martes, 3 de mayo de 2011

Después de dormir y antes de despertar

Volteó a ver alrededor de él y no encontró un alma en la avenida ni en el parque adyacente. Apenas se había despedido de su amigo enfrente de la parada de autobús, cerca de dos librerías populares en el sur de la ciudad. Los últimos días el cielo estaba nublado pero dejaba pasar rayos de sol intensos que daban la impresión de estar en un lugar distinto a la urbe mugrosa de siempre, aunque el clima no sea razón suficiente para trasladarse a otro lugar imaginariamente. Así se sentía Esteban aquella mañana de mayo cuando acudió al tecnológico a escuchar al candidato de las izquierdas a la Presidencia de la República. La primera vez que lo vio fue en la inauguración de un museo donde se honra la bebida nacional; esa vez incluso brindó con él y los demás invitados. Ahora se sentía atraído no solamente a su figura, sino a la de los políticos que si no lograban, al menos intentaban ir más allá de la retórica convenenciera de siempre. Si algo lo entusiasmaba era conocer proyectos con base en la Ciencia y la Cultura, que fijaran las metas en el bienestar de todos y no en el de los simpatizantes o "achichincles" o "paleros"; por eso era idealista.

Esteban vivía nostálgico. Extrañaba todo, incluso lo que irremediablemente no podía volver a vivir o tener. A veces soñaba con que se encontraba en su secundaria, escapando de las maldades de sus compañeros, a punto de besar a la chica de la tez pálida y los ojos resplandecientes que alguna vez le dio un abrazo sincero como de conmiseración, cuando él se le declaró en una carta con ocasión de los buzones navideños. Despertaba confundido, como si el sueño hubiera acortado la distancia de aquellas vivencias, y éstas fueran recientes. Como cuando se mira hacia el pasado y se piensa que el tiempo ha transcurrido muy rápido. Ahora meditaba en ello, frente al pequeño espejo donde libraba a su cuello de navajazos con la rasuradora. La incipiente barba era cosa del pasado, ahora le crecía uniformemente, por lo que ya pensaba dejarse el bigote para impresionar a sus compañeras de universidad en el nuevo curso. Después de las vacaciones, le gustaba reaparecer diferente.

Se propuso llegar muy lejos pero apenas se hallaba bastante cerca. Le conflictuaba no dominar el idioma de uso común, por no decir corriente, a nivel global. Era amante de la cultura nacional y siempre que alguien hablaba mal de su país, se lanzaba a criticarlo con argumentos en contra de lo que llamaba "traición". Comprendía el descontento de la gente por la situación actual, o tal vez convivía con aquéllos que la habían pasado mal. Se preguntaba si los hijos de la clase rica compartían su visión de la realidad. Era difícil creer que desde un palacio se mirara igual que desde una choza. Entonces recordó que, cuando era niño, su padre le contó, en resumen, la historia de Buda. De cómo siendo noble desconocía la situación de sus semejantes, o acaso que las demás personas afuera de su palacio fueran eso: semejantes. Su empresa por vivir en la miseria con los pobres, los hambrientos, los necesitados. Un gobernante lejos de su pueblo no podía hacer nada, más allá de sus deseos personales. Por ello, a Esteban le gustaba platicar con la gente de cualquier estrato social, si es que los estratos imponían limitaciones. Le gustaba mostrar un lado amable que, a veces, no demostraba con sus seres queridos, quizá por la confianza que cedía ante los malos ratos en que estallaba por las injusticias que observaba impotente.

Había leído una novela que relata un Estado totalitario, donde lo peor de la trama no era la crueldad o inseguridad que padecían la gran mayoría, que no es redundante, de personas. No era la falta de recursos, la escasez de todo lo necesario para vivir cómodamente, tampoco la invasión de la intimidad que tenía a todos como esclavos de conciencia, sin capacidad de decidir; un mundo de autómatas pues. No, lo peor de esa circunstancia era la completa vaciedad, la falta de contenido de la vida diaria, la pérdida de sentido de la realidad cotidiana. En esas andaba cuando, por fin, se detuvo un taxi que lo llevaría al pequeño cuarto que rentaba entre las congestionadas vías terrestres de la ciudad. Abrió la puerta y encontró los objetos desordenados dándole la bienvenida; se sentó en su silla y dio una vuelta de trescientos sesenta grados para ver si despertaba de una buena vez. Estar dormido mientras se está despierto es una paradoja sólo posible en coyunturas como la suya. Se encontraba a doce meses de haberse dado de topes contra la pared, enmedio del tedio de su desocupación. Ahora, doblemente ocupado, sobrevivía a las decepciones y encaraba al fracaso con la fuerza que le daba transformar las vidas.

En ese proceso, no era suficiente soñar, por ello vencía a sus pesadillas despierto. Esteban tomaba pastillas que, si bien no aliviaban sus dolores, al menos controlaban su cansancio...

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