Don Benito Juárez
García es el héroe más reconocido de nuestra historia patria, ni duda cabe. Con
ello por supuesto no establezco que sea el mejor, ¿acaso podemos determinar
eso? El tema que ahora nos atañe es el de si la figura del indio oaxaqueño está
sobrevalorada. Mi respuesta va acompañada de una acotación, ¿sobrevalorada en
qué sentido? Si atendemos a la cantidad de estatuas a lo largo del territorio
nacional, sí, pero qué si tomamos en cuenta el genio, la visión de conjunto del
presidente que enfrentó dos de los momentos más difíciles y definitorios de
nuestra historia. Creo que incluso en estos tiempos no se ha valorado la
aportación de Juárez al pensamiento jurídico y el rediseño de las instituciones
del Estado.
Es cierto que Juárez
fue un hombre de su tiempo. Me refiero a que abrevó en el pensamiento liberal
del siglo de las luces. Perteneció a una generación formada en el Instituto de
Ciencias y Artes de Oaxaca, que fue el semillero del pensamiento de avanzada,
contrario al dogmatismo religioso de ese México independiente y sin embargo
cuasi confesional. Este panorama, entre lo religioso y lo político, nos permite
entender las principales preocupaciones de un hombre que vivió en carne propia
los contrastes de ser indígena y valer menos para la sociedad; de ser letrado y
seguir valiendo menos; de ser presidente y… seguir valiendo menos.
Más allá de la historia
romántica que lo sitúa desprotegido y violentado en la montaña zapoteca, que lo
presenta como pastor de ovejas que emprendió un camino desconocido para dar con
su hermana en alguna casona de ricos en la ciudad oaxaqueña, lo cierto es que
Juárez pudo recorrer, con suerte o sin ella, los caminos del México del siglo
XIX. La realidad de su tiempo marcada por la predestinación no fue una camisa
de fuerza para él, que incluso asumió inicialmente el primer camino al
ingresar al seminario católico, sino el desafío de vencer su circunstancia.
Así, el joven oaxaqueño conoció las ideas ilustradas de Voltaire, Diderot,
Rousseau, entre otros. ¿Cuál era el valor de esas ideas? Que independientemente
de que se promovieran en Francia o Estados Unidos su aplicación era de carácter
universal.
De modo que cuando nos
preguntamos por el genio de don Benito Juárez debemos pensar en el contexto
histórico que, más allá de los contrastes que lo caracterizan como el indio
humilde que consiguió sus sueños, lo aprueba como un político y gobernante de
trascendencia internacional. La influencia de Juárez se empezó a notar luego de
la Revolución de Ayutla, en la que apoyó al general Juan Álvarez, de quien
incluso fue su secretario particular. Dicha revolución, como todos sabemos,
sucedió en contra del gobierno del Antonio López de Santa Anna, pero con
alcances de mayor impacto para México.
En realidad, cuando
revisamos la figura de don Benito, lo que nos atañe es la lucha intestina del
siglo XIX entre los dos proyectos de nación que se plantearon luego de la
Independencia de México, el conservador y el liberal. El primero, aun con las
virtudes que plantearon hombres inteligentes como Lucas Alamán, no se podía
entender sin la participación de un actor clave para sus partidarios: la
Iglesia. Solo con ella era posible pensar en un proyecto de nación. La herencia
de tres siglos de dominio peninsular estaba tan enraizada a la idea de un
México libre, que para los conservadores solo era posible de la mano con la
institución más dogmática de todas.
En este sentido, la
aportación de Juárez con la desamortización de los bienes eclesiásticos fue un
avance imprescindible para el desarrollo del país, entendiendo que en el
nuestro de aquella época debía fortalecerse el gobierno republicano y no el
gobierno central. Posteriormente, la idea de república y de su defensa ante la
intervención imperial marcó un parteaguas en el proyecto de gobierno de un
México libre. Por encima de la trashumancia del presidente que recorría el país
en la carroza negra, algo hay de cierto con que Juárez conoció profundamente
México, de oriente a occidente y de sur a norte. Ningún otro mandatario había
conocido hasta entonces las diferentes realidades de un México
irremediablemente nuevo.
Ante las críticas que
lo condenan como un pequeño dictador por reelegirse en el poder cuando su
mandato de hecho se dio por la renuncia del presidente que lo antecedió y no
por una elección pública, cabe pensar en el mismo razonamiento que hiciera años
después su paisano Porfirio Díaz, ¿México estaba preparado para las elecciones?
No lo creo. De hecho, más que el deseo personal
por permanecer en el cargo, Juárez se vio obligado por las
circunstancias a no dejar una silla presidencial que ya con él alcanza
estabilidad. He aquí el motivo de estas líneas. La estabilidad en la
presidencia de la república, entendida como la posibilidad de acceder a un
puesto con mayores atribuciones, bajo el imperio de la ley, formó el principio
y cauce de un verdadero Estado de Derecho.
Creo que en la mayoría
de las escuelas no se revisan las aportaciones de Juárez sino la romántica
historia que lo llevó de ser un simple pastor de campo a ocupar el cargo
político más importante del país. Bien haríamos en promover el análisis
histórico de su genio, por encima de seguir rindiendo cada 21 de marzo honores
hechizos a las estatuas desperdigadas en cualquier lugar y en muchos casos
demasiado estilizadas para la real figura de don Benito. Ya que su mayor
contribución estuvo en las leyes y por tanto en las letras, deberíamos leerlo
más.
3 comentarios:
Bruno comienza su texto haciendo una distinción importante. Una cosa es la valoración de Juárez, en sus monumentos y otra es la valoración de su actividad como presidente. A partir de lo anterior, propone que en el primer sentido el personaje sí está sobrevalorado, mientras que en el segundo incluso falta. Comprendo la postura de Bruno como cercana a la mía, aunque le discuto, además de algunos detalles en su texto, que más que hablar de valorar a Juárez por su pensamiento jurídico, deberíamos valorar su pensamiento jurídico independientemente de Juárez. Es decir, creo que falta desvincular la idea del personaje. Eso se puede hacer siguiendo el consejo de Bruno de leer al oaxaqueño, pero además se debe incluir un estudio crítico de su actuar.
Bruno hace bien al señalar dos cosas. La primera es que no podemos comprender a Juárez sin comprender su tiempo. Eso es algo que ya hemos dicho Alan y yo. La segunda, que creo que es un buen complemento a la discusión, es que Juárez fue un buen conocedor de su tiempo. En otras palabras: una cosa es ser un hijo de la época —algo que cualquiera es— y otra cosa es tener visión histórica, comprender de qué trata la propia época. Acepto con Bruno que Juárez tenía lo segundo. Tuvo la oportunidad de recorrer de punta a punta el país, de conocer cuando niño el pensamiento indígena, el religioso en su juventud, el liberal cuando estudiante y se enfrentó a una de los últimos esfuerzos del ancien régime, durante la Guerra de Reforma. Sin importar su actuación, debemos conceder que Juárez sabía su posición en la historia. Eso, considero, fortalece sus ideas y nos obliga a conocerlas.
Difiero con Bruno en que toda la vida Juárez debió enfrentarse a ser menos; uno no llega a presidente, gana una guerra y mata a un emperador luchando contra el ser menos. El logro del joven zapoteco fue ganarse un lugar, pero no podemos seguir viendo al indígena una vez que estaba instalado en la silla presidencial. Ahí sí respaldo a Jorge. La negación de Juárez a acentuar el carácter indígena en México es prueba que el ya no se sentía eso.
Luego Bruno menciona el asunto de la lucha entre el proyecto de país conservador y el liberal. Admito que fue un acierto la separación entre el Estado y la Iglesia, no por el dogmatismo de la segunda ni porque no aportara nada a la vida nacional, sino porque son dos materias que deben estar sanamente separadas. El acierto fue en la idea, el modo fue un error. La desamortización de los bienes, como menciona Jorge, hundió la obra social que hacía la Iglesia, destruyó instituciones de ahorro y préstamo necesarias para el desarrollo y quitó buenas oportunidades de armonizar la experiencia educativa de los religiosos con las nuevas ideas liberales. Como Alan, considero que el cambio debió ser gradual. Añado yo que si la imagen de Juárez está sobrevalorada, la imagen del conservadurismo en México ha sido muy poco aprovechada. México necesita de una comprensión más clara y menos visceral respecto a lo que la Iglesia y otras instituciones como ella pueden aportar a nuestra vida social. En ese sentido, creo que junto con una valoración más inteligente de Juárez, valdría la pena el estudio del pensamiento conservador.
Finalmente, me parece muy certero el contraargumento de Bruno respecto a la reelección de Juárez. Habríamos de analizar porqué tampoco sin Juárez se pudo consolidar un sistema de gobiernos de transición. La idea de que tal vez México no tuviera las instituciones y la cultura adecuada, me parece coherente. Con todo lo anterior, me sumo a la propuesta de Bruno: conozcamos más las ideas de Juárez, las estatuas ya no aportan nada.
Para juzgar de la manera más objetiva a un personaje, es necesario despojarse de los prejuicios positivos y negativos. Cada vez que Bruno menciona a Benito Juárez, Bruno no puede evitar precederlo del título de «don». Esto merma su análisis y evidencia un sesgo positivo hacia la figura del oaxaqueño, lo que compromete su objetividad de la misma manera que ocurre con el ensayo de Jorge.
¿En qué sentido deben valorarse las aportaciones de Juárez al pensamiento jurídico? Juárez no fue un ideólogo, ninguna de sus ideas fue innovadora; su fama se debe a que fue un implementador, un mero agente operativo que tomó ideas europeas y las quiso aplicar al pie de la letra en un contexto sensiblemente diferente al del viejo continente. Incluso la implementación de estas ideas prestadas no fue la mejor, ya que, como sostengo en mi aportación, Juárez no supo negociar. ¿Qué hay que reconocer, en este sentido, a Juárez, si no fue innovador y si las ideas que tomó las implementó deficientemente?
Bruno invita, al inicio del tercer párrafo, a ir más allá de la historia romántica de la infancia de Juárez; sin embargo, unas pocas líneas más adelante, señala que Juárez escapó a la predestinación de su época. Pide ser prácticos y él se mantiene poético. Además, como señalé en los comentarios al escrito de Jorge, si Juárez estudió en un seminario católico no fue por aceptar estoicamente un destino ni fue para traicionarlo después, sino porque era muy probablemente su única opción.
Bruno contrasta la figura de Juárez con la de los conservadores: a estos últimos los tilda de escasa imaginación al pensar que el México libre solo podía continuar por el camino «dogmático» de la Iglesia; a su vez, a Juárez le celebra que haya desamortizado los bienes eclesiásticos («el respeto al derecho ajeno es la paz»... salvo que el derecho ajeno sea el de la Iglesia). Un observador menos imbuido en el problema podría llamar a Juárez radical y a los conservadores, prudentes. Nuevamente, creo que Juárez debía aprender cierta prudencia conservadora y realizar cambios cortos pero decisivos en la separación de Iglesia y Estado. Otros países de América hicieron esa separación... cincuenta años después, pero sin siete años de guerra civil. Finalmente, juzgar que en «aquella época debía fortalecerse el gobierno republicano y no el gobierno central» es ya tomar francamente partido sobre el objeto de estudio y, además, juzgarlo desde la ventaja del futuro.
Bruno también se equivoca al referir que como México no estaba preparado para las elecciones, Juárez debía seguir reeligiéndose. Eso es querer decir que solo una persona tiene la capacidad para ser presidente y que todo el pueblo no es sino ignorante. Es también santificar la figura de Juárez y decir que las sociedades del siglo XIX estaban condenadas a ser presididas por un dictador; a Huerta y a Díaz se les acusa de eso, ¿por qué no a Juárez?
Alan
Con respecto al fusilamiento del Emperador Maximiliano, podemos responder que aunque era una señal clara a México y al mundo, como dice Alan, lo único que provoco fue un mayor distanciamiento de Europa al considerar a nuestra nación como una país de salvajes, incapaz de entender las mínimas reglas de civilidad de la época, dónde a un Archiduque de Austria, que ostenta una corona imperial, no se le fusila, sólo los franceses habían hecho eso hasta esa entonces y aun ellos, tenían un Emperador.
Importante es mencionar que para esta concepción que se dio a nuestra nación estaba la intercesión de diversos personajes de la cultura y la política, de diversos diplomáticos, como el cónsul de Prusia o la princesa Salm Salm para salvar al Emperador del fusilamiento, todas ellas ignoradas por parte de Juárez; por otra parte, no es seguro que Maximiliano fuera masón, un Habsburgo, una de las familias que tomo la protección a la Iglesia Católica como cuestión propia y de estado, no habría podido adoptar ningún rito.
Al respecto de la cuestión de la superación, es muy loable la misma, sin embargo mi argumento es que ha sido utilizado con mayor razón de ejemplo extrapolándolo, pero no podemos olvidar la negación de sus raíces por lo que de ejemplo del mexicano, si aplica, pues muchas veces (a partir de él) hemos intentado borrar nuestros orígenes, negando tanto la raíz hispánica como la raíz indígena.
En conclusión su figura está sobrevalorada, perdonarán la brevedad, pero esa es la conclusión.
Jorge
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