viernes, 24 de febrero de 2012

Hotel boutique

Sumergido en un sopor involuntario que prolongaba la agonía de la incertidumbre, soñaba con rodearse de un montón de personas con las que convivía a diario por las calles, avenidas, plazas, parques y auditorios donde hacía su vida pública. 

Sobre todo con las mujeres jóvenes que siempre parecían frescas y despreocupadas; más bien entretenidas en pláticas sobre cualquier cosa; ajenas, eso sí, a las crisis existenciales de un sesentero promedio. En fin, ya no podía escapar de la rutina tragicómica de todos los días, sin embargo, podía tomar el lado amable de las cosas. Convivir para aprender, y aprender a convivir. En medio de las cavilaciones de una mente abrumada, que al mismo tiempo se sentía lo bastante vacía para encaminarse a recordar, levantó el teléfono, consciente de las implicaciones económicas, para hablar con alguien que le recordara algo de los momentos gratos que alguna vez había vivido.

La voz irreconocible. La ligera amabilidad en el saludo. Y después el reconocimiento mutuo. El saber que finalmente se es amigo o no se es; como un enemigo privado le había señalado alguna vez. 

Supo que saludaba a alguien que lo conocía bien y al mismo tiempo nunca había congeniado realmente con él. Su carácter era una especie de repelente para alguien con una soberbia muy bien guardada, que luego de algunos años se había tragado a fuerza de golpes. Así desahogó pormenores acerca de la escuela y el trabajo, jamás intimando más allá, puesto que parecía ver reducido al trato superficial ese recuerdo tangible. 

Derivado de un asunto de esa índole: superficial, se acordó de que compartieron un momento bonito. Algo digno de recordarse más allá de un año después (a punto de cumplirse). A él lo habían premiado por sobresalir en alguna disciplina onírica, y junto con ella acudió a la cita del festejo. Sucedía en una de las calles más recónditas de su ciudad favorita, la que siempre confundía con la Europa más rancia que solo conocía por imágenes. Era un hotel boutique de nombre burgués. Comían platillos típicos en una atmósfera de soberbia notoria y vergüenzas restringidas. Así volvió a saborear en el paladar el sabor a una copa exquisita de agua de no sé qué. Era caminante designado ese día.

Luego de algún reclamo por ocupar un lugar más cuando la invitación era personal e intransferible, esbozó la razón de matrimonio como justificante. La señaló como su prometida y ello limó toda aspereza que podía causar la presencia de un asiento más en las condiciones de un lugar de alta alcurnia, si es que este término es entendido por alguien en aquel remoto lugar. 

La convivencia se perdió entre su aferrado interés por encontrar algún interés en los interesados ojos de su compañía. ¡Vaya absurdo! Pero es que comenzaba a sentirse solo por esa época. De por sí no tenía un programa de salidas como la mayoría de los de su edad. Su vida le resultaba tan monótona ahora como para no sentirse mal cuando ella se desapareció enfrente de él con quien sí era su compromiso. 

Abandonado en el centro de la ciudad, no tuvo más opción que caminar sin rumbo hasta que, por algún destino, llegó a recoger sus cosas al hotel donde se quedó en su propio pueblo. Así de extranjero empezaba a ser y ya era. Desplazado de la que había sido su tierra y sin encontrarse en ninguna parte. Después de todo no lo afectaba la polémica sobre su nacionalidad local como sí lo hacía la impotencia de conocer y estar con alguien que llenará sus anhelos en aquel momento.

De poco servía lamentarse ahora. Las cosas en su vida estaban escritas en función del siempre imposible cambio del pasado. Pero la prospectiva seguía sin estar clara. Por ello, decidió escuchar música y dejarse llevar por una historia que hablaba de amor y desamor, mientras la cantaba un sujeto histérico, al que muchos acusaban de soberbio, que vendía cara su presencia inmutable de sonrisa perfectamente impostada. 

El ejemplo de un hombre muy probablemente vacío en cuanto a sentimientos y afectos, que aparentaba muy bien ser el arquetipo de éxito en varios aspectos de la vida en sociedad actualmente. Se divertía con la psicosis colectiva de un concierto donde convergían, con mayor seguridad, toda clase de pensamientos. Como si la gente se olvidara de todos sus problemas, frustraciones, infortunios y un largo etcétera por al menos noventa minutos que valieron lo que cuesta mucho dinero. Hace tiempo que no disfrutaba un concierto con las características que observaba, más bien se había acostumbrado a la solemnidad de la música dedicada a una sola tradición y que cumplía fines de antemano conocidos. 

¿Qué seguiría después de esa cita? Quién sabe. En realidad, preveía volver a su cuarto, cada vez más tirado, según comentaristas. Quizá se perdería nuevamente en los trascendidos del internet, que cobraba cada vez mayor importancia para su desolada vida. Lamentable era tener amigos e incluso mejores amigos de fotografía, pose, apariencia y enredo tecnológico. 

Fuera de eso, era fácil mantener una relación del tipo: cinco horas a la semana por medio de una pantalla, cinco minutos a la semana en un encuentro personal. Que lo hastiaba la situación, sí. Que no se consideraba capaz de revertir el statu quo, también. Ya no después del fracaso de una noble empresa, que, con sus matices, había representado mucho para él. 

Sabía que tendría que amanecer en algún momento. Sus ojos brillarían en el despertar de un nuevo día. Pero no creía que fuese pronto. No ahora que volteaba para donde fuera con tal de encontrar a alguien dispuesto a mirar las cosas más o menos con el mismo matiz, y sólo se daba de topes con cualquier pared. En serio se había tragado por completo la idea de que le hacía falta una novia, o en su defecto una amiga lo bastante cercana para compartir con ella escenas inolvidables. 

Desistía de enfrentar la frialdad del mundo pero no tenía a dónde escapar. Quizá le quedaba el hotel caro, ese del que guardaba un buen recuerdo. La cuestión no era qué, dónde, cómo, por qué, para qué, simplemente con quién. Y eso nadie lo sabía.

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