martes, 11 de octubre de 2011

Amor

Pensé en el día que me despida de este mundo, pero enseguida me cuestioné si habré de despedirme, ¿por qué?. Del mundo no, de varias personas que he conocido aquí sí. En la vida, solemos mirar siempre al futuro y desdeñamos vivir el presente, como dice el dicho "el aquí y ahora". No digo que esté mal trazar un proyecto de vida, pero ¿qué valor tiene empecinarse en el porvenir cuando no sabemos que nos traerá el día de mañana? Algunos nos agobiamos pensando en las muchas cosas que debemos hacer para obtener beneficios. Creemos que el esfuerzo no es el fin sino el medio, anteponemos el premio a los méritos, la cima a la escalada. Así que, en esta entrada, quiero exhortarlos a guardar la calma, a deshacerse de todas sus preocupaciones y dejar que el control de las cosas lo tome el factor D.

Hace varias semanas pensaba en todo y difícilmente hacía algo, algo bien digo. Porque buscamos hacer cosas buenas en nuestra propia opinión, hacemos como que hacemos, pero ocasionalmente nos cuestionamos sobre el sentido de las decisiones que tomamos y de las acciones que llevamos a cabo. A mí me servían los regresos a casa, en ese espacio perdido en el tiempo que he denominado la tarde-noche. Empieza por ahí de las siete de la tarde, todos los días. Pues bien, caminando en dirección al metro, cruzando el puente desde donde se pueden ver mil coches en letargo, levantando la vista al edificio más alto del país, me ahogaba en mis cavilaciones. Luego platicaba con un compañero de trabajo sobre decepciones naturales de vivir (de vivir así), de los fracasos que terminan por ser la manera más agradable de ver transcurrir los años. Algún chispazo debían tener aquellas charlas, los chistes del viejo acerca de cualquier cosa. Al cabo, era fácil reír después del fastidio de la lenta marcha de los trenes.

He entendido el verdadero sentido que tienen mis pasos cada mañana que me levanto y miro el horizonte gris, de la Ciudad de México por supuesto. Cuando subo al autobús y me apretujo entre decenas de personas que tienen obligaciones cotidianas y parecen haberse acostumbrado a vivir así. La mayoría se ven apagados, sin un brillo en la mirada o una sonrisa que alegre su rostro; la mayoría ha dejado de entender el porqué de su existencia o simplemente nunca se enteró cuál es. Al mediodía me detengo a comer en una fonda adyacente a una terminal de trenes y otra de camiones que vienen del interior del país. Acompaño los alimentos con las pláticas de la gente que ahí se reúne. Algunos tan solitarios que ni siquiera platican conmigo, o es que yo tampoco he tenido la iniciativa de preguntarles cómo están. Aprovecho el estado de relajamiento que da haber comido bien para dormir un rato de camino a la oficina y entonces, ¡crack!. Por los vagones deambulan los miserables, afuera de los andenes los pobres.

Desde hace tiempo los reconozco, confrontan mi bienestar, me hacen ver mi situación... que mis problemas son nada. Desde niño, recuerdo haberme conmovido y ya; cooperar con un peso que nunca afecta mi economía y ya; incluso haber deseado hacer algo por ellos y ya. Pero últimamente no puedo librarme de la voz en mi mente: "actúa". Pongo de ejemplo a los que observo en mi tránsito diario, pero creo que el llamado es por todos los necesitados, ¿y quiénes son éstos? Acostumbrados a la posesión material, hemos dado el título a los que no tienen dónde vivir y pasan frío en las calles o a los que no tienen qué llevarse a la boca y sufren hambre. Ahora sé que no son los únicos, todos necesitamos amor en primer lugar. El amor es indispensable para existir, sin él podemos morir cuando quiera. Por eso hay personas que deciden suicidarse cuando han perdido a quien "satisfacía" su amor, aunque él o ella no hayan muerto físicamente.

Una frase no deja de maravillarme en sus tres palabras: "Dios es amor". Por doquier la leemos y forma parte de una conciencia de saber que contamos con alguien más "sí, está bien, existe". Lamentable es que no terminemos de comprender su significado, que no podamos actuar con base en su trascendencia. Los últimos días he buscado a Dios. No lo digo pretendiendo causar alguna reacción en quienes me leen, sólo comparto mi dicha. Acostumbrado a tratarlo "de oídas", he podido conocerlo en poco tiempo. Me ha asombrado la entrega de Jesús, la misión que decidió realizar por ti y por mí, en pos de entregar salvación a los perdidos. Lo envió para anunciar las buenas nuevas a los pobres, proclamar libertad a los cautivos... ¡dar vista a los ciegos y poner en libertad a los oprimidos! Cuán grande fue su propósito que los mismos que debían alegrarse por su compañía, lo odiaron y le dieron muerte. Un justo por generaciones de injustos, un hombre bueno por millones de malvados.

El amor puede sanar cualquier herida. Es tan poderoso que logra lo que ningún medicamento puede hacer: curar el alma. Restaura lo que se corrompió y otorga el impulso para hacer obras grandiosas. Esto cuando se entiende el propósito de vivir este mundo tal como lo conocemos y estamos dispuestos a negarlo al morir a los deseos que implica una realidad corrupta. No es fácil, obviamente, pero ahí está Él, con los brazos abiertos, esperándote a que le entregues tu vida. Mirándote de frente, no para condenarte, sino para comprenderte y perdonarte. A menudo escucho personas que coinciden en creer en Dios a su manera, claro, porque también creen en el amor a su manera. No terminan de conocer el sentimiento más sublime de los que tiene el ser humano. Tal vez esto explique por qué la gente ha perdido el brillo en la mirada, tratando de amar reprochando no recibir a cambio lo que le falta. Yo era de éstos, buscaba y no encontraba. Siempre con la expectativa de dar lo mejor de mí, terminaba por arruinarme los días con resentimientos absurdos. Aborreciendo la injusticia, me hice injusto.

No sé cuánto tiempo permanezca en este mundo, pero tengo la plena convicción de que quiero usarlo para servirle. Mostrar el rostro de Jesús a los necesitados. A los que han sufrido acaso sin motivo aparente. A los que nacieron ciegos para que la gloria de Dios se hiciera evidente en su vida. A los que peregrinan sin esperanza, muertos en vida, creyendo que la vida es el goce de los placeres terrenales y nada más, que el cielo y el infierno son etapas circunstanciales de la vida. Hoy quiero transmitirte esperanza, decirte que su amor es inconmensurable y sólo tienes que buscarlo. Tan infinito que no podría explicar este momento si no fuera por él. Mi vida habría quedado atrás hace tiempo.

Un momento... ha quedado atrás.




2 comentarios:

Carol Solis dijo...

Muy atinado en estos tiempos donde los jóvenes hemos olvidado el amor por nuestra familia, el amor por México pero sobre todo el amor por nosotros mismos. Eso también es una ofensa nacional. Saludos, Señor Presidente :)

Jorge dijo...

Los débiles mentales no serán capaces de leer este tipo de cosas, pues sucede que es imposible hacerlo con la mente (el lenguaje, limitado, también conocido como razón).

Ya lo decía Wittgenstein en sus investigaciones: El límite de nuestro mundo es el límite de nuestro lenguaje y el límite de nuestro lenguaje es el límite del mundo.

Pero por más que nos esforcemos no somos capaces de llegar a percibir la sinfonía del universo, es por ello que contamos con nuestro espíritu, para ir más allá de lo que podamos pensar o incluso imaginar (usar lenguaje).

El amor es.