miércoles, 27 de mayo de 2015

Un corazón

Un corazón
en lo profundo del pecho,
órgano resonante
que quietud no impide, el incesante golpeteo
de sus estampidas de sangre enfurecida.


En su ociosidad espera
que la gente reconozca su valor olvidado,
entre bichos invadiendo la casa y
golpes, en el aparador de lo cotidiano
se pudre cual naranja extraviada.

En lo profundo de una alacena
de la casa que se ha quedado vacía,
donde solo moran quienes antes
al amar sentían que un corazón
latía.

Y ahora se arrojan
sin arrepentimientos
a la noche donde duermen,
el sueño de cuantos con dolor
esperan, que las venas chorreen
la esperanza,
de latir en silencio.

domingo, 24 de mayo de 2015

En contrasentido, crónica de un viaje a Iztapalapa

El tipo es regordete, tanto que su asiento de conductor no deja lugar para las piernas de alguien que se siente detrás de él. Probablemente es un arma defensiva, justamente para que nadie lo haga. Antes tuve que mentirle al conductor del camión de la ruta establecida. Una ruta sustituta para un metro que no funciona. Le dije que era su responsabilidad si me desmayaba por no dejarme bajar. Mentí. El tráfico lo valía.

Una vez en la avenida tomé el primer taxi que pasó. Me dirijo a la Batalla de Celaya, una calle extraviada en la perdida ciudad de Iztapalapa. Ah, ya sé dónde es, dice el gordo, está por la clínica, luego repone, no, está por el bachilleres, después me pide que le investigue dónde es exactamente. Ahorita llegamos rápido por el eje seis porque Ermita está cerrado quién sabe por qué, me promete. Pero antes tenemos que pasar a la gasolinera, ya ando corto. Cuando la dejamos fue como dejar los pits en una competencia de fórmula uno. El chofer avanza rápido, empiezo a sentir empatía con él, se está interesando por mi prisa, pienso para mis adentros.

Maniobra como ambulancia, va de izquierda a derecha, se mete en diagonal, al paso le menta la madre a todos,toma atajos, en uno encontramos de frente un choque entre otro taxi y una camioneta bonita. Damos vuelta obligada, ahí se queda callado, como si ante la desgracia de un colega se autoimpusiera el silencio.

Le digo que el domicilio está donde antes, mucho antes, hubo un cine. Insiste que necesita la dirección exacta, después hace memoria y acepta que cuando era muy chamaco fue, pero ya no se acordaba. El hombre robusto parece de Iztapalapa, tiene ese acento característico,agreste, que dispara en cada oración pero no mata, que suena a amenaza atenuada. Así llegamos al metro Escuadrón 201, me comenta amablemente que ahí hace base, cuando se le ofrezca joven, aquí estamos desde que amanece hasta las dos de la mañana, siempre seguro. Voltea a ver a alguien que asigna los coches,le hace una seña con la mano, el dedo de en medio levantado sobre los otros. Se ríe sardónicamente.

Las maniobras se agotan cuando estamos cerca de Rojo Gómez, intuye cosas, una manifestación, nunca está tan hasta la madre, explica, explora rutas mentales, ve pocas posibilidades. Apaga el auto, nos quedamos sin movernos como diez minutos, a cada rato menta madres, atrevidamente le digo: lo que más me molesta de las marchas es que no toman en cuenta a quienes tenemos que trabajar y nos friegan el día, antes de la semana santa, en viernes a las diez de la mañana. Parece que no les importa, le digo indignadamente. No les importa nada, joven, me responde tajantemente.

Salimos del atorón, el taxímetro avanza rápidamente, ya van ochenta pesos. Toma rumbo hacia el norte, se mete por callejones, el coche tiembla de lado a lado, es un Tsuru como millones que circulan como taxis en el DF. No tiene estéreo, parece que se lo arrancaron a la mala, está sucio, le faltan partes. El llavero del taxista tiene la forma dela cabeza de un toro, concuerda con el carácter de su dueño.

Ha pasado media hora desde que lo abordé. Ya me llamaron, me esperan aunque mi presencia, según yo, es intrascendente. Por fin salimos al Periférico, es como haber encontrado el camino a Jerusalén en tiempos de las cruzadas. Pasamos el cuartel general de la policía federal, el paisaje es más triste que de costumbre, en el pensamiento llevo tanto que olvidar, tanto de que acordarme, tanto que acabar, y necesariamente empezar de nuevo. Para eso sirve el camino, arroja viento sobre mi cara, el gordo sigue vociferando. Toma un retorno, me dice que es del otro lado de la avenida, estamos por llegar.

Sigue una fila de coches que cruza un terreno baldío con rastros de basura, el horizonte, además de gris,está decorado con varias torres de alta tensión, la tecnología sobre un páramo sucio. Se mete en contrasentido, todo el rato ha sido así, en su oficio el volante es un póker, él lo juega con cartas bajo la manga. Toma el último atajo, llegamos al bachilleres, tenemos que preguntar por mi destino. Antes me dijo que debe regresar por una persona a las diez y media, si no se va a ir, dentro de mí pienso que es lo natural, no sé por qué lo dice como consecuencia insólita. Ahora entiendo mejor su diligencia.

Le pregunta a un viene viene, un franelero, una de las personas que “cuidan” los coches, este le pide que se orille, le pregunta desesperado por mi domicilio, ya güey, que me urge, no ves que llevo prisa, hijo. Y el viene viene, a pues yo también tengo prisa, camina hacia delante y lo deja hablando solo. Hijo de tu puta madre, ¡payaso! Suelta mi taxista.

Metros más adelante está el domicilio, lo que fue el cine Guerrero adonde fue cuando era chamaco, antes de que engordara y se sentara para siempre en su auto de fórmula uno, antes de que mandara a la chingada a más gente de la que puedo recordar. Es cosa de agarrar pista y ya, había dicho cuando lo tomé. Ahora tiene cara de arrepentimiento, me queda a deber quince pesos. Al experto le falló algo básico: no trae cambio. Aunque tal vez no le falló; sus habilidades valen más que el banderazo, que la tarifa y sus efectos por minuto y metros, tiempo y distancia, y lo sabe. Me recogió cuando fingía agonizar en una avenida desconocida, ahora me devuelve a la calle como se devuelven los aparatos defectuosos que compraste de oferta en un bazar. ¿Sufrí un asalto? No supe su nombre, tampoco vi su rostro. Era un taxista dedicado, nada más.

En las noticias se dirá que manifestantes anónimos bloquearon las principales arterias para salir de Iztapalapa. Causaron un desmadre. El típico viernes en la ciudad de México,donde todo lo demás se vuelve irrelevante. Despejo mi mente un poco, llegué puntual, ahora entiendo a esos taxistas sinceros que dicen: para allá no voy, y te dejan hablando solo. 

Sobrevivir a la deriva

El drama migratorio tiene rostros más crudos que otros. En el sudeste asiático se vive una situación alarmante: miles de personas que huyen de condiciones de miseria y discriminación navegan a la deriva mientras los Estados de Tailandia, Indonesia y Malasia les niegan el acceso a su territorio. La mayoría son migrantes originarios de Bangladés que pertenecen a la etnia rohingya de religión musulmana y huyen de Myanmar, país asolado por la violencia política, donde no son sujeto de derechos y, en cambio, son perseguidos cruelmente. Para estar dispuesto a cruzar el mar de Andamán en condiciones de hacinamiento el motivo debe ser mucho mayor al suplicio. Mientras los gobiernos de esos países acuerdan cómo resolver la crisis humanitaria sin ningún compromiso de por medio, los rohingya mueren de hambre y sed en alta mar. La situación es ilustrativa de la desesperación de los pueblos por sobrevivir.

Fue Felipe Calderón el primer presidente mexicano en reconocer que tenía parientes migrantes en los Estados Unidos. Su declaración causó cierto revuelo político por tratarse, en ese momento, de un jefe de Estado que reconocía la problemática como propia, pero no bastó para concretar un logro real respecto a la migración de los mexicanos hacia el norte. Ningún presidente mexicano, en el horizonte de sus seis años de mandato, ha conseguido presionar lo suficiente al gobierno norteamericano para regular la situación de los mexicanos que, como dijo Vicente Fox con su desfachatez ranchera, hacen trabajos que ni los negros quieren hacer, lo que le valió la censura de la esfera diplomática que nunca comprendió sus limitaciones intelectuales.

No hay que ser erudito para advertir que el fenómeno migratorio tiene su origen en las condiciones socioeconómicas prevalecientes en el país de salida y no en el de llegada. En México la gente no se va porque quiera irse, se va porque no le queda de otra. En la medida que no se generen empleos bien remunerados los mexicanos seguirán emprendiendo su propio viacrucis hacia la frontera norte. Dichos empleos dependen, en buena medida, de la inversión privada que supuestamente con las reformas emprendidas por la administración peñanietista debería estar aumentando aceleradamente aunque por ahora parezca estar cayendo a cuentagotas. Es evidente que para que haya inversión deben existir garantías institucionales, en otras palabras, debe brindarse seguridad al capital, y eso solo se logra con gobernabilidad democrática.

Joan Prats la define como “la capacidad de un sistema social democrático para autogobernarse enfrentando positivamente los retos y oportunidades que tenga planteados”. Se trata de una estrategia de construcción de capacidades. En su opinión, esto depende de la interrelación entre el sistema institucional vigente (governance), las capacidades de los actores políticos, económicos y sociales, y la cantidad y calidad de liderazgo transformacional, que impulse el cambio institucional. Si se quiere que los países antes llamados del Tercer Mundo y ahora adornados con el eufemismo “en vías de desarrollo” avancen a un mayor crecimiento económico que signifique bienestar para su población, primero deben existir condiciones de gobernabilidad democrática.

Una cuestión que surge inmediatamente es si ese tipo de gobernabilidad puede coexistir con la corrupción tolerada en todos los niveles y una clase política que trata de encubrirla. No lo creo. México es un caso inaudito de corrupción, donde bien podría construirse un museo dedicado al tema, como propuso recientemente Héctor Zagal. Cada semana tenemos un escándalo nuevo, del “error” de ocho minutos en helicóptero del defenestrado Korenfeld al viaje todo pagado que la constructora OHL regaló al secretario de comunicaciones del Estado de México; de la narcopolítica en Michoacán al papá incómodo del gobernador de Nuevo León, ordeñando el presupuesto para comprar ranchos en Texas. Lo cierto es que los mexicanos convivimos con la corrupción todos los días, y tolerarla es un desacierto no solo del gobierno sino de toda la sociedad en la búsqueda de ser un país de oportunidades.

La falta de oportunidades principalmente laborales, pero también educativas y de desarrollo tecnológico mantiene constante la migración hacia el exterior. El grueso de los migrantes se va porque aquí el campo no produce y el sector manufacturero paga muy poco para el costo de vida siempre en aumento. Pero hay una causa más cruda, también los mexicanos emigran cada vez más por razones cercanas al drama de los rohingya. La ciudadanía deja de valer en territorios dominados por grupos delictivos que imponen su propia ley y someten a su voluntad la vida social; una dictadura del terror. En tal escenario emigrar no es una opción sino la única salida. No hay que cruzar un mar para encontrar asilo pero se corre el mismo riesgo: morir en el intento. Lo crudo de la situación es que no irse también implica quedar a la deriva. 

Fraternidad electoral

Hace unos días el mural “Fraternidad” que pintó en 1968 el oaxaqueño Rufino Tamayo regresó a su lugar de honor en el vestíbulo principal del edificio de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. Fue un regalo del artista y del gobierno de México a la ONU en ese cambio de época que significó la década de los setenta. Durante el evento la jefa de gabinete del secretario general Ban Ki-moon, Susana Malcorra, señaló que las llamas de la hoguera del mural representan la idea que del amor, la verdad y la justicia tenía el propio Tamayo. En este contexto, las figuras tomadas de la mano a su alrededor, todas pintadas de negro, simbolizan una sola raza: la humana. Así, las diferencias no serían un obstáculo para buscar los ideales de una vida en sociedad. La hoguera seguiría ardiendo mientras exista la fraternidad que los admira.

No todo es arte en la vida. Las campañas políticas dividen nuestra fraternidad política en dos motivos: convicción vs beneficio. Mientras observo a grupos de simpatizantes que invitan a votar a los vecinos de mi colonia compruebo que nada hay de deliberativo en el brigadeo más que sonrisas falsas, información escueta y pancartas de candidatos maquillados aprovechando el tráfico de mediodía en los cruceros de mayor afluencia de la ciudad.

La exigencia de que los candidatos debatan es reciente. Tan reciente como que el primer debate presidencial por televisión en México fue en 1994 cuando Diego Fernández de Cevallos lo ganó contundentemente para después desinflarse en la recta final de su campaña como si lo hubiera acordado con el PRI y su candidato Ernesto Zedillo. Esa versión sembró una duda que nunca se despejó del todo. En elecciones intermedias como la que se avecina para elegir diputados federales no hay una tradición de debate entre los candidatos. La política mexicana no funciona con base en el contraste de ideas razonables, su signo es la promesa fácil y lo que algunos llaman “arraigo” de base social. De modo que si uno revisa su plataforma de campaña encontrará que la mayoría de los candidatos usa conceptos que probablemente ni siquiera entienda. Una repetición común es la de políticas públicas.

Luis Aguilar, uno de los mayores estudiosos del enfoque de políticas públicas, las define como “decisiones de gobierno que incorporan la opinión, la participación, la corresponsabilidad y el dinero de los privados,en su calidad de ciudadanos electores y contribuyentes”. Esta definición es coherente con la de un Estado abierto a la participación ciudadana plural, capaz de remontar la estructura corporativista del gobierno interesado en formar clientelas pasivas; mayorías del voto duro. Contra la argumentación y desarrollo de conceptos como “políticas públicas”, que se vuelve lugar común en el discurso político, se impone la dictadura del mitin: encender el megáfono de las propuestas huecas, ideas ambiguas y vagas generalmente, mientras suena una pegajosa canción de fondo y se reparten refrigerios para el público acarreado.

Es notorio que muchos de los brigadistas de cualquier candidato a diputado participan en la campaña a cambio de un beneficio. A veces es inmediato: doscientos pesos por cuatro horas bajo el sol; otras veces es la expectativa de la recompensa después de la elección: estar dentro del presupuesto o recibir apoyos de programas sociales en tiempo récord. Detrás del beneficio la convicción mengua como una cualidad decorativa de la acción electoral. No importa ser priista, panista, perredista, o de Morena, por lo que ideológicamente representan los partidos políticos. Que todos son iguales y no hay político bueno es un estado de consciencia que subraya la importancia de lo que se puede obtener a cambio del voto y su promoción en favor de un candidato por encima del voto como un instrumento democrático. En los hechos no es más que una boleta en el conteo para acceder al poder.

Lo triste de nuestra política es que a pesar de los esfuerzos por democratizar la vida pública las campañas siguen centrándose en los votos como fin, no en las personas. De por medio, la compleja estructura social que bajo el principio de igualdad debe ser representada por los futuros diputados pasa a segundo término. No hay una vocación de diálogo por parte de nuestros políticos. No están dispuestos a rendir cuentas bajo la lupa de una opinión pública vigilante del mínimo error. Tamayo, como artista universal, creía en el valor de los ideales, pero también comprendía que nuestra naturaleza de ser diferentes es insalvable. Así, otra interpretación a partir de “Fraternidad” es la de una reunión de voluntades que resiste el fuego de una hoguera que arde más en tiempos de campañas, cuando todo ideal es digno de decorar un discurso, aunque quienes lo pronuncian no sepan el significado del amor, la verdad y la justicia.