domingo, 12 de febrero de 2012

Lo que el viento no se llevó

Abrazados a mitad del camino, en medio de avenidas concurridas que lucían mucho menos pobladas en la madrugada, entendían su circunstancia. Poco a poco la noche les había revelado varios secretos que no previeron cuando se dirigían a la fiesta de despedida (insisto, si cualquier despedida puede ser considerada como tal), de una amiga entrañable en la medida que reciente. Peculiar en su forma de actuar, con buenos modales a prueba de balas. 

Los más recientes días habían estado, más que nublados, profundamente grises. Ya no recordaba el azul intenso de hace poco, cuando vacacionó en su provincia. Ahora se encontraba bajo el mismo cielo que ella, pero padeciendo los pardos colores de las mañanas, tardes y noches, que si no lo deprimían, contribuían a que cualquier motivo fuera propicio para llorar. Sabemos que su carácter en apariencia fuerte sucumbe ante los más variados temas, sin menoscabo del realismo con que se emparenta con la circunstancia ajena. La que hoy es propósito, meta y misión.

La sombra reflejada en la pared del departamento se diluía entre tanto ruido y ajetreo de personas yendo y viniendo en unos cuantos metros cuadrados, que lo mismo servían de pista de baile, conversatorio, comedor, sala de estar y hasta fila de espera. No obstante el poco espacio, el bombardeo de recuerdos de tiempo atrás al notar la presencia de algunos entes demasiado racionales a su parecer, lo llevó por caminos inhóspitos en una noche que pintaba para ser todo menos eso.

Y es que el enamoramiento lo atrapaba en melancolías que también se disiparon en cuanto observó la presencia del príncipe azul de su doncella itinerante. Antes de dejarse llevar por la desesperación de saberse inmerso en varias horas de celos rebeldes y obsesiones vanas, decidió disfrutar la ocasión. Pocas veces ya, salía a reuniones de esa índole. Y no es que se hubiese jubilado de las celebraciones casuales que reúnen personalidades disímbolas, lo que siempre ha disfrutado. Simplemente el tiempo ha transcurrido muy rápido de unos meses para acá. La incertidumbre al acecho ha minado su escasa sociabilidad.

Los días pasaban con la tranquilidad aparente de un año que apenas comienza y, sin embargo, parece haber terminado un día antes. Es como si el ayer fuera el medio día de hoy que ya es mañana. Así de complejo el panorama del tiempo y del clima, que son cosas bien diferentes, caminó desde varias cuadras atrás de la parada habitual del camión en el que se transportaba a la escuela. Durante una hora estuvo papando moscas en la avenida que rodea la ciudad de un extremo al otro, porque la lluvia no cesaba. Algo raro sucede en esta ciudad donde reside, puesto que no es normal que el natural hecho de llover lo descomponga todo. No ya nomás el tráfico vehicular, sino el ánimo en general. Éste es inversamente proporcional a los “viernes de quincena” que exacerban la autoestima de los asalariados todos. Incluyendo al personaje de esta narración algo inverosímil. 

Antes de ingresar a las instalaciones universitarias comió un taco de cualquier cosa en un puesto ambulante. Al grito de “barriga llena: corazón contento” se dirigió al aula, donde solamente palpó el silencio y la soledad; amigos éstos inseparables. Encontró, luego, en la cafetería, a sus compañeros de clase, que le dijeron que su profesor no había llegado. De repente, tres horas innecesarias de traslado bajo un cielo triste.

Acostumbrado como estaba a no dejarse llevar por las apariencias y mucho menos sorprenderse por algo inaudito, veía la alegría a flor de piel en la niña cuya inocencia se miraba a una milla. Alegría en el sentido más amplio. Puesto que era una especie de felicidad inducida por la bebida, quizá el estimulante más común en estos tiempos, además de las drogas que ahora usan para argumentar sin éxito la guerra en aquel país desgraciado. La chica mayor había pasado de la risa al llanto para volver a sonreír forzadamente a la hora de despedirse. Profesionista de las normas de trato social que hacen a uno quedar bien ante las personas más finas de lo que hemos llamado sociedad. Sea alta, mediana o baja; niveles o razas que vaya usted a saber quién impuso y cuándo lo hizo porque dicen que con eso ya se nace. 

No es como que uno decida zafarse de la cadena de delegación de actitudes que incluyen reconocimiento y desprecios. Precisamente, una avezada reflexión sobre este contexto lo condujo a llorar repetidas veces. Tan incomprensible le parecía el sistema de los hombres para vivir juntos porque la “comunidad” era un asunto, por así decirlo, elevado y por ende no compatible con la aglomeración que lo fastidiaba. En cuanto a concepto la admiraba, pero no es que se sintiera parte de alguna. Sólo de oídas sabía que existía.

Por afición y también por imitación, honestamente, tomaba fotos según la inspiración que, como cuando escribía, parecía llegarle sin previo aviso. Algunas eran objeto de críticas mordaces y otras tantas sobrevivían al ojo exigente para convertirse en bellas estampas de la realidad. No obstante, concebía el ejercicio de retratar cosas y personas como un asunto bastante personal. Una distracción que involuntariamente arrojaba convicciones, propuestas, visiones, de la totalidad. Tenía, pues, un rasgo más en común con el compañero de viaje que muchas veces caminaba junto a él hablando de cualquier asunto o guardando silencio para dejar que éste hablara por sí solo. Estos días daban a su vida un toque definitivo, al pensar que la existencia puede terminar de un momento a otro (obviedad que sin embargo cobraba realismo), y uno nunca sabe cuándo será el último saludo que dé o el último abrazo que sienta. 

Así, no resultaba extraño que mostrara su afecto sin miramientos, a contracorriente de los prejuicios de un mundo egoísta que, con mayor fuerza, reducía las expresiones de corazón a la monotonía de: ¿cómo estás?, bien. Harto de tanta simpleza se proponía demostrar a los demás lo importante que eran. Cualquiera fuera el escenario que viniera, se complacía a sabiendas de que habría dicho todo lo que sentía su corazón.

En suma, su vida discurría por llanuras solitarias, a la espera de encontrar un valle florido. Sabía que las posibilidades de hallarlo eran escasas, pero de por medio estaba la firme convicción de no vivir conforme a este tiempo destructivo, sino pretender la eternidad como prospectiva. Tal vez ese valle no estaba lejos; quizá ocurría que se había detenido innecesariamente, explorando los yermos paisajes actuales. Pero como sea, cabía un propósito en el páramo que habitaba. Lo supo cuando desahogó las penas en ese abrazo sincero, en el gesto hermoso de la bondad reflejado en una amistad épica, de esas que se perdieron entre la publicidad y ficción de un mundo desbocado. Al amanecer de un nuevo día, había recordado las líneas que el poeta nos legó:

‎"Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”.

1 comentario:

Lisania Esteva dijo...
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