A
Humberto Sanders, incondicionalmente
No fue un joven inmolándose como Mohamed Bouazizi –en
diciembre de 2010– en Sidi Bouzid, Túnez, lo que desencadenó el movimiento
juvenil que se fortalece en México previo a la elección presidencial. Fue la
visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana lo que prendió la
mecha y ahora ha sumado voluntades de protesta en varias ciudades del país. El
movimiento “Yo soy 132” une a estudiantes de universidades públicas y privadas con
intereses políticos, pero se asume apartidista desde el momento que fija su
lucha por la democratización del país y el empoderamiento ciudadano a partir de
la apertura y objetividad de los medios de comunicación con base en el derecho
de la sociedad a la información y a la libertad de
expresión.
La causa inicial fue lo que representa Peña: el PRI
de siempre; el que –como botón de muestra– dirige un señor que llamó porros a
estudiantes matriculados; el mismo que, como gobierno, ordenó usar la fuerza
pública en Atenco, actuación terrible por parte de la policía, de documentada
violencia física, psicológica y sexual. La protesta de la Ibero puso de relieve
la percepción que buen número de jóvenes tiene acerca de esa marca que han
intentado vendernos como en oferta: “el nuevo PRI”. Lo que parecía ser la ventaja
de la candidatura de Peña: su juventud, ha resultado contraproducente.
Tristemente célebres: el episodio de olvidar los tres libros que marcaron su
vida, trastabillando y evadiendo la pregunta en medio de intelectuales en la
Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no saber el precio de la canasta
básica justificándose en su sexo: “yo no soy la señora de la casa” o no saber a cuánto asciende el salario mínimo.
El enojo hacia él es también el enojo hacia los
poderes fácticos. Por ello la manifestación en contra de Peña convocada
para el 23 de mayo –por supuesto a través de las redes sociales– terminó
enfrente de Televisa Chapultepec. Entonces quedó claro que los reclamos se
desprendían del manejo tendencioso de la información por parte de los medios de
comunicación, que favorece el regreso del PRI a Los Pinos. Yo estuve ahí. Fui
porque me llenó de emoción ver a miles de mis coetáneos marchando por Reforma.
Caminé solo por la principal avenida de México, pero me sentía muy acompañado. Observé
la composición de esa manifestación y encontré una mezcla muy heterogénea, que
no obstante gritó al unísono en el momento culmine: ¡si hay imposición, habrá
revolución!
Es cierto que los poderes formales y fácticos se
aferran a sus privilegios. Recordemos que la enorme corrupción de una élite
gobernante autoritaria fue el germen de las revueltas sucedidas en Oriente
Medio. En México, los lujos que da el poder ofenden por igual; por ejemplo, los
paseos por el mundo de la hija del líder del sindicato de PEMEX acompañada de
sus perros, o las constantes apariciones públicas de Elba Esther Gordillo con
atuendos que superan los cien mil pesos. Tenemos otros motivos contundentes de
indignación. No sólo son la violencia y el desempleo como urgencias nacionales,
sino sus caras más cínicas: funcionarios que definen a decenas de miles de
muertos como daños colaterales, un presidente insensible que dice que no hay
alternativa a su guerra; gente sin qué comer, mientras un puñado goza la
riqueza de los presupuestos.
Se ha señalado que la juventud no tiene que ver con
una edad determinada, sino con una actitud frente a la vida. La actitud de mis compañeros
tiene que ver con un fin: la democracia, a través de un medio: el conocimiento.
También, la postura invita a sumarnos a todos los oprimidos; liberarnos de la
opresión es mucho más que idealismo, cobra vigor como programa. Punto en favor
del movimiento es que critica el voto nulo y el abstencionismo, ya que han
resultado ineficaces para llevar la agenda ciudadana a la arena política. Creo
que ciudadanizar será posible, pero
considero que se debe cuidar no confundir un propósito tan bello con politizar, refiriéndome con esto al
carácter coyuntural como surgió el “Yo soy 132”. Debemos revisar la
responsabilidad que hemos asumido en nuestra esfera diaria para dignificar
nuestra ciudadanía.
No se mira lejos 1968. En contextos y ante desafíos
distintos, las juventudes coinciden, en tanto que hay jóvenes viejos y viejos
jóvenes, como afirmó sabiamente Salvador Allende. Los últimos despiertan con
nosotros. La diversidad de esa época es, con mayores posibilidades, la de hoy. Nos
incita a hacer lo imposible. Es momento de que la conciencia social que anhelamos
propagar a todo el pueblo de México se asiente en tender puentes educativos
(como en la primer asamblea de “Yo soy 132”, a la que concurrieron alumnos de
54 instituciones), en vincular la ciencia y la tecnología con la gente y
difundir la cultura mexicana como esencia que nos hace parte de una sola
comunidad. Nosotros debemos ser los maestros de las nuevas generaciones, las
que lamentablemente carecen de educación básica de calidad y no leen con gusto
ni siquiera lo que por obligación escolar les toca.
Es tiempo de consolidar el cambio pensando más allá
del primero de julio. “Yo soy 132” plasma la idea de un número, en el que, paradójicamente,
cabemos todos. Reconstruir la nación, por lo visto, empieza por rejuvenecer. Juventud,
hoy más que nunca, no es sinónimo de inexperiencia, sino de impulso vital; de
ganas de transformar la realidad social de la mano del conocimiento universal.
Motivación constructora que anhela el porvenir justo de la patria. De nosotros
depende levantar un edificio de muchos pisos, y siguiendo a Enrique Dussel,
para ello “hay que cavar muy hondo el fundamento”. Creo que en el fondo de lo
que observamos como inédito en la vida nacional, se encuentra la añeja distinción
entre súbdito y ciudadano. Con la diferencia de que ya nadie quiere ser lo
primero.
Por Bruno Torres Carbajal. Estudiante de quinto
trimestre de la Licenciatura en Política y Gestión Social de la UAM Xochimilco.
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