Para
nadie es un secreto que la sucesión de los gobiernos federal y estatales en
México no inicia con los tiempos marcados por la ley electoral. La sucesión
empieza un día después de la elección anterior. Por ello no debería llamar a
asombro los destapes a nivel nacional y en Oaxaca, donde después de la elección
intermedia del siete de junio la correlación de fuerzas cambió. El PRI ganó en
siete de los 11 distritos federales en disputa. Con todo y las protestas que
devinieron delitos del magisterio alineado en la CNTE, las elecciones en Oaxaca
se llevaron a cabo. La nota es elocuente tomando en cuenta el entorno de
crispación social previo al primer domingo de este mes. La presión ejercida por
la coordinadora recordó a muchos los tiempos aciagos de 2006 cuando se tambaleó
la autoridad constitucional de Ulises Ruiz.
La
nueva composición del Congreso pone de relieve dos cosas: por un lado, que el
partido en el gobierno de la república junto al mercadotécnico Partido Verde y
Nueva Alianza, lograron una mayoría simple que les permitirá un buen margen de
maniobra a la hora de obedecer los dictados de Los Pinos; por otro lado, la
fragmentación de la oposición, dividida y derrotada, con una falta de rumbo que
contrasta con la decepción generalizada de la ciudadanía hacia la clase
política. El abstencionismo en Oaxaca prueba esta hipótesis, mientras que a
nivel nacional fue de 53%, en el estado alcanzó más del 58%; de un total de 2
millones 30 274 votantes solo votaron 849 046.
El
PRI perdió la capital del estado, la joya de la corona de estas elecciones, por
un estrecho margen. Francisco Martínez Neri, quien fue un buen rector de la UABJO
se impuso a Beatriz Rodríguez, secretaria de Turismo en el sexenio de Ulises
Ruiz. Es la segunda vez que pierde una elección, después de haber buscado la
presidencia municipal sin éxito en 2010. La efervescencia por este distrito es
un botón de muestra de la elección en Oaxaca: un alud de acusaciones por compra
de votos; violencia infundada de una minoría radical que amedrentó a la ciudadanía;
pero sobre todo un vacío en el debate de las ideas sobre el papel que debe
cumplir el representante popular oaxaqueño en la nueva legislatura. Son pocos
los candidatos que aspiran al cargo por la trascendencia de legislar antes que
por el reconocimiento público de ir a San Lázaro de paseo.
A
nivel nacional, las elecciones dieron pie a dos destapes que incomodaron la
gira que el presidente realizó por Italia en días pasados. Margarita Zavala
cambió su aspiración de dirigir al PAN por la de ser candidata presidencial en
2018 con todo el apoyo de su esposo, el ex presidente Calderón, extraviado en
sus ambiciones de retornar al protagonismo político como si nadie recordara el
estrabismo de su gobierno respecto al problema del incremento de la violencia
relacionada con el crimen organizado y el narcotráfico. Por otra parte, Miguel
Ángel Mancera declaró que si la gente se lo pide, una salida cómoda, aceptará ir
por la grande y mantuvo firme su posición de competir como un ciudadano más,
aunque en la Ciudad de México esté más ocupado en la grilla que en la buena
administración. Estos destapes ponen de manifiesto el cambio de la cultura
política mexicana que precisamente ya no estima “tapar” al bueno como augurio
de éxito, sino que demanda publicitar muy anticipadamente aspiraciones débiles
como apuesta de sobrevivencia política.
En
Oaxaca la sucesión también arrancó. En el PRI la elegibilidad de un candidato
pasa necesariamente por la disputa del control interno que desde hace tiempo
mantienen los últimos ex gobernadores. La conciliación parece difícil pero los
resultados electorales siempre han sido un fiel de la balanza aceptado. Las
lealtades en la nueva bancada priista oaxaqueña pesarán mucho en la definición
de un candidato, pero no tanto como la simpatía del primer círculo del
presidente de la república, quien tiene a dos “tapados” dentro de su gabinete
ampliado, quienes dejan verse complacidos cada fin de semana en la entidad.
Lo
que se mira muy difícil en los demás partidos es la capacidad para articular
una coalición efectiva que compita nuevamente con miras en un proyecto superior
a las ideologías fragmentadas. En la era de la posmodernidad las ideologías son
bonitos símbolos para colgarse en la solapa. Los oaxaqueños esperan de los
partidos políticos soluciones a sus problemas antes que elucubraciones sobre el
sentido de organizarse y defender posiciones a ultranza. Después de esta
elección el PRD disminuyó su atracción de votantes mientras que MORENA creció
de forma importante. El PAN prácticamente desapareció del estado. La pregunta
es, ¿cómo movilizar a la sociedad en una alianza disímbola sin el gran
liderazgo carismático de Gabino Cué en 2010? No hay en este momento un
candidato viable para tal alianza, pero eso no impide que varios alcen la mano.
A fin de cuentas, el juego del destapado ya comenzó.
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