lunes, 22 de octubre de 2012

Aquello que nos diste

La gente corre, quiere apartar los mejores lugares que ya tiene. En pareja, sola, en grupo, en masa, se dirige a las varias entradas del recinto. Yo voy con la que me enseñó esta música; ni modo que no. Es la primera vez que veré al compositor de tantas fantasías, al poeta que por tantos años me ha inculcado la pasión por amar la música y con ello gran parte de la vida.

Ya en los asientos, la tensión aumenta hasta un punto de catarsis. Previamente, los cantantes que siempre abren un concierto hacen su mejor esfuerzo por dominar un coloso que poco a poco se va llenando. El foro sol, así le dicen, está al oriente de la ciudad de México. Llegar no fue difícil, pero sí costó. Para mí son cosas diferentes. Porque el metro siempre es una gran ventaja, pero correr para ser puntuales, con la escasa condición física de mi presente, fue un gran reto. Sabíamos, sin embargo, que empezaría tarde. La aparición estelar de Alejandro llegaría una hora después de la hora anunciada. El lugar común se cumpliría: La espera valió la pena. Pero siendo honestos, ¿cuál pena?

El efecto de luces inicial fue fantástico. La silueta de él cargando en la mano su guitarra por entre tres velas desapareció al momento que empezó con una canción del nuevo álbum, la que dice en una frase: "Miro mi reloj, el tiempo corre porque es un cobarde". Nada más cierto, pensaba, pienso, pensaré. El gritódromo a mi alrededor apenas me distrajo del escenario que sólo descuidaba para mirar a mi alrededor a las decenas de miles de personas que ahí estaban conmigo. Siempre peca uno de preciso con eso de "decenas de miles", aunque la cifra oficial haya sido 53 mil lo cierto es que en aquel tiempo y espacio uno piensa que el mundo entero lo acompaña.

Siguieron temas intercalados: los nuevos, los de siempre. Ambos magníficos. Y es que se pierde la objetividad al escribir sobre este suceso, porque este autor simplemente me ha enamorado de su música. Así, grité cuando tocó Labana, para dar pie a Quisiera ser; cerré los ojos e imaginé todo con Hay un universo de pequeñas cosas, sentí mi adolescencia con Me iré. Sin duda, no esperaba que un concierto fuera tan rápido y a la vez tan lento. Sumamente parsimonioso y, ¡de pronto!, intempestivo. El interludio, si se le puede llamar así, contó con un dueto, nada malo por cierto, que inicio con Lo ves, un tema que coreo como ferviente novio venido a menos desde que era niño, para dar pasó a Mientes, tema que no es ninguna declaración contra usted, lector, ni contra mí, de parte de mi alter ego escritor.

Los músicos en lo suyo, haciendo llorar a sus instrumentos, hasta el punto que uno no sabía si estaba con Sanz o en un concierto de Metallica. Mezcla insaciable de ritmos que contenía el firmamento de esta capital mientras un impertinente helicóptero que hacía pensar en la posibilidad de que un empresario o político poderoso se hubiera lucido con una dama, nos sobrevolaba sin hacer mucho ruido, o haciéndolo sin que se notara con tan sublimes notas. Entonces vino la introducción mágica: "Esta canción la escribí hace 15 minutos..." ¡Mi soledad y yo! Pero nada de eso en aquel momento, sentado junto a una chica que no dejaba de dar de gritos; canté a voz en cuello. Sabía que era un momento irrepetible. Momento cúmulo de momentos, justo ahora... en octubre, el día de la 'raza', a unos días de ser un año más viejo, nos descubrió que La música no se toca.

Mi marciana fue algo así como el último tema oficial, porque después vendrían los clásicos, a petición del "otra, otra", tan característico de esta región del planeta. Romantiquísimo tema, que me recordó a una marxiana que se está ganando mi corazón. Luego Ella (no la marciana, la canción) precedió el cierre con Amiga mía... Entonces fue cuando 15 años de mi vida pasaron delante de mis ojos. Y recordé a una amiga no tan mía, a la que le quedaba por completo la canción, claro, cantada por mí; porque de otro modo no creo que le quedase. Un concierto que duró dos horas casi exactas, minutos todos estos en los que me emocioné como hace mucho no lo hacía; como nunca, de la mano de un cantante, lo había hecho.

Finalmente, creo que todo lo anterior justifica y al mismo tiempo no justifica el uso de las cámaras de foto y vídeo en un concierto. Es como un intervalo en el que se suma y se resta al parámetro. Suena raro, ya sé, pero no se me ocurre otra cosa para señalar que el justo medio es vivirlo; la resta es no disfrutarlo tanto por estar con la toma; la suma viene dada por la imagen para la posteridad, que la hará forzosamente más inolvidable que el recuerdo llevado en el corazón. ¿Por qué esta conclusión? No sé. A lo mejor porque lo único que iba a concluir era una cita, el titular de la sección de espectáculos al día siguiente en el diario que acostumbro leer: SANZTÁSTICO. Y la verdad, qué gran definición de aquello que nos dio Alejandro Sanz.


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