domingo, 14 de agosto de 2011

Jóvenes ahora y para siempre

Hoy se conmemora el “Día mundial de la juventud”. Desconozco quién impulso su establecimiento o los motivos que dieron lugar a que se conmemore en esta fecha. Se ha dicho que es un absurdo celebrar un día al año a determinadas personas: las madres, los padres, los niños, los abuelos, la familia, las secretarias, los médicos y un largo etc. Independientemente de si lo es, considero que en el caso de la juventud, es indeterminado afirmar que alguien es joven por el período de años que se encuentra viviendo. Así, aunque se comprenda entre 12 y 28 años, la juventud puede ser toda la vida, partiendo de la premisa de don Jesús Reyes Heroles: “la juventud es cuando se ve la vida como un deber y no como un placer”.

El valor de la responsabilidad indica, en buena parte, cuándo una persona es joven. El gran problema de nuestro siglo y milenio es que la juventud parece y aparece irresponsable. Sin incentivos para asumir un rol preponderante en las decisiones públicas, se ve arrojada a problemas más bien de índole privado. Excluida socialmente, se asocia a la música, el baile, las fiestas, los juegos de video, las series televisivas, entre otras actividades que se acusan ociosas cuando hay tantos problemas que resolver en el mundo. Ahora, ¿cuándo nos preguntaron nuestra opinión? Más bien, la actitud de la mayoría de los adultos y viejos ha consistido en atender primariamente las necesidades físicas de los jóvenes, dejando de lado la atención de nuestras necesidades intelectuales y espirituales.

Seguramente la mayoría de los adultos y viejos que señalo, no son del tipo de adultos y viejos jóvenes (de espíritu); sino personas ensimismadas por su circunstancia, decepcionadas de que las cosas se pueden y deben hacer de forma diferente; anquilosados en fracasos de los que un mundo corrupto y corruptor los hizo partícipes. Asimismo, hay un gran número de jóvenes que actúan con una mentalidad fastidiada de la realidad; se refugian en placebos que proveen acaso algún disfrute pasajero para luego hundirse en un profundo estado de sopor. Sin duda, las personalidades de los viejos per se y de los jóvenes viejos se asemejan bastante.

En contraste, hay dos grupos que parecen actuar en sintonía. Por una parte, gente mayor, adulta, grande, que parece motivada en exceso por transformar, a contracorriente, la situación de los demás; por la otra, jóvenes que asumen un compromiso mayor con el mundo que les rodea y, a pesar de ser orillados por los sistemas (político, económico y social), desafían los esquemas y, con mentalidad madura deciden tomar decisiones y actuar en su esfera más próxima. Recientemente escuché a un abogado con historia de superación espetar un principio de Derecho: “El que puede lo más, puede lo menos”. A la inversa, esta clase de jóvenes que pueden hacer lo menos en su colonia, barrio, municipio, distrito… podrá lo más en su región, estado y país. Los viejos jóvenes son un ejemplo para los jóvenes maduros, conscientes de su circunstancia, y tenaces en sus pretensiones.

El binomio educación-empleo se erige en la prioridad de los gobiernos para atender a nuestro sector. Por tanto, las políticas públicas de juventud se enmarcan en los casos generales que atienden las áreas encargadas de estos temas. Ahora, existen instituciones de juventud que buscan insertar al sector en los grandes temas nacionales para dejar de ser pasivos poblacionales. La restricción presupuestal de siempre en los gobiernos y la falta de ambición de los propios jóvenes no han podido construir un verdadero proyecto que los empodere en sus comunidades y no se reduzca a pugnar por espacios de representación para liderazgos políticos que se enmarcan en la “edad formal” de ser joven; aunque, muchas veces, piensen como viejos: viejos.

Se podrán seguir planteando muchas propuestas para sacar adelante a los jóvenes. El mercado dictará que la especialización técnica y la disciplina mordaz retribuirán en un buen empleo que, a su vez, otorgará calidad de vida a los jóvenes. Me parece patética la visión que suponen las leyes de la oferta y la demanda pero debo admitir que es válida en tiempos de competitividad. El vértigo de los cambios y el intercambio de información acelerado han creado un escenario en el que nada arraiga. Los valores universales ahora traducidos en ciudadanos, al menos en el discurso, han cedido al ocio y diversión efímeros que poco a poco vencen los sueños de los jóvenes. La constante búsqueda de felicidad por parte de los soñadores ha sido reducida a poco o nada al observar tanto dolor producido por la violencia sistemática que promueven quienes detentan el poder y hoy más que nunca han perdido toda autoridad legítima.

Leo en el diario de hoy que a la juventud le han robado su divino tesoro, que las tasas de desocupación en nuestro país son altísimas, que las condiciones de trabajo paupérrimas, que la desilusión ronda los proyectos de los jóvenes, que un vacío moral agudiza la cotidianidad de los que tienen más energía al menos en lo físico. Ante un panorama desolador para nuestra generación, puedo caer en el lugar común de otros y comentar que, en realidad, no hay nada que celebrar hoy 12 de agosto; sin embargo, prefiero guardarme el fatalismo para después. Hoy también y sin haberlo planeado así, un grupo de jóvenes hartos de la promesa y ansiosos de la práctica, cansados de la necedad y acomedidos a la razón, formaremos el Ateneo Nacional de la Juventud. A partir de hoy seremos Asociación Civil y proyectamos vencer las inercias de la posmodernidad para retomar el legado de los grandes maestros sin dejar de innovar en el conocimiento y entregando nuestras virtudes al servicio de los demás para el engrandecimiento de México.

Recuerdo ahora las palabras de un sabio orador, José Muñoz Cota, cuando exclamó que: “Los jóvenes, a pesar y por encima de todo, seguimos siendo la ciega esperanza de México”. Ahora nosotros hemos de decir, con base en lo anterior, que ¡nuestra prospectiva consiste en hacer lo imposible!

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