lunes, 7 de febrero de 2011

Los motivos ocultos del discurso culto

El discurso del príncipe impactó a más de uno en el auditorio. Al finalizar su intervención se le acercaron a presentar propuestas de trabajo formal e informal cuestionando si a pesar de su juventud él había redactado el bello texto que recriminó a los Generales presentes su papel en una "guerra injusta".

Su fin de semana estuvo marcado por la cultura local y la confrontación de su vida provinciana con su vida capitalina; el antes y el después fueron objeto de pensamientos profundos que involucraron a la persona que durante mucho tiempo había robado su tiempo y espacio en un ejercicio constante de esperanza. Desechó la idea de buscar la amistad secundaria y se planteó dejar hacer y dejar pasar.

Se fue de fiesta con una amiga de los concursos de discursos retóricos aunque parece redundante ponerlos en estos términos. Bailó también en compañía de la novia y uno de sus mejores amigos. Ya entrados en brindis recordó que su vida no era tan mala a pesar de lidiar con sus traumas que ya agonizaban y tenía cierta incertidumbre en el porvenir. Quizá lo ilusionó conocer personas nuevas que compartieran con él los anhelos que tanto expresaba como problemática y convicción.

Quería dedicarse a algo más provechoso como la Universidad y la investigación o salir al extranjero a conocer otros estilos de vida marcados por el arte y el conocimiento. Sin demérito de la riqueza propia, pensaba que un príncipe debía aprender a gobernar confrontando su identidad con la de otros. Su trabajo, en apariencia, fenecía, y el aplaudido orador deseaba empezar otra vez en el año que pintaba mejor que el anterior.

Faltaban meses para el fin del mundo y comprendía mejor su papel ante la sociedad que empezaba por enterrar el incondicional cariño hacia alguien. Aunque no podía dejar de escuchar aquella canción: "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió".

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