Había despertado tarde, quizá al medio día. Avanzó al baño y por una rendija miró el horizonte gris del sur de la ciudad. Ni un rayo de sol. Así había estado desde el fin de semana. El cielo cerrado, el ambiente gélido, el olor a calles sucias. Faltó a todas las clases en la universidad. La mente no le daba para pensar, anoche rompió en llanto luego de encontrarse con él. Tiempo ha que se lo topa por la colonia. Aunque no lo comprobó, notó también que lo perseguía sigilosamente, al acecho, ocultándose hábilmente. Don Egoísmo era una molestia constante. Y no le importaban los pretextos que tuviera, lo odiaba y ya. Sin embargo, difícil era deshacerse de él, en tanto que no lo buscaba, solito hacía su aparición.
En la carrera le enseñaban que el mundo moderno no se entiende sin la individualización que, hace siglos, inició el mercado. Cierto es que el Estado también tiene y tuvo su parte de culpa, pero don Dinero sigue siendo más poderoso; si el poder seduce, la riqueza más. Lo que a su alrededor observaba eran personas ensimismadas, complacidas con la inmediatez, viviendo el absurdo de aparentar tener, poder e incluso saber. Triste realidad. ¿Cómo hacerle frente a una avalancha de materialismo? La pregunta en el aire tenía a su vez respuestas al aire. Según él, tenía dos caminos: uno, mantenerse firme, en rebeldía, al ideal de entregarse por la gente, buscando incansablemente la amistad verdadera; el otro, darse por vencido, vivir conforme a los cánones de la actual existencia, encaminando sus esfuerzos a ver logrados sus fines personales, dejando de lado el bienestar ajeno, o aparentando interesarse por él. Interesarse no más.
Lejos, más allá de donde pudiera imaginar, había un sujeto igual a él en dilemas y vivencias. Se cuestionaba sobre el sentido de amanecer todos los días con la misma cara de fastidio, como si seguir durmiendo fuera la solución y quedarse para siempre dormido el paraíso. No tenía problemas de sueño, tenía problemas de despierto. Nada fácil subsistir en medio del caos de una ciudad hundida en la miseria. Entre las calles perdidas que convergen en ningún lugar. Así, en medio del estupor de sus días, anhelaba vivir otra vida, en un lugar lejano pero distinto al que lo rodeaba. Soñaba con un campo verde bañado de flores, donde el azul del cielo no estuviera manchado por el rojo de la sangre tiñendo la tierra. Ambos eran idealistas, qué se le va hacer. Los unía, a pesar de la distancia, esa pasión por creer convencidamente que las cosas no se pueden quedar así. Que lo predeterminado empieza después de la muerte, y que sus vidas aún no fallecían ante las desgracias de a diario.
La adversidad conspiraba en su contra. En acuerdo con el destino que ahora le sujetaba el abrigo para hacerlo caer. Manejaba su bicicleta a toda prisa, huía de la fatiga, le decía adiós al aburrimiento, se alejaba del sopor. ¿Hacia dónde? Qué ruta seguir cuando se ha perdido el mapa. La razón del viaje no. Por supuesto que el argumento estaba vigente, pero las vías de realización no estaban claras. Había dejado de creer en las palabras, cuando siempre se aferró a su don. Transcurría como un discurso que se diluye en la indiferencia del público. Cabizbajo y al mismo tiempo recto, con el semblante cansado, pero con la mirada fija, se mantenía en pie desde temprano. Los horarios eran su obligación y ahí estaba él, checando las horas, cumpliendo con el saludo formal, diciendo "buenos días", "buenas tardes", "malas noches" en su mente. Poco quedaba de su afán dirigente, el liderazgo era categoría obsoleta. Antes de transitar al país de los sueños y pesadillas (claroscuros de una conciencia), sonreía. Sentía la música hasta lo más hondo de su ser, una canción que refería al "fondo de su corazón", al "delirio del alma", y se la imaginaba...
Un murciélago se aproximaba a la ventana de Mariana, se posaba en la parte superior, volteaba al interior del cuarto. Ella acurrucada, no tenía ni la más remota idea de la pasión hacia su todo. Su vida siempre fue tan simple. Alejada de esos conflictos existenciales, sumida en las preocupaciones del día de mañana. También enamorada, profundamente enamorada de alguien que le correspondía y hacía feliz. Eso era la vida quizás, ese el punto de equilibrio del egoísmo más cruel. ¿Valía la pena seguir luchando? Tal vez. Nunca de niño leyó las aventuras del Llanero solitario, pero por alguna razón se sentía íntimamente ligado a su contexto. El mismo que había terminado de entender con Agilulfo, otro héroe peculiar. Un paladín que inspiraba porque existiendo no era... Pero finalmente fue, la novela de Calvino lo hizo e inmortalizó. Y toda su historia, la plagada de batallas y sinsentidos, la que se disolvió en el aire, había dado al día de hoy un motivo, un tremendo motivo para seguir leyendo y escribiendo. Como forma de amar a la distancia y de amarse en la cercanía de sus sentimientos. Sus irrebatibles sentimientos...
1 comentario:
HOLA
Buena.
Saludos
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