viernes, 18 de febrero de 2011

Resabios al atardecer

Azotó la puerta de la embajada y tomó rumbo hacia el sur. Al pasar junto al edificio más grande del país se sintió tan pequeño que le dio miedo vivir en un hormiguero. Ese día estaba decidido a manifestarse en contra de la violencia, no importaba que fuera sólo yendo solo al campus universitario. Así que tomó su bicicleta y, más que andar, corrió hacia la estación del tren verde. El viento era desfavorable para él y el tráfico más. Con todo, los riesgos parecían más normales ahora. Desde que inició el año ya pensaba en vivir en Tokio o Nueva York para probarse en serio.

Dos personajes: el popular deportista y el loco intelectual. Ambos se encontraron por él, los tres querían compartir una velada de debate sobre las ocupaciones de la gente. Así que optaron por vodka y jugo de arándano para aflojar la lengua y expresar sinceramente sus ideas. Por alguna razón, cuando bebían se mostraban diferentes y positivamente más divertidos. Encontraron interesante la atmósfera e inauguraron el departamento de tres por tres de la casa. Con ánimo festivo sirvieron y se rieron del encuentro no tan casual, no tan planeado.

Recordaron a personas de antaño, las que en la prepa hacían amena la burla y expiaban la culpa colectiva. Así compartieron historietas del pasado y plantearon la prospectiva en torno a los intereses políticos del anfitrión. El mismo que siempre discutía de "derechas", "izquierdas" y noticias de última hora. Le gustaba el vértigo que adquiría su vida a medida que avanzaba en edad, conocimientos y relaciones. Ahora sí tenía cosas que hacer toda la semana, aunque disfrutara poco hacer algunas. En general, se sentía como cuando uno mira un vaso y no sabe si está medio lleno o medio vacío.

Pero aquella tarde estaba triste. Notaba una ruptura entre su antes y el ahora. Observaba que sus seres queridos no eran inmutables y se enfriaban con la madurez. La espontaneidad que tanto disfrutó en sus primeros años había cedido ante la apatía y molestia de buena parte de quienes le rodeaban. Por ejemplo: su compañero ya no era tan amable y atento como antes; su amiga que se quedó en aquella tierra parecía saturada por sus ocupaciones y apenas prestaba atención a la conversación por internet. En fin, veía desmoronarse una construcción personal de varios años. Se sentía solo en el hormiguero, acaso la atmósfera de los sitios que frecuentaba era sombría.

Finalmente, no podía quedarse sin hacer nada. Alguna solución al problema debía existir. Pensó que tratar muy bien a quienes notaba indiferentes podía contribuir, a lo mejor con sonrisas y algún detalle mostraría el mejor lado de las personas. Y se cuestionó otra vez los porqués de la incondicionalidad y la reciprocidad. Ya no creía en la gratitud pero sí en la solidaridad que, sin embargo, se escondía por las circunstancias que libraba. 

Dos botellas de vodka liberaron una reflexión profunda en la consciencia del analista. Atardecía en la ciudad y la semana fenecía. No tenía qué celebrar aquel día y tampoco una razón de peso para lamentarse pero simplemente los resabios hacían acto de presencia en una tarde que olía a alcantarilla.

Quizá los chilaquiles de la mañana o que se rompió, sin intención, la puerta en la madrugada.

1 comentario:

Sanders dijo...

Del otro lado de la pantalla un buen amigo a su tiempo le dará mejores melodías para pasar mejores veladas con los compañeros :)