sábado, 28 de septiembre de 2013

Solo vivir

Estudio  y  trabajo al mismo tiempo desde hace 3 años. No ha sido fácil combinar mis estudios con un empleo. En las mañanas voy a la universidad y en las tardes, a la oficina. Estrictamente, tengo actividades desde las 8 am hasta las 8 pm. El tiempo libre se reduce a las noches, sin embargo, generalmente tengo tareas que elaborar en ese tiempo.

Como todo alumno tengo fortalezas y debilidades. En las primeras creo que soy bueno recordando cosas, por lo que se me dan los cursos teóricos. En las segundas, soy malo en matemáticas y me cuesta razonar con números, sencillamente.

He pedido ayuda para sacar adelante los cursos relacionados con mate. Creo que: demasiada ayuda. Y muchas veces he soportado la desesperación de quien me enseña porque yo lo desespero antes con mi lento aprendizaje. No es su culpa ni la mía.

Me han dicho que demando demasiado de mis amigos, que soy muy exigente. La verdad es que sí pido mucha ayuda muchas veces. No solo en las cosas de la escuela, sino en general. No entiendo la dicotomía dependiente-independiente. Alguien me dijo que ser independiente es imposible. Las personas nacimos para depender de los demás.

En el mundo de hoy, pedir a alguien que me comprenda es demasiado, exigir su apoyo, también. Pienso que el sistema ha modificado seriamente nuestro comportamiento. Las personas somos menos solidarias a medida que nos hundimos en una convivencia virtual que saca lo mejor de nosotros mediante conversaciones a distancia, chats y fotografías retocadas mil veces antes de publicarse.

El ritmo de mi vida es apresurado. Aunque varias veces he tratado de escapar de él, no puedo. Hay impuestos que soportar, como la necesidad de comer. Pero también hay deseos que dan algún significado a mi vida, como estudiar una carrera universitaria. No obstante que se trata de un deseo individual, lo siento colectivo. Detrás de mí hay gente que por puro gusto desea verme como un profesional. Lo agradezco.

Me siento mal porque últimamente enfrento mis debilidades más solo. He reclamado, quizá sin derecho, falta de empatía hacia mi situación. Me han respondido que eso es victimizarse. No lo sé. Solo deseo vencer este momento, y debo vencerlo solo. Para mí es contradictorio: dejar de ser egoísta implica serlo.

No estoy dispuesto a acoplarme al mundo, pero no sé qué hacer. A mi alrededor no hay alguien que sienta tanto, que necesite tanto. Me siento como un naufrago. Además de él, en su isla, solo hay cocos.

viernes, 13 de septiembre de 2013

La formación política de uno


Hoy presencié algo inaudito a mis 23 años de vida: el desalojo de profesores del Zócalo de la ciudad de México. Inaudito porque desde que vivo en la capital del país no había visto tan de cerca la confrontación social. Policías federales enfrentados a profesores que en su mayoría provenían de Oaxaca y cumplían su tercera semana de paro debido a la reforma educativa que promulgó el presidente Peña Nieto. Le dicen el magisterio disidente, también los llaman profesores de la coordinadora, entre otros apelativos que no son correctos. 

Miré con asombro desde la lente de mi cámara fotográfica el choque entre dos formas de pensar la realidad social. La que ve en ella una afrenta a derechos conquistados históricamente y la que busca eficientar el trabajo mediante evaluaciones, quizá el método más criticado en todo este asunto. Los profesores han dicho que la propuesta es punitiva porque de no aprobar los exámenes serían despedidos sin más. Injusticia inaceptable dado que muchos de ellos viven en condiciones raquíticas, impartiendo clases en pueblos alejados de un nivel aceptable de desarrollo humano. 

Así las cosas, hoy presencié un encuentro entre dos grupos del mismo pueblo. A los dos se les paga del presupuesto público. Los dos son grupos empleados al servicio del Estado y cumplen con funciones específicas: educar y mantener la seguridad pública, respectivamente. Pero ambos grupos se odiaron. Los profesores ofendieron sin parar a los policías y éstos a su vez no repararon en usar sus toletes para golpearlos. Visto con alguna distancia, este problema de enfrentar al pueblo con el pueblo mismo aprovecha a quienes son el verdadero problema. 

En México, las decisiones no se toman en los órganos de deliberación formales. Se imponen como prioridades, se discutan o no en las cámaras de diputados y senadores. Ahí se aprueba lo que de antemano conviene a los círculos de poder económico. No sorprende que la agenda de la evaluación universal sea una propuesta cabildeada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que a nivel global impulsa que los países con economías de libre mercado se ajusten a las políticas de los organismos financieros internacionales dirigidos por Estados Unidos, principalmente. 

Al pueblo "de a pie" no aprovecha en nada el enfrentamiento social. Es un desgaste más que se suma a la larga lista de frustraciones que hemos heredado. Por eso hoy, cuando miré cómo una frágil chica de mi edad estuvo a punto de golpear con una mano débil a un policía federal protegido de pies a cabeza y solo fue detenida un instante antes por su amiga; cuando observé sus ojos rojos de impotencia y las lágrimas rodando por sus mejillas, me sentí tan triste que compartí su llanto.

De pronto, dejé de sentirme parte de algo. 

Recordé entonces a un profesor universitario que ha dejado honda huella en mí: Ricardo Yocelevzky. Él me contó que cuando era joven, en Chile, correr de las tanquetas era parte de la formación política de uno. Protestar era una forma de ser joven y expresar desacuerdos con la manera como se hacen las cosas, porque la juventud, más que una etapa de la vida, sigue siendo una actitud hacia ella: la de no conformarnos con las condiciones imperantes y transformar el mundo.

Al parecer no todos los jóvenes están ocupados haciéndolo. Hay muchos que no reciben educación de calidad y muchos sin trabajo digno. Pero hoy le agradezco mucho a esa chica, cualquiera que sea su nombre, no te conozco pero eres importante por recordarme que los sueños existen para poder y no solo querer alcanzarlos.

Que si vivimos de utopías es para entregarnos al propósito eterno de hacerlas realidad.