sábado, 21 de febrero de 2015

El oaxaqueño por encima de la reforma migratoria

En noviembre pasado el presidente Barack Obama anunció una serie de medidas que pretenden ser el último intento de una reforma migratoria antes de que termine su segundo periodo al frente del gobierno de los Estados Unidos. Estas medidas podrían evitar la deportación de hasta cinco millones de indocumentados aunada la posibilidad de que cuenten con permiso para trabajar.

En la ciudad de Stamford, Connecticut, al noreste de EEUU, una calle que flanquea el histórico “Old Town Hall” —donde se dice que George Washington durmió una noche— lleva el nombre de un inmigrante oaxaqueño. Se trata de Galdino Velasco Cruz, originario de San Juan Sayultepec en la Mixteca Alta. Desde hace más de medio siglo Velasco se estableció en la que entonces era una ciudad pequeña, con unos pocos inmigrantes italianos y apenas tres latinos. Sí, eran Galdino y sus dos hermanos.

Al paso del tiempo no solo formó una familia en la que nacieron sus tres hijos varones, también se convirtió en líder social taladrando el “American Style of Life”. Fundó “Los Charros Social Center”, que reunía a latinos de varios países en torno al idioma y las tradiciones originarias. En una tierra donde el acento sirve para mandar y obedecer, el oaxaqueño supo ganarse la confianza de la gente mediante el intercambio de ideas en la lengua materna. Después condujo el primer programa de radio en español desde donde prestaba servicio social entre paisanos que por entonces invadían sigilosamente la ciudad de Nueva York, apenas a 45 minutos en tren de Stamford.

El año pasado visité a don Galdino como parte de una invitación que me formuló la Latino Foundation of Stamford que él fundó a finales de los años noventa. Esta agrupación promueve programas que reconocen la labor comunitaria de los latinos y gestiona beneficios para sus hijos, como en el Día de Reyes, cuando entregan regalos a familias de bajos recursos, que también las hay en el vecino país del norte. Cuando en 2012 los concejales de esta ciudad decidieron proclamar una calle del down town con su nombre, nadie se sorprendió de que al día siguiente nuestro paisano mixteco volviera muy temprano para atender su restaurante de comida mexicana “Tacos Guadalajara”.

En medio de la discusión de la reforma migratoria que parece contar con el veto anticipado de los republicanos que ya son mayoría en el Congreso estadounidense, el ejemplo de Galdino Velasco demuestra que la fuerza de trabajo de los inmigrantes dispuestos a ganarse la vida con esfuerzo diario es lo que sostiene en gran medida no solo la dinámica social sino también la economía estadounidense. Sin embargo, hay algo más importante: que el liderazgo latino puede construirse al margen de los dilemas de los partidos políticos sobre inmigración ilegal. Mientras el ala ultraconservadora de los republicanos ve a los latinos en términos de inseguridad y crimen, otros más no ignoran el peso de su voto que puede definir una elección, y al cual Obama debe, en buena parte, el sentarse en el “Salón Oval” de la Casa Blanca.

Con Velasco fui a Bridgeport, donde conocí a Carolina López de San Antonio de la Cal, madre de una niña con ciudadanía norteamericana. Me platicó ilusionada que su hija iba a visitar Oaxaca; una tía la iba a llevar. Carolina no puede dejar su trabajo y menos ese territorio de claroscuros. El salir implica no volver a regresar. Junto a su esposo y otros paisanos integran una rondalla de nombre “Tepeyac”. Así conviven, mantienen viva la música que los consuela mientras rasgan las cuerdas y suena la “Canción Mixteca”, que cantan al lado de puertorriqueños pues aquí la nacionalidad se extiende, la frontera ya no está delimitada por el país que dejaron; ahora es la solidaridad y el aprecio entre ellos.

Los pronósticos indican que el Partido Demócrata será el gran perdedor de las elecciones presidenciales del próximo año. Sobre Obama pesa el desencanto del afán progresista, haber prometido tanto y rescatar, sin poder vencer la inercia institucional, muy poco. Ahora, con el resurgimiento de la intolerancia de tintes religiosos y raciales en Europa, es probable que se acreciente ese desprecio tan gringo por los inmigrantes que limpian la casa, trabajan el campo, sirven la comida e incluso algunas veces tocan la guitarra o se inscriben para siempre en el letrero de una calle para que las futuras generaciones lean su nombre y se pregunten, ¿quién fue?, ¿qué hizo?

Para que muchos en el transcurso de los años entiendan que nadie quiere adueñarse de su país, que cada inmigrante es dueño de su destino aunque la intolerancia siempre lo vea con recelo. Verlo de otra manera sería renunciar a esa vocación de policía del mundo y para eso no basta que un presidente de origen afroamericano haya ganado el Nobel de la Paz o que un oaxaqueño tenga su propia calle, pero es un pasaporte de pacifistas que ningún Tea Party les podrá quitar. 

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