viernes, 13 de septiembre de 2013

La formación política de uno


Hoy presencié algo inaudito a mis 23 años de vida: el desalojo de profesores del Zócalo de la ciudad de México. Inaudito porque desde que vivo en la capital del país no había visto tan de cerca la confrontación social. Policías federales enfrentados a profesores que en su mayoría provenían de Oaxaca y cumplían su tercera semana de paro debido a la reforma educativa que promulgó el presidente Peña Nieto. Le dicen el magisterio disidente, también los llaman profesores de la coordinadora, entre otros apelativos que no son correctos. 

Miré con asombro desde la lente de mi cámara fotográfica el choque entre dos formas de pensar la realidad social. La que ve en ella una afrenta a derechos conquistados históricamente y la que busca eficientar el trabajo mediante evaluaciones, quizá el método más criticado en todo este asunto. Los profesores han dicho que la propuesta es punitiva porque de no aprobar los exámenes serían despedidos sin más. Injusticia inaceptable dado que muchos de ellos viven en condiciones raquíticas, impartiendo clases en pueblos alejados de un nivel aceptable de desarrollo humano. 

Así las cosas, hoy presencié un encuentro entre dos grupos del mismo pueblo. A los dos se les paga del presupuesto público. Los dos son grupos empleados al servicio del Estado y cumplen con funciones específicas: educar y mantener la seguridad pública, respectivamente. Pero ambos grupos se odiaron. Los profesores ofendieron sin parar a los policías y éstos a su vez no repararon en usar sus toletes para golpearlos. Visto con alguna distancia, este problema de enfrentar al pueblo con el pueblo mismo aprovecha a quienes son el verdadero problema. 

En México, las decisiones no se toman en los órganos de deliberación formales. Se imponen como prioridades, se discutan o no en las cámaras de diputados y senadores. Ahí se aprueba lo que de antemano conviene a los círculos de poder económico. No sorprende que la agenda de la evaluación universal sea una propuesta cabildeada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que a nivel global impulsa que los países con economías de libre mercado se ajusten a las políticas de los organismos financieros internacionales dirigidos por Estados Unidos, principalmente. 

Al pueblo "de a pie" no aprovecha en nada el enfrentamiento social. Es un desgaste más que se suma a la larga lista de frustraciones que hemos heredado. Por eso hoy, cuando miré cómo una frágil chica de mi edad estuvo a punto de golpear con una mano débil a un policía federal protegido de pies a cabeza y solo fue detenida un instante antes por su amiga; cuando observé sus ojos rojos de impotencia y las lágrimas rodando por sus mejillas, me sentí tan triste que compartí su llanto.

De pronto, dejé de sentirme parte de algo. 

Recordé entonces a un profesor universitario que ha dejado honda huella en mí: Ricardo Yocelevzky. Él me contó que cuando era joven, en Chile, correr de las tanquetas era parte de la formación política de uno. Protestar era una forma de ser joven y expresar desacuerdos con la manera como se hacen las cosas, porque la juventud, más que una etapa de la vida, sigue siendo una actitud hacia ella: la de no conformarnos con las condiciones imperantes y transformar el mundo.

Al parecer no todos los jóvenes están ocupados haciéndolo. Hay muchos que no reciben educación de calidad y muchos sin trabajo digno. Pero hoy le agradezco mucho a esa chica, cualquiera que sea su nombre, no te conozco pero eres importante por recordarme que los sueños existen para poder y no solo querer alcanzarlos.

Que si vivimos de utopías es para entregarnos al propósito eterno de hacerlas realidad. 

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