lunes, 3 de diciembre de 2012

Libros, libros y más sueños

Los rayos de sol iluminaban la ventana amplia del autobús al que se había subido cinco horas antes. Se despabiló pronto para admirar el hermoso amanecer del Bajío, región ignota de paso a la Perla de Occidente. Sus pensamientos revoloteaban y no se encontraba en el comienzo de su trayecto, el primero que voluntariamente realizaba solo. Lo mismo entonces que cuando llegó a Guadalajara a media mañana. Como Dios le dio a entender trepó a un camión que lo llevaría al centro de la ciudad. Y eso de aceptar consejos de cualquier peatón no es precisamente lo más adecuado, aunque cuando se tiene como única referencia la búsqueda en Google maps, es la opción.

Una hora y muchas cuadras después llegó al hotel donde reservó (otra vez guiado por consejos de la red) una habitación económica. Su sorpresa fue encontrar algo que en otro contexto llamaban "cinco letras", y en vez de sucumbir a la clásica escena de darse un manotazo en la frente, decidió aceptar su cruel destino. Afortunadamente, para él desde luego, la terminal de la recepción no servía y puesto que no tenía donde caerse muerto además del mar de crédito, partió sin rumbo fijo pero con un olor que espantaba a tres metros de distancia. Subió a un camión, éste menos cómodo que el anterior, y supo que se encontraba en Guadalajara (qué tal si todo era un mal sueño) cuando un sujeto con aspecto raro, dicho así nomás, se subió a vender el escapulario de san Benito XIV, en súper oferta que regalaba la oración especial, obviamente del tal Benito. Era tan efectiva su oratoria confesional, que no solo vendió varios, sino que lo terminó convenciendo de que México es católico por gusto, no por necesidad.

No surtió efecto la bendición del XIV ése porque apenas dos cuadras más adelante el camión le voló el espejo a un taxi. Parecía escena de gallegos. Nadie se ponía de acuerdo, además de que no se entendía lo  que hablaban, y los pasajeros... peor que espectadores de un  juego de golf. Finalmente tuvo que bajar, como todos los demás, sin goce de reembolso de pasaje, y tomar el primer camión que dijera algo parecido a cerca, en un lugar desconocido. Llegado a este punto sí se dio el manotazo. Cuando por fin se cansó de pensar sin coherencia, notó que a su alrededor había edificios más viejos que por donde estaba el motel. Maleta al hombro y mochila a la espalda, ya no aguantaba nadar en sus propios jugos; así que optó por el despilfarro. No tenía alternativa. Era eso o perderse en algún lugar de mala muerte, que también los hay, ahí. Cuando vio que sobresalía el "Eco" después del nombre de un hotel con facha de caro, se metió sin dudarlo. Ya dentro no lamentó tanto pagar el doble de lo planeado. "Bañarse es un lujo", pensó.

Tenía tanta hambre que se imaginó sus comidas favoritas servidas en la misma mesa después de haber jugado (lo cierto es que hace tiempo ni corría) fútbol una tarde completa. Comió pozole como por deber moral. Aquí conviene enunciar que en cualquier relato la única verdad está dada por la máxima "barriga llena, corazón contento". Si no, todo el relato toma un rumbo distinto, sesgado por la falsedad de que la comida es algo accesorio. Pues hay lo tienen, perdido pero contento porque ya comió. Subiéndose a otro camión, mirando a cuanta tapatía se le cruza por el camino y de repente, ¡ahí está! ¡La FIL ahí está! Fue a la capital de las tortas ahogadas porque quería empaparse de la cultura del libro. Consecuencia, claro, de que se había convencido que los libros hacen mucho más que dejarse leer. Los libros transforman la vida de los seres humanos, la hacen noble, la dotan de significado, la determinan a cumplir sueños.

La escena magnífica, la gran entrada, la muchedumbre pululando. CHILE, se lee en el primer pabellón, el de bienvenida. La paradoja consiste en que el país invitado se convierte en el anfitrión de la máxima fiesta de letras de hispanoamérica. Y más adelante, las avenidas, las calles, los callejones y las plazas, la gran ciudad de los libros hermoseando lo que sin más es un galerón gigantesco. Luego de haber pensado que era mejor volver por el mismo camino por donde llegó (sobre todo en las primeras dos horas de su estadía) se dijo que había valido la pena. Fue a la sala de prensa, tomó del clásico café que de tan malo sabe sabroso. Anunció en su perfil (cómo no hacerlo) su buen estado físico y mejor mental, para luego presenciar algunos eventos. Hasta aquí, el narrador de este relato lo había acompañado con reservas. Es conocido el mal genio que tiene; dicen que a veces ni él se aguanta. Pero parecía muy contento, viendo libros, oliéndolos, tocándolos. En fin, su capacidad de asombro puesta a prueba cuando creyó haberlo visto todo horas antes, en el amanecer aquel que destellaba en sus pupilas cafés por entre sus párpados cansados.

Solo resta añadir que, ese mismo día, el pesimismo lo hubiera derrotado frente a un televisor o monitor, o un televisor que funciona como monitor. El optimismo lo hubiera llevado a imaginarse todo lo que estaba viviendo, pero solo a imaginárselo. Pero la realidad, mucho mejor que cualquier 'ismo', lo tenía ahí, ejercitando los párpados en las páginas de miles de sueños... que si te propones leer se hacen realidad.

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