miércoles, 18 de enero de 2012

Cayó granizo

Acudió, en compañía de su amigo filósofo, a comer con su padre poeta. Hace tiempo planteó el dilema de si todo poeta es filósofo o si todo filósofo es poeta. Ciertamente, no era cuestión fácil, sobre todo en tiempos de crisis de pensadores y embellecedores. Lo de hoy es vivir deprisa con tal de satisfacer lo inmediato. Lo demás es lo de menos. Si en el camino se dan situaciones valiosas, pues qué bueno; si no, la fatalidad nos anticipa para no hacernos expectativas. El tinto de esa tarde estaba delicioso, por primera vez le habían regalado algo decente. Y es que una canasta navideña sobrante sirvió para una concurrida rifa en la agencia de documentos donde laboraba. Fue necesario, eso sí, pedirle un sacacorchos a la vecina más cercana que, sin embargo, era como si no lo fuera para la familia que vivía más allá de los límites de la metrópoli. La tarde transcurrió en medio de la soledad de los libros viejos y una plática como perdida en el tiempo. Pero valió la pena. Descansó de todo aquello...

Llegado a su cuarto, luego del largo viaje por obras inconclusas, notó algo que, en política, acostumbraban llamar "calma chicha". Se trataba de un aire que indicaba que todo estaba bien sólo aparentemente, porque en realidad no advertía las consecuencias que tendría esa fatídica noche. Fue entonces cuando entablaron una discusión con él, acerca de sus hábitos de limpieza (o lo contrario), y todo pareció salirsele de las manos. Ya no dependía de él mantener un bajo perfil que lo alejara de las tensiones diarias. Era como si desde siempre lo hubieran acompañado. Desde cuando niño llegaba tarde a la primaria, y un profundo dolor de estómago lo invadía. Sin poder sortear la dificultad de explicarle a las maestras por qué la tarea parecía escrita por un adulto. En fin, aunque la vida le había enseñado a comportarse sin llamar la atención, su empecinamiento por hacerlo no menguaba. Entonces, tenía frente a sí una decisión difícil. El tiempo de retirarse de su joven vida política llegaba. No era que fuera a entrar a las ligas mayores de aparentar conocer de fondo los problema del país. Por el contrario, lo tomaba de sorpresa una crisis del rumbo, que no de las convicciones, que debía seguir. Las que marcarían el destino.

El primer día de la semana trajo consigo una profunda confusión. Tenía motivos para preocuparse, y aunque había aprendido que era un tiempo de aprender por cuenta propia, se sentía más que necesitado de la comprensión de un amigo. Vaya, amigos tenía muchos, comparado con el resto de las personas que conocía, las cuales se habían acostumbrado a contarlos por medio de internet. Pero seguía sin entender el misterio de sus relaciones. Cada vez más, la inquietud de entender su circunstancia en relación con los demás dejaba de tener sentido. Las situaciones lo absorbían y deseaba que todo pasara. Ya no, de frente, dialogar con la gente que le importaba acerca de la trascendencia de caminar juntos. Sino caminar solo, sin importar que pudiera perderse en las callejuelas de su presente. Sabía que podía aceptar la verdad contumaz que todos se habían tragado. Creer, junto con ellos, que la amistad pende del hilo de los intereses vacíos, de la satisfacción de los deseos egoístas, de la autocomplacencia. Pero no estaba plenamente convencido, seguía nadando a contracorriente para alcanzar algún triunfo en lo que de antemano le anunciaron que estaba perdido. Así que volvió a confiar...

Nadie dudaba que era muy afectivo. No obstante, a su alrededor hallaba pocos abrazos y muchos prejuicios. No le importaba tanto, luego de digerir durante un fatídico año los corajes de una dependencia absurda. Su individualidad había aprendido a convivir con la de los demás. No era tan frecuente ahora el enojo ciego que lo llevaba a llorar o gritar. Simplemente se había adaptado a la realidad. Tampoco se trataba de que estuviera conforme con ella. Siempre había sostenido que era un rebelde con causa. Hoy entregaba un concepto de lucha que, en poco tiempo, no pudo definir con sus amigos, pero se proponía iniciar una campaña larga y permanente por ayudar a otros. No quería hacerse la víctima, pero necesitaba un argumento para justificar su dimisión. No se renuncia por cualquier motivo, así las ganas de hacerlo deseen el mejor pretexto, aunque nunca es válido. En fin, enfrentaba el escarnio de los fáciles de palabra; los trascendidos iban y venían abrumando sus días. Anhelaba, pues, un mucho de aire fresco, difícil de conseguir en medio del smog. Y dentro de meses no podría salir de las fauces que habitaba.

Tal vez estaba condenado a no poder escapar de los problemas. Dado que, le habían dicho, de los problemas no se escapa. Se enfrentan con valor. Él pregonaba la valentía como una virtud alcanzable sólo en la práctica. Había asumido el dicho popular: el que no arriesga no gana. Pensaba, sin embargo, que se trataba de atreverse a hacer cosas magníficas por los demás. Incluso así lo había manifestado a su mejor amigo, a quien por convención social llamaba hermano, aunque éste fuera un término algo desconocido para aquel. También había granizado en ese extraño día... Era como si el cielo descargase su enojo en contra de él y los que lo hacían sentir mal. Pues la necedad es contagiosa, dicen, y a la fuerza no se puede sacar un corcho de la botella. Por ello, no sólo es necesaria la maña, sino sobre todo la compañía, la cooperación que instituye el dar por encima del recibir. Aunque las diferencias, como amigos y como hermanos, se mantengan, pues si no, ¿qué chiste? Que un amigo es alguien que te quiere no por lo que eres, sino a pesar de lo que eres, es una verdad que leía en su frente cada mañana...

1 comentario:

Lisania Esteva dijo...

Me sorprende tú entrada me gusto la verdad felicidades son muy pocas las veces en los cuales se puede uno contener y evitar descargar esa furia enojo o coraje hacia los demás.