viernes, 20 de julio de 2012

Desde Oaxaca

Es raro escribirlo así: "desde". Hasta hace unos años era mi "aquí y ahora"; ahora es mi destino turístico, algo por la familiaridad, otro poco por las posibilidades económicas. Vine a Oaxaca porque me dijeron que aquí vivían mis ancestros: hombres y mujeres esforzados que dejaron lo poco que tenían en busca de encontrarse a sí mismos. De aquí son mis abuelos paternos: Manuel y Carmen. Cuando eran jóvenes emigraron a la ciudad de México. Él a invitación de General Lázaro Cárdenas; ella a instancia de sus hermanas mayores. Yo no crecí donde ellos vivieron: la mixteca, los pueblos de Asunción Nochixtlán y Magdalena Yodocono Villa de Porfirio Díaz. Honestamente me hubiese gustado estar ahí, crecer en medio de los campos de trigo, esperando las fiestas del pueblo. Rodeado del ambiente sano de la provincia más provincia.

Hoy desperté en Oaxaca, apenas eran las seis de la mañana. Esas mañanas que en Oaxaca huelen a aire limpio. Dicho así nomás. Desayuné en casa, cobijado por mi madre. Mujer a quien el destino la trajo aquí. Sus raíces conocidas están en la ciudad de México. Descubrí los olores del campo, de esa región transparentísima que se llama Etla. Su queso fresco es su mejor sabor. Después del desayuno, el traslado de nuevo a la ciudad. La "verde antequera" luce menos verde pero de pie. Los conflictos sociales ceden pero nunca terminan. "Así es esto" dirá un taxista que ya no se lamenta por las constantes manifestaciones en forma de tomas de carreteras o marchas. Al menos ahora el Zócalo está despejado. Luce bien de cara a las fiestas grandes de este mes de julio. La Guelaguetza se aproxima. 

Tengo que trabajar estos días. El trabajo es una gran bendición y un gran castigo. Como sea lo disfruto rodeado de personas en la misma condición. Descubro que cada quien asume sus responsabilidades de distinta manera. Hay quien se preocupa mucho, hay quien simplemente mira el tiempo pasar, como la puerta de Alcalá. Y no sólo el monumento que está en España, sino también el acceso al gran teatro de la ciudad de Oaxaca. Recinto de estilo francés, que se construyó durante el gobierno de don Porfirio Díaz (y aun así dicen que no hizo cosas buenas). Hablando de Europa, mi amigo Héctor regresó de por allá. Estuvo un año en Madrid y otras ciudades, descubriendo el primer mundo. Digo, por aquello de que es la vieja Europa, no precisamente por el nivel de vida. Siempre he pensado que eso de medirlo está muy difícil. Porque los servicios públicos no son el único indicador. Hay una parte espiritual que Oaxaca en bastante sacia. 

Ayer ya no es hoy, tampoco mañana. Ayer me junté con él y Matus en un bar del centro histórico. Escuchamos la trova de un amigo en común. ¡Con qué sentimiento cantaba! Y nosotros ahí. Compartiendo en el tiempo y espacio los anhelos y frustraciones de una época que parece en fuga. De ahí fuimos a otro lugar a que ellos "palomearan"; apenas alcanzó para que Chepe entonara "Mañana de carnaval" en portugués, sonará hermosísimo un violín y se terminaran tres cervezas. Había que llegar a casa. La noche aquí empieza antes pero termina también antes. Ese correr de días que amanecen desde muy temprano es la más clara muestra de que vivir en Oaxaca no tiene desperdicio. Siempre he dicho (y si no ahora aprovecho) que lo mejor del día es despertar. Despabilarse y darse cuenta que se sigue con los pies en la tierra. 

Observando la composición social de mi tierra, me doy cuenta que eso de las clases sociales que tanta lata dio a don Marx sigue vigente; muy vigente. La gente, partícipe o no de un grupo, se ha acostumbrado a vivir así; como si no hubiera mañana, como si se viviera sólo hoy, como si bastara con vivir bien por ahora, sin mirar alrededor a nadie. Algunos nos hemos rebelado frente a esa tiranía. No queremos que nos gobierne la mediocridad ni el egoísmo. Vivimos, de algún modo, entendiendo bien nuestro sitio en el mundo. A propósito, el otro día un señor se me acercó en el Zócalo y me predicó la palabra de Dios, como si yo fuera un extraño, como si necesitara escucharlo, como si no tuviera que esperar mi respuesta...

sábado, 7 de julio de 2012

Misterioso Serrat


"Yo no sé qué, qué las mató, el tiempo, la ausencia...
Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta...
Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas...
En un rincón, en un papel o en un cajón...


Como un ladrón te acechan detrás de la puerta...
Te tienen tan a su merced como hojas muertas...
Que el viento arrastra allá o aquí, que te sonríen tristes y...
Nos hacen que lloremos cuando, cuando nadie nos ve..."


Coartada la libertad, volver a aquellas épocas que vivimos felices debe de ser más fácil. Aunque libres, muchas veces no volvemos a ese pasado por temor de no avanzar en la idea del "progreso mejor". En cualquier caso, un tiempo de rosas es el que podemos vivir cada mañana si nos lo proponemos.
Si estamos dispuestos a coger el tren antes de que marche de la estación.