domingo, 28 de febrero de 2010

Del recuerdo de los halagos

Después del certamen, sentado incómodamente al lado de dos funcionarios, nos dirigíamos a un restaurante de mariscos. Había sido un mal día debido a mi segundo lugar en la disciplina, la expectativa que había generado mi participación era ya una decepción para quienes en mi ambiente local me conocían. Ya a la hora de comer, me senté con una joven y guapa (que no son sinónimos) líder sindical, a la que halagué de manera ingenua, despertando la ira de su acompañante, quien no me encaró sino pidió que me cambiaran de lugar. El poder posibilita...

Lejos de mis anteriores acompañantes, interrogué al lacayo del "poderoso" quien respondió a mis preguntas con vaguedades en las que describió a aquel como "enfermo". Poco tiempo pasó para que el comensal furioso de aquella tarde, me increpara con el propósito de pedirme un favor, el de guiar a su chica a un lugar en el que se desarrollaban competencias. Todo lo que he venido contando les parecerá muy impreciso, una "patoaventura" tal vez, pero lo cierto es que sus repercusiones suceden hoy en día en mi vida. Del acto de intimidación que tuvo por escena el estacionamiento de una unidad deportiva en total silencio porque estaba vacío y a donde no llegó la líder, me traslado al día de hoy.

Un chisme de política local me insinúa con un personaje. Al parecer los tiempos electorales llegan hasta para quienes no tenemos ni fama ni renombre en lo que popularmente se denomina como "grilla". Mi relato concluye en este punto, por qué en nuestro país (hablo de lo que conozco) tendemos a relacionar el éxito de una persona con la ayuda de alguien más; por qué desacreditamos a las personas asociándolas a otras cuando señalamos "se debe a él o a ella". Me da mucho coraje que en nuestras continúas decepciones como pueblo, nos refugiemos en el "amarillismo colectivo"... del recuerdo de un viaje y un concurso, mi realidad es la de un chisme y un discurso.

Mejor políticos que líderes gremiales... me consta!

jueves, 25 de febrero de 2010

Espasmos de hielo

El piso de hielo blanco, escenario majestuoso en el que corren, saltan, vuelan. Largo y ancho magnos dan dimensión al óvalo que es un lienzo a la espera de pinceladas. De pronto, un hombre alto, delgado, rubio, hace su aparición en el escenario. En la mirada decidida de Plushenko se oculta algo de soberbia pero también mucho de seguridad, sus ojos reflejan el tesón que se gana con el esfuerzo de todos los días. Desde niño ha patinado y ahora se enfrenta a su destino, ganar por segunda vez la medalla de oro olímpica y pasar a la historia como el mejor patinador de figura de todos los tiempos o perder y pasar a un plano secundario. Arte sobre patines, comenta el conductor del programa que, para fortuna de este escritor, es del Canal 22; será que el patinaje artístico es más arte que deporte o patinaje.
En la transmisión, la presentación del ruso Evgeni es la última porque fue el mejor calificado en las pruebas previas, tal que lo mejor se guarda para el final. Los muchos números de las calificaciones enrarecen la presentación excelsa, eminente, magnánima del hombre de las cuchillas mágicas. Dos saltos de cuatro vueltas cada una pasan a la historia, su autor no; un estadounidense más joven ocupa el sitio de más honor. En el banquillo, la sorpresa hace presa de los entrenadores y del patinador... espasmos de hielo.
Evgeni Plushenko es el mejor en su oficio, sin embargo, no recibe lo que merece; situación de injusticia más evidente no había visto antes. Las cuchillas de sus patines crearon lo inmaterial, suscitaron emociones y sentimientos en las personas que vimos su demostración en Vancouver, en Oaxaca y en China. Aunque en los números vacíos lo superó alguien más, en las almas de los espectadores, el artista vikingo superó nuestras expectativas y se ha quedado con el oro.
Sonaré choteado si expreso: "quisiera ser patinador" pero puedo sonar auténtico si declaro"¡quiero ser como Plushenko!"