En noviembre pasado el presidente Barack Obama anunció una
serie de medidas que pretenden ser el último intento de una reforma migratoria
antes de que termine su segundo periodo al frente del gobierno de los Estados
Unidos. Estas medidas podrían evitar la deportación de hasta cinco millones de
indocumentados aunada la posibilidad de que cuenten con permiso para trabajar.
En la ciudad de Stamford, Connecticut, al noreste de EEUU,
una calle que flanquea el histórico “Old Town Hall” —donde se dice que George Washington
durmió una noche— lleva el nombre de un inmigrante oaxaqueño. Se trata de
Galdino Velasco Cruz, originario de San Juan Sayultepec en la Mixteca Alta.
Desde hace más de medio siglo Velasco se estableció en la que entonces era una
ciudad pequeña, con unos pocos inmigrantes italianos y apenas tres latinos. Sí,
eran Galdino y sus dos hermanos.
Al paso del tiempo no solo formó una familia en la que
nacieron sus tres hijos varones, también se convirtió en líder social
taladrando el “American Style of Life”. Fundó “Los Charros Social Center”, que
reunía a latinos de varios países en torno al idioma y las tradiciones
originarias. En una tierra donde el acento sirve para mandar y obedecer, el
oaxaqueño supo ganarse la confianza de la gente mediante el intercambio de
ideas en la lengua materna. Después condujo el primer programa de radio en
español desde donde prestaba servicio social entre paisanos que por entonces
invadían sigilosamente la ciudad de Nueva York, apenas a 45 minutos en tren de
Stamford.
El año pasado visité a don Galdino como parte de una
invitación que me formuló la Latino Foundation of Stamford que él fundó a
finales de los años noventa. Esta agrupación promueve programas que reconocen
la labor comunitaria de los latinos y gestiona beneficios para sus hijos, como en
el Día de Reyes, cuando entregan regalos a familias de bajos recursos, que
también las hay en el vecino país del norte. Cuando en 2012 los concejales de
esta ciudad decidieron proclamar una calle del down town con su nombre, nadie
se sorprendió de que al día siguiente nuestro paisano mixteco volviera muy
temprano para atender su restaurante de comida mexicana “Tacos Guadalajara”.
En medio de la discusión de la reforma migratoria que parece
contar con el veto anticipado de los republicanos que ya son mayoría en el Congreso
estadounidense, el ejemplo de Galdino Velasco demuestra que la fuerza de
trabajo de los inmigrantes dispuestos a ganarse la vida con esfuerzo diario es
lo que sostiene en gran medida no solo la dinámica social sino también la
economía estadounidense. Sin embargo, hay algo más importante: que el liderazgo
latino puede construirse al margen de los dilemas de los partidos políticos
sobre inmigración ilegal. Mientras el ala ultraconservadora de los republicanos
ve a los latinos en términos de inseguridad y crimen, otros más no ignoran el
peso de su voto que puede definir una elección, y al cual Obama debe, en buena
parte, el sentarse en el “Salón Oval” de la Casa Blanca.
Con Velasco fui a Bridgeport, donde conocí a Carolina López
de San Antonio de la Cal, madre de una niña con ciudadanía norteamericana. Me
platicó ilusionada que su hija iba a visitar Oaxaca; una tía la iba a llevar.
Carolina no puede dejar su trabajo y menos ese territorio de claroscuros. El salir
implica no volver a regresar. Junto a su esposo y otros paisanos integran una
rondalla de nombre “Tepeyac”. Así conviven, mantienen viva la música que los
consuela mientras rasgan las cuerdas y suena la “Canción Mixteca”, que cantan
al lado de puertorriqueños pues aquí la nacionalidad se extiende, la frontera
ya no está delimitada por el país que dejaron; ahora es la solidaridad y el
aprecio entre ellos.
Los pronósticos indican que el Partido Demócrata será el
gran perdedor de las elecciones presidenciales del próximo año. Sobre Obama
pesa el desencanto del afán progresista, haber prometido tanto y rescatar, sin
poder vencer la inercia institucional, muy poco. Ahora, con el resurgimiento de
la intolerancia de tintes religiosos y raciales en Europa, es probable que se
acreciente ese desprecio tan gringo por los inmigrantes que limpian la casa,
trabajan el campo, sirven la comida e incluso algunas veces tocan la guitarra o
se inscriben para siempre en el letrero de una calle para que las futuras
generaciones lean su nombre y se pregunten, ¿quién fue?, ¿qué hizo?
Para que muchos en el transcurso de los años entiendan que
nadie quiere adueñarse de su país, que cada inmigrante es dueño de su destino
aunque la intolerancia siempre lo vea con recelo. Verlo de otra manera sería
renunciar a esa vocación de policía del mundo y para eso no basta que un presidente
de origen afroamericano haya ganado el Nobel de la Paz o que un oaxaqueño tenga
su propia calle, pero es un pasaporte de pacifistas que ningún Tea Party les
podrá quitar.
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