en mayo


A Humberto Sanders, incondicionalmente

No fue un joven inmolándose como Mohamed Bouazizi –en diciembre de 2010– en Sidi Bouzid, Túnez, lo que desencadenó el movimiento juvenil que se fortalece en México previo a la elección presidencial. Fue la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana lo que prendió la mecha y ahora ha sumado voluntades de protesta en varias ciudades del país. El movimiento “Yo soy 132” une a estudiantes de universidades públicas y privadas con intereses políticos, pero se asume apartidista desde el momento que fija su lucha por la democratización del país y el empoderamiento ciudadano a partir de la apertura y objetividad de los medios de comunicación con base en el derecho de la sociedad a la información y a la libertad de expresión.  
La causa inicial fue lo que representa Peña: el PRI de siempre; el que –como botón de muestra– dirige un señor que llamó porros a estudiantes matriculados; el mismo que, como gobierno, ordenó usar la fuerza pública en Atenco, actuación terrible por parte de la policía, de documentada violencia física, psicológica y sexual. La protesta de la Ibero puso de relieve la percepción que buen número de jóvenes tiene acerca de esa marca que han intentado vendernos como en oferta: “el nuevo PRI”. Lo que parecía ser la ventaja de la candidatura de Peña: su juventud, ha resultado contraproducente. Tristemente célebres: el episodio de olvidar los tres libros que marcaron su vida, trastabillando y evadiendo la pregunta en medio de intelectuales en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no saber el precio de la canasta básica justificándose en su sexo: “yo no soy la señora de la casa” o no saber  a cuánto asciende el salario mínimo.
El enojo hacia él es también el enojo hacia los poderes fácticos. Por ello la manifestación en contra de Peña convocada para el 23 de mayo –por supuesto a través de las redes sociales– terminó enfrente de Televisa Chapultepec. Entonces quedó claro que los reclamos se desprendían del manejo tendencioso de la información por parte de los medios de comunicación, que favorece el regreso del PRI a Los Pinos. Yo estuve ahí. Fui porque me llenó de emoción ver a miles de mis coetáneos marchando por Reforma. Caminé solo por la principal avenida de México, pero me sentía muy acompañado. Observé la composición de esa manifestación y encontré una mezcla muy heterogénea, que no obstante gritó al unísono en el momento culmine: ¡si hay imposición, habrá revolución!
Es cierto que los poderes formales y fácticos se aferran a sus privilegios. Recordemos que la enorme corrupción de una élite gobernante autoritaria fue el germen de las revueltas sucedidas en Oriente Medio. En México, los lujos que da el poder ofenden por igual; por ejemplo, los paseos por el mundo de la hija del líder del sindicato de PEMEX acompañada de sus perros, o las constantes apariciones públicas de Elba Esther Gordillo con atuendos que superan los cien mil pesos. Tenemos otros motivos contundentes de indignación. No sólo son la violencia y el desempleo como urgencias nacionales, sino sus caras más cínicas: funcionarios que definen a decenas de miles de muertos como daños colaterales, un presidente insensible que dice que no hay alternativa a su guerra; gente sin qué comer, mientras un puñado goza la riqueza de los presupuestos.
Se ha señalado que la juventud no tiene que ver con una edad determinada, sino con una actitud frente a la vida. La actitud de mis compañeros tiene que ver con un fin: la democracia, a través de un medio: el conocimiento. También, la postura invita a sumarnos a todos los oprimidos; liberarnos de la opresión es mucho más que idealismo, cobra vigor como programa. Punto en favor del movimiento es que critica el voto nulo y el abstencionismo, ya que han resultado ineficaces para llevar la agenda ciudadana a la arena política. Creo que ciudadanizar será posible, pero considero que se debe cuidar no confundir un propósito tan bello con politizar, refiriéndome con esto al carácter coyuntural como surgió el “Yo soy 132”. Debemos revisar la responsabilidad que hemos asumido en nuestra esfera diaria para dignificar nuestra ciudadanía.
No se mira lejos 1968. En contextos y ante desafíos distintos, las juventudes coinciden, en tanto que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, como afirmó sabiamente Salvador Allende. Los últimos despiertan con nosotros. La diversidad de esa época es, con mayores posibilidades, la de hoy. Nos incita a hacer lo imposible. Es momento de que la conciencia social que anhelamos propagar a todo el pueblo de México se asiente en tender puentes educativos (como en la primer asamblea de “Yo soy 132”, a la que concurrieron alumnos de 54 instituciones), en vincular la ciencia y la tecnología con la gente y difundir la cultura mexicana como esencia que nos hace parte de una sola comunidad. Nosotros debemos ser los maestros de las nuevas generaciones, las que lamentablemente carecen de educación básica de calidad y no leen con gusto ni siquiera lo que por obligación escolar les toca.
Es tiempo de consolidar el cambio pensando más allá del primero de julio. “Yo soy 132” plasma la idea de un número, en el que, paradójicamente, cabemos todos. Reconstruir la nación, por lo visto, empieza por rejuvenecer. Juventud, hoy más que nunca, no es sinónimo de inexperiencia, sino de impulso vital; de ganas de transformar la realidad social de la mano del conocimiento universal. Motivación constructora que anhela el porvenir justo de la patria. De nosotros depende levantar un edificio de muchos pisos, y siguiendo a Enrique Dussel, para ello “hay que cavar muy hondo el fundamento”. Creo que en el fondo de lo que observamos como inédito en la vida nacional, se encuentra la añeja distinción entre súbdito y ciudadano. Con la diferencia de que ya nadie quiere ser lo primero.
Por Bruno Torres Carbajal. Estudiante de quinto trimestre de la Licenciatura en Política y Gestión Social de la UAM Xochimilco.