viernes, 27 de enero de 2012

Para la libertad

Inicié clases en mi universidad, la Autónoma Metropolitana. Desde su campus al sur de la ciudad de México, he vivido dos semanas fructíferas. Antes, la presión por sobrevivir en medio de un ambiente hostil como el del centro de investigación donde estudiaba derecho, me producía nauseas y desgano. Ahora, luego de vivir la interdisciplinariedad y comprender la amplitud de conciencia social en que nos educan, puedo disfrutar mis alimentos a toda hora y divertirme. Étinne de La Boétie es uno de los autores que discuto en mi clase de Teoría del Estado. Hace tiempo que quería estudiar los temas de un curso así, y el tiempo se pasa rápido en las primeras sesiones. Sobre él, quiero expresar que me admira el profundo sentido de amistad que guardaba con Michel de Montaigne. Alguien atribuye a ambos la autoría del Discurso sobre la servidumbre voluntaria. En él, mi profesor se ha detenido para tratar el significado de la libertad. Éste es uno de los conceptos más elevados del género humano y su definición es compleja. Hemos analizado que por sí sola no sirve. Siempre debe ir acompañada de las vías para realizarse: el poder, la riqueza y, lo mejor, el pensamiento. Precisamente de esta cualidad, la de atreverse a pensar, nacen el hombre y la mujer verdaderamente libres.

He introducido de esta manera, lo que tiene que ver con mis vivencias de los últimos días. Pero especialmente de hoy, cuando mi mejor amigo me invitó a ver una película relacionada con su carrera: comunicación social. En el film, se retrata la historia real de un grupo de amigos fotógrafos. Los cuales se encuentran cubriendo los sucesos de la guerra civil en Sudáfrica, a fines del siglo pasado. Los periodistas gráficos enfrentan la dificultad ética de restringir su labor sólo a la técnica o involucrarse de alguna manera con los sujetos que capturan, en medio de la violencia desatada por el conflicto racial conocido como Apartheid. De por medio, se encuentran las relaciones personales de este sui generis grupo de amigos, quienes deben sobrevivir a la catarsis de sus emociones en pleno desangrar de gente inocente, a causa de un problema político. Para mí, representó observar otra vez la tragedia que acompaña al ser humano a su paso por la vida. Sin importar que tan bueno o tan malo sea, el destino lo condena, eventualmente, de algún modo, a enfrentar el dolor. Asimismo, valoré la responsabilidad que, como semejantes, debemos asumir para ayudar sin reparo. Dirigiendo nuestros esfuerzos por no sólo ser, sino también hacer felices a los demás. (Categoría abstracta esta de los demás. Bueno, voltee y al primero que vea).

El desenlace de la historia es el triunfo de Mandela, que antes que en ganar las elecciones presidenciales, estuvo en lograr la igualdad política para que millones de sudafricanos decidieran su propio gobierno. La Boétie siembra, ya temprano, la semilla de una sociedad en la que los individuos, libremente, decidan bajo cuál autoridad deben vivir. Ya que, plantea, por costumbre, se han dejado dominar por tiranos que no poseen ninguna virtud, y sí, en cambio, acarrean la ruina para sus vidas. He interiorizado de tal manera su pensamiento político, que me doy cuenta que siempre he estado cerca de las injusticias que impone el sistema social en mi país. De tal manera se decepciona uno del análisis cotidiano de esta vida pública, que prefiere volver la vista a lo privado; restringir los problemas. De algún modo, debemos sobrepasar la necesidad, entendida ésta como lo inevitable, y buscar innovar. Seguir la creatividad potencia los actos más sublimes, los que permanecen por siempre en los corazones. Y en la película observé esa creatividad. Ajena, quizá, a lo socialmente correcto, pero íntimamente ligada al espíritu humano. A lo que éste ha querido mostrar a través de los siglos como revelador de nuestras mayores glorias y de nuestras peores penas. Así en los fotógrafos, como en todos los oficios que no sólo se aprenden, también se encuentran y definen gran parte de lo que somos. La pasión es...

Pienso que pocas veces me la paso tan bien como cuando estoy en compañía de mi hermano. Cierto es que tengo más, como lo es que a todos los quiero igual. Lo que ahora digo es que el artista, baterista, cantante, fotógrafo, etc. me ayudó a entender algunas verdades personales. También reafirmó mi convicción de que hay que vivir la vida a plenitud y sin miedos. Por si fuera poco, complementó mis lecciones de "libertad" de mi curso, con un retrato fílmico de un pueblo que luchó por conseguirla. Como nosotros estamos dispuestos a hacerlo. Entregando la vida en ello si es menester. Porque, ¿qué es la vida, si no ese valor de disponer de ella para preservar los altos valores? Comentábamos que la virtud nos une, y entendemos como tal a poder crear, con sensibilidad, mundos nuevos. Donde venceremos el sufrimiento mediante el amor. Donde no será necesario escribir hazañas para saber... que ya las hemos realizado.

miércoles, 18 de enero de 2012

Cayó granizo

Acudió, en compañía de su amigo filósofo, a comer con su padre poeta. Hace tiempo planteó el dilema de si todo poeta es filósofo o si todo filósofo es poeta. Ciertamente, no era cuestión fácil, sobre todo en tiempos de crisis de pensadores y embellecedores. Lo de hoy es vivir deprisa con tal de satisfacer lo inmediato. Lo demás es lo de menos. Si en el camino se dan situaciones valiosas, pues qué bueno; si no, la fatalidad nos anticipa para no hacernos expectativas. El tinto de esa tarde estaba delicioso, por primera vez le habían regalado algo decente. Y es que una canasta navideña sobrante sirvió para una concurrida rifa en la agencia de documentos donde laboraba. Fue necesario, eso sí, pedirle un sacacorchos a la vecina más cercana que, sin embargo, era como si no lo fuera para la familia que vivía más allá de los límites de la metrópoli. La tarde transcurrió en medio de la soledad de los libros viejos y una plática como perdida en el tiempo. Pero valió la pena. Descansó de todo aquello...

Llegado a su cuarto, luego del largo viaje por obras inconclusas, notó algo que, en política, acostumbraban llamar "calma chicha". Se trataba de un aire que indicaba que todo estaba bien sólo aparentemente, porque en realidad no advertía las consecuencias que tendría esa fatídica noche. Fue entonces cuando entablaron una discusión con él, acerca de sus hábitos de limpieza (o lo contrario), y todo pareció salirsele de las manos. Ya no dependía de él mantener un bajo perfil que lo alejara de las tensiones diarias. Era como si desde siempre lo hubieran acompañado. Desde cuando niño llegaba tarde a la primaria, y un profundo dolor de estómago lo invadía. Sin poder sortear la dificultad de explicarle a las maestras por qué la tarea parecía escrita por un adulto. En fin, aunque la vida le había enseñado a comportarse sin llamar la atención, su empecinamiento por hacerlo no menguaba. Entonces, tenía frente a sí una decisión difícil. El tiempo de retirarse de su joven vida política llegaba. No era que fuera a entrar a las ligas mayores de aparentar conocer de fondo los problema del país. Por el contrario, lo tomaba de sorpresa una crisis del rumbo, que no de las convicciones, que debía seguir. Las que marcarían el destino.

El primer día de la semana trajo consigo una profunda confusión. Tenía motivos para preocuparse, y aunque había aprendido que era un tiempo de aprender por cuenta propia, se sentía más que necesitado de la comprensión de un amigo. Vaya, amigos tenía muchos, comparado con el resto de las personas que conocía, las cuales se habían acostumbrado a contarlos por medio de internet. Pero seguía sin entender el misterio de sus relaciones. Cada vez más, la inquietud de entender su circunstancia en relación con los demás dejaba de tener sentido. Las situaciones lo absorbían y deseaba que todo pasara. Ya no, de frente, dialogar con la gente que le importaba acerca de la trascendencia de caminar juntos. Sino caminar solo, sin importar que pudiera perderse en las callejuelas de su presente. Sabía que podía aceptar la verdad contumaz que todos se habían tragado. Creer, junto con ellos, que la amistad pende del hilo de los intereses vacíos, de la satisfacción de los deseos egoístas, de la autocomplacencia. Pero no estaba plenamente convencido, seguía nadando a contracorriente para alcanzar algún triunfo en lo que de antemano le anunciaron que estaba perdido. Así que volvió a confiar...

Nadie dudaba que era muy afectivo. No obstante, a su alrededor hallaba pocos abrazos y muchos prejuicios. No le importaba tanto, luego de digerir durante un fatídico año los corajes de una dependencia absurda. Su individualidad había aprendido a convivir con la de los demás. No era tan frecuente ahora el enojo ciego que lo llevaba a llorar o gritar. Simplemente se había adaptado a la realidad. Tampoco se trataba de que estuviera conforme con ella. Siempre había sostenido que era un rebelde con causa. Hoy entregaba un concepto de lucha que, en poco tiempo, no pudo definir con sus amigos, pero se proponía iniciar una campaña larga y permanente por ayudar a otros. No quería hacerse la víctima, pero necesitaba un argumento para justificar su dimisión. No se renuncia por cualquier motivo, así las ganas de hacerlo deseen el mejor pretexto, aunque nunca es válido. En fin, enfrentaba el escarnio de los fáciles de palabra; los trascendidos iban y venían abrumando sus días. Anhelaba, pues, un mucho de aire fresco, difícil de conseguir en medio del smog. Y dentro de meses no podría salir de las fauces que habitaba.

Tal vez estaba condenado a no poder escapar de los problemas. Dado que, le habían dicho, de los problemas no se escapa. Se enfrentan con valor. Él pregonaba la valentía como una virtud alcanzable sólo en la práctica. Había asumido el dicho popular: el que no arriesga no gana. Pensaba, sin embargo, que se trataba de atreverse a hacer cosas magníficas por los demás. Incluso así lo había manifestado a su mejor amigo, a quien por convención social llamaba hermano, aunque éste fuera un término algo desconocido para aquel. También había granizado en ese extraño día... Era como si el cielo descargase su enojo en contra de él y los que lo hacían sentir mal. Pues la necedad es contagiosa, dicen, y a la fuerza no se puede sacar un corcho de la botella. Por ello, no sólo es necesaria la maña, sino sobre todo la compañía, la cooperación que instituye el dar por encima del recibir. Aunque las diferencias, como amigos y como hermanos, se mantengan, pues si no, ¿qué chiste? Que un amigo es alguien que te quiere no por lo que eres, sino a pesar de lo que eres, es una verdad que leía en su frente cada mañana...

miércoles, 11 de enero de 2012

Día de campo en la ciudad

El domicilio: en medio de las lomas, lugar impredecible para hacer día de campo entre semana. No importa que el viaje haya sido largo, proporcionalmente a las obras de segundos pisos y puentes subterráneos que le dan sazón a la ciudad. Llegué impuntual, como todo caballero nervioso que se empeña en llegar a tiempo. La compañía era indispensable para sortear el tortuoso juego de las relaciones públicas. Esas para las cuales no se toman clases, ni se aprende por teoría. Las obras viales llegaban hasta el corazón de la zona exclusiva por excelencia. No es que ya hubiéramos llegado al jardín que nos liberó del bochorno que generaban tantas personas hablando al mismo tiempo en la sala y comedor de una diplomática. Apenas nos hallábamos perdidos cerca de donde sabíamos que se presentaban los “hasta luego”. La mejor opción para llegar a ningún lugar o ser sorprendido por un golpe de suerte que acorta tiempos es cualquier taxi.

Parecía que soñaba la dama. No es por exagerar pero de lejos se notaban sus ilusiones. Digo de lejos, porque la vi desde que iba en el camión. Fue la única manera de subir a las lomas. Ningún taxi le hizo la parada a un forastero que se había puesto un traje a la fuerza. No le preocupaba tanto haber ensuciado sus zapatos nunca boleados o haber subido una talla que evidenciaba el ajuste del saco. No, su preocupación era sobrevivir al compromiso. Enfrentar con seriedad aquel contrato social que siempre había despreciado. Donde sucumbía la sinceridad al fingimiento ‘natural’ para cerrar tratos, aunque éstos fueran un simple saludo que llevaba a intercambiar tarjetas para futuras misiones. Estaba contento, por ello, de ir con alguien. Además, alguien que se preparaba para sortear las dificultades de la hipocresía institucionalizada, con una sensibilidad atípica. Se notaba que su carácter era idealista, porque no asimilaba la realidad y ya. Pensaba…

No estoy tan de acuerdo con la afirmación de que “todos pensamos”. Hoy en día parece que muchos escupen las mismas frases de siempre. No cuestionan más de lo que reciben, precisamente porque les cuesta trabajo dar. Tampoco se trata de caminar con el alma filantrópica por dondequiera que vamos (qué bueno fuera). Pero algunos exigimos un poco más de reflexión a los dilemas que nos impone la vida y sólo contadas ocasiones podemos llevar del monólogo diario al diálogo semanal, mensual, anual, o ya de plano lústrico. Volviendo a la fiesta (si es que en algún idioma las despedidas son fiestas), fue difícil soportar el protocolo de varios minutos sin poder hablar libremente o tomar de la tentadora copa en mi mano. Sin embargo, aún no soy tan rebelde como para ir en contra de convencionalismos sociales nuevos. He roto con los que me encasillaron mucho tiempo porque se habían convertido en hábito, pero eso de ir a aprender a comportarse en público con gentes de varios países no es nada fácil. Es cuando uno valora aquella frase: “adonde fueres has lo que vieres”.

Las ventanas que se podían ver desde el jardín hacían pensar en los amaneceres que podían tener lugar frente a esa hermosa barranca. Enseguida uno piensa en los costos de vivir ahí, desafortunadamente. Pero nadie puede matar la ilusión, porque en sí misma es momentánea, y lo mejor de la vida es disfrutar al máximo los momentos. No quiere decir que no sea importante planear, pero el diálogo que apenas iniciaba había partido de una premisa básica: “la espontaneidad es buena”. El argumento de autoridad que lo sostenía no se limitaba a la opinión de una prestigiada autora de ciencia política, se evidenciaba en la experiencia de los protagonistas de esta historia que estoy contando. Incluso lo llevaron a una práctica de campo en ese mismo momento. Iniciaron una plática con el embajador de un país controvertido. Bueno, se trata de una generalización, pero digamos que su líder se caracterizaba por una peculiar simpatía social. Así que aprovecharon para cuestionar, sin atender a las reglas formales de la diplomacia. Cómo sea, eran los más jóvenes en un evento que congregó a decenas de viejos, qué más daba. Dicen que se aprende más en la vida que en la escuela. Y empezaban a creérsela. Ahí, donde el tiempo se había detenido y el espacio, paradójicamente, se había ampliado. Será que el jardín se despejó…

De regreso al tránsito, discutieron sobre tantas cosas. Ameritaba continuar el coctel, pero el bullicio se había ido. Y cuando uno oye tantas voces parlotear presunciones, se anima a buscar la autenticidad. Pero el contexto ya era otro. Ahora seguía profundizar las opiniones. No imaginé que esa mujer fuera una experta en plantear situaciones límite: en las que uno se halla entre la espada y la pared y forzosamente tiene que decidir. Esto es lo peor, no estar enfrente del dilema como tener que escoger. Ahí era donde me detenía ahora, en la compleja situación de resolver los problemas. Luego de tanta plática, obviamente me interesaba conocer su visión de las cosas. La que difícilmente se podía rebatir, sencillamente porque buscaba “el punto medio”. A todo esto, un cielo rosado y un vino blanco contribuían a las conclusiones de su día. Estaba de por medio el futuro de un proyecto, pero sólo deseaba que el tiempo se prolongara. Nadie amaneció pensando que vivirían lo que ya se había convertido en una anécdota. Y es que uno tenía fama de anecdotario y ella escondía, detrás de esa sonrisa inconfundible, un interés inédito en comprender el porqué de las relaciones humanas. Ah, y el porqué se perdieron sus llaves…

viernes, 6 de enero de 2012

Abrazar los días

Las llantas de la bicicleta no paraban. Rodaban y rodaban por el Paseo. Llegó muy a tiempo a la plaza comercial. Escuchar música pedaleando es mejor que satisfacción. Caminar entre la gente sin escuchar el bullicio al unísono que nada dice, también. Los días fríos ya no eran un inconveniente, tampoco la búsqueda de lo cálido en el clima. Sus problemas, que nunca lo dejaban en paz, se convertían en el mejor motivo. Sucedía que las invitaciones empezaban a ser espontaneas. Comentó hace días que aprendió a asimilar el fracaso de las cosas planeadas. Básicamente, su furia se enciende a causa de la informalidad. Claro, la informalidad como él la entiende. Los retardos en las citas, o de plano la cancelación de los compromisos previamente acordados. Le hacía falta sentarse a platicar con alguien, porque últimamente se hizo amigo de su soledad. Y ésta siempre asume tener la razón. Es necia hasta decir basta.

Ceder es actitud esencial de ser amigo. Por eso no terminaba de ofrecer incondicionalidad a la soledad. Esperó recibir una visita especial. Pronto llegaría quien lo conocía muy bien. Quizá demasiado bien. Platicaron un buen rato acerca de varios temas. Hasta de fenómenos sobrenaturales. Desahogar el alma es como la necesidad de comer después de tres días de ayuno, o beber agua después de un partido de futbol. Se puede decir que bebió mucha agua durante el diálogo. Tanta, que terminó por indigestarse de líquidos. Porque la reunión se prolongó. Habiendo iniciado como a eso de las siete de la noche, empezó de nuevo como a las siete de la mañana. Ahora sentados en un restaurante caro del centro histórico. Reiniciaron la plática con nuevos interlocutores. Personajes singulares que pusieron en contexto la agenda de la noche anterior.

El año nuevo presupone renovados bríos. Sin embargo, éstos no siempre se asumen desde el principio. Hay quien los agarra por ahí de junio, y quien definitivamente los atrapa hasta la próxima cuesta de enero. Tal vez por eso dudaba, con justa razón, de los propósitos de éxitos y cambios. Quería dar el beneficio de la duda, sobre todo por lo que se dice: “más vale dar que recibir”. Había apropiado muchos dichos como mecanismos de defensa personal. Lamentablemente los olvidaba con frecuencia. Ahora mismo no recordaba uno que aplicara para su estado de ánimo. Ya no se trataba de soledad, sino lo que le sigue. Un estado anímico que se ha acostumbrado a ella, que la tolera todo el tiempo. No es que le cayera bien. Precisamente, retomando el punto, había cedido a ser su amigo, pero no cedió siendo amigos. Para lo último era requisito indispensable la incondicionalidad, y este elemento no nace de la nada. Es algo que se otorga con seguridad. Porque estar seguro es confiar. Y confiar es un talento raro en nuestros días.

Al menos de dos cosas estaba cierto: las personas somos distintas, razón por la que expresamos el amor de formas inesperadas; y, hay un valor superior que nos conduce a amar a pesar de la espera. No le preocupa estar solo, como estarlo por voluntad propia. Porque si llegara a suceder esto, si su vida terminara girando en torno a sí mismo, se perdería completamente. Todavía no. Estaba lo bastante interesado en los demás como para vencer la inercia del solipsismo. No descubría aún qué era lo que más amaba, dónde se encontraba su pasión. Pero sabía de sobra que amaba lo que otros hacían. Las cualidades que hacían únicos a sus amigos. Cada vez valoraba más la visión del mundo de los demás. Evitaba pensar en la veracidad de ésta, se regocijaba más bien en la posibilidad de aferrarse a la vida en función de un orden superior de cosas. Así éste existiera tan sólo en la mente de los fieles a sus creencias. Siempre y cuando los llevara a actuar con determinación. Si podía salvar la circunstancia funesta quería hacerlo abrazado de valientes...

domingo, 1 de enero de 2012

Cuando amanece otra vez

Amaneció normal, como a eso de las nueve de la mañana. Tengo entendido que es una hora decente para levantarse. El recorrido inmediato por las calles de la colonia mostró una ciudad desierta. Pensó dos veces si caminar o esperar que pasara un camión; improbable en día feriado que cayó en domingo. Lo avecinó enseguida, no obstante, y consideró provechoso hacer las dos cosas. Llegó hasta la avenida más cercana y siguió a pie. Luego se presentó la disyuntiva, ¿dónde desayunar? Opuesto a aquello que se había apropiado de "tomar su norte", viajó hacia el sur. Contemplar la gran universidad bañada por los rayos de sol del primer día del año resultó inspirador. Tanto, que no pudo contener las ganas de intercambiar con un universitario algunos puntos de vista por teléfono, aunque no estaba de ánimo para platicar con alguien que no fuera su conciencia. Más rápido que de costumbre, y eso que hay un carril reservado para este transporte, llegó al centro comercial. Se disponía a desayunar provechosamente en compañía de doña Chole. Le caía bien después de todo. En la celebración de la noche anterior se portó como toda una dama. Incluso brindó con refresco por sus propósitos de año nuevo, aunque se abstuvo de comerse las uvas, por no haber fermentado. Es que la señora es dada al vino, pero él no tenía humor de beber. No sin el brindis tradicional.

Un amigo de esos que se vuelvan necesarios para desahogar el alma repetía con franqueza y fatalidad que "cada quien vive su propia vida". No es que esté bien o mal, simplemente es así. Acostumbrado a la indiferencia de quienes lo rodean, opta por refugiarse en un mundo virtual, desde donde asume mil personalidades y vigila a quien se le antoja. Sostiene que con base en prioridades egoístas las personas viven para sí. No importan los demás más allá de esa esfera íntima desde donde se dedica tiempo a los proyectos valiosos. Por éstos, se entiende a sujetos y objetos. Todo lo que está fuera de la esfera íntima, si no es hipocresía, se le aproxima bastante. Se parece a un juego de caretas, donde sobresale quien las intercambia mejor. En medio de esta situación constante, se dan todos los convencionalismos sociales que se pueda pensar. Vencerlos significa imponerse al absurdo de vivir para uno, pero también supone mirarnos panoramicamente, desde arriba; y dejar de hacerlo en una sola dirección, como los caballos que corren en el hipódromo. Esta carrera entretiene al público cambiante, pero condena a los corredores permanentes.

Algunos miembros de su esfera íntima no eran, por así decirlo, muy tradicionales. Hace tiempo que la cena familiar de fin de año había cedido su lugar a una comida obligada. Y es que había quien tenía otros compromisos entrada la noche. Al final de cuentas, cualquier pretexto justifica no prolongar la sobremesa. Lo importante era que hubiera reunión en todo caso. Durante el tiempo sentados en el mismo lugar se podía observar a tres generaciones platicando, a fuerza de años, de variados temas, con el matiz particular de cada época. Inspirado por el Barón, había decidido no prolongar el ritual familiar, para continuar su camino de llanero solitario iniciada la tarde noche del último día, en teoría, del año. Semejante despropósito demandaba agallas, sobre todo cuando se está en un ambiente tan hostil como la gran ciudad. Pero no había argumento que lo hiciera entrar en razón. Lo suyo lo suyo era la obstinación que defendía a capa y espada como una actitud muy diferente al capricho.

Ya no recordaba que había hecho el año pasado, es decir, hace justamente un año; no el cúmulo de momentos, desagradables muchos, que marcaron doce meses. Pero el día de hoy, ayer, se había disipado en su memoria. Seguramente lo pasó en provincia. Acostumbrado como estaba a viajar en estas fechas a cualquiara de las dos que tenía. Porque dialécticamente llamaba igual a la gran ciudad, nomás que ésta era una provincia contaminada y embarrada de asfalto hasta en los parques destinados a los árboles sobrevivientes. Su niñez transcurrió con la monotonía de las vacaciones siempre iguales. No quiere decir que no las haya disfrutado, que no hayan sido trascendentes los días que vivió encerrado, por voluntad propia, en la vieja casa de sus ancestros. Aunque no recordaba, salvo una vez, haber jugado a la pelota con los vecinitos de la cuadra. Más bien siempre interactuó con personas mayores. Las pláticas siempre iban en un sentido diferente a la interpretación que podía hacer un niño de primaria, incluso de secundaria, con las ventajas obvias que esto representaba. Por una parte aprender, pero por la otra no tener que decir algo para la plática. Un invitado ornamental a las reuniones de su padre. Un aprendiz de lo que fuera, apartado de un ambiente propicio. Lejos del relajo que provocan las invenciones infantiles.

Recién notó la felicidad que los niños entrañan. Verlos felices es proporcional al número de destrozos que pueden ocasionar. Pero vale la pena. Sí es cierto eso que dicen: los niños son la alegría de un hogar. Sin embargo, él ya no era un niño, por más que muchos insistieran que parecía y a veces se comportaba como un "niñote". Tampoco, afortunadamente, era padre de familia, por más que muchos menos insistieran en atribuirle la paternidad de alguna hermosa niña. Pues no, ni lo uno ni lo otro. Estaba en la transición de una juventud difícil. Cargada de las desavenencias naturales de la edad, pero con un sello personal. Una inconformidad hacia el mundo acechada por la intranquilidad y la rapidez. Una declaración de ideales demasiado amplia para la capacidad de programa que sus días le permitían. Su talante se forzaba por las limitaciones de su contexto. Sabía que no podía demandar de sus leales lo imposible. Cada quien daba según su capacidad. Y sabía que estaba impedido para reclamar algo, porque el principio de incondicionalidad lo vetaba de antemano. De repente, la legislación que defendía lo maniataba de exigencias.

Siempre amanece de nuevo. No importa que haya sucedido anoche. La continua existencia despierta con un buen café. Hoy el cielo brillaba, el aire inundaba la casa desocupada. Doña Chole había dejado la puerta abierta. Debió haber ido de compras. Tal vez por eso Perisur estaba tan vacío...