martes, 5 de abril de 2011

Memoria y trascendencia: de la sabiduría a la felicidad

El viejo sabio decide regalarse una noche pasional con una doncella para festejar su cumpleaños noventa. La noche transcurre lenta y da pie a una introspección meticulosa que provoca su abstinencia; quizás por ser la prostituta una niña. Delgadina es mucho más de lo que parece, para el periodista solitario. Ha entregado su vida a la monotonía, rasgo que comparte con su reciente obsesión, quien trabaja pegando botones, alrededor de doscientos diarios, en una fábrica.

Aunque ha estado con más de quinientas mujeres en sus nueve décadas, el sabio no ha amado con amor de pareja a alguna. Amó a su madre, de quien tiene un recuerdo vivo y a quien recurre en soledad. Delgadina representa la inocencia que remonta al viejo a sus primeros años. Crear una atmósfera en la que puedan disfrutarse, aun cuando es la casa de citas de Rosa Cabarcas, parece el aliento del viejo para revivir sus días. No obstante, la relación no es convencional y el sexo cede su lugar a un hábito contemplativo.

Como columnista cobra notoriedad local cuando reflexiona cómo se ve la vida a un paso de la muerte. La única certeza de los humanos convive a diario con sus pensamientos y actos, aunque la mayor parte del tiempo pase desapercibida. La edad, entonces, a medida que acumula años, concerta una relación amistosa con el suceso inevitable.

El motivo de esperar con reticencia la agonía son los demás. Pero cuando no se los tiene, la agonía se sufre y es más dolorosa en vida. Delgadina ya no es el capricho onomástico del viejo, sino la esperanza de morir habiendo amado. Acostumbrado a las transacciones mercantiles en lugar de los valores absolutos que lo confrontan ahora, al sabio no le basta pagar por Delgadina cada noche y convive con su fantasma en sus letargos. Maniatado por complejos personales, lo que tantas veces fue efímero y circunstancial ahora es un tesoro que vela celosamente.

Cuando ese tesoro parece haber sido vulnerado y la inocencia de "su niña" se convierte en la decoración de una fachada que cedió ante su irremediable destino, el viejo sabio estalla. Colérico se revela contra sus compañeras de siempre y enemigas de ahora: las putas.

Para seguir asándose en la parrilla en lugar de fluir como el río de Heráclito, el protagonista debe decidir. Finalmente, los bienes materiales ya no son importantes aunque otorguen satisfacciones. Ahora sólo importa Delgadina. Pero no es suficiente con los ecos de su conciencia, y un recuerdo tangible lo convence. Una compañera de tiempo atrás le comparte la dicha de la estabilidad que él nunca admitió. Entonces comprende y debe reconciliarse, aunque persiste la incertidumbre acerca de Delgadina, ¿el miedo al sexo se convirtió en amor incondicional?

Sobrevivió a la fatalidad y tiene proyecto de vida. Saludable y motivado ha vencido la inercia del tiempo. Los años que le quedan deben ser para amar y ser amado. Su entrega es correspondida y halla la paz en alguien que también estaba en busca de ella. Al vencer una máxima que se apropió: "Es imposible no terminar siendo como los demás creen que uno es", trasciende en vida y la memoria cumple su función al tiempo que se desvanece.

Tenía una idea tan flexible de la juventud que nunca le pareció demasiado tarde para unir su alma a otro ser. Se puede decir que la vida, más compleja que todos sus cálculos, hacía estallar los esquemas, y el viejo sabio de oficio periodista y de vocación solitario era menos sabio después de los pronósticos fallidos, pero indiscutiblemente más feliz, y eso importaba más en los albores de un nuevo siglo. Los cien años no habrían sido de soledad...

* Ensayo breve sobre la novela Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, con motivo del examen final de mi curso de Taller de Lectura y Redacción, UAM Xochimilco, 2011.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta la hábilidad de dar a los personajes de sus novelas sus propias historias y las convierta en otra novela, al buen Gabo amigo no podias dejar de escribirle este ensayo quizás el más "prosaico" que has escrito, jajaja no es cierto, oye y que hábilidad de ese hombre noventa años de no perder la cuenta jajaja
Nidia