domingo, 3 de abril de 2011

Necesidad de amar

Los bienes materiales parecen cobrar mayor importancia cuando se nos descompone uno, o pierde, o simplemente se nos antoja algo que está detrás del aparador y tiene una etiqueta con un precio algo "caro". Las personas damos valor a lo que nos produce bienestar, aunque ese bienestar sea por desgracia bastante pasajero. Llegamos a pelear en una negociación acerca de cuánto es lo menos por algo que cuesta lo más; queremos lo que los demás tienen o no tienen, como sea para "sentirnos mejor". En medio de las transacciones que dan placer a nuestra vida, o al menos nos mantienen ocupados, le quitamos valor a bienes superiores, no perecederos. Las relaciones con la gente son lo más valioso que tenemos, el conocer a las personas y sentir con ellas representa lo que ningún objeto satisface.

Además de la vivienda, la alimentación, el vestido y los transportes, las personas gastamos el dinero en otras cosas no indispensables. Soñamos con la casa o el auto de los sueños cuando tenemos un lugar para vivir y los camiones de cuatro cincuenta en la realidad. Nos volvemos demandantes cuando creemos que merecemos lo que queremos en función de lo que hacemos. Envidiamos a quienes tienen más que nosotros porque consideramos que es injusto o simplemente porque sí. Dejamos de lado el corazón, el alma, el espíritu, conceptos abstractos que, sin embargo, tienen que ver con los sentimientos, el estado de ánimo que nos conduce a actuar de cierta manera. En fin, mientras importa que mi ropa sea de marca o mi casa esté en una zona residencial, lo demás es lo de menos, así me halle enfermo y con pocas probabilidades de sobrevivir.

Una escena es más que suficiente para destinar una vida a la amargura y el fracaso. Basta con que la mente se inunde de pensamientos que nos incitan a pensar en lo negativo, en el egoísmo de la gente a nuestro alrededor, en tanto nosotros somos iguales casi todo el tiempo. El maltrato entre los unos y los otros abunda, el individuo cada vez más individualista se encierra en los que considera sus problemas y poco se ocupa de lo que le sucede a sus semejantes. La mayoría de veces importa lo que sucede a nuestros seres queridos, y casi nunca lo que sucede a quienes no nos caen bien o a quienes guardamos resentimientos. Con éstos somos terribles; odiamos, deseamos el mal, sucumbimos a la venganza y, con lo anterior, a la frustración. A la terrible frustración de mirarnos infelices y sobreviviendo, en lugar de vivir.

El contexto nos orilla a las respuestas, a las soluciones, a la lucha que se tiene que librar. Conocemos el perdón al menos en los discursos religiosos, conocemos la entrega de hombres y mujeres que han depuesto ambiciones personales y se arrojan a ayudar enserio a los necesitados y desválidos. Sería muy fácil dejar hacer y dejar pasar sin sentido de causa, sin comprender un fin superior en la vida, sin trascender desde ahora a la inmediatez de lo material y la satisfacción de los deseos sobre esta tierra. Detrás de cada decepción se encuentra la alegría de cambiar, de no ser lo que no nos gusta, de rechazar lo que nos molesta, de tratar a los demás como nosotros queremos ser tratados. ¿Cuánto vale aprender que todo el dinero del mundo se acaba en el mundo?, que nada de lo que tenemos comprará amor sincero y felicidad perenne.

Los desastres naturales ya no lo son tanto, tampoco son castigos de un destino inevitable. Son el precio en todo caso que pagamos cuando nos hemos ensimismado en lo que nos afecta personalmente y hemos dejado de voltear a mirar a nuestro alrededor a la gente que, fuera de apariencias, es igual a nosotros en su necesidad de afecto, en su sentido de compartir. La muerte llegará para todos en distintas circunstancias, pero igual llegará. Puedes morir acompañado pero igual te irás solo, volarás inevitablemente solo. Para muchos a lo incierto, para otros a la fe, pero igual se enfriará lo que tanto envaneciste, lo que protegiste con tu esfuerzo como por obligación de cuidar de ti, y sin embargo se descompondrá. La vida no es la oportunidad de compadecerse de uno mismo, tampoco la de vivir al límite pensando únicamente en lo que nos interesa, en nuestros deseos. La vida es para servir, para trascender al enojo y la tristeza y ser libre amando de forma incondicional... aunque implique no recibir algo a cambio, por eso es incondicional.

1 comentario:

ali-clemen dijo...

Es la sociedad consumista, que basa su pensamiento en cosas materiales, y se olvidó de la verdadadera razón en la cual el individuo está en tierra ...la razón de vivir y amar.
Me encantó tu entrada Bruno. :)