viernes, 6 de enero de 2012

Abrazar los días

Las llantas de la bicicleta no paraban. Rodaban y rodaban por el Paseo. Llegó muy a tiempo a la plaza comercial. Escuchar música pedaleando es mejor que satisfacción. Caminar entre la gente sin escuchar el bullicio al unísono que nada dice, también. Los días fríos ya no eran un inconveniente, tampoco la búsqueda de lo cálido en el clima. Sus problemas, que nunca lo dejaban en paz, se convertían en el mejor motivo. Sucedía que las invitaciones empezaban a ser espontaneas. Comentó hace días que aprendió a asimilar el fracaso de las cosas planeadas. Básicamente, su furia se enciende a causa de la informalidad. Claro, la informalidad como él la entiende. Los retardos en las citas, o de plano la cancelación de los compromisos previamente acordados. Le hacía falta sentarse a platicar con alguien, porque últimamente se hizo amigo de su soledad. Y ésta siempre asume tener la razón. Es necia hasta decir basta.

Ceder es actitud esencial de ser amigo. Por eso no terminaba de ofrecer incondicionalidad a la soledad. Esperó recibir una visita especial. Pronto llegaría quien lo conocía muy bien. Quizá demasiado bien. Platicaron un buen rato acerca de varios temas. Hasta de fenómenos sobrenaturales. Desahogar el alma es como la necesidad de comer después de tres días de ayuno, o beber agua después de un partido de futbol. Se puede decir que bebió mucha agua durante el diálogo. Tanta, que terminó por indigestarse de líquidos. Porque la reunión se prolongó. Habiendo iniciado como a eso de las siete de la noche, empezó de nuevo como a las siete de la mañana. Ahora sentados en un restaurante caro del centro histórico. Reiniciaron la plática con nuevos interlocutores. Personajes singulares que pusieron en contexto la agenda de la noche anterior.

El año nuevo presupone renovados bríos. Sin embargo, éstos no siempre se asumen desde el principio. Hay quien los agarra por ahí de junio, y quien definitivamente los atrapa hasta la próxima cuesta de enero. Tal vez por eso dudaba, con justa razón, de los propósitos de éxitos y cambios. Quería dar el beneficio de la duda, sobre todo por lo que se dice: “más vale dar que recibir”. Había apropiado muchos dichos como mecanismos de defensa personal. Lamentablemente los olvidaba con frecuencia. Ahora mismo no recordaba uno que aplicara para su estado de ánimo. Ya no se trataba de soledad, sino lo que le sigue. Un estado anímico que se ha acostumbrado a ella, que la tolera todo el tiempo. No es que le cayera bien. Precisamente, retomando el punto, había cedido a ser su amigo, pero no cedió siendo amigos. Para lo último era requisito indispensable la incondicionalidad, y este elemento no nace de la nada. Es algo que se otorga con seguridad. Porque estar seguro es confiar. Y confiar es un talento raro en nuestros días.

Al menos de dos cosas estaba cierto: las personas somos distintas, razón por la que expresamos el amor de formas inesperadas; y, hay un valor superior que nos conduce a amar a pesar de la espera. No le preocupa estar solo, como estarlo por voluntad propia. Porque si llegara a suceder esto, si su vida terminara girando en torno a sí mismo, se perdería completamente. Todavía no. Estaba lo bastante interesado en los demás como para vencer la inercia del solipsismo. No descubría aún qué era lo que más amaba, dónde se encontraba su pasión. Pero sabía de sobra que amaba lo que otros hacían. Las cualidades que hacían únicos a sus amigos. Cada vez valoraba más la visión del mundo de los demás. Evitaba pensar en la veracidad de ésta, se regocijaba más bien en la posibilidad de aferrarse a la vida en función de un orden superior de cosas. Así éste existiera tan sólo en la mente de los fieles a sus creencias. Siempre y cuando los llevara a actuar con determinación. Si podía salvar la circunstancia funesta quería hacerlo abrazado de valientes...

2 comentarios:

Lisania Esteva dijo...

Estoy de acuerdo con lo que dices acerca de nosotros los seres humanos en que expresamos nuestro amor de diferentes formas, aveces nos volvemos seres inividos para expresar nuestros sentimientos por miedo a ser lastimados y es hay dónde nos ponemos mil mascaras para no mostrar nuestros verdaderos sentimientos.

Anónimo dijo...

No entendí.