domingo, 20 de julio de 2014

Guelaguetza y Teoría del Duende


A Juan José Díaz Infante, fotografía viva.

Guelaguetza sabemos que es una palabra de origen zapoteco, cuyo significado refiere a compartir u ofrendar. En Oaxaca, Guelaguetza define un acto generoso entre personas que quizá sin tener lazos familiares se apoyan en situaciones especiales, como la boda o el funeral, en las que se comprueba la emotividad pero también la actitud generosa que distingue al oaxaqueño como ser humano solidario y recíproco.

No muchas culturas ponderan tanto como la nuestra el valor de entregar lo propio a los demás. Es un acto generoso y por increíble que parezca cotidiano en la tierra de Juárez, con el cual se genera un sentido de pertenencia a la comunidad, que se fortalece con los elementos característicos de una gran fiesta. En la Guelaguetza se transmiten las emociones definitorias del oaxaqueño, a quien lo distingue su admiración por la belleza de la vida, razón por la que aprecia el arte en todas sus expresiones. Por eso en la fiesta de todos los oaxaqueños está presente ese don espontáneo que García Lorca llamó “duende”. La chispa creadora que por encima de la perfección técnica desencadena la pasión por danzar, por crear con los movimientos del cuerpo algo por naturaleza elevado.

A decir del propio García Lorca “el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies. Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto”.

El duende de la Guelaguetza la antecede, agita e inquieta el ánimo de la gente que espera impaciente admirar las danzas. Por eso en las Calendas previas a su realización los últimos lunes de cada mes de julio, se respira el gozo por sentirnos parte de un mismo pueblo, de un mismo estilo vivo que se materializa a lo largo de las ocho regiones.

Son las Calendas convivencias que recorren la ciudad y regalan la esencia de quienes con elegancia humilde portan sus trajes regionales, como el hombre de Ejutla que con sus camisas de seda multicolor anuncia que está de fiesta, o la mujer del Istmo que porta con garbo el traje de gala que por su fino diseño la distingue y con ello también distingue a Oaxaca ante México y a México ante el mundo entero.

En ocasión del cuarto centenario de la expedición de la Cédula Real que concedió a Oaxaca —entonces llamada Antequera— el título de Ciudad, en 1932 se llevó a cabo por primera vez el gran homenaje racial al pueblo oaxaqueño. En la “Rotonda de la Azucena”, como desde entonces se conoce a la explanada ubicada en el Cerro del Fortín, que es una gran ventana a la ciudad, se celebró una fiesta que reunió a delegaciones de todas las regiones del estado. Es importante recalcar que sucedió principalmente como una celebración de la hermandad entre oaxaqueños. La Cañada, la Costa, el Istmo, la región Mixteca, el Papaloapan, la Sierra Norte, la Sierra Sur, los Valles Centrales, son un mismo Oaxaca, que atesora la diversidad natural y cultural de cada región, pero se mantiene unido. Que lucha contra su duende y lo hace gozando.

García Lorca señala que “todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto”.

La música y danza oaxaqueñas se valen de la poesía mixe, mixteca, mazateca o zapoteca. Son legado milenario que se preserva con alegría porque define lo que somos. Así también la artesanía de los textiles, bordados a mano en las comunidades de origen de quienes bailan. Ese tesón por tejer un traje durante meses se acrecienta con la expectativa de la representación. Es decir, la sola idea de ir a la capital del estado a mostrar lo mejor de nuestro pueblo, donde nacimos y hemos crecido, es suficiente para preparar lo más digno porque queremos que así nos conozca el mundo. El quiénes somos es elevado a la dimensión estética.

La Guelaguetza recuerda el acto de cooperar recíprocamente. Es una gran mayordomía, porque solo un verdadero mayordomo es capaz de dar incluso lo que no tiene. Y en este sentido, el Pueblo de Oaxaca entrega durante dos fechas simbólicas lo que tiene, pero no de lo que le sobra. De ahí el acto de ofrendar, al final de cada baile, fruta, tortillas, mezcal, artesanías, lo que nutra cuerpo y alma; de ahí el recordatorio constante de que hay un pueblo en el Sureste de México que valora como ninguno el don de convivir en armonía, el don de honrar la memoria antigua como continuo presente.

En la comparación de García Lorca: “El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza (…) la musa dicta y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada, que tuvieron que ponerle medio corazón de mármol”.

El duende es distinto, quiere decirnos. Explosión de emociones virtuosas, sangre que hierve de orgullo y pasión, que no deja de celebrar la vida. En Oaxaca se regocija, salta y grita sinceramente. Sacude los corazones de los visitantes con su desenfado contagioso, con su pureza ociosa, con su manifestación sublime del espíritu humano.


El duende oaxaqueño —el que hace de la Guelaguetza su casa— hubiera desafiado y fascinado a García Lorca.