sábado, 21 de febrero de 2015

Nuestro Tlacuilo Mayor

En el Museo Nacional de Antropología se exhibe hasta el próximo fin de semana la exposición “Códices de México, Memorias y Saberes”. Pocas veces se puede ver en conjunto los tesoros de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Entre ellos, el hermoso Códice Colombino, el único de la exposición que es prehispánico —data del siglo XI— y está en México. Realizado sobre piel de venado cola blanca con tintes minerales y vegetales; para fijar los colores los antepasados que querían preservar las hazañas del Señor Ocho Venado, Garra de Jaguar, usaron como mordente una orquídea.

La noticia corrió como pólvora. La semana pasada el pintor oaxaqueño Francisco Toledo donó el acervo del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca al Instituto Nacional de Bellas Artes, como contraprestación recibió un simbólico peso. A lo largo de su vida a Toledo lo ha distinguido su filantropía, ese carácter elevadamente humano que consiste en dar no de lo que nos sobra, sino incluso de lo que nos falta. Por eso es tan significativo que Toledo haya decidido donar al menos 125 mil objetos, que entre otras cosas conforman una de las colecciones de artes gráficas más importantes en América Latina.

Al IAGO no solo van los estudiantes de arquitectura o los jóvenes con vocación artística a consultar libremente el catálogo de libros. Basta visitarlo en una mañana cualquiera —mientras en varios cruceros de la ciudad de Oaxaca hay un caos vial que enfada al más paciente— debajo del techo de bugambilia, con el sol filtrándose por sus huecos, hay niños y ancianos leyendo. Probablemente los primeros han escogido el catálogo de “Pinocho”, la fantástica carpeta de Toledo en técnica de pastel, para la que se basó en el famoso cuento infantil.

La imagen que comparto, por idílica que parezca, es una constante desde hace un cuarto de siglo en la casona de Macedonio Alcalá 507, y desde hace no mucho también en la sede de Avenida Juárez. El año pasado visité en la primera sede la exposición sobre el Popol Vuh de Sergio Hernández. Es un buen botón de muestra de lo que logra la institución que le costó un peso al gobierno de la república. El texto curatorial estaba a cargo de Miguel León Portilla, uno de los mayores estudiosos de lenguas indígenas en México. También la muestra compartía un cuento realizado para la ocasión por Juan Villoro, escritor indispensable en los tiempos que corren. Los tres son figuras de la cultura mexicana, los tres son amigos de Francisco Toledo, ya no el pintor sino el museógrafo, que abre su casa, donde alguna vez se vendió carbón y fue peluquería, al arte y todo lo que de él derive.

Es interesante que la mayoría de los códices de la época prehispánica no estén aquí. Por ejemplo, el Nuttall se conserva en el Museo Británico y el Vindobonensis está en Viena bajo resguardo de la Biblioteca Nacional de Austria. La historia cuenta que se lo llevó Hernán Cortés al emperador Carlos V, y luego pasó a manos de Leopoldo I de Habsburgo. La tradición de narrar hasta la Colonia estuvo motivada en buena parte por dos cuestiones fundamentales: Mira quién soy y de dónde vengo, de ahí la importancia de marcar las genealogías, narrar batallas, contar enlaces matrimoniales, revelar mitologías. La mayoría de los códices se cierran y se abren como biombos. No es difícil imaginárselos en una biblioteca antigua de la Mixteca custodiada siempre, pues en esas páginas, si así puede nombrárseles, iba la memoria histórica de todos.

Francisco Toledo no solo es un artista plástico y mucho menos uno que trabaje para sí mismo. Si bien la vocación artística tiene que ver con la liberación del alma en lo que uno hace, más allá de si el arte gusta o no gusta, también es cierto que hay creadores que no buscan para sí los beneficios de que suceda lo primero. De ahí que el juchiteco haya invertido más que dinero, tiempo y dedicación en la creación y mantenimiento de una empresa tan noble como el IAGO, en la que cada oaxaqueño puede ir tras la búsqueda de sus orígenes míticos, al mismo tiempo que recorre el universo del arte, desde Durero hasta Orozco, desde Ensor hasta Posada. En la que puede, si se lo propone, investigar quiénes fueron los tlacuilos y comprobar que Toledo es nuestro tlacuilo mayor.

Los que escriben pintando dejaron testimonio de los hechos del pasado en códices, pero además lo hicieron estéticamente hermoso. Uno no puede dejar de admirarse al observar los trazos perfectos, la armonía de los colores, el gesto original; la secuencia de sucesos que nos narran, en conjunto, una historia. Hoy, la historia de Toledo, nuestro tlacuilo desenfadado, está escrita en la reciente donación de su colección, ya no porque en sí misma sea muy valiosa, sino porque comprueba el carácter generoso del oaxaqueño, que cuando pinta escribe, que cuando escribe cuenta, y cuando cuenta preserva su pasado prodigioso.  Se vuelve, pues, un Garra de Jaguar.

No hay comentarios: