domingo, 7 de septiembre de 2014

Amor al arte

Más allá de las montañas de Cuajimalpa, en el misterioso camino hacia la Marquesa, está su casa. Espacio donde cabe todo y todos son bienvenidos, la casa del artista es hogar en dos sentidos: familiar y taller. La familia que amamos y la república que nos ama, que cada día nos recibe con un abrazo a pesar de nuestro estado de ánimo.

El maestro saluda con la sabiduría de los que han vivido mucho y todavía se acuerdan. Sus anécdotas son aleccionadoras igual que sus consejos implícitos en cada una de sus posturas respecto a la vida que para él es feliz cuando se decide ser en vez de poseer. Si tú decides ser eres libre, pero si decides tener te atas a la terrible necesidad de querer siempre más. Filosofía para ti, para mí, para el que lea.

Filipo es su compañero fiel que hace las veces de guardián noble del espacio de creación del artista. Un artista, recordará siempre nuestro anfitrión, es quien crea y al crear propone, no espera que a los demás les guste lo que hace ni que lo compren. Se propone existir realizando su obra para él mismo. Y la interpretación cobra sentido cuando miras sus pinturas, grabados y esculturas. Cuando te sumerges en los surcos abstractos cuyo centro caracol te absorbe al punto de no saber si escuchas la calma del mar o los sonidos del bosque.

El maestro conoce el mundo. Contempló la Florencia de los años sesenta, viajó por Europa y encontró el amor en Venezuela. El folclor que inunda sus venas fue valorado por europeas y latinas quizá por ese gesto de paz que sin llegar a ser una sonrisa revela su grandeza de alma nómada y sedentaria en distintas facetas.

Abre un baúl de tesoros, carpetas en desorden que guardan bocetos originales, grabados, pequeñas grandes obras de arte, de todo.  Ahí redescubre autoretratos de antes, obras que no fueron plasmadas en otras dimensiones, que esperaron el momento de cobrar vida de nuevo en su formato original. Historias que se cruzan en la mente, como la de una pareja de novios que quiso regalar a los invitados a su boda obras de arte cuyo concepto rebasaba su intención original.

Dos personas que murieron pero no en santa paz, por tanto, no van directamente a la gloria o al infierno sino que flotan en un espacio intermedio. “En el limbo”, y todo lo demás cobra sentido. Una cortina divide un cielo de nubes pasivas del lugar donde nada está definido. La misma cortina dota de intimidad la escena en la que dos seres alados, probablemente ángeles asexuados, están a punto de darse un beso. Con los cabellos al viento, con una corona de pureza en la sien, con los brazos entrecruzados en un infinito que revela su eternidad. 

La cátedra continúa. El amor tiene varias connotaciones: sensual, fraterno, divino, platónico. El amor, cual Francisco de Quevedo, trasciende la muerte. Pero la novedad en el discurso del maestro es que trasciende para bien y para mal. El odio, mal que pese, es consecuencia del amor. Si lo trabajas vuelve al amor o al odio, a un eterno cambio de cancha sentimental. Sin embargo, también se esfuma y cuando eso ocurre solo queda la indiferencia. Mira alrededor de su estudio —muebles hechos bóvedas de emociones, paredes compañeras de eterno viaje— medita y afirma: Ahí sí duele.

Las lecciones que la vida escupe frontalmente no llegan de la noche a la mañana. Son la constante que se aloja en el pensamiento de a diario y nos empuja a decir o hacer lo que no nos atreveríamos de forma espontánea. Entonces, actuar valientemente parte la vida en dos, le otorga significado a las épocas, cierra ciclos, abre el panorama de los sueños hasta que todo vuelve a ser nuevo.

Pienso en las palabras del artista más allá de la gloria y el infierno, habitante de ese punto medio donde la vida se mira con tanta dulzura de fracaso, con tanto éxito humilde, que todas las aflicciones cobran sentido: Querer en la obscuridad es igual a poseer; amar, solo con la luz encendida para que todo el mundo lo vea. Tiene que ver con disfrutar donde estás y dejar de pensar en el resto.

Hago mi maleta, guardo las obras, extraño la soledad del caracol. Me pierdo en la lluvia, cada gota un recuerdo, la tarde grisácea mi ahora. La puerta se abre y camino.

Volveré, maestro, tenemos harta vida que pintar.


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