domingo, 10 de julio de 2011

Ante la lluvia sobre su cabeza

Lo que él quería era que su amigo mostrara interés por protegerlo. El sentimiento que le producía Jesús era tan poderoso que las acciones de éste repercutían en su estado de ánimo, sobre todo si se trataba de asuntos de su amistad. Marcos, entusiasta joven que, sin embargo, exageraba de pretencioso, veía en aquél más que una amistad común. Se podría decir que era el hermano contemporáneo que no tuvo, el que se encontró en la preparatoria por circunstancias que sólo Dios sabe. Precisamente en esta etapa descubrió la valía de Jesús, su buena fe para ser amigo; lejano a apariencias que diluyen la sinceridad; solidario para escuchar y diligente. En realidad, no fue difícil quererlo y admitir la necesidad de contar con su persona para la vida entera.

Debido al carácter temperamental (aunque suene a pleonasmo) de Marcos, la relación no siempre fue tersa. Si algo lo cuestionaba acerca de la amistad como concepto y su eficacia práctica era la relación, más o menos contradictoria, entre reciprocidad e incondicionalidad. En sus diálogos que se tornaban monólogos ante la demasiada prudencia de Jesús, el más sensible de los dos divagaba entre lugares comunes para disimular las cosas que le entristecían o enojaban de su amigo. Así habían transcurrido cinco años desde que se conocieron. Durante los cuales habían compartido experiencias únicas. Las que sí sobrevivirían a cualquier diferencia que pudiera deshacer el lazo poderoso que en aquellos días parecía debilitado.

Los malentendidos son malos consejeros cuando se está melancólico. Aun así, las experiencias de los últimos días lo llenaban de impotencia, de unas ganas de llorar que se contenían en el pecho sin forma de desahogo. Marcos notaba que su amigo de siempre y, en prospectiva, de nunca, disfrutaba de la amistad de todos con notable interés. Pero de la suya más bien quedaba una rutina consistente en conversar en una faceta que sólo ellos conocían de sí mismos. La que no daba lugar a la simpleza convencional de los buenos ratos en que no hace falta profundizar en argumentos para reír y sentirse apreciado. Parecía ser que el tiempo desgastaba el lazo, o al menos eso pensaba uno de los dos. Del otro sólo he oído descripciones, pero a Marcos lo conozco bien. Sé que le acongoja y vaya que quiere a su amigo.

Llovía en la ciudad y aun cuando la gente festejaba en las calles, estar mojado sin poder llegar a su casa lo ponía más triste. Se sentía solo a pesar de estar acompañado, la paradoja de sus últimos meses. Se había molestado con Jesús por que éste no demostraba el ánimo que entregaba a sus otros amigos, más bien parecía ignorarlo en las cosas que lo apasionaban. En la calle, aun cuando tomó su mano y se la puso en sus cabellos empapados para hacerle ver su estado en busca de ese apoyo que no percibía, Jesús se limitó a decir una frase corta (de las que componían la mayoría de sus pláticas) y a secarse en el hombro de Marcos empapado por la lluvia. Ese fue el detonante de sus tristes líneas. Esa fue la razón para caer en cuestionamientos absurdos sobre la "amistad verdadera" porque seguramente no pasarían unos días para que volviese a insistir en su ayuda.

Tal era su necesidad de él, que no podía prolongar su enojo pero sí accedía, sin embargo, a sentirse bastante mal. A conmoverse al máximo por las actitudes de quien consideraba su hermano, no obstante, que en una de esas imágenes que llegaron del pasado olvidado, aparecían ambos en compañía de un amigo-maestro. Marcos había reclamado a Jesús el no haberle hecho caso cuando le indicó algo, comparando el caso con una orden que éste recibió de su hermano y, en cambio, sí cumplió de inmediato. Ante la atención del amigo experimentado, Jesús le respondió entre risas: "pues tú no eres mi hermano, Marcos".

Los sentimientos encontrados lo enfrentaban con su soledad. El gran cariño que sentía hacia su amigo no era correspondido, según el estado de ánimo de sus días. Las lágrimas por sus mejillas no eran suficientes para el desahogo, quedaban los remordimientos por saber si estaba en lo cierto, si las desatenciones y seriedades en verdad correspondían a un carácter inmutable (es decir, no te agobies porque soy así, así nací y así me moriré) o su tesis del desgaste de la amistad era más probable. Sobrevivir a esta clase de incertidumbre era un reto formidable, sólo deseaba no pensar, equilibrar sus sentimientos, valorar lo posible, olvidar lo imposible.

Transcurrir como una canción de piano que cuenta una historia de claroscuros en la que se entrecruzan felicidad y tristeza en una creación digna: lo que el llamaba "amistad familiar" porque no había descubierto una mejor forma de nombrar su relación con Jesús. El incondicional que ejercía esa influencia sobre él. Influencia a secas, sin ahondar en su naturaleza, tal como Jesús le planteó un día de su remota adolescencia.

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