domingo, 3 de junio de 2012

Cuando la primavera renace en mayo


A Humberto Sanders, incondicionalmente

No fue un joven inmolándose como Mohamed Bouazizi –en diciembre de 2010– en Sidi Bouzid, Túnez, lo que desencadenó el movimiento juvenil que se fortalece en México previo a la elección presidencial. Fue la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana lo que prendió la mecha y ahora ha sumado voluntades de protesta en varias ciudades del país. El movimiento “Yo soy 132” une a estudiantes de universidades públicas y privadas con intereses políticos, pero se asume apartidista desde el momento que fija su lucha por la democratización del país y el empoderamiento ciudadano a partir de la apertura y objetividad de los medios de comunicación con base en el derecho de la sociedad a la información y a la libertad de expresión.  
La causa inicial fue lo que representa Peña: el PRI de siempre; el que –como botón de muestra– dirige un señor que llamó porros a estudiantes matriculados; el mismo que, como gobierno, ordenó usar la fuerza pública en Atenco, actuación terrible por parte de la policía, de documentada violencia física, psicológica y sexual. La protesta de la Ibero puso de relieve la percepción que buen número de jóvenes tiene acerca de esa marca que han intentado vendernos como en oferta: “el nuevo PRI”. Lo que parecía ser la ventaja de la candidatura de Peña: su juventud, ha resultado contraproducente. Tristemente célebres: el episodio de olvidar los tres libros que marcaron su vida, trastabillando y evadiendo la pregunta en medio de intelectuales en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, no saber el precio de la canasta básica justificándose en su sexo: “yo no soy la señora de la casa” o no saber  a cuánto asciende el salario mínimo.
El enojo hacia él es también el enojo hacia los poderes fácticos. Por ello la manifestación en contra de Peña convocada para el 23 de mayo –por supuesto a través de las redes sociales– terminó enfrente de Televisa Chapultepec. Entonces quedó claro que los reclamos se desprendían del manejo tendencioso de la información por parte de los medios de comunicación, que favorece el regreso del PRI a Los Pinos. Yo estuve ahí. Fui porque me llenó de emoción ver a miles de mis coetáneos marchando por Reforma. Caminé solo por la principal avenida de México, pero me sentía muy acompañado. Observé la composición de esa manifestación y encontré una mezcla muy heterogénea, que no obstante gritó al unísono en el momento culmine: ¡si hay imposición, habrá revolución!
Es cierto que los poderes formales y fácticos se aferran a sus privilegios. Recordemos que la enorme corrupción de una élite gobernante autoritaria fue el germen de las revueltas sucedidas en Oriente Medio. En México, los lujos que da el poder ofenden por igual; por ejemplo, los paseos por el mundo de la hija del líder del sindicato de PEMEX acompañada de sus perros, o las constantes apariciones públicas de Elba Esther Gordillo con atuendos que superan los cien mil pesos. Tenemos otros motivos contundentes de indignación. No sólo son la violencia y el desempleo como urgencias nacionales, sino sus caras más cínicas: funcionarios que definen a decenas de miles de muertos como daños colaterales, un presidente insensible que dice que no hay alternativa a su guerra; gente sin qué comer, mientras un puñado goza la riqueza de los presupuestos.
Se ha señalado que la juventud no tiene que ver con una edad determinada, sino con una actitud frente a la vida. La actitud de mis compañeros tiene que ver con un fin: la democracia, a través de un medio: el conocimiento. También, la postura invita a sumarnos a todos los oprimidos; liberarnos de la opresión es mucho más que idealismo, cobra vigor como programa. Punto en favor del movimiento es que critica el voto nulo y el abstencionismo, ya que han resultado ineficaces para llevar la agenda ciudadana a la arena política. Creo que ciudadanizar será posible, pero considero que se debe cuidar no confundir un propósito tan bello con politizar, refiriéndome con esto al carácter coyuntural como surgió el “Yo soy 132”. Debemos revisar la responsabilidad que hemos asumido en nuestra esfera diaria para dignificar nuestra ciudadanía.
No se mira lejos 1968. En contextos y ante desafíos distintos, las juventudes coinciden, en tanto que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, como afirmó sabiamente Salvador Allende. Los últimos despiertan con nosotros. La diversidad de esa época es, con mayores posibilidades, la de hoy. Nos incita a hacer lo imposible. Es momento de que la conciencia social que anhelamos propagar a todo el pueblo de México se asiente en tender puentes educativos (como en la primer asamblea de “Yo soy 132”, a la que concurrieron alumnos de 54 instituciones), en vincular la ciencia y la tecnología con la gente y difundir la cultura mexicana como esencia que nos hace parte de una sola comunidad. Nosotros debemos ser los maestros de las nuevas generaciones, las que lamentablemente carecen de educación básica de calidad y no leen con gusto ni siquiera lo que por obligación escolar les toca.
Es tiempo de consolidar el cambio pensando más allá del primero de julio. “Yo soy 132” plasma la idea de un número, en el que, paradójicamente, cabemos todos. Reconstruir la nación, por lo visto, empieza por rejuvenecer. Juventud, hoy más que nunca, no es sinónimo de inexperiencia, sino de impulso vital; de ganas de transformar la realidad social de la mano del conocimiento universal. Motivación constructora que anhela el porvenir justo de la patria. De nosotros depende levantar un edificio de muchos pisos, y siguiendo a Enrique Dussel, para ello “hay que cavar muy hondo el fundamento”. Creo que en el fondo de lo que observamos como inédito en la vida nacional, se encuentra la añeja distinción entre súbdito y ciudadano. Con la diferencia de que ya nadie quiere ser lo primero.
Por Bruno Torres Carbajal. Estudiante de quinto trimestre de la Licenciatura en Política y Gestión Social de la UAM Xochimilco. 

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