domingo, 2 de junio de 2013

Sobre el derecho a llorar


¿Por qué la mayoría de las personas no llora delante de los demás? ¿Por qué la mayoría de los hombres no llora delante de los demás? ¿Por qué hay una auto reprensión de hacerlo en los hombres?

Llorar es mostrarse vulnerable; es mostrarse débil a costa de las emociones. En el mundo de hoy es raro que la gente llore públicamente. Llorar se ha vuelto vergonzoso para algunos. Si bien es una reacción natural del organismo humano, expresa cómo el medio afecta de algún modo al sujeto. Y lo cierto es que este modo generalmente es negativo. Son más las situaciones en las que las personas lloran por sufrir, que por gozar. 

En este contexto, cobra relevancia defender el derecho de la gente a llorar, condenado tantas veces por las normas de trato social, que especialmente en el caso de los hombres, rechazan el hacerlo públicamente. Hay canciones que dicen que no debemos llorar, pero también existe una cultura basada en los prejuicios de que los hombres deben mostrarse fuertes ante cualquier circunstancia. Algunos relacionan esos prejuicios al denominado "machismo", que en México se asocia además a la violencia intrafamiliar que tanto daño a causado en nuestra estructura social. 

Sea por la cultura machista o porque los estereotipos de hoy en día enseñan que el hombre antes que ser sensible, debe ser fuerte, lo cierto es que contener los sentimientos no siempre es sano. Creo que la acumulación de ellos llega a provocar graves consecuencias en forma de impulsos violentos de las personas,. No se trata, pues, de tragarnos el coraje, el odio, la tristeza, la traición, el desamparo, la nostalgia o la soledad. Al contrario, no deberían ignorarse las situaciones de la vida que nos afectan, que nos vulneran y a veces nos superan. 

Llorar es, ante todo, un acto libre. Quien no es esclavo de sus emociones, llora. Cobra relevancia hacerlo en tiempos particularmente violentos para nuestro país y el mundo. La economía de libre mercado ha propagado la idea de que la felicidad consiste en el bienestar individual; que es el individuo, en última instancia, quien modela el comportamiento del mercado. La hegemonía conservadora propaga esta idea por todos los medios posibles. Y creo que es una mala noticia para nuestra Humanidad, porque de fondo el problema es de convivencia. De ninguna manera la convivencia humana puede ser amenazada por ninguna bandera. Y de ningún modo esa amenaza debe restringir el derecho de los hombres a expresar sus emociones. Por ende, llorar debería ser incluso un acto de protesta y rebeldía en contra del sistema, así como una contribución a reencontrarnos con nuestro ser más humano. 

Estas líneas pueden ser meros cabos sueltos. Hilos sin hilar diestramente como para constituir un artículo que forme opinión. Sin embargo, mi motivación es sobre todo una preocupación por la civilización humana, que cada vez más, muestra actitudes frívolas frente a situaciones que ameritan corazón, que requieren mucha alma para poder entenderse, porque de ningún modo la razón es suficiente para comprender la realidad. 

En mi entorno próximo, soy dado a manifestar abiertamente mis emociones, sin pena, o mejor dicho, sin tanta pena. Considero insuficiente el compadecerse de los otros, el sentir lástima. En cambio, me insto a buscar la empatía aun en los casos más difíciles. Creo que en la ambición de conseguirlo, de actuar con empatía, me ha ayudado mucho contar con un amigo cercano; el único. Con él, he discutido muchas veces de esto, aquello y lo otro. Le he compartido mi visión del mundo y le he insistido que convivir representa para mí un proyecto de la mayor importancia. Que no basta con estar juntos si no compartimos el mismo sentir, si no soñamos con la misma vocación que podemos cambiar al mundo. 

Él cree que yo soy afortunado de sentir mucho lo que sucede a mi alrededor, con todo y sus claroscuros. Hace poco, por ejemplo, me dijo que no fuera a llorar cuando partiera de viaje, porque me iba a ver mal. Y escribo estas líneas un tanto como justificación a ese reflejo emocional que considero no planificable. Como le expliqué, lo valoro por ser espontaneo, y creo que es necesario volver a esa espontaneidad. Dejar de aparentar delante de los demás; de ser una presentación ficticia de lo que nos define en toda la extensión de nuestra persona. Admito que no lloré en la despedida, que contuve, no sé si controlé, mis emociones. Pero más temprano que tarde, sí lo hice, no porque las emociones me dominen, sino porque era necesario liberar el corazón. Quería ser consecuente con mi humanidad. 

Insto a los demás a serlo, que quizá a todos nos falte llorar un poco más delante de los demás; que quizá a todos nos falte un mejor amigo en el mundo. Alguien que aunque no siempre nos comprenda, siempre hará su mejor esfuerzo para ello. 

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