miércoles, 28 de diciembre de 2011

Cuando anochece otra vez

Las emociones concatenadas en aquella tarde inefable estarían presentes en su memoria mucho más allá de medio siglo después. Era la época en que un programa de ciclismo tomó por rehén la ciudad y los rebeldes viajaban a contracorriente de los camiones de cero emisiones, metrobuses y los todavía existentes microbuses. Todos los días la garganta le sabía amarga, cual deseo persistente de probar lo dulce durante todo el día. Andaba en busca de postres por las calles aledañas a la oficina donde prestaba sus servicios. La legación de su estado natal en la capital del país se encontraba enclavada en lo que había sido una colonia de alta alcurnia a mediados del siglo pasado. Ahora, el valor de suelo la hacía extremadamente exclusiva, pero sin el renombre de la colonia colindante, reservada para la "crema y nata" de la sociedad mexicana. Precisamente a una cuadra de las paredes que lo enclaustraban cotidianamente, se encontraba una cafetería pintoresca donde vendían unas exquisitas donas de maple; sus preferidas desde entonces.

Los minutos transcurrían en la soledad de la plaza donde llevaba esperando casi una hora. Se había acostumbrado a la informalidad de todos los que le rodeaban. Ya no parecía enfadarse como antaño, cuando no pocas veces demostró su carácter colérico de la mano con ese reproche disimulado que por momentos lo volvía insoportable incluso para sus amigos. Tal vez la vida le mostraba que su favor no siempre se otorga de igual manera, que para gozar hay que sufrir. Así sea retardos aburridos que lo sumían en una introspección, a veces innecesaria, pero siempre desesperante. Y es que ya no quería analizarse con la vehemencia que parecía circunscribir su vida a la reflexión mental diaria. Desde hace tiempo decía que quería dedicarse a disfrutar sanamente de los placeres terrenales, sin perder de vista los valores superiores que dotaban de sentido su existencia. Era como establecer una separación acústica entre el cielo y la tierra la tarea que lo ocupaba en este tiempo de juventud.

Había presumido muchas veces de una entrevista que le realizaron en la zona donde ahora trabajaba. Se refería a cuando su segundo jefe lo contrató para "leer y escribir" en el sentido más amplio y profesional. Se trataba de un experimentado político de la línea dura de los dogmáticos que un buen día decidió combatir desde una trinchera distinta. Por aquel entonces su vida retomaba sentido después de un fracaso académico que significó perder buena parte del prestigio que con tanto celo había querido aparentar. Sin claridad en las metas por venir, se dedicó a estudiar la cotidianidad e identificar los convencionalismos sociales que desgastaban su vida provinciana. Tanto coraje le causó vivir en carne propia la indiferencia de su contexto, que un buen día cogió una mochila y pidió prestado dinero para largarse a la capital del país por segunda vez. Era la época en que corría sin parar a diario encontrándole sentido al tiempo y abarcando un espacio que lo hacía ver diminuto en medio de su desocupación. Lo agobiaba hacer nada, pero lo agobiaba más pensar que tenía que hacer algo para dejar de no hacer.

Las llamadas inútiles habían consumido sus ahorros. De pronto, experimentaba con llamarle a gente que nunca se acordaba de él, simplemente para saludar. Medía, según él, el grado de fingimiento con el que los demás le expresaban su entusiasmo por las cosas que creían que estaba realizando. Y es que eso de dirigir mensajes constantemente por cualquier motivo lo ponía en un dilema ético entre el ejemplo de conducta que parecía ser y la realidad contradictoria que reflejaba en toda esfera con su indisciplina. Poco a poco había vencido las inercias que supuso conocer de más a personas que tal vez nunca debió conocer por su propio bien. Esto porque se expuso reiteradamente a una atmósfera agreste que a veces se tornó patética en relación con el amor. Las situaciones embarazosas que fueron su pan de cada día tenían nombre y apellido. Pero ahora prefería olvidarlas, como correspondiendo a la sutil indiferencia que le propinó la autora de sus desgracias en la última oportunidad en que se desearon parabienes. Era la celebración de sus logros anuales a la que subyacía un dejo embarazoso con rostro de lástima.

El trajín que se había ido por esas fechas, le provocaba extrañar las tardes-noches llenas de coches por doquier. Las avenidas saturadas y las calles inaccesibles a su colonia eran parte de un paisaje al que, sin haberlo notado, se había acostumbrado. Ahora que la ciudad estaba más vacía, daba lugar a pensar en todas estas cosas. Tenía que ver con las personas que lo rodeaban y le demostraban, con mayor acierto cada vez, que las apariencias engañan. Pero cuando en algunos casos descubría que no era así, cuando lo que parecía era, se entusiasmaba por el ejemplo de autenticidad. La que perseguía desde hace años con un coraje indómito y no había encontrado detrás de los aparadores de publicidad sonriente que rellenaban estas fechas todos los almacenes que visitaba. Era un principio de congruencia estar dispuesto a no vivir bajo los cánones de lo socialmente correcto. Se trataba, pues, de perseguir incansablemente la libertad creadora y el amor como la creación más bella y, por naturaleza, compleja...

martes, 20 de diciembre de 2011

Y de pronto, nada

Sentirse mal no aliviana los problemas que no nos hacen sentir bien. De esta obviedad escribo ahora porque he caminado dormido y he soñado despierto. He podido descubrir muchas verdades en un tiempo más bien gris, que sin embargo ha significado percibir de otra manera los colores de siempre. Hoy sé que no soy el mismo de antes, pero no sé si soy el que antes pensaba ser ahora. En realidad, la realidad abruma. Encontrar los caminos para llenar de energía los días todos es tarea complicada. A veces una mala nota rompe el encanto de las mañanas y hacia la noche se agoniza lentamente. No debe ser así. Si existe una verdad además de la fatalidad del hombre sin Dios, esa es que todas las cosas nos ayudan a bien; o bueno, que de todo se aprende algo.
Entonces, ¿dónde quedó la tristeza? Ésta ha inspirado obras grandiosas independientemente de donde se encuentre. Personalidades de toda índole han creado cosas magníficas sólo a partir de un estado de melancolía. En ello a veces baso mi necesaria estadía en una de las ciudades más grandes del mundo. En el hecho de tener que pasar y superar, obvio, esta prueba que el destino puso delante de mí cuando mi libre albedrío estaba dispuesto a todo porque nada tenía que perder.

También he reflexionado, evidentemente en el tiempo de sobra, acerca de la fragilidad, de la vulnerabilidad del ser humano ante lo ajeno a su voluntad. Esto se pone de relieve en la opinión pública cuando suceden catástrofes como un terremoto o un huracán. Pero es más sencillo, se pone de manifiesto cada que enfermamos, así sea de una leve gripe. Experimentamos la necesidad de mejorar nuestro estado de salud. Anhelamos el auxilio de otros, principalmente de aquellos de nuestra confianza. Uno quisiera que su mamá, su novia, o su mejor amigo estén ahí para hacerle sentir su compañía. Los cuidados necesarios para aliviar la aflicción a veces pasajera y a veces permanente. Las enfermedades físicas son la ruina del cuerpo, pero, ¿qué hay de las enfermedades del alma? Los dolores que mucha gente padece en lo profundo de su corazón; en el alma desgastada por las traiciones, las pérdidas, las decepciones... Hay un amplio catálogo de motivos para estar enfermo espiritualmente; para perder todo sentimiento dirigido hacia los demás, y sumirnos en nuestro gran egoísmo.

En vísperas de la navidad y el año nuevo, excelentes oportunidades para convivir, pienso que meditar en el verdadero significado de este tiempo es indispensable, pero también demostrar que tenemos la capacidad humana para ir de la historia a las acciones. Noches de paz llenan este mes, pero los días parecen ser de una guerra silenciosa. Las personas no por ser navidad se olvidan de aquello que les preocupa. Vivimos preocupados, pensando en lo que nos depara el futuro. Muchos no disfrutan ningún día por sus presiones de dinero, de salud, de amor. Y es cuando me pregunto, ¿vale la pena? Para qué vivir si no se vive; si los momentos que se disfrutan apenas alcanzan para rellenar unos cuantos álbumes de fotos por mera presunción. Es decir, las imágenes para la vida, los momentos de perpetuidad, tienden a olvidarse. Se recuerda lo amargo, pero pocas veces lo dulce. Lo que otorga trascendencia a la existencia.

Precisamente hoy recuerdo que la semana pasada lo pasé genial cuando fui a una exposición con mi mejor amigo. Además caminamos bastante por calles desconocidas que nos ofrecieron un panorama nuevo de nuestra ciudad. Fue un día sin presiones, un día de vida. Obviamente, hay ocupaciones que merecen tiempo y espacio, no está a discusión su disciplina, por ejemplo: la universidad y el trabajo. Pero incluso estas actividades deben realizarse con pasión, con un ánimo renovado cotidianamente. Encontrar la chispa infinita de nuestros días es quizá la labor más loable de una vida. Hay quien no la encuentra nunca; algunos estamos hallándola y otros prefieren ni siquiera buscarla. He dicho y sostengo que tiene que ver con el amor al prójimo; con la entrega desinteresada a las demás personas. Evidentemente el "servicio público" poco o nada tiene de esto. No obstante, a mí me corresponde, creo, renovar el argumento detrás de lo que se convirtió desde siempre en la manera más fácil de obtener dinero y disfrutar de los banales placeres terrenales. Es una misión, es una tarea sin encomienda actual. Es un rumbo definido por mis convicciones que no son producto de las circunstancias.

Los ojos me arden porque tengo un resfriado bárbaro. Lo que más detesto es el ardor en la garganta. Desde niño me hace pasar muy malos días. Anoche cuando caminaba consiguiendo algo que me aliviara por la colonia, me sentí apartado hasta de mí mismo. Volví a mi cuarto a ver algo de televisión, bueno, noticias son lo que siempre veo, y traté de que avanzara el tiempo. No sé si lo logré, aunque amanecí temprano, lo suficiente para llegar puntual a la oficina. Entretanto, confirmé rumores y bebí un café. El mismo que ahora me acompaña para seguir meditando en estos temas. No sé si sea mi última entrada del año, pero espero que dé pie a aterrizar varios puntos en breve. Sobre los que no quiero seguir arando en el mar; más bien quiero, ahora, contarlos a manera de autobiografía. Una historia que no sé si quieran leer, pero que yo, desde hace tiempo, quiero escribir.

martes, 13 de diciembre de 2011

Superficialidades

Conocer las motivaciones últimas que llevan a las personas a actuar de una u otra forma es una tarea poco menos que imposible. A qué me refiero, los seres humanos tejemos estratagemas para ocultar nuestras verdaderas intenciones. Preferimos la simulación antes que ser auténticos. Porque lo segundo nos pone al descubierto, nos vulnera en presencia de otros que siempre fingen. Siguiendo la premisa de que todos mienten, podemos encontrar verdades. Escudriñando los momentos, escarbando entre las actitudes que delatan lo obvio, que ponen en evidencia lo que siempre "le da al traste"a nuestra presentación cotidiana más que ensayada: los sentimientos, también podemos hallar las razones que nos llevan a levantarnos cada día haya o no haya sol.

A veces uno quiere, yo quiero, sentir más que pensar los momentos. Alguna vez una chica que fue mi primera novia justificó el habernos besado como un acto de "me dejé llevar por el momento". Es decir, me hacía ver que no quería precisamente hacerlo, pero el momento fue más fuerte, su inercia más poderosa que la contención, que la resistencia a juntar nuestras bocas. De por medio, evidentemente, estaban condiciones morales. Es decir, no eramos novios ni pretendía que lo fuéramos, pero el puro gusto, ese deseo irrefrenable de "sentir", nos llevó al beso. El ejemplo, aunque parezca, no es burdo. En realidad ayuda a mostrar cómo actuamos en algunas situaciones. Nos dejamos llevar... y más tarde, a veces mucho más, volvemos a pensar.

En medio de la ficción que se cierne sobre mí, durante los días cálidos de viento frío (sí, la naturaleza también tiene sus contradicciones), me he puesto a pensar, ¡otra vez!, porque hay momentos en que uno no piensa. Cuando simplemente las cosas pasan, y siempre pasan por algo. Razón más que suficiente para enmendar en algunos casos o reflexionar en otros sobre el sentido que tiene nuestra vida. La cual, con mayor frecuencia, se ve asediada por catástrofes ajenas a nuestra voluntad y que nos muestran cuán vulnerables somos ante un mundo inmenso que creíamos, en nuestra soberbia, haber dominado. El advenimiento de lo fatal, de lo terrible, en nuestra cotidianidad, supone una carga mucho mayor a la de seguir las rutinas de siempre, con una monotonía propia de los robots más simples.

Aun en un escenario de sufrimiento, que siempre viene precedido por el miedo a nuestra propia fragilidad, las cosas pueden tomar un rumbo que deje atónitos a todos los incrédulos de que la fe mueve montañas. Las situaciones límite, las "orillas" a las que se puede llegar por catástrofe casual o vocación de infortunio, suponen también los retos más formidables para cualquier mortal. Precisamente por el hecho de serlo, por saber que sabemos que algún día dejaremos de existir en esta dimensión, en este tiempo y espacio tan invadidos por un intercambio de información perverso. El desafío, el hacer cosas grandes a pesar de las adversidades, por encima de los problemas que le quitan sazón a la vida, siempre es el mejor aliciente, un estímulo incomparable para valorar nuestra vida como un pedazo de existencia, como un trozo de razón que anhela experimentar el amor sin entenderlo.

Diciembre trae consigo momentos como éste. En el cual salen de mi teclado reflexiones sin hilar, sin el tejido normal de un texto que persigue un propósito específico. No, lo de ahora es escribir por puro gusto. Disfrutar hacerlo cuando han transcurrido casi todos los días de un año que, en teoría, no habrá de repetirse. Aunque en este país parece ser el mismo desde que un día alguien inventó la palabra "crisis". Y entonces sí, cada año son una o varias crisis de toda índole. Más o menos hacia estas fechas todo muere, los días fenecen aunque se sabe que es obligación acudir a casa de alguien, a veces invitado a la propia, para la cena de navidad. Porque de esa manera uno convive y es feliz, la paz reina en los corazones... Escenas memorables, dignas de almacenarse en los álbumes de fotos que se muestran a los demás para presumir que no siempre tuvimos problemas. Que algún día fuimos felices.

Volviendo a la cuestión de sentir sin pensar o pensar sin sentir (ya no recuerdo mis intenciones reales de discutir sobre esto), recordé que hace tiempo no salgo con alguien. Me refiero, mi soltería se me ha vuelto algo tan habitual que ni siquiera pienso en la posibilidad. Esto no quiere decir que no tenga ganas de hacerlo. Desde hace tiempo persigo esa idea de un romance al estilo americano, lo que comprueba que me he dejado influir por el cine comercial. Pero es cierto, quisiera dejar de pensar en todo lo que implica para simplemente dejar que se dé. Y aunque uno diga que esto pasa, con mayor seguridad, al cruzarse de brazos y esperar a que pase, lo cierto es que uno debe conocer personas. Conocer el corazón, descubrir los sentimientos, interpretar las emociones. No sólo guiarse por el aspecto, por lo que nuestra mente indica que es bello aunque sepamos que es superficial.

En el fondo, pensando a futuro, muy a futuro, lo que importa es el interior. Que éste es un lugar común que repiten los feos, quizá, pero no deja de ser la verdad. Tarde o temprano el dejarse llevar por momentos, el sentir pasajeramente, el vivir las apariencias, sucumbe y devela lo peor de las personas. Vivir intensamente es actuar con empatía, entender la circunstancia ajena y enamorarse de esa misma voluntad. Es saber que por lo menos existe alguien que comparte los mismos anhelos y cree en que la sinceridad puede ser permanente. Espero encontrar a una chica que platique conmigo sobre estos tópicos, que no se aburra con mis pleitos existenciales y desee transformar el mundo haciendo el amor y no la guerra. Ojo, escribo en el sentido más amplio... Porque las apariencias engañan.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Confianza y contingencias

Los seres humanos nos cubrimos de imágenes, nunca mostramos lo que sentimos realmente. Lo que vemos es la máscara, no vemos el interior. Bien, estos dos enunciados fueron un hallazgo en mis tenebrosos apuntes de mi curso de Estructura Social, se refieren a la clase sobre la teoría de Erving Goffman. Quiero reflexionar hoy sobre el aspecto de la sinceridad como requisito indispensable de la confianza. Es decir, la confianza se construye a partir de la verdad, de dejar a un lado el fingimiento, que la tesis de Goffman sostiene como motivo de que la interacción social sea una gran obra de teatro. En tal sentido, se espera que una persona actúe de determinado modo porque se le ha hablado con la verdad, sin más. Cuando se tiene la convicción de que se ha sido auténtico, se tiene una mayor seguridad en la respuesta del otro. Implicamos que éste nos entiende y brindará su apoyo, luego de haberle concedido esa "confianza". Aunque pareciera que sucede de modo contrario: primero comprobamos que la confianza existe y, entonces, somos sinceros. Yo planteo en la primera relación causal el gran reto de una amistad verdadera.

Puede ser difícil de entender porque cada relación entre personas es distinta. Ahora comparto un ejemplo: un individuo a asesina a alguien, él esconde el hecho, pero su remordimiento lo atormenta, entonces decide acercarse a un individuo b, que no es un perfecto desconocido, pero tampoco alguien de su familia, y decide contarle su delito. Sus motivos tuvo para hacerlo, tal vez b parecía una persona comprensiva: dispuesta a escuchar, quizá le había compartido algún secreto también, no lo sabemos. Pero del acto de sincerarse con él, a depositó una gran cantidad de confianza (si es que ésta se puede medir por kilo), en b. Esa confianza, la de saber que su secreto se encuentra a buen resguardo, implica un compromiso. Desde ahora, b va a guardar el secreto de a. Algún frívolo dirá que "va a cargar con esa culpa" de saberse cómplice, de no denunciar a quien confió en él, si bien hay situaciones en las que no se cometió un delito según la ley, pero el hecho es vergonzoso o culpable según las normas morales de su contexto. Bien, el papel de b no es, por así decirlo, fácil, porque se convierte al mismo tiempo en confidente y consejero. Miente quien se asume como alguien que sólo escucha y no recomienda.

El ejemplo anterior parecerá demasiado reducido, como si no hubiera una variedad de situaciones variables. Bueno, es un esquema inicial. ¿Por qué vale? sólo porque a mí me hace lógica después de alguna observación empírica. Lo que he comentado con varios colegas (diré colegas para no implicar el tema de la amistad con ellos), es precisamente la dificultad, ya no de hallar, como de sostener una amistad que se considera verdadera. Hace tiempo discutí el concepto de verdad en una relación de amistad, que no era algo así como que la verdad se comprobara en la convivencia cotidiana con alguien a quien por convención llamamos amigo. Bien podríamos denominarlo de otro modo, de acuerdo con nuestros sentimientos, los que, casi siempre, vienen a desbaratar un buen esquema inicial. Y es que el gran compromiso de ser amigo es encontrar el justo medio entre la parte sentimental y la parte razonable. Ser objetivo sin dejar de ser afectivo.

Sinceridad que finca confianza y confianza que finca compromiso. Cadena ideal en medio de la contingencia de este mundo. En la maraña de insuficiencias que se anteponen a la posibilidad de hacer algo extraordinario por el otro. La que oigo ahora aduce la falta de tiempo para poder platicar. Yo reviro que no es falta de tiempo, sino falta de voluntad. La contraréplica es tajante "molesta que yo lo reproche". Es como si no decir lo que se piensa resultara conveniente. En realidad, es bien difícil tener empatía. No lo digo por los que me rodean, hablo por mí. Quisiera ponerme en los zapatos de él o de ella. Entender desde su circunstancia lo que los afecta y empuja, lo que disfrutan y aborrecen, pero sobre todo el porqué son así. He fracasado en mi intento por hallar quién me comprenda. Sé que no puedo pasar la vida como el incomprendido, pero apenas parece que la ecuación del inicio de este párrafo no resuelve el problema me invade un gran escepticismo. No soy el primero al que le pasa esto, sin embargo, deseo ser uno de los últimos.

Alejarse... como cuando sueltas un globo al aire y no sabes a dónde se dirigirá. Parece ser la opción de los fastidiados de las relaciones humanas. La amargura que producen los fracasos lleva a mucha gente a irse del lugar donde lo vivió. Piensan que cambiando de residencia las cosas pueden mejorar. Ahora entiendo por qué el sueño de muchos es ser trotamundos. Como quiera, recuerdo que una persona con autoridad (luego discutiré que es tenerla para mí), dijo hace tiempo que uno no puede vivir huyendo de sus problemas. Que se les debe plantar cara, hacerles frente y asumir los daños colaterales. Enfrentarlos significa ser responsable, ¿y acaso hay virtud mayor que serlo? Por ello, estoy dispuesto a sobrellevar las pérdidas, aunque nunca es fácil. Me cuesta aceptar la realidad como una confabulación de máscaras, me resisto a creer en que todos son iguales; en la desconfianza generalizada. La que conlleva un montón de negativos: traición, rencor, odio, burla, rechazo, soberbia... Sin embargo, admito que la teoría sociológica de Goffman cobra validez en estos términos: No es recomendable tener un alto grado de familiaridad con las personas que nos rodean porque se puede provocar alguna falta de respeto en algún momento de la interacción.

Yo no he pretendido la familiaridad con todos los que me rodean. Sólo he buscado tenerla con algunos. Lo que ya no sé es si sólo fue una concesión mía o parte de un proceso recíproco. Esto no tiene por qué perjudicar mi firme convicción en lo que el Maestro enseñó: "nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos". Pero deberé soportar que la mayoría opine otra cosa.

lunes, 24 de octubre de 2011

Hermandad


Tenían muchos sueños por realizar. Aquella fecha era apenas el comienzo de una larga amistad. Lo esperaba sentado a un lado del asta bandera del zócalo de la capital. Habían quedado de visitar la exposición con motivo del bicentenario de la independencia nacional. Era la primera vez que se veían allende las paredes del salón de clases universitario y el amplio jardín donde ganaban el tiempo en compañía de jóvenes con intereses distintos y, sin embargo, semejantes en su necesidad de ser felices. Así se conocieron, en el marco de una clase con un profesor medio sordo y medio ciego, que compartía toda clase de anécdotas sobre su larga vida, durante la cual se formó como economista en la Unión Soviética, aunque ahora presumía más su profesión de gastrónomo. Tenía el mote de "Miyagui", más por el parecido físico que por las técnicas de combate, ya que enseñaba más dichos y refranes populares que su módulo de Conocimiento y sociedad, sin menoscabo de la sabiduría transmitida, la cual siempre acompañó de un énfasis en la conciencia social que debíamos asimilar como inherente a nuestro papel de universitarios.

Durante unos días con viento raro, de esos que aparecen por cualquier época del año inexplicablemente, el menor comprendió que no podía seguir viviendo así. Recordó el consejo de tiempo atrás acerca de que todos debemos contar con una persona, quien sea, en la vida, para contarle todas las cosas que nos afectan; los problemas por los que pasamos y las posibles soluciones que tenemos a nuestro alcance. Así fue como se presentó en su totalidad, no en las múltiples facetas que tenía más que ensayadas, sino auténtico en sus debilidades, transparente. Nunca imaginó su reacción, simplemente porque no la hubo. Comprobó que aún hoy la sinceridad puede sobrevivir, en medio de los estereotipos y prejuicios que inundan la cotidianidad. La verdadera libertad se consigue cuando se tiene a alguien que puede escuchar con paciencia y hablar con amor al corazón desconsolado. Entendió que no se trata de un ideal político, como de una actitud hacia el otro. Saber que podemos mostrarnos tal y como somos con alguien que entiende nuestra circunstancia es invaluable, la mayor prueba de confianza que existe. Decir todo lo que se tiene que decir es el primer paso para vivir una vida bajo la luz... aquel sábado se alumbró por primera vez en años.

Las risas espontaneas alentaban su corazón. Había perdido la esperanza de hallar lo que no se busca, lo que simplemente se da. No obstante, él le había demostrado que siempre se puede confiar y nunca se debe temer a estar solo. El futuro parecía incierto según los cálculos humanos, que tampoco pueden predecir catástrofes como la del tsunami de Japón y, sin embargo, ahora comprendía que todo pasa por algo y si queremos nos ayuda para bien. Juntos han entendido su fragilidad, su situación ante el mundo, lo pasajero del tiempo y lo inútil de las pretensiones si se encaminan a satisfacer el egoísmo. Ahora se tienen el uno al otro, no dejan de pensar en lo inesperado de su cruce de caminos en la vida, pero estoy seguro que quieren verse más allá de ésta. Saben que no se puede terminar aquí, en medio de los males que nos roban el tiempo. Les ha servido leer la verdad, conocer al artífice de su encuentro, porque, en efecto, ellos no previeron su amistad. Lo que sí han forjado va más allá: es hermandad. En realidad no importa que suceda después, que traiga consigo el día de mañana, porque ambos saben que siempre se tendrán. Uno de ellos lo supo cuando la señora que atiende el local donde come casi todos los días le preguntó si era su hermanito, -no, él es el mayor... yo soy el pequeño, se dijo.

martes, 11 de octubre de 2011

Amor

Pensé en el día que me despida de este mundo, pero enseguida me cuestioné si habré de despedirme, ¿por qué?. Del mundo no, de varias personas que he conocido aquí sí. En la vida, solemos mirar siempre al futuro y desdeñamos vivir el presente, como dice el dicho "el aquí y ahora". No digo que esté mal trazar un proyecto de vida, pero ¿qué valor tiene empecinarse en el porvenir cuando no sabemos que nos traerá el día de mañana? Algunos nos agobiamos pensando en las muchas cosas que debemos hacer para obtener beneficios. Creemos que el esfuerzo no es el fin sino el medio, anteponemos el premio a los méritos, la cima a la escalada. Así que, en esta entrada, quiero exhortarlos a guardar la calma, a deshacerse de todas sus preocupaciones y dejar que el control de las cosas lo tome el factor D.

Hace varias semanas pensaba en todo y difícilmente hacía algo, algo bien digo. Porque buscamos hacer cosas buenas en nuestra propia opinión, hacemos como que hacemos, pero ocasionalmente nos cuestionamos sobre el sentido de las decisiones que tomamos y de las acciones que llevamos a cabo. A mí me servían los regresos a casa, en ese espacio perdido en el tiempo que he denominado la tarde-noche. Empieza por ahí de las siete de la tarde, todos los días. Pues bien, caminando en dirección al metro, cruzando el puente desde donde se pueden ver mil coches en letargo, levantando la vista al edificio más alto del país, me ahogaba en mis cavilaciones. Luego platicaba con un compañero de trabajo sobre decepciones naturales de vivir (de vivir así), de los fracasos que terminan por ser la manera más agradable de ver transcurrir los años. Algún chispazo debían tener aquellas charlas, los chistes del viejo acerca de cualquier cosa. Al cabo, era fácil reír después del fastidio de la lenta marcha de los trenes.

He entendido el verdadero sentido que tienen mis pasos cada mañana que me levanto y miro el horizonte gris, de la Ciudad de México por supuesto. Cuando subo al autobús y me apretujo entre decenas de personas que tienen obligaciones cotidianas y parecen haberse acostumbrado a vivir así. La mayoría se ven apagados, sin un brillo en la mirada o una sonrisa que alegre su rostro; la mayoría ha dejado de entender el porqué de su existencia o simplemente nunca se enteró cuál es. Al mediodía me detengo a comer en una fonda adyacente a una terminal de trenes y otra de camiones que vienen del interior del país. Acompaño los alimentos con las pláticas de la gente que ahí se reúne. Algunos tan solitarios que ni siquiera platican conmigo, o es que yo tampoco he tenido la iniciativa de preguntarles cómo están. Aprovecho el estado de relajamiento que da haber comido bien para dormir un rato de camino a la oficina y entonces, ¡crack!. Por los vagones deambulan los miserables, afuera de los andenes los pobres.

Desde hace tiempo los reconozco, confrontan mi bienestar, me hacen ver mi situación... que mis problemas son nada. Desde niño, recuerdo haberme conmovido y ya; cooperar con un peso que nunca afecta mi economía y ya; incluso haber deseado hacer algo por ellos y ya. Pero últimamente no puedo librarme de la voz en mi mente: "actúa". Pongo de ejemplo a los que observo en mi tránsito diario, pero creo que el llamado es por todos los necesitados, ¿y quiénes son éstos? Acostumbrados a la posesión material, hemos dado el título a los que no tienen dónde vivir y pasan frío en las calles o a los que no tienen qué llevarse a la boca y sufren hambre. Ahora sé que no son los únicos, todos necesitamos amor en primer lugar. El amor es indispensable para existir, sin él podemos morir cuando quiera. Por eso hay personas que deciden suicidarse cuando han perdido a quien "satisfacía" su amor, aunque él o ella no hayan muerto físicamente.

Una frase no deja de maravillarme en sus tres palabras: "Dios es amor". Por doquier la leemos y forma parte de una conciencia de saber que contamos con alguien más "sí, está bien, existe". Lamentable es que no terminemos de comprender su significado, que no podamos actuar con base en su trascendencia. Los últimos días he buscado a Dios. No lo digo pretendiendo causar alguna reacción en quienes me leen, sólo comparto mi dicha. Acostumbrado a tratarlo "de oídas", he podido conocerlo en poco tiempo. Me ha asombrado la entrega de Jesús, la misión que decidió realizar por ti y por mí, en pos de entregar salvación a los perdidos. Lo envió para anunciar las buenas nuevas a los pobres, proclamar libertad a los cautivos... ¡dar vista a los ciegos y poner en libertad a los oprimidos! Cuán grande fue su propósito que los mismos que debían alegrarse por su compañía, lo odiaron y le dieron muerte. Un justo por generaciones de injustos, un hombre bueno por millones de malvados.

El amor puede sanar cualquier herida. Es tan poderoso que logra lo que ningún medicamento puede hacer: curar el alma. Restaura lo que se corrompió y otorga el impulso para hacer obras grandiosas. Esto cuando se entiende el propósito de vivir este mundo tal como lo conocemos y estamos dispuestos a negarlo al morir a los deseos que implica una realidad corrupta. No es fácil, obviamente, pero ahí está Él, con los brazos abiertos, esperándote a que le entregues tu vida. Mirándote de frente, no para condenarte, sino para comprenderte y perdonarte. A menudo escucho personas que coinciden en creer en Dios a su manera, claro, porque también creen en el amor a su manera. No terminan de conocer el sentimiento más sublime de los que tiene el ser humano. Tal vez esto explique por qué la gente ha perdido el brillo en la mirada, tratando de amar reprochando no recibir a cambio lo que le falta. Yo era de éstos, buscaba y no encontraba. Siempre con la expectativa de dar lo mejor de mí, terminaba por arruinarme los días con resentimientos absurdos. Aborreciendo la injusticia, me hice injusto.

No sé cuánto tiempo permanezca en este mundo, pero tengo la plena convicción de que quiero usarlo para servirle. Mostrar el rostro de Jesús a los necesitados. A los que han sufrido acaso sin motivo aparente. A los que nacieron ciegos para que la gloria de Dios se hiciera evidente en su vida. A los que peregrinan sin esperanza, muertos en vida, creyendo que la vida es el goce de los placeres terrenales y nada más, que el cielo y el infierno son etapas circunstanciales de la vida. Hoy quiero transmitirte esperanza, decirte que su amor es inconmensurable y sólo tienes que buscarlo. Tan infinito que no podría explicar este momento si no fuera por él. Mi vida habría quedado atrás hace tiempo.

Un momento... ha quedado atrás.




jueves, 29 de septiembre de 2011

Misericordias

¿Cuán grande es la misericordia de Dios? Cómo saberlo, la mente no nos alcanza para comprender su magnitud. Leo la definición en un diccionario: "la misericordia es, en la doctrina cristiana, el atributo divino por el que se perdonan y remedian los pecados y sufrimientos de sus criaturas". Es decir, no solamente es el perdón per se, sino también el remedio de las faltas cometidas y de las consecuencias que éstas conllevan. Sabemos que el pecado es lo que separa al ser humano de Dios. Todos conocemos la historia del pecado original que cometieron Adán y Eva en el Paraíso cuando desobedecieron a Dios y cayeron en la tentación del maligno que los llevó a comer el fruto del árbol que Dios les había puesto como condición no comer. La primer acción en contra de Dios sucedió a causa de la tentación de probar algo que no les estaba permitido. De esta manera desafiaron el poder del Creador de todo lo que conocían y vivieron las consecuencias de su pecado. A partir de ahora, su vida dejaría de ser de comodidades; en cambio, conocerían el dolor y sufrimiento; tendrían que sobrevivir y no solamente vivir.

En la actualidad, las personas viven de manera tal, que disfrutan al máximo las cosas que tienen o creen tener. La mayoría no tiene por código de conducta otro que la ley vigente en su país y algunas normas de trato social que son necesarias para ser alguien en la vida. La moral, lo observamos, no deja de ser un relativismo complejo que cada quien interpreta a su manera, sin inmiscuirse demasiado en cuestiones de fondo, tratando de no ofender a los demás al desaprobar sus conductas. Ahora lo que se premia y considera como valor  mayor es la diversidad; en este sentido, mientras más raro y diferente, más atractivo. Sin embargo, no hay que olvidar que vivimos un momento en el tiempo. Los más viejos conocieron la primera mitad del siglo XX y ya; en realidad, no hay mortales que sepan cómo se vivió más allá de nuestra época. Lo que sí existe es el conocimiento legado desde tiempos inmemoriales y las interpretaciones que se hacen en torno a él. Así, la historia busca traer del pasado los hechos y las ciencias evolucionan aceleradamente por el avance vertiginoso que ha tenido el conocimiento humano en las últimas décadas. Como sea, ningún ser humano conoció por su propia experiencia lo que sucedió más allá del siglo anterior.

Durante los últimos días he aprendido a ver la vida de manera distinta. Ya no como la prolongación en el tiempo, sino como la posibilidad en el momento. Cada instante es un regalo de Dios, aunque para muchos sea la nada. En el mundo que conozco, las personas se ocupan de vivir sus vidas en prospectiva, incluso yo defendí este proyecto en este espacio, pero ahora me doy cuenta que lo importante es aprovechar el tiempo agradando a Dios en tiempo presente. Para quienes la nada es todo y la finitud una marchita oportunidad de desquitar el tiempo, escribo esto. Mientras hay vida, hay esperanza... reza un dicho famoso. Yo quiero hacer ver que la esperanza se manifiesta aun en la muerte porque tenemos con nosotros a quien venció a la muerte. Por ello, no tenemos por qué temer al mal. El mal como lo conocemos reina sobre este mundo. No es novedad, la maldad es inherente al ser humano, pero la bondad es Dios y puede transformarnos para hacer de esta vida un buen comienzo de lo que nos espera más allá del tiempo.

La misericordia de Dios sólo se entiende de la mano con otro principio: el amor. Su amor es inconmensurable y se manifestó en la persona de Jesús, cuando éste vino al mundo para demostrarlo. Sufrió humillaciones a pesar de hacer señales y prodigios. Los suyos no creyeron en Él. Mostró su poder incluso resucitando muertos, algo imposible para cualquier ser humano, no obstante, se burlaron de Él, lo odiaron... lo crucificaron. En esa cruz, en medio del dolor de su cuerpo humano, Jesús rogó a su Padre: "perdónalos Señor porque no saben lo que hacen". Hasta ese punto demostró su amor, al no condenar a los que lo herían; reconociendo la maldad como un aspecto natural (inherente) al ser humano. La misericordia de Dios se derramó, entonces, en el acto sublime de su muerte en la cruz, pero también y sobre todo en su resurrección al tercer día. No fue sólo morir por nosotros, sino resucitar y vencer a la muerte, vencer el pecado. Éste es la muerte, por eso cuando una persona se arrepiente de sus pecados, vive; no sólo eso, también Dios enmienda los daños cometidos por la maldad, porque abogado tenemos en aquél que conoció las tentaciones y debilidades humanas.

Saulo de Tarso, asesino que perseguía cristianos, se enorgullecía de su modo de vida. En su propia concepción, hacía lo bueno a los ojos de Dios. Aunque en realidad lo hiciera sólo para su credo; era un religioso. Dios lo confrontó directamente. No lo condenó, antes bien, trató con él, lo llamó para servirle. Pablo fue un apóstol fiel a Jesucristo y su nueva vida, un ejemplo de servicio a Dios. Él estaba convencido de la misericordia de Dios porque la experimentó. Puso su confianza en quien lo llamó de las tinieblas a la luz, y aunque padeció por la causa de Jesús (de eso se trataba), terminó por entender la fugacidad de la vida y la banalidad de afanarse en las cuestiones del mundo. De manera que sintetizó su fe en una frase que últimamente resuena en mi cabeza y quiero apropiarme para siempre: "para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia". No importa cuán grande sea la maldad, cuán difícil la situación, cuán ofensivo el pecado. Los hombres de Dios fueron escogidos y transformados; de lo vil y despreciable de este mundo han surgido los siervos más fieles. Aquellos cuya vida fue impactada por la misericordia de Dios, por un pensamiento tan universal que sólo llegaron a entender entregándose a la causa de Jesús de Nazaret.

Cada mañana, nuevas son las misericordias de Dios para todos: buenos, malos; ricos, pobres, y demás dicotomías. Por ello, el rey David escribió: "los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos". El cielo de los últimos días me ha hecho recordar sus misericordias, sin las que sería nada o la vida me transcurriría como nada. Gracias a Él ahora puedo confiar y sonreír.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Gracia

La gracia es el don inmerecido de Dios. Un regalo que se recibe no por ser o hacer algo a cambio, sino simplemente cuando se pide. La mayoría de las personas desconocen qué es y piensan en una prórroga para pagar algo o en la cualidad de tener sentido del humor. Es importante asentar que efectivamente la gracia es principalmente de Dios pero también proviene de los seres humanos: "ojalá halles gracia con tu jefe", por ejemplo. La gracia en el discurso cristiano es fundamental porque establece un orden en el que incluso la peor de las personas puede ser perdonada. Se recuerda el caso de los ladrones crucificados junto a Jesús en el monte de la Calavera. Uno de ellos renegó de su ascendencia divina, el otro creyó en él y recibió la gracia en los últimos instantes de vida. Así, la gracia puede salvar al peor de los hombres a punto de morir, sin embargo, también es indispensable para todos los que quieran ser redimidos por Cristo y salvos del pecado de este mundo.

La vida transcurre sin novedad para la mayoría de personas en el mundo. Las catástrofes preocupan pero casi todos están acostumbrados a ver las cosas pasar sin inmutarse. Su propia finitud los condena y creen que el cielo y el infierno ocurren sobre esta tierra. No les interesa planear el futuro más allá del promedio de muerte de su género según las condiciones de vida que les tocó vivir. Sosegados de saber que de todos modos nos vamos a morir, piensan que es mejor tirarse al desenfreno y disfrutar de los placeres de la vida, cometiendo toda clase de excesos porque finalmente hay que probar de todo para saber que se siente. ¿Si la vida termina con la vida tal como la conocemos, entonces habrá lugar para la esperanza más allá de nuestra naturaleza egoísta? No lo creo, las cosas no se pueden terminar en este mundo, no pueden quedar impunes crímenes perversos, injusticias ingentes, actos degradantes. La prospectiva es la eternidad.

Nadie merece una recompensa especial pero todos tienen la oportunidad de recibir la salvación. Entre más viles y despreciables, más sujetos a recibir la gracia de Dios. No tiene lógica desde el punto de vista humano pero, ¿cuándo los planes de Dios han sido lógicos? Un padre que envía a su único hijo para morir a manos de gente malvada que negó las señales escritas en su propia memoria acerca de la venida al mundo de un salvador. Y lo más grande: él muere teniendo en mente la salvación de esa gente por medio del arrepentimiento, él les ofrece un fin último: trascender a esta vida y habitar un lugar donde no habrá llanto ni dolor. El perdón universal de Dios a los hombres en una sola decisión. Tomarla es un gran paso hacia delante pero apenas el comienzo, posteriormente se enfrentan las batallas cotidianas en contra de la maldad de pensamientos, palabras, hechos. Ante esto, se debe demostrar valor con un ejemplo de integridad que cuesta trabajo formar en un mundo corruptor cuyo dueño ronda al acecho de quién devorar. La valentía acendrada en el poder de Dios lo ha vencido de antemano.

Seguramente habrá quienes descalifiquen los párrafos anteriores, pensarán que no desarrollo un argumento ni escribo con base en el conocimiento científico. Que es mera religión y una fe que no tiene certezas. A ellos les deseo el mayor bien de todos los que hay, que conozcan a Dios. Porque habrá situaciones en las que cualquier pronóstico de tipo humano será rebasado y no tendrán a qué aferrarse, ni siquiera a los propios semejantes. De hecho, no podríamos pensar en el amor incondicional de no ser por el principio del perdón demostrado por Jesús durante su ministerio. Siempre antepuso el bienestar de los demás, incluso de quienes lo despreciaron por ser un revolucionario que vino a romper sus esquemas acerca de lo bueno y lo malo. La esperanza tiene que ver con algo ilimitado pero posible, con una idea que está más allá de la discusión filosófica sobre sus causas y consecuencias. Esperar en Dios es más que un consejo, se convierte en la opción que tenemos quienes hemos entendido que nuestros errores son innatos y las posibilidades de enmendarlos dependen de una gran voluntad. La del hombre servirá para dar la pelea, la de Dios para ganarla.

lunes, 29 de agosto de 2011

Hastío de invitaciones

A medida que pasa el tiempo, mi manera de ver las cosas cambia. Antes, cada que escuchaba una invitación al cambio celebraba; ahora, cada que oigo los lugares comunes de siempre, me harto. Me molesta más que se escriban. Una cosa es que uno diga lo que quiera porque la lengua es difícil de domar, y otra no ejercer racionalmente el pensamiento al redactar. Por ello, ya no quiero caer en las frases fáciles de las que uno dice: "oh cuánta razón". Me he propuesto aplicar cada día las máximas. Aunque este proceso resulte casi imposible, estoy dispuesto a pagar por cada vez que incumpla mi palabra. De hecho, hasta hoy he pagado caro no entender los proverbios más sencillos que hacen de la vida un lugar más seguro. Al no entender y ser necio, he dado lugar a resentimientos absurdos porque además de hacerme sentir mal, terminan haciéndome entender mi error y muchas veces dejan avergonzando y triste. Así que hoy he decidido emprender una cruzada en favor del argumento y la razón para facilitar la vida que parece desvanecerse en torno a la violencia que azota este pobre país.

Cuando era pequeño me emocionaba recibir una invitación para asistir a la fiesta de algún compañero de la escuela. Siempre quise quedar bien con los demás, me gustaba convivir pero además llamar la atención. Ahora entiendo que crecí en medio de la hipocresía, tratando de aparentar un estatus del que carecía. En este proceso me despersonalicé y tardé mucho en entenderme justamente. Algún día me dijeron que bastaba con que Dios supiera quién era yo, sin embargo, yo también quería saber quién era, sobre todo cuando parecía que yo no era así. Muchas veces peleé porque alegaba que los demás me juzgaban sin razón, solamente por el hecho de ser Bruno. Creía que un prejuicio guiaba a los demás cuando se referían a mí. Entonces las cosas que resultaban mal se explicaban simplemente por mi carácter, y las que salían bien eran contadas excepciones que merecían un halago repentino y falso. Pude equilibrar mi temperamento luego de veinte años y aún hoy confronto mis sentimientos y emociones para mantener un buen comportamiento en el día a día. Pero que no llegue el sábado porque...

Las invitaciones a cambiar han sonado muchas veces en mi corta vida. En la iglesia las he escuchado cada domingo (que he asistido por supuesto) y entre mis compañeros y amigos pululan, exhortando a casi todo, como la ya famosa "no coma carne de puerco porque es dañosa". Aunque estoy dando un sentido de recomendación al de invitación, lo que me interesa es subrayar que mientras transcurre la vida, oímos cientos de consejos para mejorarla y, casi siempre, "nos entra por una oreja y nos sale por la otra" como dice mi mamá. Por ende, desperdiciamos saliva en insistir a los demás a que dejen sus malos hábitos o a que practiquen los buenos. Además esto es caer en un relativismo porque ¿qué es bueno y qué es malo?... Otra vez. Sin entrar en el campo de la ética, los últimos días han sido aleccionadores porque he tenido la oportunidad de platicar con distintas personalidades. Por éstas no me refiero a gente famosa pero sí a personas únicas, a seres humanos extraordinarios que actualmente marcan mi vida. Su ejemplo ha sido la mejor respuesta.

A su derecha podrá observar que postulo una idea, una tesis existencial: "el mejor discurso es la conducta", y si bien lo aprendí hace varios años, lo entendí hasta hace muy poco. Tuve que enfrentar repetidas veces mi carácter, el de ser "sentido", para valorar cuán cierto es que la mejor forma de enseñar es con el comportamiento propio en la escuela de la vida . A veces esperamos un abrazo, un te quiero, las adulaciones andantes que se pierden en cualquier documento onomástico o en un interés preciso, casi siempre pasajero, pero debemos entender que lo que esperamos no da lugar al lazo perenne entre semejantes. Lo que finca las relaciones para siempre es lo que nos demuestra la convivencia diaria, el cúmulo de detalles magnánimos. Por ello, desde mi posición actual, la tolerancia es un fin y no un medio. Además, el entender la circunstancia de los demás y poder hacer algo por ellos, sin importar quienes sean y qué hagan, es la solidaridad. Ambos son dos valores universales que debemos rescatar del discurso de los lugares comunes que tanto detesto.

La realidad social es un telón blanco ensangrentado. Un escenario de actores desgastados que se aprendieron un guión anquilosado y no pueden improvisar. No obstante, buscando he encontrado quien me anime para mantener las ganas, para no defraudar la vocación, terminar satisfecho y "vivir siendo felices", como señaló mi abuelo poco antes de morir. En este proceso, el de buscar la felicidad, es imposible considerarla como un bien individual, es un sinsentido ser feliz sólo por serlo. Nuevamente, la felicidad personal está en función de la felicidad de los demás, en poder hacer algo por mejorar la situación de los otros. El reto mayúsculo es ver a los otros como a nosotros, me reitera un filósofo de la liberación, y eso es lo que pretendo hacer en mi corta vida. Quiero jugarme mi resto en dar algo de mí a los demás, en brindar mi fraternidad aun a mis enemigos. En resumen, en seguir el ejemplo de quien enseño que la vida no depende del tiempo sino de la intensidad con que se vive. Para mí todavía no es suficiente pero creo que, por primera vez, he pisado el acelerador...


viernes, 19 de agosto de 2011

Una ideología juvenil ahora

En un ensayo titulado “¿Tres ideologías o una? La seudobatalla de la modernidad”, el científico social estadounidense Immanuel Wallerstein analiza el desarrollo de las tres principales ideologías políticas de la época moderna: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Presenta una tesis definitiva “una ideología es, ante todo y por encima de todo, una estrategia política”. En este sentido, plantea que durante dos siglos las ideologías mencionadas se han identificado por estar en contra de algo, en lugar de por estar a favor de algo. Concluye con dos fechas significativas: 1968, primero, y 1989, después, que marcaron el fin de la modernidad; y aventura el fin de las ideologías con los movimientos de liberación en el mundo socialista y la caída del Muro de Berlín y posterior desaparición de la URSS.


Me baso en Wallerstein para apuntar que, precisamente, vivimos una época en la que “el cambio político ha dejado de ser necesario, inevitable, y por consiguiente normal, ya no necesitamos tener una ideología para enfrentar las consecuencias de esa creencia”. Este señalamiento teórico describe una realidad concreta: los ciudadanos, “sociedad civil”, están desencantados de sus representantes, “clase política”. Incluso algunos están hartos de contrastar su situación: las dificultades para obtener un ingreso que les permita cierta calidad de vida, con la de los políticos que disfrutan los privilegios que otorgan altos sueldos, amenidades en sus oficinas, viáticos con cargo al erario público y esto sólo por mencionar lo que legalmente se comprueba; la corrupción es capítulo aparte.


En este contexto, los jóvenes observamos un panorama decadente de lo que para algunos ha representado simplemente “vivir del presupuesto”, mientras para otros ha sido la búsqueda del poder por el poder mismo. El servicio público tiene de esto, nada. Tal vez por mínima decencia, a la secretaría encargada del control de la burocracia federal en México se le denominó de la función pública. Ahora que escribo esta opinión, los actores políticos se enfrentan por el tema de cómo gastar el dinero público, luego de que la mayoría de estados del país han contraído deudas altísimas y básicamente hipotecado sus recursos. Disputa avivada por la elección presidencial que se avecina y, por única ocasión cada seis años, preocupa a los partidos políticos. De manera que se denostan entre sí en un esfuerzo patético por querer convencer a los electores de que son menos malos que los otros.


Desde hace dos siglos “estar en contra” ha identificado a las ideologías en tanto estrategias políticas. En el ámbito del Estado se han desplegado y por el poder han dado la espalda a los ideales que plantearon en sus programas. ¿Cuántas veces las plumas que escribieron los postulados más justos y universales en beneficio de las personas han cedido a las armas para violentarlos y dañar a éstas? Lo cierto es que la incongruencia entre el pensar, el decir y el hacer ha dejado en ruinas la edificación de instituciones más producto de la inercia que del impulso natural de nuestra época.


“Estamos en un momento de transición”, señala Wallerstein. Entramos al tercer milenio con más dudas que certezas y si de por sí los jóvenes nos cuestionamos por naturaleza sobre lo que nos rodea, también enfrentamos el tiempo que nos tocó vivir. ¿Es ésta una oportunidad o el fatal desenlace de la pugna perenne de los hombres que han asumido como carácter general enfrentarse entre ellos mismos? Siempre he sido partidario de aprovechar las oportunidades pero lo que nos atañe, más bien parece un período de incertidumbre acentuado por la enajenación de las personas con los medios masivos de comunicación y con el escape aspiracional de querer vivir una circunstancia cómoda a como dé lugar.


“Los jóvenes de hoy en día…”, reza una canción de un grupo argentino excepcional, Les Luthiers, en el que tratan el tema de nuestro comportamiento más bien irresponsable y desinteresado en los problemas sociales; incluso señalan que no tenemos ideología. No puedo asentir a la canción en tono de broma a propósito, pero ciertamente expresa un punto de vista generalizado entre las personas mayores, sobre todo las que, de alguna manera, gobiernan las naciones. Ha sido la indiferencia y, repetidas veces, el ataque frontal de los gobiernos hacia los jóvenes, el que ha desencadenado revueltas.


Simplemente en estos días se han suscitados disturbios y enfrentamientos en Chile, Inglaterra, España, Francia, entre otros países, en demanda de mayores oportunidades de empleo y educación pero también de apertura política: que las ideas de los jóvenes estudiantes tengan injerencia en la toma de decisiones públicas, que los políticos no hagan oídos sordos y menosprecien su visión de las cosas. La “primavera árabe” fue posible por los jóvenes pero no sólo por ellos. Se levantaron para derrocar a tiranos “viejos: viejos” y demostraron que nuestra fuerza es capaz de lo que parecía imposible: derribar una efigie como Mubarak, desde hace mucho resquebrajada pero que ninguno se atrevía a derrumbar.


La lección es contundente: juntos podemos realizar lo que separados nunca. Para ello, es necesario volver al origen de esta colaboración, la cuestión ideológica. Siempre se nos ha asociado con la utopía, pero hoy más que nunca debemos trazar una trayectoria de principios que sean los pilares de nuestra práctica. La juventud sabe más que antes, el intercambio de información entre nosotros permite que construyamos un proyecto común, debemos aprovechar las ventajas actuales. Ante todo el sentido de solidaridad entre nosotros, la disposición a ceder en posiciones tajantes y conciliar pareceres distintos e incluso opuestos. Somos una gran fuerza y debemos aprender, de la mano con la historia, de los errores del pasado para no repetirlos; no equivocarnos a la hora de decidir con base en buenos juicios que sólo nos dará la preparación constante en la academia y la convivencia tolerante en la diversidad.


Tenía que escribir un artículo de un tema de mi interés en relación con el trabajo que me corresponde realizar en el Ateneo Nacional de la Juventud, creo que no logré ser muy específico. No obstante, concluyo que nuestra Asociación tiene las puertas abiertas a todo aquél que quiera sumar esfuerzos para promover la educación, la cultura y la participación ciudadana en su esfera más próxima e incitar a los jóvenes decepcionados o temerosos de la realidad a asumir un papel determinante en su vida y en la vida de los demás. En lo que a mí respecta, no dejaré de compartir mis anhelos de libertad y amistad entre los seres humanos, y trabajaré incansablemente desde mi trinchera bajo la consigna que recientemente leí en un libro del maestro Enrique Dussel: “la política consiste en tener cada mañana oído de discípulo para que los que mandan, manden obedeciendo”.

domingo, 14 de agosto de 2011

Jóvenes ahora y para siempre

Hoy se conmemora el “Día mundial de la juventud”. Desconozco quién impulso su establecimiento o los motivos que dieron lugar a que se conmemore en esta fecha. Se ha dicho que es un absurdo celebrar un día al año a determinadas personas: las madres, los padres, los niños, los abuelos, la familia, las secretarias, los médicos y un largo etc. Independientemente de si lo es, considero que en el caso de la juventud, es indeterminado afirmar que alguien es joven por el período de años que se encuentra viviendo. Así, aunque se comprenda entre 12 y 28 años, la juventud puede ser toda la vida, partiendo de la premisa de don Jesús Reyes Heroles: “la juventud es cuando se ve la vida como un deber y no como un placer”.

El valor de la responsabilidad indica, en buena parte, cuándo una persona es joven. El gran problema de nuestro siglo y milenio es que la juventud parece y aparece irresponsable. Sin incentivos para asumir un rol preponderante en las decisiones públicas, se ve arrojada a problemas más bien de índole privado. Excluida socialmente, se asocia a la música, el baile, las fiestas, los juegos de video, las series televisivas, entre otras actividades que se acusan ociosas cuando hay tantos problemas que resolver en el mundo. Ahora, ¿cuándo nos preguntaron nuestra opinión? Más bien, la actitud de la mayoría de los adultos y viejos ha consistido en atender primariamente las necesidades físicas de los jóvenes, dejando de lado la atención de nuestras necesidades intelectuales y espirituales.

Seguramente la mayoría de los adultos y viejos que señalo, no son del tipo de adultos y viejos jóvenes (de espíritu); sino personas ensimismadas por su circunstancia, decepcionadas de que las cosas se pueden y deben hacer de forma diferente; anquilosados en fracasos de los que un mundo corrupto y corruptor los hizo partícipes. Asimismo, hay un gran número de jóvenes que actúan con una mentalidad fastidiada de la realidad; se refugian en placebos que proveen acaso algún disfrute pasajero para luego hundirse en un profundo estado de sopor. Sin duda, las personalidades de los viejos per se y de los jóvenes viejos se asemejan bastante.

En contraste, hay dos grupos que parecen actuar en sintonía. Por una parte, gente mayor, adulta, grande, que parece motivada en exceso por transformar, a contracorriente, la situación de los demás; por la otra, jóvenes que asumen un compromiso mayor con el mundo que les rodea y, a pesar de ser orillados por los sistemas (político, económico y social), desafían los esquemas y, con mentalidad madura deciden tomar decisiones y actuar en su esfera más próxima. Recientemente escuché a un abogado con historia de superación espetar un principio de Derecho: “El que puede lo más, puede lo menos”. A la inversa, esta clase de jóvenes que pueden hacer lo menos en su colonia, barrio, municipio, distrito… podrá lo más en su región, estado y país. Los viejos jóvenes son un ejemplo para los jóvenes maduros, conscientes de su circunstancia, y tenaces en sus pretensiones.

El binomio educación-empleo se erige en la prioridad de los gobiernos para atender a nuestro sector. Por tanto, las políticas públicas de juventud se enmarcan en los casos generales que atienden las áreas encargadas de estos temas. Ahora, existen instituciones de juventud que buscan insertar al sector en los grandes temas nacionales para dejar de ser pasivos poblacionales. La restricción presupuestal de siempre en los gobiernos y la falta de ambición de los propios jóvenes no han podido construir un verdadero proyecto que los empodere en sus comunidades y no se reduzca a pugnar por espacios de representación para liderazgos políticos que se enmarcan en la “edad formal” de ser joven; aunque, muchas veces, piensen como viejos: viejos.

Se podrán seguir planteando muchas propuestas para sacar adelante a los jóvenes. El mercado dictará que la especialización técnica y la disciplina mordaz retribuirán en un buen empleo que, a su vez, otorgará calidad de vida a los jóvenes. Me parece patética la visión que suponen las leyes de la oferta y la demanda pero debo admitir que es válida en tiempos de competitividad. El vértigo de los cambios y el intercambio de información acelerado han creado un escenario en el que nada arraiga. Los valores universales ahora traducidos en ciudadanos, al menos en el discurso, han cedido al ocio y diversión efímeros que poco a poco vencen los sueños de los jóvenes. La constante búsqueda de felicidad por parte de los soñadores ha sido reducida a poco o nada al observar tanto dolor producido por la violencia sistemática que promueven quienes detentan el poder y hoy más que nunca han perdido toda autoridad legítima.

Leo en el diario de hoy que a la juventud le han robado su divino tesoro, que las tasas de desocupación en nuestro país son altísimas, que las condiciones de trabajo paupérrimas, que la desilusión ronda los proyectos de los jóvenes, que un vacío moral agudiza la cotidianidad de los que tienen más energía al menos en lo físico. Ante un panorama desolador para nuestra generación, puedo caer en el lugar común de otros y comentar que, en realidad, no hay nada que celebrar hoy 12 de agosto; sin embargo, prefiero guardarme el fatalismo para después. Hoy también y sin haberlo planeado así, un grupo de jóvenes hartos de la promesa y ansiosos de la práctica, cansados de la necedad y acomedidos a la razón, formaremos el Ateneo Nacional de la Juventud. A partir de hoy seremos Asociación Civil y proyectamos vencer las inercias de la posmodernidad para retomar el legado de los grandes maestros sin dejar de innovar en el conocimiento y entregando nuestras virtudes al servicio de los demás para el engrandecimiento de México.

Recuerdo ahora las palabras de un sabio orador, José Muñoz Cota, cuando exclamó que: “Los jóvenes, a pesar y por encima de todo, seguimos siendo la ciega esperanza de México”. Ahora nosotros hemos de decir, con base en lo anterior, que ¡nuestra prospectiva consiste en hacer lo imposible!

miércoles, 27 de julio de 2011

Competentes para ser felices

Un francés bajo el cielo de Oaxaca conversa conmigo en una cantina con decoración fantasiosa, donde se pierden hadas y duendes. Tomamos unas cervezas y platicamos acerca de la escuela y la vida; bueno, la escuela es una parte de la vida y, a su vez, la escuela te forma para la vida (o eso se dice). Hace dos años que él se fue a vivir a Rouen en Francia, más o menos cuando yo me debatía y abatía en el centro de investigación donde estudiaba Derecho. Entonces nos despedimos en mi parque favorito, conocido como “El Llano”, acaso porque todo en Oaxaca lleva el nombre de Benito Juárez. Fue un encuentro espontaneo, un día que yo meditaba profundamente sobre el sentido de la vida y él simplemente había ido a tramitar su pasaporte.

Adolfo es un buen tipo que aparentaba ser más joven en la preparatoria y ahora carga con una melena que, si no lo hace ver más viejo, lo aparenta más maduro. Forjado en algún tipo de combate. Así luce este personaje que sí pasaría por europeo antes que por mexicano, a menos que se le vea comiendo chapulines. Nos encontramos enfrente de la principal iglesia de la ciudad y notamos el cambio de aspecto pero la continuidad de las formas de ser, del carácter honesto de nuestro saludo que cedió a lo impredecible de una plática no planeada. Los dos tenemos muy presente que las oportunidades se aprovechan.

El diálogo es abierto, sin reservas. Intercambiamos puntos de vista sobre la exigencia académica en Europa. Yo no sabía que se calificaba en la escala de veinte y un alumno promedio obtiene doce. Que no hay vida social, bueno, la universidad incluso reduce la vida personal. Horarios que abarcan todo el día y por las tardes dedicarse al estudio y aplicación de los conocimientos adquiridos. Una rutina que para quien ha vivido desde pequeño así, no debe de resultar fastidiosa. Sin embargo, la vida académica en México es mucho más relajada. En mi experiencia, los jueves, viernes y sábados se ocupan, en buena parte, para salir a distintos lugares; es decir, sólo se dedican exclusivamente al estudio los primeros tres días de la semana.

Al hablar de la vida personal encontramos puntos de coincidencia. Los dos hemos sentido la cercanía de la soledad por lapsos. Rondando la vida de un mexicano radicado en el extranjero, hallo el profundo sentido de comunidad de nuestra tierra. Adolfo prefiere el cielo de Oaxaca al de París ¿quién no?, y reconoce una necesidad de esta tierra que no tiene lugar cuando recuerda la Torre Eiffel o la avenida de los Campos Elíseos. Comparto con él la necesidad del valle que nos vio crecer en distintas etapas. Siempre he tenido en mente los cerros majestuosos rodeando la ciudad casi sin edificios altos, más bien con un número incontable de pequeñas casas que conforman un paisaje multicolor.

Desembocamos en mi tema predilecto: la amistad. No fue posible partir de premisas compartidas para definir el concepto, pues siempre ha sido ambiguo. No obstante, me pareció atinada una aproximación de mi colega ingeniero (sí, porque la Política es algún tipo de ingeniería), la amistad como alianza. Una alianza que sortea dificultades, que satisface necesidades, que complementa deficiencias. Aunque el francés venido a estas tierras que siempre han sido suyas, no entra en detalles ni es partidario del vértigo emocional que me genera la conversación, esboza ideas al respecto guardando la objetividad que le ha formado su educación extrema racional.

A razonar no se aprende, por lo que los dos aducimos nuestras razones con profesionalismo. La maestría la dejamos para después, lo de aquí y ahora era desprendernos de prejuicios y analizar la amistad. Propongo lo circunstancial como determinante y mi circunstancial amigo ejemplifica con una vivencia. No había mencionado que vivió en Canadá un tiempo y se ha formado en amistades gélidas, al contrario de mí que he vivido siempre en esta tierra cálida, de festividades y manifestaciones fraternales. Tanto él como yo nos reconocemos en ellas, son parte de nuestra identidad que, por cierto, él ha celebrado allende nuestras fronteras preparando mole y guacamole franceses. Como sea, aun compartiendo rasgos culturales, cada uno define su amistad y lo que espera de ese concepto en la práctica, sobre todo en lo que respecta a la amistad de una mujer. Siempre he sostenido que el noviazgo y matrimonio son algún tipo de amistad y cuando no se asumen así, fracasan.

En la recta final de nuestro encuentro, ya habíamos dejado el primer lugar y ahora nos encontrábamos en la calle de Allende, un rincón único en Oaxaca, donde convergen cocinas de distintos países y personas de varias nacionalidades. Ahora mismo observaba a una pareja de japoneses bebiendo café al calor de las tres de la tarde. Y nosotros con unos tarros de cerveza de barril bien fríos brindábamos por la oportunidad de encontrarnos así, de dilucidar ideas abstractas y concretas en la búsqueda de un sentido a vivir, a permanecer sobre esta tierra dando la batalla incluso ante las circunstancias más adversas. Es la pregunta que todo joven se hace ¿vale la pena…, y Adolfo especificaba, tanto esfuerzo? en un medio tan agresivo además, un sistema académico de producción en serie de autómatas racionales, ¡vaya paradoja!

De pronto, la felicidad no importa. Más aún, la felicidad personal parece no estar en función de la felicidad de nuestros semejantes. El libre mercado y la empresa privada han sustituido el desarrollo humano e importa ser competitivo, no fallar en los procesos de la cadena productiva. Hacer (lo que esto sea): programar, construir, diseñar, redactar, conducir, resolver… si sólo se hace esperando recibir un bien para uno mismo; el egoísmo ciega la capacidad de amar y compartir. El dinero nunca fue necesario pero hoy es indispensable, como en esta plática al comprar las cervezas. La felicidad, en cambio, siempre será necesaria, vivir depende de eso; encontrarla es el reto, pero seguramente es posible en compañía de un amigo que se alía para entender su circunstancia y recordarle a Bruno su origen y prospectiva. En opinión del coautor de estas líneas, son cosas interesantes al fin...

lunes, 18 de julio de 2011

Con derecho de paseo

Había comido solo un taco de carnitas. La vista nublada, el caminar tembloroso, la expresión facial desconcertada. Todo luego de viajar más de medio días con escala técnica de unas horas por el lugar de su última residencia. El fin de semana que se dispuso tener se esfumó en cuanto una llamada de un personaje oscuro sonó en su celular. Lo requerían para aclarar cuentas de su primer empleo, más de un año después. Los imprevistos, sobre todo cuando se trata de trasladarse de una ciudad a otra, no le agradaban. Sin embargo, así amaneció en la provincia lluviosa donde nada se miraba claro, empezando por el cielo.

Al menos disfruto su desayuno en el marco idóneo para cualquier visitante a la capital de legado colonial, el del parque más grande, por donde muchos corrían y unos cuantos comían. Como él, en medio de la llovizna de aquellos momentos que lo sumieron en reflexiones sobre su regreso a la capital. Tenía apenas unas horas para resolver el problema, si es que lo era y regresar de prisa a desahogar los pendientes que le había dejado el medio año, sí, por entonces era el verano impredecible que traía malos recuerdos pero no dejaba de ser la oportunidad para realizar anhelos y olvidar agravios.

Ninguna persona parecía lo suficientemente importante en este momento como para robarle el pensamiento al caminar por los callejones y empedrados donde se perdían cien historias de relaciones personales. Ahora era él y su circunstancia, la de abordar un camión antes de las cuatro de la tarde y poder llegar antes de la media noche a su casa. Se dio tiempo para platicar francamente con algunos seres queridos e incluso gestionó en la medida de sus posibilidades. Igual lo persiguió el sentimiento de soledad de este tiempo. No cedió ni al terreno natal la maldita. Aunque a medida que se hacía costumbre, no le caía tan mal, de pronto se encontraba en la frontera entre la tristeza y el enojo que más bien producían seriedad. Y algunos ratos de reír como estúpido por cualquier cosa.

No había ilusiones inmediatas en la esfera personal ni desilusiones prontas en la esfera pública. Simplemente era la coyuntura, la de observar los rostros de cansancio y los cuerpos encorvados de fatiga, mientras el desánimo nacional y la apatía generalizada acendraban el carácter del hombre. Apenas era un jovencito con cuerpo de adulto y creía que podía caminar seguro por cualquier avenida, sin derecho de picaporte en los grandes edificios pero con derecho de paseo en los predios vacíos de su colonia.

domingo, 10 de julio de 2011

Ante la lluvia sobre su cabeza

Lo que él quería era que su amigo mostrara interés por protegerlo. El sentimiento que le producía Jesús era tan poderoso que las acciones de éste repercutían en su estado de ánimo, sobre todo si se trataba de asuntos de su amistad. Marcos, entusiasta joven que, sin embargo, exageraba de pretencioso, veía en aquél más que una amistad común. Se podría decir que era el hermano contemporáneo que no tuvo, el que se encontró en la preparatoria por circunstancias que sólo Dios sabe. Precisamente en esta etapa descubrió la valía de Jesús, su buena fe para ser amigo; lejano a apariencias que diluyen la sinceridad; solidario para escuchar y diligente. En realidad, no fue difícil quererlo y admitir la necesidad de contar con su persona para la vida entera.

Debido al carácter temperamental (aunque suene a pleonasmo) de Marcos, la relación no siempre fue tersa. Si algo lo cuestionaba acerca de la amistad como concepto y su eficacia práctica era la relación, más o menos contradictoria, entre reciprocidad e incondicionalidad. En sus diálogos que se tornaban monólogos ante la demasiada prudencia de Jesús, el más sensible de los dos divagaba entre lugares comunes para disimular las cosas que le entristecían o enojaban de su amigo. Así habían transcurrido cinco años desde que se conocieron. Durante los cuales habían compartido experiencias únicas. Las que sí sobrevivirían a cualquier diferencia que pudiera deshacer el lazo poderoso que en aquellos días parecía debilitado.

Los malentendidos son malos consejeros cuando se está melancólico. Aun así, las experiencias de los últimos días lo llenaban de impotencia, de unas ganas de llorar que se contenían en el pecho sin forma de desahogo. Marcos notaba que su amigo de siempre y, en prospectiva, de nunca, disfrutaba de la amistad de todos con notable interés. Pero de la suya más bien quedaba una rutina consistente en conversar en una faceta que sólo ellos conocían de sí mismos. La que no daba lugar a la simpleza convencional de los buenos ratos en que no hace falta profundizar en argumentos para reír y sentirse apreciado. Parecía ser que el tiempo desgastaba el lazo, o al menos eso pensaba uno de los dos. Del otro sólo he oído descripciones, pero a Marcos lo conozco bien. Sé que le acongoja y vaya que quiere a su amigo.

Llovía en la ciudad y aun cuando la gente festejaba en las calles, estar mojado sin poder llegar a su casa lo ponía más triste. Se sentía solo a pesar de estar acompañado, la paradoja de sus últimos meses. Se había molestado con Jesús por que éste no demostraba el ánimo que entregaba a sus otros amigos, más bien parecía ignorarlo en las cosas que lo apasionaban. En la calle, aun cuando tomó su mano y se la puso en sus cabellos empapados para hacerle ver su estado en busca de ese apoyo que no percibía, Jesús se limitó a decir una frase corta (de las que componían la mayoría de sus pláticas) y a secarse en el hombro de Marcos empapado por la lluvia. Ese fue el detonante de sus tristes líneas. Esa fue la razón para caer en cuestionamientos absurdos sobre la "amistad verdadera" porque seguramente no pasarían unos días para que volviese a insistir en su ayuda.

Tal era su necesidad de él, que no podía prolongar su enojo pero sí accedía, sin embargo, a sentirse bastante mal. A conmoverse al máximo por las actitudes de quien consideraba su hermano, no obstante, que en una de esas imágenes que llegaron del pasado olvidado, aparecían ambos en compañía de un amigo-maestro. Marcos había reclamado a Jesús el no haberle hecho caso cuando le indicó algo, comparando el caso con una orden que éste recibió de su hermano y, en cambio, sí cumplió de inmediato. Ante la atención del amigo experimentado, Jesús le respondió entre risas: "pues tú no eres mi hermano, Marcos".

Los sentimientos encontrados lo enfrentaban con su soledad. El gran cariño que sentía hacia su amigo no era correspondido, según el estado de ánimo de sus días. Las lágrimas por sus mejillas no eran suficientes para el desahogo, quedaban los remordimientos por saber si estaba en lo cierto, si las desatenciones y seriedades en verdad correspondían a un carácter inmutable (es decir, no te agobies porque soy así, así nací y así me moriré) o su tesis del desgaste de la amistad era más probable. Sobrevivir a esta clase de incertidumbre era un reto formidable, sólo deseaba no pensar, equilibrar sus sentimientos, valorar lo posible, olvidar lo imposible.

Transcurrir como una canción de piano que cuenta una historia de claroscuros en la que se entrecruzan felicidad y tristeza en una creación digna: lo que el llamaba "amistad familiar" porque no había descubierto una mejor forma de nombrar su relación con Jesús. El incondicional que ejercía esa influencia sobre él. Influencia a secas, sin ahondar en su naturaleza, tal como Jesús le planteó un día de su remota adolescencia.

lunes, 27 de junio de 2011

Ceremonial y sermonal

Recorriendo las calles del centro de la ciudad, encontró renovada la fachada de algunas casas que antes se veían demasiado viejas, si es que la vejez llega al punto de la demasía. A su paso por la catedral observó a los ancianos pidiendo limosna que se ubican en el atrio. Meditó un momento sobre el ocaso de la vida. Tenía una cita importante en la noche, una invitación a dirigir una ceremonia. Se había ganado fama como ceremonista y el título no le desagradaba, si bien consideraba los formalismos un desagradable ejercicio de empatía.

Desde la última vez, viajaba con la mentalidad de no hacerse expectativas de lo que se encontraría. Su nueva filosofía consistía en valorar, en todo caso, el factor sorpresa. De hecho, la espontaneidad había dado frutos recientemente en forma de recompensas inesperadas que sirvieron para hacer un poco más placentera la vida durante un breve tiempo. Aunque, a decir verdad, el dinero no robaba su vida, lo consideraba un mal necesario que, la mayoría de veces, sacaba lo peor de las personas. Precisamente, había acudido a ver a un rico para pedirle su ayuda en una causa justa, a sabiendas que la justicia es sinónimo de relatividad; máxime en personajes que se consideran justos a sí mismos.

Los protocolos ya no lo aburrían pero sí lo hacían reír inevitablemente. Razón para disimular en el saludo y la conversación; mostrando su propia, que no verdadera personalidad, de vez en vez. Así, la cena en honor de un grupo de artistas lo distrajo de la rutina diaria y aun lo motivó a dedicar un tiempo a cultivar alguna disciplina artística, consciente de sus limitaciones naturales que eran un aliciente más que un impedimento. Tuvo tiempo para reír, posar y bailar en medio del pequeño caos que genera la efervescencia por terminar un ciclo de vida.

Cierto es que el corazón no soporta, o al menos no mantiene cordura, cuando se desatan muchas emociones a la vez. Acostumbrado a la diplomacia provinciana, esperó alguna muestra de interés por parte de alguien pero las mujeres parecían más ocupadas en sus atuendos que en conocerlo. De antemano, desestimó cualquier posibilidad de regresar al mismo cuento de varios de sus años de adolescencia. Aquella era sólo la anécdota de una etapa inmadura que habría de servirle para advertir a otros incautos que, como él, habían dado demasiada importancia a una situación típica de la inexperiencia entre faldas y diademas. Con todo y eso, brindó y brindó su mejor actitud hacia la dama.

De más está mencionar que le hizo una invitación que ella no sólo rechazó, también ignoró y, si cabe la analogía, sepultó con la misma consideración de siempre; la plagada de buenas maneras y atenciones a su amistad, detalles superfluos de una desgastada historia de empecinamiento. A estas alturas de su vida no podía adjudicar culpas, más por congruencia que por voluntad. Le aburría analizar el desamor y su porqué. No era como un nihilista romántico pero sí como un idealista melancólico. La realidad absurda encontraba cauces razonables en su paraíso terrenal, prospectiva a la mano con tan sólo caminar por el zócalo o perderse en su pequeño pueblo.

La soledad ya le era común, sobraba leer tratados sobre tan elevado concepto, el más contradictorio de todos por acompañarnos siempre. Pensó en su otro yo, el que viviría en China o Madagascar. El que estaría, como él, filosofando acerca de los problemas atroces de su circunstancia y esperanzándose en la predestinación individual. Las ilusiones acerca de un futuro al lado de la niña que conoció cuando terminaba la secundaria se esfumaron hace tiempo, sólo quedaba la necedad. La misma de la que se despidió en el crepúsculo de viernes, cuando le señaló el retorno hacia el éxtasis de un grupo de graduados que bebían y bailaban fuera de sí.

A Jibrán le quedaba un largo camino por recorrer hacia su casa, lo único seguro que tenía en Beirut. Lo más preciado y, sin embargo, abandonado de su vida. Con ésta apenas se reencontraba, la volvía a apreciar luego de ser necio. Estaba dispuesto a honrarla todos los días hasta el fin del mundo... y eso es menos de dos años si nos asumimos profetas.



lunes, 30 de mayo de 2011

¡2° Aniversario!

Fenece mayo y con él los calores que fastidian. Se acerca el verano siempre refrescante y este espacio cumple dos años de ser vigía de la juvenil percepción acerca de distintos temas, más bien personales aunque siempre resultado de la interacción que su autor promueve como responsable. Recientemente, se han incluido a la plataforma inicial de su proyecto de largo aliento, las opiniones de jóvenes atenístas convencidos de que el cambio es posible si se construye desde la educación y la cultura. Este binomio virtuoso es el eje de acción de la Asociación Civil que constituirán en breve un grupo de amigos cuyos talentos son tan diversos como valiosos.

Cuando estudiaba la secundaria, en tercer grado, participé para formar parte de la sociedad de alumnos. En una reunión improvisada en la sala de juntas del plantel, cuyo prestigio venía dado por el nombre de un educador entusiasta: Moisés Sáenz, aprendí que formar equipo se logra con un llamado propositivo. Así que, enmedio de la confusión de mis compañeros, anuncié: "yo quiero proponer una planilla", y se me unieron nueve. Brevemente, sugerimos la denominación de nuestro equipo para representar a la comunidad estudiantil, se me hizo fácil decir: "Planilla Idealista Progresista". Poco después, una aguda compañera de lo que me gustaba llamar partido, me comentó que no convenía nombrarlo idealista porque los ideales suponen ideas irrealizables, así que propuso sustituir el adjetivo por ideológico, ya que me explicó que la ideología representa el rumbo de una nave, las coordenadas del lugar que se quiere descubrir.

El día de las elecciones, personal del Instituto Estatal Electoral de Oaxaca realizaron un ejercicio escolar de participación ciudadana, al efectuarlas con formalidad. Proporconaron las urnas y las boletas en las que estaban impresos los logotipos de las planillas. Además fungieron como funcionarios de casilla algunos compañeros. Ese día ganamos con una diferencia de más de trescientos votos de un total de setescientos veinte. Las responsabilidades que asumimos fueron un reto formidable para un grupo de adolescentes con competencias e intereses distintos a los que no precisamente les interesaba el servicio público como proyecto de vida. Durante casi un año, supe lo difícil que es acordar con las personas pero, sobretodo, la ardua labor que representa incitarlas a hacer algo en favor de sus semejantes, dejar su estado de conformismo y trabajar con ánimo por causas que valgan la pena.

Me siento afortunado de haber estudiado en escuelas públicas toda mi vida, aun actualmente curso la licenciatura en Política y Gestión Social en la Universidad Autónoma Metropolitana. Considero que me he formado en la trinchera más cercana a los problemas del país, he sido un observador de las relaciones sociales desde la escuela a todos sus niveles. Solía decepcionarme del estilo de enseñar de muchos maestros; por ejemplo, critiqué ferreamente la ineptitud de un "maestro" del mismo año que tuvimos nuestra primera experiencia cercana a la autoridad, el cual se limitaba a dictar cuestionarios que debíamos resolver con base en el libro de texto... Una monotonía catastrófica. Por ello, ahora disfruto problematizar con mis colegas en la Universidad bajo un modelo innovador que tiene su base en la visión constructivista de la educación. Simplemente hoy, acudí con mi equipo a la biblioteca del Colegio de México a investigar a Álvaro Obregón porque pretendemos analizar el proceso que lo llevó a la Presidencia de la República y la opinión que lo ubica como el último de los caudillos.

Conmemoro, después de un recuento que parecerá innecesario pero es imprescindible, un año más de este espacio, que de ahora en adelante abordará temas de interés público. No quiero expresar con ello que las entradas de Bruno no lo sean, sólo opino que interioriza mucho cuestiones de su vocación. Las que debe tratar a profundidad, arrojando aproximaciones para entender los fenómenos que, devocionalmente, observa. Sé de sus ganas de transformar una idea que se ha anquilosado en los discursos acerca de la modernidad y, sin embargo, sigue siendo pasión inherente a su persona: México; deseo que lo logre sin que los tiempos pinten sus cabellos de gris o de plano quede calvo, consciente de que hay cargos que cobran en términos capilares.

El otro día lo vi durmiendo en un jardín con una revista de análisis político que le cubría el rostro del sol. No quise despertarlo porque sé que el sueño es un privilegio del hombre de Estado y, para que no se preste a malinterpretaciones respeté la mayúscula. También sé que atender noticias de última hora y preocuparse por llegar a tiempo es vocación de servicio, que escuchar es el sentido más valioso y hablar prudentemente conlleva ganarse la confianza de la gente. Lo que no sé es si le interesa (pero me sorprendió la forma en que la miraba) aquella silla del primer piso del ala sur, cuando visitó los huesos de los héroes en un edificio bastante grande del centro de la ciudad. Sólo espero que no se olvide de la humildad como principio rector de la vida toda. Por y para ello, atesora seres a su alrededor que lo aconsejan sabiamente, además de hacerlo feliz con sólo sonreír...

lunes, 9 de mayo de 2011

Sin marcha atrás

Miles de personas se manifiestan en las principales avenidas de la gran ciudad hasta llegar a la Plaza de la Constitución, donde el estruendo de los cañones se transforma en un grito que acaba con la impotencia de todos los días. Yo me encuentro entre la multitud con mis tenis sucios y un periódico con el que intento cubrirme el rostro del sol inclemente, como inclemente es el gobierno que no quiere escuchar la voz de los jóvenes, pues por la muerte de varios de éstos es que da inicio la movilización. Así, cubierto de gente desconocida, en un mismo espíritu, y junto a escasos amigos que comparten conmigo banderas particulares de lucha, me acerco a la fecha que conmemora mi presencia en la capital del país. Ahora soy más maduro que ayer pero mucho menos que mañana.

Iniciaron las clases en la universidad y me motivó despertar antes de que se notara el alba, en esa semioscuridad que presagia un amanecer distinto. Es un día de esos que se respiran cuando uno todavía se talla los ojos para ver mejor. He caminado por distintas sendas para encontrarme en esta encrucijada. Cada que me subo a un autobús trato de dormir despierto para estar atento a cualquier imprevisto; cada que manejo una bicicleta observo detenidamente el movimiento a mi alrededor. Aun cuando camino de la forma más tranquila, aprovecho para relajar y, al mismo tiempo, agudizar mis sentidos. Disfruto estar en contacto con todo aquello que me brinda bienestar pero necesito convivir más con los problemas, sin inmiscuirme de lleno en ellos, para comprender mejor; por tratar de ver la vida como los que sufren verdaderamente, y no a quienes lastiman nimiedades.

Cuando hace un año busqué mi norte nunca imaginé que a pocas horas encontraría tanto tiempo para aprender de experiencias únicas, las que moldean el carácter de un hombre. Antes escuché varias veces y con base en las lecciones de escuela, que los gobernantes antiguos se educaron de acuerdo con su posición, recibieron las mejores lecciones para "gobernar". Nadie les preguntó qué querían ser, cuál era su propia vocación. Les fue impuesto un modo de vivir para honrar la tradición. En esto, estoy en busca de algún rebelde además del barón rampante. Yo vivía según estereotipos sociales típicos de nuestro tiempo. Me tragué la ficción de las imágenes y el movimiento excesivo alrededor de valores pasajeros como el dinero o la fama. Nunca más fui el mismo después de aquel día que cogí una mochila vieja y medio rota, empaqué lo indispensable y emprendí un recorrido aparentemente corto. El futuro ya llegó y como dice el ingenio popular (¿o familiar?) "hay que creérsela".

Conmovido luego de conocer la historia del líder social y a punto de expresarle una frase propia, el joven estudiante contuvo las ganas de llorar y sonrío confortado por la oportunidad de estar ahí. Apenas era el comienzo de la historia... su historia.

martes, 3 de mayo de 2011

Después de dormir y antes de despertar

Volteó a ver alrededor de él y no encontró un alma en la avenida ni en el parque adyacente. Apenas se había despedido de su amigo enfrente de la parada de autobús, cerca de dos librerías populares en el sur de la ciudad. Los últimos días el cielo estaba nublado pero dejaba pasar rayos de sol intensos que daban la impresión de estar en un lugar distinto a la urbe mugrosa de siempre, aunque el clima no sea razón suficiente para trasladarse a otro lugar imaginariamente. Así se sentía Esteban aquella mañana de mayo cuando acudió al tecnológico a escuchar al candidato de las izquierdas a la Presidencia de la República. La primera vez que lo vio fue en la inauguración de un museo donde se honra la bebida nacional; esa vez incluso brindó con él y los demás invitados. Ahora se sentía atraído no solamente a su figura, sino a la de los políticos que si no lograban, al menos intentaban ir más allá de la retórica convenenciera de siempre. Si algo lo entusiasmaba era conocer proyectos con base en la Ciencia y la Cultura, que fijaran las metas en el bienestar de todos y no en el de los simpatizantes o "achichincles" o "paleros"; por eso era idealista.

Esteban vivía nostálgico. Extrañaba todo, incluso lo que irremediablemente no podía volver a vivir o tener. A veces soñaba con que se encontraba en su secundaria, escapando de las maldades de sus compañeros, a punto de besar a la chica de la tez pálida y los ojos resplandecientes que alguna vez le dio un abrazo sincero como de conmiseración, cuando él se le declaró en una carta con ocasión de los buzones navideños. Despertaba confundido, como si el sueño hubiera acortado la distancia de aquellas vivencias, y éstas fueran recientes. Como cuando se mira hacia el pasado y se piensa que el tiempo ha transcurrido muy rápido. Ahora meditaba en ello, frente al pequeño espejo donde libraba a su cuello de navajazos con la rasuradora. La incipiente barba era cosa del pasado, ahora le crecía uniformemente, por lo que ya pensaba dejarse el bigote para impresionar a sus compañeras de universidad en el nuevo curso. Después de las vacaciones, le gustaba reaparecer diferente.

Se propuso llegar muy lejos pero apenas se hallaba bastante cerca. Le conflictuaba no dominar el idioma de uso común, por no decir corriente, a nivel global. Era amante de la cultura nacional y siempre que alguien hablaba mal de su país, se lanzaba a criticarlo con argumentos en contra de lo que llamaba "traición". Comprendía el descontento de la gente por la situación actual, o tal vez convivía con aquéllos que la habían pasado mal. Se preguntaba si los hijos de la clase rica compartían su visión de la realidad. Era difícil creer que desde un palacio se mirara igual que desde una choza. Entonces recordó que, cuando era niño, su padre le contó, en resumen, la historia de Buda. De cómo siendo noble desconocía la situación de sus semejantes, o acaso que las demás personas afuera de su palacio fueran eso: semejantes. Su empresa por vivir en la miseria con los pobres, los hambrientos, los necesitados. Un gobernante lejos de su pueblo no podía hacer nada, más allá de sus deseos personales. Por ello, a Esteban le gustaba platicar con la gente de cualquier estrato social, si es que los estratos imponían limitaciones. Le gustaba mostrar un lado amable que, a veces, no demostraba con sus seres queridos, quizá por la confianza que cedía ante los malos ratos en que estallaba por las injusticias que observaba impotente.

Había leído una novela que relata un Estado totalitario, donde lo peor de la trama no era la crueldad o inseguridad que padecían la gran mayoría, que no es redundante, de personas. No era la falta de recursos, la escasez de todo lo necesario para vivir cómodamente, tampoco la invasión de la intimidad que tenía a todos como esclavos de conciencia, sin capacidad de decidir; un mundo de autómatas pues. No, lo peor de esa circunstancia era la completa vaciedad, la falta de contenido de la vida diaria, la pérdida de sentido de la realidad cotidiana. En esas andaba cuando, por fin, se detuvo un taxi que lo llevaría al pequeño cuarto que rentaba entre las congestionadas vías terrestres de la ciudad. Abrió la puerta y encontró los objetos desordenados dándole la bienvenida; se sentó en su silla y dio una vuelta de trescientos sesenta grados para ver si despertaba de una buena vez. Estar dormido mientras se está despierto es una paradoja sólo posible en coyunturas como la suya. Se encontraba a doce meses de haberse dado de topes contra la pared, enmedio del tedio de su desocupación. Ahora, doblemente ocupado, sobrevivía a las decepciones y encaraba al fracaso con la fuerza que le daba transformar las vidas.

En ese proceso, no era suficiente soñar, por ello vencía a sus pesadillas despierto. Esteban tomaba pastillas que, si bien no aliviaban sus dolores, al menos controlaban su cansancio...