lunes, 29 de agosto de 2011

Hastío de invitaciones

A medida que pasa el tiempo, mi manera de ver las cosas cambia. Antes, cada que escuchaba una invitación al cambio celebraba; ahora, cada que oigo los lugares comunes de siempre, me harto. Me molesta más que se escriban. Una cosa es que uno diga lo que quiera porque la lengua es difícil de domar, y otra no ejercer racionalmente el pensamiento al redactar. Por ello, ya no quiero caer en las frases fáciles de las que uno dice: "oh cuánta razón". Me he propuesto aplicar cada día las máximas. Aunque este proceso resulte casi imposible, estoy dispuesto a pagar por cada vez que incumpla mi palabra. De hecho, hasta hoy he pagado caro no entender los proverbios más sencillos que hacen de la vida un lugar más seguro. Al no entender y ser necio, he dado lugar a resentimientos absurdos porque además de hacerme sentir mal, terminan haciéndome entender mi error y muchas veces dejan avergonzando y triste. Así que hoy he decidido emprender una cruzada en favor del argumento y la razón para facilitar la vida que parece desvanecerse en torno a la violencia que azota este pobre país.

Cuando era pequeño me emocionaba recibir una invitación para asistir a la fiesta de algún compañero de la escuela. Siempre quise quedar bien con los demás, me gustaba convivir pero además llamar la atención. Ahora entiendo que crecí en medio de la hipocresía, tratando de aparentar un estatus del que carecía. En este proceso me despersonalicé y tardé mucho en entenderme justamente. Algún día me dijeron que bastaba con que Dios supiera quién era yo, sin embargo, yo también quería saber quién era, sobre todo cuando parecía que yo no era así. Muchas veces peleé porque alegaba que los demás me juzgaban sin razón, solamente por el hecho de ser Bruno. Creía que un prejuicio guiaba a los demás cuando se referían a mí. Entonces las cosas que resultaban mal se explicaban simplemente por mi carácter, y las que salían bien eran contadas excepciones que merecían un halago repentino y falso. Pude equilibrar mi temperamento luego de veinte años y aún hoy confronto mis sentimientos y emociones para mantener un buen comportamiento en el día a día. Pero que no llegue el sábado porque...

Las invitaciones a cambiar han sonado muchas veces en mi corta vida. En la iglesia las he escuchado cada domingo (que he asistido por supuesto) y entre mis compañeros y amigos pululan, exhortando a casi todo, como la ya famosa "no coma carne de puerco porque es dañosa". Aunque estoy dando un sentido de recomendación al de invitación, lo que me interesa es subrayar que mientras transcurre la vida, oímos cientos de consejos para mejorarla y, casi siempre, "nos entra por una oreja y nos sale por la otra" como dice mi mamá. Por ende, desperdiciamos saliva en insistir a los demás a que dejen sus malos hábitos o a que practiquen los buenos. Además esto es caer en un relativismo porque ¿qué es bueno y qué es malo?... Otra vez. Sin entrar en el campo de la ética, los últimos días han sido aleccionadores porque he tenido la oportunidad de platicar con distintas personalidades. Por éstas no me refiero a gente famosa pero sí a personas únicas, a seres humanos extraordinarios que actualmente marcan mi vida. Su ejemplo ha sido la mejor respuesta.

A su derecha podrá observar que postulo una idea, una tesis existencial: "el mejor discurso es la conducta", y si bien lo aprendí hace varios años, lo entendí hasta hace muy poco. Tuve que enfrentar repetidas veces mi carácter, el de ser "sentido", para valorar cuán cierto es que la mejor forma de enseñar es con el comportamiento propio en la escuela de la vida . A veces esperamos un abrazo, un te quiero, las adulaciones andantes que se pierden en cualquier documento onomástico o en un interés preciso, casi siempre pasajero, pero debemos entender que lo que esperamos no da lugar al lazo perenne entre semejantes. Lo que finca las relaciones para siempre es lo que nos demuestra la convivencia diaria, el cúmulo de detalles magnánimos. Por ello, desde mi posición actual, la tolerancia es un fin y no un medio. Además, el entender la circunstancia de los demás y poder hacer algo por ellos, sin importar quienes sean y qué hagan, es la solidaridad. Ambos son dos valores universales que debemos rescatar del discurso de los lugares comunes que tanto detesto.

La realidad social es un telón blanco ensangrentado. Un escenario de actores desgastados que se aprendieron un guión anquilosado y no pueden improvisar. No obstante, buscando he encontrado quien me anime para mantener las ganas, para no defraudar la vocación, terminar satisfecho y "vivir siendo felices", como señaló mi abuelo poco antes de morir. En este proceso, el de buscar la felicidad, es imposible considerarla como un bien individual, es un sinsentido ser feliz sólo por serlo. Nuevamente, la felicidad personal está en función de la felicidad de los demás, en poder hacer algo por mejorar la situación de los otros. El reto mayúsculo es ver a los otros como a nosotros, me reitera un filósofo de la liberación, y eso es lo que pretendo hacer en mi corta vida. Quiero jugarme mi resto en dar algo de mí a los demás, en brindar mi fraternidad aun a mis enemigos. En resumen, en seguir el ejemplo de quien enseño que la vida no depende del tiempo sino de la intensidad con que se vive. Para mí todavía no es suficiente pero creo que, por primera vez, he pisado el acelerador...


1 comentario:

Anónimo dijo...

A veces, buscamos y se puede oir mal pero mendigamos cariño para sentirnos mejor,queridos, y es que ciertamente primero tenemos que amarnos nosotros para poder ser amados. Una de las cosas que he aprendido es que la gente no cambia y no hay que esperar que eso pase es perdida de tiempo, mas bien el que cambia eres tú, y de ahí viene la tolerancia, a lo que tú refieres. Vive la vida!
Karen Cortés Posadas