martes, 7 de enero de 2014

Sobreviviente de avenida

2013 fue un año de transición. No me refiero a un acontecimiento político sino a un devenir personal. Para mí el año que pasó me convenció de una vez por todas que olvido demasiado pronto los acontecimientos del año mismo. Suena extraño, pero no lo es tanto. Me refiero a que cada que recuerdo los sucesos más importantes para mí, me pierdo en las semanas, meses y años, de tal manera que termino por olvidar si ocurrieron hace un año o la semana pasada. Esto en general. Hay desde luego momentos que recuerdo claramente. Uno de ellos sucedió en septiembre de 2013. 

Cuando uno se pregunta por las cosas trascendentes de la vida debe mirar primero a la gente que quiere, después a las cosas que quiere, y por último a las que tiene. En un mundo cubierto por el velo de la inmediatez, en el que con preocupante dependencia vivimos atados a un teléfono celular o una computadora, deberíamos aquilatar el peso de la presencia física de quienes nos rodean. Sobre todo cuando se sufre un accidente que, por así decirlo, te pone a reflexionar sobre lo que realmente importa. 

Mi rutina diaria tenía momentos para correr, nadar y andar en bicicleta. Hacía lo último cuando por torpeza choqué con un taxi. El accidente ocurrió en Paseo de la Reforma, enfrente del Four Seasons y de la Torre Mayor. Faltaba más, si hasta para accidentarse hay que tener estilo. Y ahí estoy yo, sentado en la banqueta, junto a mi bici, que no es mía, es del gobierno, y ahí está un señor preocupado porque conducía en un carril indebido y también, no podían faltar, ahí están los policías de esta ciudad que de vez en cuando cumplen con algún deber. Estaba adolorido pero lo suficientemente consciente como para pensar en irme a mi casa. Pero no, el dolor aumentaba a medida que despejaba las ideas fatalistas de mi mente e intentaba pararme. 

Lo que siguió es digno de recordarse solo como una anécdota de sobrevivencia. Una ambulancia llegó, dos paramédicas bajaron y me atendieron, me llevaron a un hospital, ese sí, de mala muerte, por el norte de la ciudad de México, donde, al ingresarme, no podía faltar la picaresca del seguro social, se les cayó el sistema. Mientras llovían mentadas de madre por parte de pacientes instalados en campamento en la sala de urgencias del Magdalena de las Salinas, acostado en una camilla por la que vaya usté a saber cuántos cuerpos han pasado, medité en el valor de estar en este mundo más allá de las preocupaciones por ser alguien. Existir... el privilegio de existir. 

Al hospital llegaron amigos y familiares, en ese orden. Aunque lejos de mi hogar, desde hace tiempo tengo una familia aquí, y mi concepción de familia ha cambiado mucho, ahora creo que puede ser incluso una sola persona. Mi familia o mi persona en la ciudad de México hizo frente a la tramitología para que yo recibiera atención médica, mientras a mí me revisaban descartando costillas rotas y concluyendo que mi problema era menor. Unas horas de observación y usted será dado de alta, joven. No podemos darle más que un día de incapacidad, ya ve usted, joven, como es esto. 

Volver a la vida es una sensación que inicia desde el momento en que ves un auto acercarse a toda velocidad a ti y piensas: ya valí. Pero solo varios días después comprendí el significado de volver a la vida que pasa obligadamente por replantear los objetivos a futuro. Mucho tiempo medité en mi futuro desde que era niño. Hoy, con 24 años a cuestas y un porvenir más bien pendiente, no me obsesiona pensar qué será de mí mañana o dentro de 10 años. Lo que sí me preocupa es que soy justo ahora que escribo estas líneas. En qué me he convertido con el paso del tiempo que se detuvo durante unos segundos cuando el año pasado mis ruedas y las de un desconocido se encontraron desafortunadamente y a hora pico. 

Creo que sobrevivir a un año como 2013, con esos cabalísticos últimos dos dígitos, que nunca he entendido por qué lo son, tiene su mérito, tanto más cuanto los daños fueron casi inexistentes. La probabilidad de morir en una ciudad como ésta debe ir en aumento o es que ya crecí y antes no me daba cuenta en qué DF vivía. En cualquier caso, he transitado de mentalizar el futuro a existir con la absoluta seguridad de que puede esfumarse cuando menos me lo espere. Y por ello doy gracias a Dios, a la vida, al destino que, en el peor de los momentos, me recordó la importancia de sonreír gratuitamente a los demás. Especialmente a mi familia. 

2014, creo y apuesto, será un mejor año. 

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