sábado, 5 de enero de 2013

Deshilvanado

Un nuevo año empezó para Mateo. Tan aletargado en el tiempo, se encontraba ahora tratando de disfrutar cada instante. Tarea nada fácil para quien generalmente se la pasaba como mirando hacia el infinito. Ahora lo recorría de cuerpo entero una especie de repudio por el tiempo. Deseaba que dejara de correr, se instalara frente a él, y de una vez por todas saldaran las cuentas pendientes. Porque después de 23 años y tantos agravios, no podían seguir viviendo en la indiferencia.

La reconoció sin verla. Apenas cuando entró en aquella casona abandonada a su suerte, en medio de un bosque venido a menos a causa de la tala clandestina. Pero ahí estaba ella como siempre, apacible, amable hasta en el más mínimo detalle. Y entonces platicó con ella. Lo hizo de todos los pendientes que el maldito tiempo se había llevado consigo corriendo. Descubrió el mismo temperamento que antes, pero con ese asterisco que indica: las personas no cambian, se ablandan. Así que escuchó detenidamente todas las actividades del aquí y ahora que llenaban la vida de una mujer que no perdía atractivo con el paso de los años. En cambio, cada vez mostraba más esa faceta tan linda y madura que lo entretenía tanto.

En la otra cara de la moneda, la de volver a la fatal rutina que esclaviza y en contra de la que había escrito ya más de un tratado, su situación parecía ir de igual a igual. Y eso es lo triste y decadente del asunto, que no pudiera ir, como los optimistas sueñan, de peor a mejor, o siquiera de mejor a peor, para tener una razón que echase todo por la borda, pero no, la cosa es que los días involucionaban con una especie de calma chicha personal, que lo mismo se perdía en callejones lúgubres que en medio de centros comerciales que lo absorbían por completo aun en la compañía más total; síntoma de un redescubrimiento pasajero, pero de un vuelo que no iba a ningún lado.

Volviendo a la realidad concreta, la de buscar otro lugar donde vivir, uno mejorado en algún aspecto, la tarde se desvaneció. Perdido en alguna calle de una colonia del todo perdida en la gran ciudad, se resfrió nuevamente. Era terrible pensar en recaer. La última vez lo llevó a un lento y prolongado sufrimiento de varios días. Bueno, quizá exagero. Pero él se quejaba mucho de esa situación, lo que empeoraba las cosas. Y es que quejarse siempre lo empeora todo. Aun cuando las quejas sean legítimas. El problema no está en esto, sino en que desgastan en extremo. Llevado por esa lógica, no se quejó de la calle algo insegura donde se ubicaba el nuevo hogar.

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