"...no olvides en qué terrible escuela estoy haciendo los deberes. Y aun siendo como soy, incompleto e imperfecto, aun así quizá tengas todavía mucho que ganar de mí. Viniste a mí para aprender el Placer de la Vida y el Placer del Arte. Acaso se me haya escogido para enseñarte algo que es mucho más maravilloso, el significado del dolor y su belleza". Oscar Wilde, De profundis.
miércoles, 28 de diciembre de 2011
Cuando anochece otra vez
martes, 20 de diciembre de 2011
Y de pronto, nada
martes, 13 de diciembre de 2011
Superficialidades
jueves, 10 de noviembre de 2011
Confianza y contingencias
lunes, 24 de octubre de 2011
Hermandad
martes, 11 de octubre de 2011
Amor
jueves, 29 de septiembre de 2011
Misericordias
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Gracia
lunes, 29 de agosto de 2011
Hastío de invitaciones
viernes, 19 de agosto de 2011
Una ideología juvenil ahora
En un ensayo titulado “¿Tres ideologías o una? La seudobatalla de la modernidad”, el científico social estadounidense Immanuel Wallerstein analiza el desarrollo de las tres principales ideologías políticas de la época moderna: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Presenta una tesis definitiva “una ideología es, ante todo y por encima de todo, una estrategia política”. En este sentido, plantea que durante dos siglos las ideologías mencionadas se han identificado por estar en contra de algo, en lugar de por estar a favor de algo. Concluye con dos fechas significativas: 1968, primero, y 1989, después, que marcaron el fin de la modernidad; y aventura el fin de las ideologías con los movimientos de liberación en el mundo socialista y la caída del Muro de Berlín y posterior desaparición de la URSS.
Me baso en Wallerstein para apuntar que, precisamente, vivimos una época en la que “el cambio político ha dejado de ser necesario, inevitable, y por consiguiente normal, ya no necesitamos tener una ideología para enfrentar las consecuencias de esa creencia”. Este señalamiento teórico describe una realidad concreta: los ciudadanos, “sociedad civil”, están desencantados de sus representantes, “clase política”. Incluso algunos están hartos de contrastar su situación: las dificultades para obtener un ingreso que les permita cierta calidad de vida, con la de los políticos que disfrutan los privilegios que otorgan altos sueldos, amenidades en sus oficinas, viáticos con cargo al erario público y esto sólo por mencionar lo que legalmente se comprueba; la corrupción es capítulo aparte.
En este contexto, los jóvenes observamos un panorama decadente de lo que para algunos ha representado simplemente “vivir del presupuesto”, mientras para otros ha sido la búsqueda del poder por el poder mismo. El servicio público tiene de esto, nada. Tal vez por mínima decencia, a la secretaría encargada del control de la burocracia federal en México se le denominó de la función pública. Ahora que escribo esta opinión, los actores políticos se enfrentan por el tema de cómo gastar el dinero público, luego de que la mayoría de estados del país han contraído deudas altísimas y básicamente hipotecado sus recursos. Disputa avivada por la elección presidencial que se avecina y, por única ocasión cada seis años, preocupa a los partidos políticos. De manera que se denostan entre sí en un esfuerzo patético por querer convencer a los electores de que son menos malos que los otros.
Desde hace dos siglos “estar en contra” ha identificado a las ideologías en tanto estrategias políticas. En el ámbito del Estado se han desplegado y por el poder han dado la espalda a los ideales que plantearon en sus programas. ¿Cuántas veces las plumas que escribieron los postulados más justos y universales en beneficio de las personas han cedido a las armas para violentarlos y dañar a éstas? Lo cierto es que la incongruencia entre el pensar, el decir y el hacer ha dejado en ruinas la edificación de instituciones más producto de la inercia que del impulso natural de nuestra época.
“Estamos en un momento de transición”, señala Wallerstein. Entramos al tercer milenio con más dudas que certezas y si de por sí los jóvenes nos cuestionamos por naturaleza sobre lo que nos rodea, también enfrentamos el tiempo que nos tocó vivir. ¿Es ésta una oportunidad o el fatal desenlace de la pugna perenne de los hombres que han asumido como carácter general enfrentarse entre ellos mismos? Siempre he sido partidario de aprovechar las oportunidades pero lo que nos atañe, más bien parece un período de incertidumbre acentuado por la enajenación de las personas con los medios masivos de comunicación y con el escape aspiracional de querer vivir una circunstancia cómoda a como dé lugar.
“Los jóvenes de hoy en día…”, reza una canción de un grupo argentino excepcional, Les Luthiers, en el que tratan el tema de nuestro comportamiento más bien irresponsable y desinteresado en los problemas sociales; incluso señalan que no tenemos ideología. No puedo asentir a la canción en tono de broma a propósito, pero ciertamente expresa un punto de vista generalizado entre las personas mayores, sobre todo las que, de alguna manera, gobiernan las naciones. Ha sido la indiferencia y, repetidas veces, el ataque frontal de los gobiernos hacia los jóvenes, el que ha desencadenado revueltas.
Simplemente en estos días se han suscitados disturbios y enfrentamientos en Chile, Inglaterra, España, Francia, entre otros países, en demanda de mayores oportunidades de empleo y educación pero también de apertura política: que las ideas de los jóvenes estudiantes tengan injerencia en la toma de decisiones públicas, que los políticos no hagan oídos sordos y menosprecien su visión de las cosas. La “primavera árabe” fue posible por los jóvenes pero no sólo por ellos. Se levantaron para derrocar a tiranos “viejos: viejos” y demostraron que nuestra fuerza es capaz de lo que parecía imposible: derribar una efigie como Mubarak, desde hace mucho resquebrajada pero que ninguno se atrevía a derrumbar.
La lección es contundente: juntos podemos realizar lo que separados nunca. Para ello, es necesario volver al origen de esta colaboración, la cuestión ideológica. Siempre se nos ha asociado con la utopía, pero hoy más que nunca debemos trazar una trayectoria de principios que sean los pilares de nuestra práctica. La juventud sabe más que antes, el intercambio de información entre nosotros permite que construyamos un proyecto común, debemos aprovechar las ventajas actuales. Ante todo el sentido de solidaridad entre nosotros, la disposición a ceder en posiciones tajantes y conciliar pareceres distintos e incluso opuestos. Somos una gran fuerza y debemos aprender, de la mano con la historia, de los errores del pasado para no repetirlos; no equivocarnos a la hora de decidir con base en buenos juicios que sólo nos dará la preparación constante en la academia y la convivencia tolerante en la diversidad.
Tenía que escribir un artículo de un tema de mi interés en relación con el trabajo que me corresponde realizar en el Ateneo Nacional de la Juventud, creo que no logré ser muy específico. No obstante, concluyo que nuestra Asociación tiene las puertas abiertas a todo aquél que quiera sumar esfuerzos para promover la educación, la cultura y la participación ciudadana en su esfera más próxima e incitar a los jóvenes decepcionados o temerosos de la realidad a asumir un papel determinante en su vida y en la vida de los demás. En lo que a mí respecta, no dejaré de compartir mis anhelos de libertad y amistad entre los seres humanos, y trabajaré incansablemente desde mi trinchera bajo la consigna que recientemente leí en un libro del maestro Enrique Dussel: “la política consiste en tener cada mañana oído de discípulo para que los que mandan, manden obedeciendo”.
domingo, 14 de agosto de 2011
Jóvenes ahora y para siempre
Hoy se conmemora el “Día mundial de la juventud”. Desconozco quién impulso su establecimiento o los motivos que dieron lugar a que se conmemore en esta fecha. Se ha dicho que es un absurdo celebrar un día al año a determinadas personas: las madres, los padres, los niños, los abuelos, la familia, las secretarias, los médicos y un largo etc. Independientemente de si lo es, considero que en el caso de la juventud, es indeterminado afirmar que alguien es joven por el período de años que se encuentra viviendo. Así, aunque se comprenda entre 12 y 28 años, la juventud puede ser toda la vida, partiendo de la premisa de don Jesús Reyes Heroles: “la juventud es cuando se ve la vida como un deber y no como un placer”.
El valor de la responsabilidad indica, en buena parte, cuándo una persona es joven. El gran problema de nuestro siglo y milenio es que la juventud parece y aparece irresponsable. Sin incentivos para asumir un rol preponderante en las decisiones públicas, se ve arrojada a problemas más bien de índole privado. Excluida socialmente, se asocia a la música, el baile, las fiestas, los juegos de video, las series televisivas, entre otras actividades que se acusan ociosas cuando hay tantos problemas que resolver en el mundo. Ahora, ¿cuándo nos preguntaron nuestra opinión? Más bien, la actitud de la mayoría de los adultos y viejos ha consistido en atender primariamente las necesidades físicas de los jóvenes, dejando de lado la atención de nuestras necesidades intelectuales y espirituales.
Seguramente la mayoría de los adultos y viejos que señalo, no son del tipo de adultos y viejos jóvenes (de espíritu); sino personas ensimismadas por su circunstancia, decepcionadas de que las cosas se pueden y deben hacer de forma diferente; anquilosados en fracasos de los que un mundo corrupto y corruptor los hizo partícipes. Asimismo, hay un gran número de jóvenes que actúan con una mentalidad fastidiada de la realidad; se refugian en placebos que proveen acaso algún disfrute pasajero para luego hundirse en un profundo estado de sopor. Sin duda, las personalidades de los viejos per se y de los jóvenes viejos se asemejan bastante.
En contraste, hay dos grupos que parecen actuar en sintonía. Por una parte, gente mayor, adulta, grande, que parece motivada en exceso por transformar, a contracorriente, la situación de los demás; por la otra, jóvenes que asumen un compromiso mayor con el mundo que les rodea y, a pesar de ser orillados por los sistemas (político, económico y social), desafían los esquemas y, con mentalidad madura deciden tomar decisiones y actuar en su esfera más próxima. Recientemente escuché a un abogado con historia de superación espetar un principio de Derecho: “El que puede lo más, puede lo menos”. A la inversa, esta clase de jóvenes que pueden hacer lo menos en su colonia, barrio, municipio, distrito… podrá lo más en su región, estado y país. Los viejos jóvenes son un ejemplo para los jóvenes maduros, conscientes de su circunstancia, y tenaces en sus pretensiones.
El binomio educación-empleo se erige en la prioridad de los gobiernos para atender a nuestro sector. Por tanto, las políticas públicas de juventud se enmarcan en los casos generales que atienden las áreas encargadas de estos temas. Ahora, existen instituciones de juventud que buscan insertar al sector en los grandes temas nacionales para dejar de ser pasivos poblacionales. La restricción presupuestal de siempre en los gobiernos y la falta de ambición de los propios jóvenes no han podido construir un verdadero proyecto que los empodere en sus comunidades y no se reduzca a pugnar por espacios de representación para liderazgos políticos que se enmarcan en la “edad formal” de ser joven; aunque, muchas veces, piensen como viejos: viejos.
Se podrán seguir planteando muchas propuestas para sacar adelante a los jóvenes. El mercado dictará que la especialización técnica y la disciplina mordaz retribuirán en un buen empleo que, a su vez, otorgará calidad de vida a los jóvenes. Me parece patética la visión que suponen las leyes de la oferta y la demanda pero debo admitir que es válida en tiempos de competitividad. El vértigo de los cambios y el intercambio de información acelerado han creado un escenario en el que nada arraiga. Los valores universales ahora traducidos en ciudadanos, al menos en el discurso, han cedido al ocio y diversión efímeros que poco a poco vencen los sueños de los jóvenes. La constante búsqueda de felicidad por parte de los soñadores ha sido reducida a poco o nada al observar tanto dolor producido por la violencia sistemática que promueven quienes detentan el poder y hoy más que nunca han perdido toda autoridad legítima.
Leo en el diario de hoy que a la juventud le han robado su divino tesoro, que las tasas de desocupación en nuestro país son altísimas, que las condiciones de trabajo paupérrimas, que la desilusión ronda los proyectos de los jóvenes, que un vacío moral agudiza la cotidianidad de los que tienen más energía al menos en lo físico. Ante un panorama desolador para nuestra generación, puedo caer en el lugar común de otros y comentar que, en realidad, no hay nada que celebrar hoy 12 de agosto; sin embargo, prefiero guardarme el fatalismo para después. Hoy también y sin haberlo planeado así, un grupo de jóvenes hartos de la promesa y ansiosos de la práctica, cansados de la necedad y acomedidos a la razón, formaremos el Ateneo Nacional de la Juventud. A partir de hoy seremos Asociación Civil y proyectamos vencer las inercias de la posmodernidad para retomar el legado de los grandes maestros sin dejar de innovar en el conocimiento y entregando nuestras virtudes al servicio de los demás para el engrandecimiento de México.
Recuerdo ahora las palabras de un sabio orador, José Muñoz Cota, cuando exclamó que: “Los jóvenes, a pesar y por encima de todo, seguimos siendo la ciega esperanza de México”. Ahora nosotros hemos de decir, con base en lo anterior, que ¡nuestra prospectiva consiste en hacer lo imposible!
miércoles, 27 de julio de 2011
Competentes para ser felices
Un francés bajo el cielo de Oaxaca conversa conmigo en una cantina con decoración fantasiosa, donde se pierden hadas y duendes. Tomamos unas cervezas y platicamos acerca de la escuela y la vida; bueno, la escuela es una parte de la vida y, a su vez, la escuela te forma para la vida (o eso se dice). Hace dos años que él se fue a vivir a Rouen en Francia, más o menos cuando yo me debatía y abatía en el centro de investigación donde estudiaba Derecho. Entonces nos despedimos en mi parque favorito, conocido como “El Llano”, acaso porque todo en Oaxaca lleva el nombre de Benito Juárez. Fue un encuentro espontaneo, un día que yo meditaba profundamente sobre el sentido de la vida y él simplemente había ido a tramitar su pasaporte.
Adolfo es un buen tipo que aparentaba ser más joven en la preparatoria y ahora carga con una melena que, si no lo hace ver más viejo, lo aparenta más maduro. Forjado en algún tipo de combate. Así luce este personaje que sí pasaría por europeo antes que por mexicano, a menos que se le vea comiendo chapulines. Nos encontramos enfrente de la principal iglesia de la ciudad y notamos el cambio de aspecto pero la continuidad de las formas de ser, del carácter honesto de nuestro saludo que cedió a lo impredecible de una plática no planeada. Los dos tenemos muy presente que las oportunidades se aprovechan.
El diálogo es abierto, sin reservas. Intercambiamos puntos de vista sobre la exigencia académica en Europa. Yo no sabía que se calificaba en la escala de veinte y un alumno promedio obtiene doce. Que no hay vida social, bueno, la universidad incluso reduce la vida personal. Horarios que abarcan todo el día y por las tardes dedicarse al estudio y aplicación de los conocimientos adquiridos. Una rutina que para quien ha vivido desde pequeño así, no debe de resultar fastidiosa. Sin embargo, la vida académica en México es mucho más relajada. En mi experiencia, los jueves, viernes y sábados se ocupan, en buena parte, para salir a distintos lugares; es decir, sólo se dedican exclusivamente al estudio los primeros tres días de la semana.
Al hablar de la vida personal encontramos puntos de coincidencia. Los dos hemos sentido la cercanía de la soledad por lapsos. Rondando la vida de un mexicano radicado en el extranjero, hallo el profundo sentido de comunidad de nuestra tierra. Adolfo prefiere el cielo de Oaxaca al de París ¿quién no?, y reconoce una necesidad de esta tierra que no tiene lugar cuando recuerda la Torre Eiffel o la avenida de los Campos Elíseos. Comparto con él la necesidad del valle que nos vio crecer en distintas etapas. Siempre he tenido en mente los cerros majestuosos rodeando la ciudad casi sin edificios altos, más bien con un número incontable de pequeñas casas que conforman un paisaje multicolor.
Desembocamos en mi tema predilecto: la amistad. No fue posible partir de premisas compartidas para definir el concepto, pues siempre ha sido ambiguo. No obstante, me pareció atinada una aproximación de mi colega ingeniero (sí, porque la Política es algún tipo de ingeniería), la amistad como alianza. Una alianza que sortea dificultades, que satisface necesidades, que complementa deficiencias. Aunque el francés venido a estas tierras que siempre han sido suyas, no entra en detalles ni es partidario del vértigo emocional que me genera la conversación, esboza ideas al respecto guardando la objetividad que le ha formado su educación extrema racional.
A razonar no se aprende, por lo que los dos aducimos nuestras razones con profesionalismo. La maestría la dejamos para después, lo de aquí y ahora era desprendernos de prejuicios y analizar la amistad. Propongo lo circunstancial como determinante y mi circunstancial amigo ejemplifica con una vivencia. No había mencionado que vivió en Canadá un tiempo y se ha formado en amistades gélidas, al contrario de mí que he vivido siempre en esta tierra cálida, de festividades y manifestaciones fraternales. Tanto él como yo nos reconocemos en ellas, son parte de nuestra identidad que, por cierto, él ha celebrado allende nuestras fronteras preparando mole y guacamole franceses. Como sea, aun compartiendo rasgos culturales, cada uno define su amistad y lo que espera de ese concepto en la práctica, sobre todo en lo que respecta a la amistad de una mujer. Siempre he sostenido que el noviazgo y matrimonio son algún tipo de amistad y cuando no se asumen así, fracasan.
En la recta final de nuestro encuentro, ya habíamos dejado el primer lugar y ahora nos encontrábamos en la calle de Allende, un rincón único en Oaxaca, donde convergen cocinas de distintos países y personas de varias nacionalidades. Ahora mismo observaba a una pareja de japoneses bebiendo café al calor de las tres de la tarde. Y nosotros con unos tarros de cerveza de barril bien fríos brindábamos por la oportunidad de encontrarnos así, de dilucidar ideas abstractas y concretas en la búsqueda de un sentido a vivir, a permanecer sobre esta tierra dando la batalla incluso ante las circunstancias más adversas. Es la pregunta que todo joven se hace ¿vale la pena…, y Adolfo especificaba, tanto esfuerzo? en un medio tan agresivo además, un sistema académico de producción en serie de autómatas racionales, ¡vaya paradoja!
De pronto, la felicidad no importa. Más aún, la felicidad personal parece no estar en función de la felicidad de nuestros semejantes. El libre mercado y la empresa privada han sustituido el desarrollo humano e importa ser competitivo, no fallar en los procesos de la cadena productiva. Hacer (lo que esto sea): programar, construir, diseñar, redactar, conducir, resolver… si sólo se hace esperando recibir un bien para uno mismo; el egoísmo ciega la capacidad de amar y compartir. El dinero nunca fue necesario pero hoy es indispensable, como en esta plática al comprar las cervezas. La felicidad, en cambio, siempre será necesaria, vivir depende de eso; encontrarla es el reto, pero seguramente es posible en compañía de un amigo que se alía para entender su circunstancia y recordarle a Bruno su origen y prospectiva. En opinión del coautor de estas líneas, son cosas interesantes al fin...
lunes, 18 de julio de 2011
Con derecho de paseo
domingo, 10 de julio de 2011
Ante la lluvia sobre su cabeza
lunes, 27 de junio de 2011
Ceremonial y sermonal
lunes, 30 de mayo de 2011
¡2° Aniversario!
Cuando estudiaba la secundaria, en tercer grado, participé para formar parte de la sociedad de alumnos. En una reunión improvisada en la sala de juntas del plantel, cuyo prestigio venía dado por el nombre de un educador entusiasta: Moisés Sáenz, aprendí que formar equipo se logra con un llamado propositivo. Así que, enmedio de la confusión de mis compañeros, anuncié: "yo quiero proponer una planilla", y se me unieron nueve. Brevemente, sugerimos la denominación de nuestro equipo para representar a la comunidad estudiantil, se me hizo fácil decir: "Planilla Idealista Progresista". Poco después, una aguda compañera de lo que me gustaba llamar partido, me comentó que no convenía nombrarlo idealista porque los ideales suponen ideas irrealizables, así que propuso sustituir el adjetivo por ideológico, ya que me explicó que la ideología representa el rumbo de una nave, las coordenadas del lugar que se quiere descubrir.
Me siento afortunado de haber estudiado en escuelas públicas toda mi vida, aun actualmente curso la licenciatura en Política y Gestión Social en la Universidad Autónoma Metropolitana. Considero que me he formado en la trinchera más cercana a los problemas del país, he sido un observador de las relaciones sociales desde la escuela a todos sus niveles. Solía decepcionarme del estilo de enseñar de muchos maestros; por ejemplo, critiqué ferreamente la ineptitud de un "maestro" del mismo año que tuvimos nuestra primera experiencia cercana a la autoridad, el cual se limitaba a dictar cuestionarios que debíamos resolver con base en el libro de texto... Una monotonía catastrófica. Por ello, ahora disfruto problematizar con mis colegas en la Universidad bajo un modelo innovador que tiene su base en la visión constructivista de la educación. Simplemente hoy, acudí con mi equipo a la biblioteca del Colegio de México a investigar a Álvaro Obregón porque pretendemos analizar el proceso que lo llevó a la Presidencia de la República y la opinión que lo ubica como el último de los caudillos.
Conmemoro, después de un recuento que parecerá innecesario pero es imprescindible, un año más de este espacio, que de ahora en adelante abordará temas de interés público. No quiero expresar con ello que las entradas de Bruno no lo sean, sólo opino que interioriza mucho cuestiones de su vocación. Las que debe tratar a profundidad, arrojando aproximaciones para entender los fenómenos que, devocionalmente, observa. Sé de sus ganas de transformar una idea que se ha anquilosado en los discursos acerca de la modernidad y, sin embargo, sigue siendo pasión inherente a su persona: México; deseo que lo logre sin que los tiempos pinten sus cabellos de gris o de plano quede calvo, consciente de que hay cargos que cobran en términos capilares.