martes, 4 de septiembre de 2012

Atardecer

Anhelaba dedicarse a lo que apasionaba sus mañanas y decaía en sus noches. Sin embargo, no estaba tan claro qué era. De niño dijo alguna vez que quería ser piloto aviador del ejército, pero movido por el buen nivel de vida de una tía que lo consentía, comenzó a anunciar que dedicaría la vida a la medicina, con alguna especialidad en cirugía plástica. Ahora, en medio de la remodelación de la oficina burocrática donde se le iban ocho horas de vida de lunes a viernes, empezó a decir que quería ser marinero.

No se refería a los marineros que sobre todo en los últimos años se enfrentan a una amenaza para el país, como no ha dejado de decir el presidente que sale en la televisión. Más bien, hablaba de marinero como quien habla de alguien que vive cerca del mar y trabaja haciéndose a la mar. Alguien que debe de nadar muy bien para salir adelante en su lugar de residencia, que come con frecuencia pescado mientras observa atardeceres en HD. Pues bien, ese ideal de vida se veía lejos, pero no imposible para Pedro José.

Su juventud se le había ido en la turbulenta ciudad capital, lugar de todos sus encuentros. Ahí había conocido a Sebastián, compañero de la universidad, quien pronto se ganó su afecto a base de nada. Y es que en realidad su amistad había surgido del puro gusto de convivir. Si se mira bien, ellos no tenían mucho en común, provenían de latitudes lejanas y crecieron rodeados de ambientes diferentes, pero ahí estaba, un lazo que se había creado y fortalecido en apenas tres meses. Hoy, ese lazo era lo que llaman "historia antigua".

Mientras Pedro José se encargaba de la rutina diaria y poco hacía fuera de pensar mucho, el buen Sebastián se ocupaba de sus propios problemas pero con mayores horizontes de solución, con mayor nivel de goce, con más libertad. Sus diferencias no tuvieron un origen como tal, pero parece que la vida orilló a ambos a una especie de alienación, en la que cada uno buscó una manera lejos del otro para superarla. Se volvieron prescindibles, cuando ya no se entendían si no se llamaban hermanos. Es triste decirlo, pero así era.

Hoy tenían una cita con el destino. Quedaron de verse a eso de las seis. No es claro que sucedía en esa estación de tren. Era como si la chispa de siempre en los ojos de Sebastián pudiese romper de tajo cualquier pasado digno de no recordarse. Al fin, siempre fue el gesto sincero, la mirada limpia, la sonrisa amable, lo que llenó de espontaneidad su amistad. Y es que, hay que admitirlo, Pedro José quiso navegar por primera vez el día que conoció al capitán. Así le decían a Sebastián.

1 comentario:

ENR dijo...

Hermoso. Esas amistades que andan por los senderos, que se encuentran, que nunca se pierden porque jamás se desencuentran. Abrazo joven escritor.