domingo, 24 de mayo de 2015

Fraternidad electoral

Hace unos días el mural “Fraternidad” que pintó en 1968 el oaxaqueño Rufino Tamayo regresó a su lugar de honor en el vestíbulo principal del edificio de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. Fue un regalo del artista y del gobierno de México a la ONU en ese cambio de época que significó la década de los setenta. Durante el evento la jefa de gabinete del secretario general Ban Ki-moon, Susana Malcorra, señaló que las llamas de la hoguera del mural representan la idea que del amor, la verdad y la justicia tenía el propio Tamayo. En este contexto, las figuras tomadas de la mano a su alrededor, todas pintadas de negro, simbolizan una sola raza: la humana. Así, las diferencias no serían un obstáculo para buscar los ideales de una vida en sociedad. La hoguera seguiría ardiendo mientras exista la fraternidad que los admira.

No todo es arte en la vida. Las campañas políticas dividen nuestra fraternidad política en dos motivos: convicción vs beneficio. Mientras observo a grupos de simpatizantes que invitan a votar a los vecinos de mi colonia compruebo que nada hay de deliberativo en el brigadeo más que sonrisas falsas, información escueta y pancartas de candidatos maquillados aprovechando el tráfico de mediodía en los cruceros de mayor afluencia de la ciudad.

La exigencia de que los candidatos debatan es reciente. Tan reciente como que el primer debate presidencial por televisión en México fue en 1994 cuando Diego Fernández de Cevallos lo ganó contundentemente para después desinflarse en la recta final de su campaña como si lo hubiera acordado con el PRI y su candidato Ernesto Zedillo. Esa versión sembró una duda que nunca se despejó del todo. En elecciones intermedias como la que se avecina para elegir diputados federales no hay una tradición de debate entre los candidatos. La política mexicana no funciona con base en el contraste de ideas razonables, su signo es la promesa fácil y lo que algunos llaman “arraigo” de base social. De modo que si uno revisa su plataforma de campaña encontrará que la mayoría de los candidatos usa conceptos que probablemente ni siquiera entienda. Una repetición común es la de políticas públicas.

Luis Aguilar, uno de los mayores estudiosos del enfoque de políticas públicas, las define como “decisiones de gobierno que incorporan la opinión, la participación, la corresponsabilidad y el dinero de los privados,en su calidad de ciudadanos electores y contribuyentes”. Esta definición es coherente con la de un Estado abierto a la participación ciudadana plural, capaz de remontar la estructura corporativista del gobierno interesado en formar clientelas pasivas; mayorías del voto duro. Contra la argumentación y desarrollo de conceptos como “políticas públicas”, que se vuelve lugar común en el discurso político, se impone la dictadura del mitin: encender el megáfono de las propuestas huecas, ideas ambiguas y vagas generalmente, mientras suena una pegajosa canción de fondo y se reparten refrigerios para el público acarreado.

Es notorio que muchos de los brigadistas de cualquier candidato a diputado participan en la campaña a cambio de un beneficio. A veces es inmediato: doscientos pesos por cuatro horas bajo el sol; otras veces es la expectativa de la recompensa después de la elección: estar dentro del presupuesto o recibir apoyos de programas sociales en tiempo récord. Detrás del beneficio la convicción mengua como una cualidad decorativa de la acción electoral. No importa ser priista, panista, perredista, o de Morena, por lo que ideológicamente representan los partidos políticos. Que todos son iguales y no hay político bueno es un estado de consciencia que subraya la importancia de lo que se puede obtener a cambio del voto y su promoción en favor de un candidato por encima del voto como un instrumento democrático. En los hechos no es más que una boleta en el conteo para acceder al poder.

Lo triste de nuestra política es que a pesar de los esfuerzos por democratizar la vida pública las campañas siguen centrándose en los votos como fin, no en las personas. De por medio, la compleja estructura social que bajo el principio de igualdad debe ser representada por los futuros diputados pasa a segundo término. No hay una vocación de diálogo por parte de nuestros políticos. No están dispuestos a rendir cuentas bajo la lupa de una opinión pública vigilante del mínimo error. Tamayo, como artista universal, creía en el valor de los ideales, pero también comprendía que nuestra naturaleza de ser diferentes es insalvable. Así, otra interpretación a partir de “Fraternidad” es la de una reunión de voluntades que resiste el fuego de una hoguera que arde más en tiempos de campañas, cuando todo ideal es digno de decorar un discurso, aunque quienes lo pronuncian no sepan el significado del amor, la verdad y la justicia.

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