viernes, 24 de diciembre de 2010

Tengo un cohete en el pantalón

La verdad caminar por las calles de Polanco en noche buena es una experiencia rara. Penetrar en las oscuras avenidas que se desvanecen ante las boutiques de lujo en completa soledad dio tiempo para meditar en los valores materiales y espirituales de la vida cuando se celebran, por unas horas, la paz y el amor. Agitado y sudando llegó a la puerta de la iglesia jesuita, una de las más elitistas de la ciudad y reconoció en el auditorio a las personas que recurren a la cámara de las revistas rosas.

Así se dio un respiro y continuó su trayecto al suburbano en el que observó a un grupo de mujeres indígenas con sus hijos, riendo entre ellos, como disfrutando aquel momento. Una le pregunto de esta manera - perdóneme, de este lado me lleva a Tacubaya, parcamente le respondió -sí. Se conmovió como siempre por la humildad de la gente desprotegida y recordó su misión.

La comida que no cena de navidad se tornó por momentos tensa ante los orgullos a flor de piel de los miembros de la dinastía. Política que no diplomacia familiar antes de decepcionarse de hallarse lejos de su hogar, porque estaba a kilometros de la casa perdida en el campo de los suburbios de la provincia, así de lejos. Cruzó impresiones con las figuras de autoridad que asistieron al ágape y se despidió como con prisa, con ánimo de dormir para soñar y soñar para vivir.

Una consigna no dejaba de sonar en su conciencia, algo que le decía: ningún sentido tienen las guerras, también la que incluía a la batalla que acababa de librar. Aunque la había esperado mil horas a lo largo de algunos años, tan fría y blanca como la nieve que veía en sus panoramas gélidos, ella continuaba su trayectoria en sentido opuesto a quien últimamente sólo se asumía como: Pacífico.

P.D. En todos los sentidos y "especial" a veces.

2 comentarios:

FAN dijo...

Un cuetito de mecha corta.

FAN dijo...

Un cuetito de mecha corta.