sábado, 28 de abril de 2012

Pedagogía del cambio

En la oficina que representa los intereses de una nación, se encuentra un viejo señor que acostumbra redactar oficios hasta entrada la noche. No sólo lo hace con vocación, sino con pasión; la propia de una persona que ha visto transcurrir décadas y hoy atesora el principio de que “eso fue ayer” y prefiere vivir la vida como se presenta cada minuto, sin prisa pero con ganas. He caminado muchas cuadras discutiendo con él las grandes soluciones que requieren los más grandes problemas del país. De vez en vez, sin embargo, he disfrutado los cuentos que se convierten en bromas y acaban siendo fábulas de reflexión permanente. En ellas medito esta noche, porque los últimos días me ha rodeado un clima de decepción que terminó por hacerme notar mis propios errores; los que dejo de mirar en el afán de criticar a los demás. Vale la pena recordar hoy que si el cambio empieza por uno mismo es necesario que empiece pronto.

Lamentablemente, las campañas políticas no sólo sacan lo peor de los políticos, sino sobre todo lo peor de las personas en general. Acostumbradas como estamos a vivir bajo una aparente calma –tan institucionalizada que hasta decimos que “aquí no pasa nada”- de repente nos apasionamos con la idea de cambio, cuando ésta ha dejado de ser, si es que lo fue, una razón de peso para participar políticamente. Devino, eso sí, es slogan barato que bombardea los medios masivos de comunicación y contamina visualmente las ciudades y los pueblos. Pero que no aparezca un vídeo contundente en el que niños hacen las veces de adultos en un México que padece la violencia de los criminales aunada a la torpeza de las autoridades. Tan crispado se encuentra mi país que en pro o en contra, la publicidad invade la intimidad de la gente, que ya no sabe qué es real y qué no. Por ello prefiere sumirse en lo relativo, superfluo, material, banal, pasajero o como se le quiera llamar. Piensa que de esa manera escapa al contexto degradado en el que inevitablemente interactúa.

No tengo buenas razones para votar por un candidato en particular en las próximas elecciones para elegir al Presidente de la República. Sometidos al escrutinio jamás visto de cámaras y micrófonos que operan de inmediato con la tecnología digital, han demostrado sus graves errores para conducir, eventualmente, los destinos de eso que llamamos patria. No obstante, no me sorprende; si ellos son así, no imagino como fueron los presidentes del México autoritario que han insistido en vendernos como tragedia nacional y regreso inminente. Lo que digo es que la crítica a la actuación de los candidatos debe ir más allá de lo que por sí solos representan. Ciertamente, suena descabellado pensar que una persona, en democracia, gobierna por ella misma. Por más que se repita aquello de la “presidencia imperial”, los tiempos actuales hacen impensable la idea de que un ser humano que no recuerda los tres libros más significativos de su vida vaya a destrozar lo avanzado y convertir a México en un sultanato. Esto es falaz.

Comencé hablando de la decepción porque me doy cuenta cuando pienso con la cabeza fría, que en realidad los mexicanos somos muy dados a criticar todo y a todos. Vivimos en una permanente inconformidad hacia lo que nos rodea pero somos jactanciosos por excelencia y mantenemos en alto la bandera de que como México no hay dos. Creo que nos ha faltado una educación integral basada en el valor de la responsabilidad, no sólo ciudadana sino humana en general. Queremos y exigimos libertad cuando solemos imponer nuestra voluntad en la esfera más próxima porque desde siempre nos asumimos como los “chingones”. Y sin entrar al difícil tema de la mexicanidad, cuyo mejor autor, en mi opinión, fue don Octavio Paz, considero que sí seguimos pensando en función de una conquista que nos hizo esclavos… ¡Pues para mí, ni conquista ni esclavitud!

México es la síntesis de un proceso histórico en el que convergieron el esplendor de un pasado precolombino y la simiente, que más allá de España, era de la vieja Europa, y por vieja, sabia. Somos, pues, un pueblo joven, pero no por ello menos valioso que el resto del mundo. Simplemente con peculiaridades que debemos aprovechar para mejorar. De los candidatos a cualquier puesto  no dependerá cómo hacerlo, depende sólo de cada quien. Se trata de entender que no nacimos negando nuestra circunstancia: la tierra que nos vio nacer y que continuamente acusamos de “estar jodida”. Al contrario, consiste en valorar lo que tenemos y lo que podemos tener. Sí creo que el pueblo tiene el gobierno que se merece, pero también creo que este gobierno no tiene más que un par de ojos y un par de manos iguales a los nuestros, tal como lo pensó Etiéne de la Boetié en la Francia de hace cinco siglos. Si queremos hacer patria, empecemos por hacer hombres y mujeres dignos de su tiempo, es mi exhortación.

Por y para ello me esfuerzo en aprender de las lecciones del “Profe”, como le decimos cariñosamente a mi amigo del trabajo, porque cuando señala que “la política es como una carrera de perros, en la que solamente el perro que va hasta adelante sabe a qué le ladra”, no pierde razón. Al contrario, hace amena la ocasión de no conformarnos al hecho de que sea así, sino de buscar incansablemente que sea de otro modo: donde todos sepan y nadie ladre. 

domingo, 15 de abril de 2012

Recordar es revivir

Hubo una época cuando solía comer sopa instantánea aderezada con chile chipotle y un trozo de quesillo, acompañada de un refresco continuamente señalado como pésimo para la salud, empezando por su coloración negra. Esa época fue hace dos años. Recuerdo que por entonces obtuve mi primer trabajo en la institución que había sido mi escuela preparatoria. Se me encargó dar clases de oratoria, ese arte que devino demagogia con acento fastidioso. No obstante, a mí no sólo me gustaba, puedo decir que me apasionaba al grado de ir por las calles de Oaxaca hablando solo y ejercitando ademanes que los demás miraban con reserva; como si un loquito hubiese salido de paseo. Con todo, no me duró mucho el gusto de poder compartir con los muchachos de dos remotas (a mi casa) sedes, la utilidad de saberse expresar con propiedad o hablar con elocuencia para convencer, deleitar y conmover. 

Había fallecido mi abuela materna para el comienzo del mes de abril (ese que nadie me había robado nunca, pero que yo consideraba perdido de siempre). La situación en casa no era buena. Me refiero a que se respiraba desánimo, naturalmente luego de la pérdida de un ser querido. Con ganas de distraerme, fui a un congreso de jóvenes cristianos a Puerto Escondido. No precisamente porque en el mar la vida fuera más sabrosa, pero sí movido por el deseo de aprender nuevas cosas sobre Dios y su trato con nosotros los jóvenes. Ahí conocí a personas valiosísimas, venidas de varias partes de México. Me convencí de que es necesario que conozcamos más personas, porque ello nos permite entender mejor cómo es el mundo. Sobre todo, si conocemos gente que comparte nuestros principios y valores, podemos mejorar como personas y contagiar a las demás personas: a los otros, los necesitados.

Antes de volver de viaje, ya sabía que algo no iba bien con mi viejo abuelo Manuel. Con 101 años a cuestas su salud se encontraba deteriorada, pero se mantuvo firme hasta el final. Así que decidí ir a México a pasar los últimos (o primeros) días acompañándolo. Es feo, ya lo sabemos, ver a una persona morir, pero lo cierto es que la experiencia de permanecer hasta el final es aleccionadora y otorga una manera distinta de ver la vida. En efecto, sólo la empezamos a entender cuando cobramos conciencia de la muerte. Eran días fríos a pesar del sol de primavera que se colaba por las espesas nubes del norte de la ciudad de México; si es que Valle Dorado -ese paraje atormentado por inundaciones y delincuentes- sigue siendo parte de la ciudad más grande del mundo. Íbamos y veníamos esperando el fatal desenlace que ocurrió en la madrugada del quince. El mes se partió de tajo y desde una alta colina lo despedimos con tristeza. 

Nada volvería a ser igual. Después de los honores de la familia a su patriarca: el oaxaqueño mixteco, el músico violinista, el hombre de una sola pieza, yo asumiría un nuevo papel en la vida. Dicen que los acontecimientos fatales a veces son la única manera de tomar decisiones trascendentales que modifiquen el curso de nuestra vida. Pues, así, volví al Distrito Federal, ya no para experimentar, sino para quedarme. Al principio, pateando un bote por un puente peatonal, me había desilusionado de encontrar 'vacía' la "casa del  pueblo". Admito que fui a la Cámara de Diputados a buscar trabajo. Sin embargo, Dios ya me había reservado el lugar que quería, donde hasta el día de hoy he aprendido muchas cosas. Las felices coincidencias se darían de formas insospechadas, hasta que un buen día asumí mi nueva responsabilidad, que me permitiría sobrevivir a la selva de asfalto. Donde, luego de cuatro meses, entraba a clases en mi nueva universidad. Lugar de emociones irrepetibles, comunidad de ánimos juveniles con buenos deseos. 

Indiscutiblemente, el nuevo rumbo que comenzó con el revivir de la primavera -la que se llevó a dos de mis abuelos- no fue posible valiéndome solo de mis fuerzas o ganas. El anhelo de reivindicación que tanto había pregonado antes y no se había realizado pronto, tomaba forma, y con él la alegría de momentos por vivir en  compañía de mi familia, mis amigos de siempre y de los nuevos que ya estaban ahí; sólo esperando coincidir para soñar y esforzarnos por hacer realidad nuestros sueños. En el camino, ha habido errores, momentos de profunda soledad y decepción, tristeza y pérdida de sentido. Sin embargo, eso no mengua la dicha de estar aquí, ¡escribiendo sobre todo esto ahora mismo!. Pellizcándome la cara para saber que es real, que la realidad no es tan fatal como solemos decir. Que basta recordar un poco más, volver a los orígenes de quienes somos, para pensar con amplitud de prospectiva y mayor esperanza: a dónde queremos llegar y la pregunta que para mí tiene aun más valor: para qué. A dos años de distancia, mi respuesta no es secreta: para reflejar el amor incondicional de Dios a mis semejantes.