Lamentablemente, las campañas
políticas no sólo sacan lo peor de los políticos, sino sobre todo lo peor de
las personas en general. Acostumbradas como estamos a vivir bajo una aparente
calma –tan institucionalizada que hasta decimos que “aquí no pasa nada”- de
repente nos apasionamos con la idea de cambio, cuando ésta ha dejado de ser, si
es que lo fue, una razón de peso para participar políticamente. Devino, eso sí,
es slogan barato que bombardea los medios masivos de comunicación y contamina
visualmente las ciudades y los pueblos. Pero que no aparezca un vídeo contundente
en el que niños hacen las veces de adultos en un México que padece la violencia
de los criminales aunada a la torpeza de las autoridades. Tan crispado se
encuentra mi país que en pro o en contra, la publicidad invade la intimidad de
la gente, que ya no sabe qué es real y qué no. Por ello prefiere sumirse en lo
relativo, superfluo, material, banal, pasajero o como se le quiera llamar.
Piensa que de esa manera escapa al contexto degradado en el que inevitablemente
interactúa.
No tengo buenas razones para
votar por un candidato en particular en las próximas elecciones para elegir al
Presidente de la República. Sometidos al escrutinio jamás visto de cámaras y micrófonos
que operan de inmediato con la tecnología digital, han demostrado sus graves
errores para conducir, eventualmente, los destinos de eso que llamamos patria. No
obstante, no me sorprende; si ellos son así, no imagino como fueron los presidentes
del México autoritario que han insistido en vendernos como tragedia nacional y
regreso inminente. Lo que digo es que la crítica a la actuación de los
candidatos debe ir más allá de lo que por sí solos representan. Ciertamente,
suena descabellado pensar que una persona, en democracia, gobierna por ella
misma. Por más que se repita aquello de la “presidencia imperial”, los tiempos actuales
hacen impensable la idea de que un ser humano que no recuerda los tres libros
más significativos de su vida vaya a destrozar lo avanzado y convertir a México
en un sultanato. Esto es falaz.
Comencé hablando de la decepción
porque me doy cuenta cuando pienso con la cabeza fría, que en realidad los
mexicanos somos muy dados a criticar todo y a todos. Vivimos en una permanente
inconformidad hacia lo que nos rodea pero somos jactanciosos por excelencia y
mantenemos en alto la bandera de que como México no hay dos. Creo que nos ha
faltado una educación integral basada en el valor de la responsabilidad, no
sólo ciudadana sino humana en general. Queremos y exigimos libertad cuando
solemos imponer nuestra voluntad en la esfera más próxima porque desde siempre
nos asumimos como los “chingones”. Y sin entrar al difícil tema de la
mexicanidad, cuyo mejor autor, en mi opinión, fue don Octavio Paz, considero
que sí seguimos pensando en función de una conquista que nos hizo esclavos… ¡Pues
para mí, ni conquista ni esclavitud!
México es la síntesis de un
proceso histórico en el que convergieron el esplendor de un pasado precolombino
y la simiente, que más allá de España, era de la vieja Europa, y por vieja,
sabia. Somos, pues, un pueblo joven, pero no por ello menos valioso que el
resto del mundo. Simplemente con peculiaridades que debemos aprovechar para
mejorar. De los candidatos a cualquier puesto no dependerá cómo hacerlo, depende sólo de
cada quien. Se trata de entender que no nacimos negando nuestra circunstancia:
la tierra que nos vio nacer y que continuamente acusamos de “estar jodida”. Al contrario,
consiste en valorar lo que tenemos y lo que podemos tener. Sí creo que el
pueblo tiene el gobierno que se merece, pero también creo que este gobierno no
tiene más que un par de ojos y un par de manos iguales a los nuestros, tal como
lo pensó Etiéne de la Boetié en la Francia de hace cinco siglos. Si queremos
hacer patria, empecemos por hacer hombres y mujeres dignos de su tiempo, es mi
exhortación.
Por y para ello me esfuerzo en aprender de las lecciones del “Profe”, como le decimos cariñosamente a mi amigo
del trabajo, porque cuando señala que “la política es como una carrera de
perros, en la que solamente el perro que va hasta adelante sabe a qué le ladra”,
no pierde razón. Al contrario, hace amena la ocasión de no conformarnos al
hecho de que sea así, sino de buscar incansablemente que sea de otro modo:
donde todos sepan y nadie ladre.