lunes, 18 de julio de 2011

Con derecho de paseo

Había comido solo un taco de carnitas. La vista nublada, el caminar tembloroso, la expresión facial desconcertada. Todo luego de viajar más de medio días con escala técnica de unas horas por el lugar de su última residencia. El fin de semana que se dispuso tener se esfumó en cuanto una llamada de un personaje oscuro sonó en su celular. Lo requerían para aclarar cuentas de su primer empleo, más de un año después. Los imprevistos, sobre todo cuando se trata de trasladarse de una ciudad a otra, no le agradaban. Sin embargo, así amaneció en la provincia lluviosa donde nada se miraba claro, empezando por el cielo.

Al menos disfruto su desayuno en el marco idóneo para cualquier visitante a la capital de legado colonial, el del parque más grande, por donde muchos corrían y unos cuantos comían. Como él, en medio de la llovizna de aquellos momentos que lo sumieron en reflexiones sobre su regreso a la capital. Tenía apenas unas horas para resolver el problema, si es que lo era y regresar de prisa a desahogar los pendientes que le había dejado el medio año, sí, por entonces era el verano impredecible que traía malos recuerdos pero no dejaba de ser la oportunidad para realizar anhelos y olvidar agravios.

Ninguna persona parecía lo suficientemente importante en este momento como para robarle el pensamiento al caminar por los callejones y empedrados donde se perdían cien historias de relaciones personales. Ahora era él y su circunstancia, la de abordar un camión antes de las cuatro de la tarde y poder llegar antes de la media noche a su casa. Se dio tiempo para platicar francamente con algunos seres queridos e incluso gestionó en la medida de sus posibilidades. Igual lo persiguió el sentimiento de soledad de este tiempo. No cedió ni al terreno natal la maldita. Aunque a medida que se hacía costumbre, no le caía tan mal, de pronto se encontraba en la frontera entre la tristeza y el enojo que más bien producían seriedad. Y algunos ratos de reír como estúpido por cualquier cosa.

No había ilusiones inmediatas en la esfera personal ni desilusiones prontas en la esfera pública. Simplemente era la coyuntura, la de observar los rostros de cansancio y los cuerpos encorvados de fatiga, mientras el desánimo nacional y la apatía generalizada acendraban el carácter del hombre. Apenas era un jovencito con cuerpo de adulto y creía que podía caminar seguro por cualquier avenida, sin derecho de picaporte en los grandes edificios pero con derecho de paseo en los predios vacíos de su colonia.

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